Mientras sigo con la máxima atención las explicaciones de Luis de Guindos en una comisión del Congreso - que no en el pleno - sobre el fracasado patadón hacía arriba de su amigo Soria, me viene a la mente por asociación de ideas otra pétrea faz. Es la de un portugués que hasta hace sólo un par de años veíamos hasta en la sopa cada vez que en televisión se hablaba de la Unión Europea, de los recortes y de los objetivos de déficit. Se llama José Manuel Durao Barroso y fue el presidente de la Comisión Europea - ese órgano que muchos europeos nos preguntamos a qué dedica de verdad sus desvelos - durante lo más duro de la crisis. Sus emolumentos por agachar dócilmente la cerviz ante las tijeras de podar servicios públicos de la señora Merkel ascendían a la inalcanzable cifra para el común de los mortales de 26.000 euros al mes. Sin embargo, hubo elecciones en 2014 y nuestro amigo Durao se quedó sin trabajo, aunque sólo temporalmente. El tiempo justo para no incurrir en incompatibilidad, según las normas para los altos cargos de la UE, y poder echarse en brazos del monstruo financiero estadounidense Goldman Sachs del que hace poco ha aceptado un puesto como consejero.
A lo que cobre por sus sabios consejos en Goldman Sachs se añadirá lo que seguirá cobrando de la Unión Europea por haber desempeñado la alta responsabilidad de presidir la Comisión Europea durante 10 interminables años, entre ellos los peores de la crisis económica. Sumando de aquí y de allá, antigüedades y otros conceptos como jubilación anticipada, la nómina andará rondando los 18.000 euros mensuales. Es más que público y notorio que la cifra está muy lejos del alcance del 99% de los europeos, máxime si residen en alguno de los países del sur del continente y si sus respectivos gobiernos han tenido a bien de grado o por la fuerza recortar, reformar y ajustar a placer.
El escándalo provocado por el fichaje ha sido de tal magnitud que hasta la Defensora Europea del Pueblo - primera noticia de la existencia de tan alta magistratura - ha tenido que pedir explicaciones. Se las ha dado quien sustituyó a Durao al frente de la Comisión, un tipo con cara de me-importa-un-pimiento-lo-que-piensen-de-mi y que procede de un país - Luxemburgo - que si no es un paraíso fiscal se le parece como un huevo a otro huevo. Jean Claude Junker - ese es su nombre - ha dicho ahora que Durao ya no será recibido en Bruselas como un ex presidente de la Comisión sino como un lobista, una actividad con no muy buena prensa pero que suele dejar una pasta gansa a quien la ejerce. Durao ha protestado por el feo que le hacen en su antiguo trabajo pero enseguida ha seguido aconsejando a Goldman Sachs, al que se debe en cuerpo y mente a partir de ahora.
El tal Junker tendrá que discursear mañana ante el Parlamento Europeo sobre el "estado de la Unión Europea", cual presidente norteamericano dirigiéndose a sus compatriotas. Sólo que aquí no hay compatriotas de Junker, sino decenas de millones de europeos cabreados con unas instituciones y con unos dirigentes comunitarios envueltos en la niebla de Bruselas y tan accesibles como el emperador de Japón; ciudadanos que no llegan a fin de mes, que sufren el deterioro galopante de los servicios básicos y que comparan, entre indignados y perplejos, el trato que reciben los bancos como el que ahora aconseja Durao y el que se les dispensa a ellos.
Acaba por cierto de terminar Luis de Guindos sus explicaciones sobre por qué propuso a su amigo Soria para que representara a España en el Banco Mundial. A pesar de su jerga para extraterrestres, me ha parecido entender que la decisión de enviar al ex ministro una temporada a Washington con todos los gastos pagados y dinero para chucherías no fue política pero sí "discrecional" - averigüen ustedes la diferencia - y que Soria era el más capacitado del mundo mundial para un cargo como ese.
Lo que me da pie para el párrafo final de este post: lo que tienen en común los casos de Durao y de Soria es que ambos son sólo dos nuevos ejemplos de libro del uso de las puertas giratorias de la manera más obscena imaginable para el lucro personal. En el caso del político portugués queda en evidencia una vez más la deriva sin rumbo de una Unión Europea cada día menos unida y menos europea y que parece haber renunciado a sus valores más nobles. En el caso de Soria, lo que pone de manifiesto la sarta de mentiras con las que se ha pretendido encubrir un caso claro de amiguismo, es que este Gobierno apenas si se representa ya a sí mismo ni defiende otros intereses que no sean los suyos propios y los de sus allegados. En síntesis, dos síntomas de la misma peligrosa enfermedad democrática que representa el descrédito de las instituciones y de sus responsables a ojos de los ciudadanos.
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