¡¡ Feliz Navidad !!
"Lo que inquieta al hombre no son las cosas, sino las opiniones acerca de las cosas". (Epicteto)
Un pacto para olvidar
El mejor pacto
político posible para Canarias que hoy ha pasado a mejor vida ha sido, con
diferencia, el más inestable que han tenido estas islas en mucho tiempo. Debe haber sido también el
que más tiempo ha dedicado a apagar fuegos que nada tienen que ver con
la gestión del interés público. Algún defecto congénito debía tener la criatura
para que generara más discrepancias que coincidencias desde su nacimiento y se haya despedido
entre reproches y estertores. Puede que
fuera que los socios que lo han sustentado a trancas y a barrancas durante año
y medio no estuvieran hecho el uno para el otro o, mejor dicho, uno puede que
sí pero el otro no. CC aceptó este pacto que ha vendido como el mejor posible,
porque no le terminaban de cuadrar las cuentas políticas con el PP, aunque con
el apoyo de los tres diputados de la Agrupación Socialista Gomera sumara
suficiente mayoría parlamentaria. También porque pensaba que sería más cómodo gobernar con el
PSOE y de hecho así tenía que haber sido, sobre todo a la vista de la capacidad
de aguante que los socialistas han demostrado durante la mayor parte de lo que
llevamos de esta convulsa legislatura.
Los
socialistas ni se plantearon en junio del año pasado articular una mayoría parlamentaria alternativa que enviara a CC a la oposición. En un claro error de cálculo, un PSOE sin liderazgo reconocido ha pretendido
ahora explorar esa fórmula confiando en que la coyuntura nacional le
sería favorable y se ha encontrado con las paredes de Ferraz y de Génova enfrente. Probablemente fue en ese intento
de censurar a Clavijo cuando el PSOE selló la salida del Gobierno que ha
firmado hoy el presidente.
Sin embargo, en junio del año pasado y sin
pensárselo mucho, el PSOE se entregó en brazos de CC y confió en que los
nacionalistas cumplirían las cláusulas políticas del acuerdo, empezando por el
pacto en cascada que ya se había incumplido en la legislatura anterior. Esa obsesión
por extender el acuerdo regional a cabildos, ayuntamientos y pedanías ha
supuesto un persistente dolor de cabeza para los socios del pacto, con los
socialistas como los más perjudicados, y un guineo insufrible para una
ciudadanía cada vez más indiferente ante estas trifulcas de vecindad. No
obstante, las desavenencias no sólo han tenido que ver con quién gobierna en
según qué ayuntamiento. La falta de entendimiento y de proyecto compartido entre
los socios ha sido patente en asuntos de mucho más calado como el debate de la
nueva ley del suelo y el control de legalidad del planeamiento urbanístico o en
la gestión socialista de la sanidad pública abiertamente cuestionada
por el propio presidente.
Y sin ir más lejos, en el destino que debía darse a los 160 millones de euros del Impuesto sobre el Tráfico de Empresas, a la postre un regalo envenenado que ha terminado dinamitando el pacto. Desde el momento en el que se supo que Canarias no tendría que devolver ese dinero al Ministerio de Hacienda, CC y el PSOE han mantenido una pugna sorda y soterrada primero y a voces después que ha terminado en el cese de los consejeros socialistas. Y todo eso, y aquí viene lo más esperpéntico, después de haberse puesto de acuerdo sin muchos problemas sobre cómo distribuir más de 7.000 millones de euros del presupuesto autonómico del próximo año.
Los socialistas ya habían protagonizado desplantes suficientes como para que el cese se hubiera producido hace un mes y los ciudadanos nos hubiéramos evitado esta agonía política. Me refiero al inexplicable abandono del Consejo de Gobierno por parte de los consejeros del PSOE – reiterado hoy - y al voto con la oposición en el Parlamento que, sin embargo, no condujeron a lo que hubiera sido lógico, normal y responsable en un partido como el PSOE: abandonar el gobierno y dar por roto el acuerdo.
La necesidad
de la ex vicepresidenta Hernández de permanecer en el Gobierno para no poder
comba en la pugna por liderar el PSOE canario y el miedo a aparecer como el
dinamitador del acuerdo y a tener que gobernar en minoría por parte de CC, han
aplazado más allá de todo lo razonable y admisible el fin de una crisis
permanente que ha hecho un enorme daño a la imagen del Gobierno
de Canarias. Una lección cabe extraer de la penosa historia de este pacto de
desencuentros y es que la aritmética parlamentaria no lo es todo en las
relaciones políticas: si no hay proyectos medianamente afines para sustentar un
acuerdo de gobierno estable y cohesionado o si ni siquiera hay proyecto claro
ni nadie con capacidad suficiente para liderarlo, el fracaso está garantizado. En política, lo que parece que suma en realidad también puede restar.
La ira de Aznar
Aunque creo
que ha dejado el vicio, no me extrañaría que Rajoy haya encendido un buen
veguero para celebrar como se merece que su padrino Aznar haya renunciado a la
presidencia de honor del PP. Se acabó por fin la brasa insufrible de sermonearme
a toda hora con lo que debo hacer y pensar sobre la economía, los impuestos, Cataluña
o el partido, habrá dicho para sus entretelas el gallego. De Rajoy sabemos que
ya le pueden hacer cosquillas en las plantas de los pies que no moverá un solo músculo
de la cara. A las críticas de Aznar, eternamente enfurruñado y de mala uva,
Rajoy ha respondido con el desdén del silencio o como quien oye llover
plácidamente en Pontevedra. Todo lo contrario del vallisoletano, incapaz de expresar sus puntos de vista sin
torcer el gesto y mascullar las palabras como si hablara para su camisa y no
para quienes le escuchan.
Ahora bien,
que Rajoy parezca una estatua del Museo de Cera y que las críticas parezca que
no le afectan no quiere decir que la procesión no vaya por dentro. Aznar fue y
sigue siendo el “presidente” para la derecha carpetovetónica nacional, la misma para la que Rajoy no es más que “Maricomplejines”
– Jiménez Losantos dixit. Junto con eso, que alguien que te eligió a dedo para
ser su heredero político te esté tirando casi a diario de las orejas no debe
ser tampoco plato de buen gusto para nadie, ni siquiera para el aparentemente
inconmovible Rajoy.
Sin embargo, y
aunque lo disimulen muy bien los dirigentes del PP cantando ahora las
excelencias políticas de Aznar, lo cierto es que al partido le viene de perlas
que este Pepito Grillo de la derecha más caduca pase a la condición de simple
militante. En el imaginario de la mayoría de los españoles Aznar aparece con
los pies sobre la mesa junto a Bush y sus compiches, en el trío de las Azores o
mintiendo a los españoles sobre los atentados de Atocha. Es también, aunque los
populares canten sus bondades económicas, el responsable político de la burbuja
inmobiliaria que ha provocado la peor crisis vivida en décadas en este país; y
al mismo tiempo es el que hablaba catalán en la intimidad con Pujol y el que
invitó a la boda de su hija a la flor y nata de la trama Gürtel.
Por eso, cuanto
menos le recuerden los españoles y cuantas menos homilías haya que soportar sobre
lo que debe hacer o dejar de hacer el Gobierno del PP, mucho mejor para los
populares. Aunque temo que se equivoquen si dan por hecho que este martillo de
herejes no les seguirá leyendo la cartilla cada vez y tenga oportunidad. Renunciar
a la presidencia de honor del PP le deja las manos libres para arremeter contra
Rajoy o contra quien estime conveniente y con la dureza que estime conveniente.
A su servicio tiene la fundación FAES, a la que ya ha desconectado del PP, y
hasta la posibilidad de fundar un nuevo partido a la derecha de la derecha.
De naturaleza
política rencorosa, Aznar no se va a retirar de la primera línea así como así
ni va a perdonar que Rajoy y el PP hayan ignorado las reiteradas críticas y
recomendaciones de un hombre que se siente imbuido de la verdad absoluta e
inapelable. Haría bien Rajoy en apurar su puro e irse preparando para las
embestidas aznaristas que seguramente le estarán esperando a la vuelta de la
esquina y que, esta vez sí, puedan terminar obligándole a romper el silencio
sobre su arrogante padrino político.
Ladrones de banco
En una sola
sentencia el Tribunal de Justicia de la Unión Europea ha propinado hoy una
sonora bofetada judicial doble a España. La primera a los avariciosos bancos españoles – perdón por la redundancia – a los que obliga a devolver hasta el último céntimo de las cláusulas suelo de las
hipotecas. El Banco de España, de cuyos cálculos me fío menos que de una
escopeta de feria a la vista de los números que hizo sobre Bankia, estima que
el roto superará los 4.000 millones de euros. Otras estimaciones elevan la cifra hasta los 30.000 millones sobre la base de calcular 3.000 euros anuales
de media por los dos millones de
hipotecas con cláusula suelo firmadas en España desde 2009 apróximadamente.
Fue entonces
cuando la burbuja inmobiliaria reventó y los bancos idearon el truco del
almendruco de la clausula suelo para guardarse las espaldas ante posibles bajadas del Euribor y seguir
sangrando a sus clientes. Sinceramente, confío en que la cifra no sea tan
elevado porque de serlo no tardaría Rajoy en personarse en Bruselas para pedir
un nuevo “no rescate” de los bancos españoles a bajo interés y, por supuesto,
sin cláusula suelo. En cualquier caso no aconsejaría yo a nadie que abriera el
champán para celebrar este fallo.
El descosido es
grave como se ha reflejado ya en las cotizaciones de los bancos que
más han abusado de las cláusulas suelo. Y aunque ya las entidades habían
proveído fondos temiendo el varapalos, no firmaría yo en ningún lado que no se
disparen ahora las comisiones, los intereses de los préstamos y otros peajes
bancarios para cuadrar los balances y resarcirse del golpe. Eso sin contar con
que los bancos no van a soltar un solo euro de oficio, de manera que quien
quiera cobrar tendrá que ganárselo en los juzgados.
La sentencia también es una bofetada sin precedentes en plena cara del
Tribunal Supremo español. Esta alta instancia judicial había fallado en mayo de
2013 que las cláusulas suelo son nulas pero, en una sorprendente pirueta,
establecía que los bancos sólo tenían que devolver lo cobrado a partir de esa
fecha y no desde el momento de la firma de la hipoteca. En otras palabras, que
todo lo cobrado hasta ese momento bien cobrado estaba y aquí paz y después
gloria. Si los magistrados que redactaron esa sentencia tuvieran un mínimo de
vergüenza torera ya deberían haber tirado la toga y las puñetas a la basura y haberse
ido a casa abochornados.
Incluso
alguien que no haya pisado nunca una facultad de derecho se preguntaría cómo se
puede considerar que la cláusula de un contrato es nula pero sólo por un tiempo, es
decir, a partir de determinada fecha y no desde el momento mismo de la firma
del compromiso. Pues, para asombro general, los magistrados del Supremo actuaron más como miembros
del consejo de administración de un banco que como defensores de la Ley y
fallaron que obligar a los bancos a devolver todo el dinero de las cláusulas
suelo ponía en peligro el sistema financiero.
Se me agota la capacidad de asombro ante el privilegiado trato político, económico y hasta judicial que se dispensa en España a los bancos, algo que dudo tenga parangón europeo. Mientras ellos no han dejado de desahuciar y embargar desde que se vino abajo el tinglado del ladrillo, los españoles hemos pagado a escote su rescate millonario, nos hemos tragado sus abusivas cláusulas suelo para acceder a una vivienda y hemos comprado sus participaciones preferentes opacas y sus acciones de Bakia bichadas.
Ninguno de los principales responsables de todo eso está entre rejas, en gran parte, porque todo eso se ha perpetrado con la connivencia, la complicidad y hasta el aplauso en ocasiones del Gobierno, del Banco de España y, como en el caso de las cláusulas suelo, incluso de la Justicia. Por primera vez en mucho tiempo y espero que sirva de precedente, me siento orgulloso de una institución de la UE: su Tribunal de Justicia ha dado una lección de justicia a España y a quienes anteponen los intereses privados al derecho y al bien general.
Se me agota la capacidad de asombro ante el privilegiado trato político, económico y hasta judicial que se dispensa en España a los bancos, algo que dudo tenga parangón europeo. Mientras ellos no han dejado de desahuciar y embargar desde que se vino abajo el tinglado del ladrillo, los españoles hemos pagado a escote su rescate millonario, nos hemos tragado sus abusivas cláusulas suelo para acceder a una vivienda y hemos comprado sus participaciones preferentes opacas y sus acciones de Bakia bichadas.
Ninguno de los principales responsables de todo eso está entre rejas, en gran parte, porque todo eso se ha perpetrado con la connivencia, la complicidad y hasta el aplauso en ocasiones del Gobierno, del Banco de España y, como en el caso de las cláusulas suelo, incluso de la Justicia. Por primera vez en mucho tiempo y espero que sirva de precedente, me siento orgulloso de una institución de la UE: su Tribunal de Justicia ha dado una lección de justicia a España y a quienes anteponen los intereses privados al derecho y al bien general.
¿Y después de Berlín?
Cambian los
métodos y las herramientas pero no cambia la esencia cruel del terror: infligir
dolor y muerte para imponer las ideas y creencias propias y destruir las de las
víctimas. Junto a una iglesia berlinesa milagrosamente en pie a pesar de los
bombardeos aliados en la Segunda Guerra Mundial, los terroristas lanzaron
anoche un camión contra una multitud pacífica que visitaba un mercadillo
navideño. El balance, doce víctimas mortales y casi medio centenar de heridos.
Además de la implicación simbólica del lugar elegido para la masacre, el
atentado de anoche en la capital alemana es muy probable que tenga también
graves repercusiones políticas.
En Alemania,
Francia y Holanda se celebrarán el año que viene elecciones generales en un
clima de polarización social y política ante el reto de la inmigración y el
drama de los refugiados, al que Europa ha respondido de la manera más cicatera
y decepcionante imaginable. En el Reino Unido, en donde no hay elecciones pero
en donde el triunfo del brexit ha
disparado los episodios de xenofobia, la derecha nacionalista no ha tardado en
echar las culpas del atentado de anoche a la canciller Merkel.
Es en ese clima social y político enrarecido y potencialmente explosivo que empieza a respirarse en varios países de Europa en donde pesca votos una ultraderecha xenófoba y racista, cuyos líderes parecen alegrarse de que mueran inocentes a manos de bárbaros terroristas si eso refuerza sus mensajes de odio y exclusión. Sin embargo, frente a la amenaza combinada del terrorismo yihadista y el ascenso de la ultraderecha, los gobiernos democráticos europeos y las instituciones comunitarias siguen sin ser capaces de articular una política medianamente común con la que hacer frente a esos dos peligros.
La reacción
más común parece ser atrincherarse dentro de las fronteras propias para cada
cual hacer la guerra por su cuenta como si se estuviera enfrentando un problema
nacional y no global que afecta a la seguridad del continente y a los valores y
libertades democráticos. Esa respuesta medrosa e ineficaz es precisamente la
que conviene a los fines de los terroristas que, poco a poco, ven como van
deteriorando el consenso social y exacerbando las reacciones políticas e
institucionales ante sus ataques.
Por desgracia,
lo que ocurrió anoche en Berlín puede volver a ocurrir en cualquier momento en
otra ciudad europea como ya ha ocurrido en dos ocasiones en París o en Bruselas
o en Madrid o en Londres. A pesar de las veces y de la saña con la que el
terrorismo ha golpeado en Europea y de las veces en las que la policía ha
conseguido conjurar nuevos atentados, las capitales europeas y Bruselas siguen
siendo manifiestamente incapaces de sentar las bases de una política
antiterrorista común. Nadie dice que sea sencillo pero el reto al que se
enfrenta Europa requiere aparcar de una vez las diferencias y los eventuales recelos
y acordar conjuntamente medidas policiales, sociales, económicas e incluso
militares si fuera el caso para al menos minimizar la amenaza que se cierne
sobre Europa.
Y todo eso se debe
hacer, además, sin afectar o afectando lo menos posible a las libertades y
derechos políticos que son el santo y seña del sistema democrático occidental. Alcanzar
ese imprescindible acuerdo no garantiza la inmunidad ante el terrorismo dado
que, como es sabido, el riesgo cero no existe. No alcanzarlo o al menos no
intentarlo sí da pie para preguntarse cuándo y dónde volverá el terror a
mostrarse en todo su cruel esencia.
Alepo, otra vergüenza mundial
Si hay alguien
que sepa qué es, quiénes la forman y a qué se dedica la llamada “comunidad
internacional”, le ruego que lo explique. Mientras no me demuestren lo
contrario, estoy convencido de que esas dos palabras, colocadas una detrás de
la otra, sólo expresan una idea vacía de cualquier tipo de contenido real y
efectivo. Es más, no me cabe duda alguna de que esa expresión no es más que un
trampantojo político para que algunos laven su conciencia haciéndonos creer en
algo que no existe ni tiene visos de existir ni a medio ni a largo plazo.
Si hubiera
existido la tal comunidad internacional seguramente no se hubieran producido
los genocidios de Ruanda o Srebrénica, por mencionar sólo un par de casos
relativamente cercanos en el tiempo. Ni se estaría produciendo el que a esta
hora puede estar ocurriendo en la ciudad siria de Alepo. Una comunidad
internacional merecedora de verdad de ese nombre, con capacidad real para
decidir y ejecutar sus decisiones por encima de intereses económicos y
geoestratégicos de sus miembros, habría intervenido a tiempo en los conflictos
que dieron pie a esas masacres y las habrían impedido o al menos aminorado.
Lo que ocurrió
en aquellas ocasiones y lo que está ocurriendo ante la situación actual en
Alepo se parecen como dos gotas de agua: pasividad, indiferencia, ineficacia e hipocresía
a partes iguales mientras miles de inocentes perecen masacrados a manos de sus
verdugos. Ni la ONU ni la UE ni las grandes potencias con capacidad para
influir en el curso de estos acontecimientos que nos degradan como especie
supuestamente racional pueden o quieren hacer nada para evitar el sacrificio
inútil de decenas de miles de inocentes.
La ONU debería
disolverse más pronto que tarde en lugar de continuar controlada por un Consejo
de Seguridad en el que las grandes potencias vencedoras de la Segunda Guerra
Mundial más China siguen imponiendo sus vetos sobre los asuntos que les afectan
directamente a ellas o a sus aliados. En el caso de Alepo es flagrante el
comportamiento criminal de Rusia, que ha vetado hasta hoy todas las
resoluciones encaminadas a permitir que al menos se abriera un corredor
humanitario que permitiera a la población civil de Alepo escapar de los
bombardeos inmisericordes del brutal régimen sirio apoyado por Moscú y Teherán.
En cuanto a la
Unión Europea, los 1.500 millones de euros que cuesta su política exterior deberían
destinarse a fines más útiles que los de soportar una superestructura
prescindible por ineficaz e irrelevante en el ámbito internacional. Produce
indignación escuchar a los fariseos jefes de estado y de gobierno de la Unión
darse hipócritas golpes de pecho ante la situación humanitaria en Alepo,
mientras llenan de vallas las fronteras, endurecen las leyes contra el derecho
de asilo y remolonean en la acogida de refugiados. Todo eso mientras la
xenofobia y el racismo empiezan a campar por sus respetos a través de partidos
políticos alimentados por una política desnortada y mezquina de quienes ahora
derraman lágrimas de cocodrilo.
Y en cuanto a las potencias mundiales, con Rusia del lado de los verdugos en Siria, nada cabe esperar tampoco de Estados Unidos. Barack Obama pasará a la historia como el presidente que salió tan escaldado de Afganistán e Irak que en el caso de Siria ha preferido mirar para otro lado y dejar que rusos, sirios e iraníes no dejen piedra sobre piedra en Alepo ni nadie que no le sea leal al régimen de Damasco para contarlo. También el saliente presidente norteamericano derrama estos días lágrimas de cocodrilo mientras su secretario de estado corre de acá para allá como un pollo sin cabeza para arrancar ridículas treguas de los rusos que al día siguiente quedan en papel mojado mientras continúa la matanza hasta el exterminio total. Y como corolario, casi como causa y efecto de todo lo anterior, una población occidental que se escandaliza un minuto por las imágenes de televisión sobre Alepo y al minuto siguiente lo olvida para brindar por la Navidad y la paz en el mundo.
Apadrina una autopista
Aunque alcalde
de profesión, Íñigo de la Serna presenta buenas maneras. Nada más llegar al
Ministerio de Fomento ha demostrado tener el Primer Amiguito del capitalismo
de amiguetes bien aprendido. Hasta el momento – y no creo que cambie - se está mostrando como un aventajado
discípulos de los grandes ideólogos para los que la gestión pública es y será
siempre derrochadora e ineficaz y la privada el crisol de todas las virtudes. En
consecuencia, y para que las cosas vuelvan a su estado natural y lógico, hay
que hacer que lo público pase a la categoría de insignificante y lo privado
asuma todo el campo de juego para su lucro y placer.
Dos asuntos
serán suficientes para ilustrar que nuestro ministro es un hacha de la gestión
como mandan los cánones del liberalismo de libro. El primero es la lección
número uno del manual: si una empresa da beneficios hay que privatizarla sin
perder tiempo. Es el caso de AENA, la empresa aún mayoritariamente pública que
gestiona la red de aeropuertos en España. Ana Pastor, la antecesora del
ministro santanderino, puso en manos privadas el 49% de las acciones a un
precio de saldo en comparación con el del mercado.
Nada más sentarse en el
sillón de mando, de la Serna anunció la intención de desprenderse de un
porcentaje aún por decidir del 51% que conservó el Estado, no vaya a ser que a la
parte privada no le resulte lo suficientemente dulce la mitad del pastel que
obtuvo en almoneda. Con AENA
mayoritariamente en manos privadas, ya se pueden ir preparando para la
excursión por todas las tiendas de los aeropuertos antes de que se les permita
subir al avión. Por no hablar de lo que puede pasar en lugares como las islas
canarias no capitalinas, para algunas de las cuales el avión es casi el único
medio de no quedar prácticamente aisladas. Eso sí, pidiendo disculpas por vivir
en una isla y solicitar humildemente que los precios de los billetes aéreos no
salgan más caros que cenar langosta y beber champán todas las noches en Maxim’s
de París.
La segunda
lección del manual dice que las pérdidas de los negocios privados ruinosos avalados
con dinero público deben socializarse, es decir, meter la mano en el bolsillo
de los ciudadanos para pagar el estropicio. Después, cuando con dinero de todos
los hallamos puesto de nuevo en pie, se los volvemos a vender a los amiguetes a
precio de saldo. Ocurrió en su momento con el rescate de los bancos y va a
volver a ocurrir con las autopistas de
peaje quebradas que nos van a costar unos 5.500 millones del ala.
El caso
arranca en los años dorados de la burbuja inmobiliaria con Aznar, Álvarez
Cascos y Aguirre cortando cintas de la noche a la mañana. Entonces se
tiró la casa por la ventana y se dio por sentado que los conductores serían tan
memos que pagarían para circular por una
autopista colapsada antes que por una pública y gratis o, en el peor de los
casos, por una carretera secundaria.Todas esas carreteras se hicieron con
créditos bancarios avalados por el Estado para
el caso de que las cuentas no salieran y el negocio fracasara, como de hecho ha
ocurrido.
Las
concesionarias de las autopistas han entregado la llave al banco y este – que arriesgó
el crédito sabiendo que si no pagaban las empresas lo haríamos los
contribuyentes - ha reclamado el aval al
Estado. Y en esas estamos, a punto de desembolsar un pastizal para enjugar las
pérdidas de los florentinos y compañía,
mientras Fomento lleva tres décadas racaneando unos míseros cientos de millones
para acabar la carretera de La Aldea (Gran Canaria). Uno se pregunta – y supongo
que ustedes también – por qué demonios el Estado tiene que avalar con dinero
público negocios privados que terminan en la ruina por falta de previsión o por
exceso de electoralismo.
Ya sé que, tratándose de España, es casi una pregunta retórica pero lo cierto es que en países como Estados Unidos – paraíso terrenal del liberalismo - tal responsabilidad patrimonial no existe. Por tanto, quien quiera arriesgar su dinero tiene que aquilatar bien la relación entre costes y beneficios antes de lanzarse a la aventura de la inversión. Esa lógica no rige en España, en donde los contribuyentes pagamos de nuestros bolsillos bancos baldados de ladrillo, aeropuertos para las personas, estaciones de AVE en pueblos de una veintena de vecinos y ahora, además, apoquinamos para apadrinar autopistas de peaje por las que nunca hemos pasado ni es probable que pasemos en la vida. No somos más simples y bobos porque no entrenamos lo suficiente.
Ya sé que, tratándose de España, es casi una pregunta retórica pero lo cierto es que en países como Estados Unidos – paraíso terrenal del liberalismo - tal responsabilidad patrimonial no existe. Por tanto, quien quiera arriesgar su dinero tiene que aquilatar bien la relación entre costes y beneficios antes de lanzarse a la aventura de la inversión. Esa lógica no rige en España, en donde los contribuyentes pagamos de nuestros bolsillos bancos baldados de ladrillo, aeropuertos para las personas, estaciones de AVE en pueblos de una veintena de vecinos y ahora, además, apoquinamos para apadrinar autopistas de peaje por las que nunca hemos pasado ni es probable que pasemos en la vida. No somos más simples y bobos porque no entrenamos lo suficiente.
El monotema
Confienso que
tengo la cachimba a punto de rebosar con el monotema catalán. No tanto porque la
reivindicación soberanista me parezca más antigua que la abuela de Matusalén como por el eco desmesurado que encuentra este asunto en la mal llamada prensa nacional. Si
a Puigdemont le da por retocarse el corte león el acontecimiento merece cinco
columnas y editorial con llamada en primera bajo el título “Puigdemont se salta
la Constitución”. Si Junqueras bufa, la
prensa de Madrid rebufa, y si la CUP truena, en la Villa y Corte relampaguea. Si un par de
descerebrados queman unas fotos del rey se aseguran el minuto de oro de todos
los telediarios y si un diputado nacionalista catalán le pregunta en el
Congreso a Rajoy por el referéndum, la respuesta del presidente abrirá todos
los informativos y se acompañará de las reacciones de la
oposición y del comunicado de la Hermandad de Bedeles Unidos de las Cortes y la
Casa Real.
Me deja
boquiabierto la legión de economistas, analistas, politólogos, sociólogos, historiadores,
escritorólogos y políticos en activo o en retirada que en cuestión de minutos mojan
la pluma y escriben sesudos artículos de fondo sobre el problema catalán, apenas
alguien se resfríe en Manresa o estornude en Vic. Todos analizan los
antecedentes, consecuentes, referentes y remanentes del asunto, exploran a
conciencia las visceras del caso para averiguar si los dioses les serán
propicios y concluyen generalmente en que esto no lo arregla ni el médico chino
y menos Mariano Rajoy.
Yo comprendo
que el “problema catalán” apasione en Madrid pero opino que la atención
informativa es desproporcianada y dudo mucho de que la pasión sea la misma en Murcia, Extremadura o La Rioja, por citar sólo tres
ejemplos. Para la prensa capitalina, en esas comunidades nunca pasa nada que merezca su atención y, si pasa, lo más que aparecerá será una
gacetilla en página par, abajo y a la izquierda en donde hasta Sherlock Holmes
tendría problemas para encontrarla con su lupa. Salvo que sea un asunto en el
que corra la sangre y esté presente el sexo, lo que ocurra más allá de Madrid o
de Barcelona literalmente no existe para los medios de ámbito nacional. Es exactamente
el mismo criterio que aplican a la información futbolística, volcada hasta la
náusea en un par de equipos y en un par de jugadores mientras el resto apenas
alcanza la categoría de meras comparsas.
La prueba de
todo lo anterior la tenemos hoy mismo: no intenten encontrar en los principales
medios de tirada nacional alguna reseña o gacetilla suelta relativa a la
admisión ayer a trámite en el Congreso de la reforma del Estatuto de Autonomía
de Canarias porque no la van a encontrar. De hecho, ni los ministros se dignaron acudir
a la sesión plenaria y Ana Pastor presidió el pleno porque no consiguió cita con el dentista y no tenía nada mejor que hacer a esa hora de la tarde. De haber sido el catalán el
estatuto a reformar llevaríamos meses dándole vueltas y hoy se habría
emborronado papel suficiente para empapelar dos veces el Congreso de los
Diputados.
También es verdad y justo es admitirlo, que Canarias está miles de kilómetros de Cataluña, nadie en Madrid habla guanche en la intimidad y del mundo es conocido que somos un vergel de belleza sin par con seguro de sol, vamos con taparrabos mientras nos divertimos tirándonos cocos a la cabeza y nos ponemos tibios comiendo patatas con piel. Si además nuestras ventajas fiscales nos dan para atar los perros con chorizos de Teror y para hacer una manifestación medianamente presentable hay que convocarla con citación judicial, ya me dirán ustedes qué caso nos pueden hacer ni qué eco mediático va a tener nuestra verdadera realidad más allá de la Punta de la Isleta. Mientras todo eso no cambie, Puigdemont y compañía seguirán copando las portadas y el resto nos tendremos que conformar con aparecer en la información meteorológica.
Fátima a las seis
La ministra de
Empleo quiere mandar a los curritos españoles a casa a las 6 de la tarde,
supongo que una hora antes en Canarias o habría que denunciar inmediatamente el
agravio comparativo. Sin encomendarse ni a Dios ni a la virgen del Rocío, Bañez
soltó en la Comisión de Empleo del Congreso algo que ya había dicho en campaña
su jefe Rajoy allá por el mes de junio, cuando se batía el cobre en la segunda
campaña electoral del último año. Y no sólo Rajoy, también la había reclamado
Ciudadanos y el PSOE y los sindicatos y hasta el repartidor de pizzas. Que los
horarios laborales en España son un disparate mundial y que, para mayor
escarnio, la hora oficial peninsular sigue aún ajustada a la del Berlín nazi es
algo que ya se sabe hasta en el Polo Norte.
Sin embargo,
nada se ha hecho nunca para remediar eso ni por parte del Gobierno ni de las
empresas ni de los propios sindicatos. Así pues, no descubre nada la ministra
ni aporta nada nuevo a uno de esos debates cansinos y guadianescos a los que
somos más adictos en España que a dormir la siesta, causa, según algún estirado
medio inglés, de todos los males de la economía patria. En realidad, la
propuesta de Báñez equivale a agarrar el rábano por las hojas para no entrar en
el fondo de la cuestión, la que verdaderamente importa: la reforma laboral.
Ella es la principal culpable de que conciliar vida familiar y laboral sea hoy
una quimera, en tanto promueve la
contratación temporal y fomenta la realización de cantidades industriales de
horas extraordinarias que en su gran mayoría ni siquiera se abonan a quienes
las trabajan.
Se trata,
además, de una reforma que desequilibró en perjuicio de los trabajadores la
negociación colectiva, el ámbito natural para que empleados y empresarios
pacten las condiciones de trabajo, incluidas las relativas al horario. Por eso,
la grandilocuente propuesta de la ministra apelando a un pacto nacional resulta
algo forzada y fuera de lugar. Hay, no obstante, algo mucho más complicado de
cambiar que la reforma laboral si queremos acabar algún día con una jornada de
trabajo de sol a sol aunque eso no nos haga más productivos que nuestros
vecinos europeos.
Es la arraigada
cultura laboral de un país en el que quien se va a casa antes que el jefe es un
gandul merecedor de entrar en la lista del próximo expediente de regulación de
empleo. Esto nos lleva a pasar horas y horas en el puesto de trabajo perdiendo
literalmente el tiempo sin aportar nada a la empresa, sólo nuestra sin par
presencia de currito abnegado.
A la ancestral
costumbre de pasarnos media vida en el curro, hay que añadir la no menos
arraigada desconfianza en el trabajo en casa que permiten las nuevas
tecnologías de la información que, sin embargo, sí usan cada vez más las
empresas para mantener al trabajador siempre atado a sus obligaciones
laborales. Con todos estos ingredientes más lo que supone ser un país turístico
y los horarios que ese hecho implica,
tenemos una radiografía de la jornada laboral en España mucho más
compleja y que va mucho más allá de la hora a la que plegamos que tanto
preocupa a Báñez.
Variaciones sobre el ITE
Si entre las
obligaciones de cualquier gobierno figura la de priorizar en qué se quiere
gastar el dinero público, no se puede negar que el Gobierno de Canarias tiene
claras cuáles son sus prioridades para emplear los 160 millones de euros del
malhadado Impuesto sobre el Tráfico de Empresas. Que esas prioridades coincidan
con las necesidades de la mayoría de la población de estas Islas es algo mucho
más cuestionable y discutible. Y en eso, en discutir cómo y en qué se gastan
los 160 millones de marras, llevamos ya más de un año en el que no sólo no hay
acuerdo sino que el desacuerdo es cada día mayor.
Lo que se
celebró justamente como una inyección económica para unas arcas públicas
necesitadas de recursos después de años de recortes, se ha terminado
convirtiendo en un serio problema político y en causa de enfrentamiento
interinsular lo cual, si cabe, es aún
mucho más grave. Las responsabilidades del dislate en el que se ha convertido
la distribución del extinto impuesto son compartidas entre instituciones y
partidos políticos. Quien más y quien menos ha echado su cuarto a espadas para
enredar algo que se hubiera resuelto sencillamente con solo añadir ese dinero a
los presupuestos de la comunidad autónoma y asignarlo a unos servicios públicos
sacrificados en el altar del sacrosanto déficit público.
En lugar de
optar por esa fórmula se eligió la de poner los territorios por encima de la
población y de sus necesidades y, como era de esperar, surgió la polémica que
parece lejos aún de remitir. Los cabildos de las cinco islas beneficiadas por
esa opción se han aferrado a una fórmula que les asegura una lluvia de millones
con la que no contaban y con la que podrán pagar facturas atrasadas y emprender
obras cuya necesidad social habría al menos que discutir.
De los dos cabildos
perjudicados en el reparto, los dos de las islas capitalinas en donde reside el
80% de la población y se registran los mayores problemas sociales, uno se
proclama el rey de la solidaridad con las islas pequeñas aunque salga mal
parado y el otro se presenta como la víctima de una fórmula que considera una
afrenta a las necesidades de su isla. Ni que decir tiene que el color político
de cada uno de los cabildos determina en buena medida las respectivas
posiciones en este descomunal despropósito en el que se ha terminado
convirtiendo el dinero del ITE.
En medio del
rebumbio sólo faltaba que el Gobierno se partiera un poco más en dos: eso es precisamente lo que ha ocurrido con la
espantada de los consejeros socialistas que
se han declarado en rebeldía al descubrir de la noche a la mañana que la
opción de sus socios es “clientelar” y “ territorial” y no atiende a las necesidades
del grueso de la población. La inesperada postura de los consejeros socialistas,
no obstante, parece responder más a un cálculo político de última hora para
tensar la cuerda del pacto y forzar así a sus socios nacionalistas a firmar los
decretos de destitución.
Sin embargo, que
la triple paridad seguía latente como fórmula de reparto del dinero del ITE era
algo que caía por su propio peso, independientemente de que se la bautizara pomposamente
como Fondo de Desarrollo Económico de
Canarias y aspirara nada menos que a cambiar el modelo productivo del
Archipiélago. Se impone pues una rectificación por parte de todos, pero empezando
por el presidente del Gobierno de Canarias y por CC como principales inspiradores de este enredo absurdo que
sólo ha conseguido crear un problema de lo que aún puede y debe ser una
solución para las múltiples necesidades que tienen estas islas. Todo pasa simplemente
porque hagan coincidir sus prioridades con las necesidades de los ciudadanos: no
es tan difícil si hay voluntad y priman los intereses de la mayoría sobre las
conveniencias políticas de unos y de otros.
Aterriza como puedas
A quienes
advertimos hace dos años de que no pasaría mucho tiempo antes de que el
gobierno español pusiera en almoneda la mayoría de las acciones de AENA, los
hechos llevan camino de darnos la razón. Por desgracia, porque hablamos de poner
el interés general en manos del interés privado y vender al mejor postor una de
las últimas perlas de la corona pública de este país, la red de aeropuertos
nacionales. La operación aún no se ha definido pero las intenciones del nuevo
ministro de Fomento son bastante claras: explorar todas las posibilidades sobre
el futuro de AENA incluyendo la de que el Estado se desprenda del 51% de las
acciones que se reservó en la privatización que impulsó Ana Pastor en 2014.
Entonces, el
Gobierno y sus corífeos intentaron convencer a los ingenuos y despistados de
que el interés público primaría sobre el privado porque el Estado mantenía el
control mayoritario de la empresa. Así y todo, el proceso de privatización del
49% de la compañía fue de todo menos transparente y el dinero que ingresaron
las arcas públicas por desprenderse de casi la mitad de las acciones de AENA
quedó muy por debajo del precio de la compañía en el mercado. En otras palabras,
un negocio redondo para las empresas privadas que se hicieron con el pastel y
que ahora nos obligan a pasar por las tiendas de tabaco, licores y perfumes de
los aeropuertos para acceder a las salas de embarque.
Pronto se ha
cansado el Gobierno de defender el interés público si, por lo que parece, empieza
ya a preparar los trámites para quedarse en minoría y que sea el sector privado
el que haga y deshaga en función de la cuenta de resultados. El argumento que
esgrime ahora Fomento para vender AENA es que eso le permitirá ganar
competitividad “en el exterior”. Confieso que he tenido que leer varias veces
la información para convencerme de que no había un error: a Fomento la importa
más que las empresas que se queden con AENA ganen dinero en el extranjero que
la gestión pública de una red aeroportuaria por la que transitan cada año buena
parte de los casi 70 millones de turistas que visitan España. Para un país como
el nuestro, los aeropuertos son una infraestructura de trascendental importancia
estratégica para la economía y la movilidad de los ciudadanos que no pueden
quedar al albur de las leyes del mercado y de los consejos de administración.
Si hay un
territorio en donde los planes de Fomento deberían haber encendido todas las alarmas ese es Canarias. Por los aeropuertos de las islas pasan al
año casi 14 millones de turistas que representan un tercio de la economía
regional y otro tanto del empleo. Por sólo citar un riesgo,
una subida de las tarifas aeroportuarias para hacer caja espantaría a las
compañías aéreas que no tardarían en llevarse a sus clientes a otros destinos
sin pensárselo dos veces. Los aeropuertos canarios son, además, un elemento de
cohesión social insustituible en tanto facilitan la movilidad interinsular de
los ciudadanos. Atendiendo a la cuenta de
resultados y al valor de las acciones, los aeropuertos de las islas menores
pasarían a ser simples unidades de explotación deficitarias que no tardarían en ser eliminadas o reducidas a la mínima expresión.
Sin embargo,
el riesgo que comporta un control privado mayoritario de nuestros aeropuertos
apenas ha merecido algún tímido amago de reivindicar competencias sobre su
gestión y un par de preguntas parlamentarias de las que se despachan en cinco
minutos y no sirven para nada. El envite merecería que las fuerzas políticas y
los agentes económicos y sociales, además de la sociedad en su conjunto, hubieran
elevado ya la voz para oponerse con contundencia al riesgo que representa que
los aeropuertos de Canarias queden cautivos de intereses privados. En lugar de
eso perdemos tiempo y energías en las insufribles peripecias del pacto de
gobierno, la triple paridad y el sunsun corda mientras los asuntos de verdad trascendetales
para estas islas siguen esperando que alguien tenga a bien ocuparse de ellos.
Échame a mi la culpa
Si el PP no
quiere convertirse en un obstáculo democrático debería afrontar una profunda
regeneración que, en ningún caso, puede pasar porque la lidere alguien como
Mariano Rajoy. Sin embargo, su reciente designación como único candidato a la
presidencia del PP en el congreso de febrero es la muestra más fehaciente de
que entre los objetivos del cónclave no está convertirse en un partido nuevo
que, frente a la corrupción, no sólo presuma de que adopta medidas sino que las
adopte de verdad. Las que impulsó en su etapa de mayoría absoluta fueron
insuficientes y pacatas por mucho que a Rajoy y a los suyos se les llene la
boca alabándolas. La actitud habitual del presidente y de una inmensa mayoría de los
cargos públicos y orgánicos del PP ante la corrupción en sus filas ha sido la
de callar cuando no minimizar, individualizar y, sobre todo, recurrir al “y tú
más”.
Confiando en
un electorado que les es fiel aunque los casos de corrupción rodeen al mismísimo
presidente, los populares se aferran a toda suerte de coartadas y atajos para
justificar comportamientos intolerables en la vida pública. Pero pueden cometer un error de consecuencias fatales para su futuro si dan por hecho que sus votantes son eternos y que la vida política española no puede sufrir cambios
que tornen en lanzas lo que hoy son cañas. Hace poco más de dos años nadie
hubiera apostado porque hoy gobernara un partido en minoría y el escenario
político se hubiera fragmentado como lo ha hecho, algo de lo que en buena
medida el PP y el PSOE actuales son causa y efecto al mismo tiempo.
La
desproporcionada reacción de los populares ante el fallecimiento de
Rita Barberá es otro ejemplo, el más reciente, de que en su ADN no termina de instalarse la prudencia y la mesura cuando se trata de
corrupción en sus filas o en las de los demás partidos. Inscribir en el
martirologio popular a alguien a quien hace sólo dos meses se había obligado a
abandonar el partido porque estorbaba a que Mariano Rajoy fuera investido presidente,
es cínico y deja al descubierto una preocupante mala conciencia por parte de
dirigentes como el portavoz Hernando.
Su reacción y
la de Celia Villalobos acusando a los medios de “hienas” y de haber “condenado”
a Barberá merece figurar por derecho propio en el libro de honor del despropósito
político. Es cierto que, buscando notoriedad y negocio, hay medios de comunicación que han confundido
deliberadamente la crítica y la exigencia de responsabilidades políticas con el
más absoluto desprecio a la presunción de inocencia. Pero no han sido todos y, así como en el PP la inmensa mayoría de sus militantes, cargos públicos y orgánicos no son unos
corruptos, tampoco todos los medios de comunicación han “mordido” a Rita
Barberá o la han “condenado” a muerte.
Hay que rechazar tajantemente ese tipo de peligrosos mensajes porque detrás se puede
esconder la inconfesable intención de que los medios se autocensuren y dejen de
cumplir una de sus funciones primordiales en un sistema democrático: la crítica
política y la denuncia de comportamientos incompatibles con la ética que se
requiere en la vida pública. Una prueba
más de que el PP actúa en este y en otros asuntos por mero cálculo político y
no por convicción democrática es el intento de rebajar los acuerdos sobre
corrupción firmados con Ciudadanos a cambio del apoyo a la investidura de
Rajoy. De buenas a primeras, el fallecimiento de Barberá le sirve al PP para
disparar indiscriminadamente contra los periodistas y para rebajar un acuerdo
sobre corrupción del que Rajoy presumió en su sesión de investidura.
Lo suyo
hubiera sido intentar extenderlo al resto de las fuerzas políticas y consensuar
a qué altura debe estar la barrera judicial para que alguien salga de la vida
pública o siga en ella. Si el PP quiere hacer creíble su regeneración, aunque
lo tiene muy difícil, debe empezar por acabar con la práctica de orientar el
ventilador de la porquería en todas las direcciones menos en la suya. Exigencia
que, por supuesto, es de aplicación al resto de las fuerzas políticas y que
debe ir acompañada de una profunda reflexión sobre la respuesta que la sociedad
y los medios dan a esta lacra: ¿es la corrupción un castigo divino
consustancial a toda actividad política o es posible erradicarla de la vida
pública si hubiera auténtica voluntad de hacerlo? Esa es la cuestión.
Si te quieres dir...
Sospecho que
CC y el PSOE no asistieron a los cursillos prematriomoniales antes de estampar
sus respectivas firmas al pie del acta de sus esponsales. O eso o faltaron a
clase el día en el que se explicaron las virtudes que deben presidir el sagrado
sacramento de los matrimonios políticos: tolerancia, respeto, sacrificio y
amor, cantidades industriales de amor para saber perdonar y aceptar los
defectos y humanos errores de la otra parte contratante. Sobre esos pilares
inmarcesibles se han levantado históricamente las grandes alianzas políticas de
conveniencia hasta que las siguientes elecciones o la traición las han
destruido y vuelto a levantar más adelante, o no. Hay que aclarar que las
citadas virtudes deben ser escrupulosamente observadas por ambos contrayentes y
no sólo por uno de ellos ya que eso da lugar a la situación en la que vive en
un sin vivir permanente el pacto canario de gobierno.
El año y medio
que hace ya desde que CC y el PSOE decidieron compartir el mismo techo ha sido
un continuo desasosiego y disgusto. Al día siguiente mismo de que los
contrayentes se intercambiaran las arras, ya estaba la primera parte
contratante haciéndole la vida imposible a la segunda parte: que si una
patadita en las canillas en aquel ayuntamiento, que si una puñaladita trapera
en un cabildo, ahora unas declaraciones en público poco favorecedoras de sus
cualidades, después un yo me lo guiso y yo me lo como y no te digo nada y así,
suma y sigue. La segunda parte contratante, mientras tanto, ha respondido con
beatífica mansedumbre y ha contado hasta cien millones antes de elevar la voz.
Pero cuando lo
ha hecho, no ha sido tanto para quejarse de la mala vida que le da la primera
parte como para proclamar lo bueno y
beneficioso que es este matrimonio que deberíamos mantener per secula seculorum
y más allá, digan lo que digan los demás, que cantaba Raphael. La primera parte
también comparte en público lo bueno que es haber conocido a la segunda parte y
haber ido con ella al altar, aunque eso no le impide hace manitas sin mucho
disimulo con una tercera parte que aspira a sustituir a la segunda en cuanto se
presente la oportunidad y la ocasión.
Dos millones
de canarios siguen con pasión y capítulo tras capítulo un culebrón que a poco
que nos descuidemos va a durar más que “Simplemente María” y “Ama Rosa” juntas.
A diario se preguntan de dónde saca tanta paciencia como demuestra la segunda
parte y concluyen que si el santo Job gastara picadura y militara en el PSOE ya se
le habría rebosado la cachimba hace tiempo y habría decidido que es mucho mejor vivir
solo que mal acompañado.
El nuevo
capítulo de la saga que protagoniza esta desavenida pareja tiene como argumento
principal un impuesto que está dando más guerra que los diezmos y primicias de
la Iglesia y del que tengo la sensación que se lleva hablando desde la última
glaciación sin que la madeja se desenrede. Disgustada la segunda parte con los
criterios de la primera para gastarse las perras del impuesto, se ha levantado
de la mesa del salón y ha dado un portazo alto y fuerte.
Yo, ciudadano al que le gusta estar al cabo de la calle y que ha seguido con atención digna de mejor causa las interminables discusiones de la pareja en cuestión, soy incapaz de predecir si esto que suena es devuélveme el rosario de mi madre y quedate con todo lo demás, lo tuyo te lo envío cualquier tarde, no quiero que me nombres nunca más. Tengo para mi que es más bien un si te quieres dir dite, que yo no te juleo respondido por un échame si te atreves que yo de aquí no me meneo. Y así, pasando y pasando el tiempo, la relación de nuestra pareja se parece cada día más al cruce de un diálogo de los hermanos Marx con una canción de Pimpinela.
Yo, ciudadano al que le gusta estar al cabo de la calle y que ha seguido con atención digna de mejor causa las interminables discusiones de la pareja en cuestión, soy incapaz de predecir si esto que suena es devuélveme el rosario de mi madre y quedate con todo lo demás, lo tuyo te lo envío cualquier tarde, no quiero que me nombres nunca más. Tengo para mi que es más bien un si te quieres dir dite, que yo no te juleo respondido por un échame si te atreves que yo de aquí no me meneo. Y así, pasando y pasando el tiempo, la relación de nuestra pareja se parece cada día más al cruce de un diálogo de los hermanos Marx con una canción de Pimpinela.
Fidel ante la historia
Los juicios
apresurados tienen el riesgo de terminar en sentencias injustas y el buen jugador
debe templar la pelota antes de repartir juego. Juicios con sentencias apresuradas condenando o absolviendo a Fidel
Castro hemos podido leer decenas este fin de semana, pero que intenten al
menos ser ecuánimes y tener en cuenta agravantes y atenuantes sólo unos pocos. Habida cuenta de que hay mucha gente que
sólo sigue viendo en Fidel un dechado de virtudes políticas y humanas, cabe
aclarar de antemano que, bajo mi punto de vista, el mandatario muerto ha sido
un autócrata que durante más de cinco décadas ha sojuzgado las libertades
políticas y los derechos humanos de todo un pueblo, el cubano.
Y eso, por
mucho que se quiera, no se puede obviar ni justificar con la excusa de las
circunstancias históricas, la resistencia ante el imperialismo estadounidense o los
avances innegables en sanidad o en alfabetización registrados en Cuba. Porque los
derechos sin pan son tan inútiles e injustos como el pan sin derechos y, por
desgracia para ellos, los cubanos llevan más de medio siglo sin que les sobren
de ninguna de ambas cosas. Castro no fue un demócrata no porque no le dejaran
los Estados Unidos sino porque no quiso serlo.
La leyenda
trenzada en torno a su numantina resistencia ante Estados Unidos se tambalea cuando se recuerda que no tuvo reparos a la hora de entregarse con armas y
bagajes al imperialismo soviético, tan
expansionista e intervencionista como su contrario. Con la ayuda muy interesada
por razones geoestratégicas de la Unión Soviética, Castro apoyó las guerrillas
latinoamericanas y africanas que – es justo reconocerlo – pusieron sobre el tablero
internacional las miserables condiciones de vida en muchos de esos países y
alimentaron esperanzas entre millones de desposeídos de todo el mundo. El líder
cubano encabezó también un movimiento de países falsamente “no alineados” que, sin embargo, estaba mucho más cerca de las posiciones de Moscú que de las de Washington y que se usó de forma permanente como
caja de resonancia de la política internacional soviética.
Con todo ello
y con su innegable destreza para la estrategia política, el comandante
consiguió distraer la atención y mantener a raya a su
poderoso vecino mientras se perpetuaba en el poder hasta que la muerte lo ha separado definitivamente
de él. Fue esa gigantesca e influyente proyección internacional y su innegable carisma, devenido en mito revolucionario mundial, el que le granjeó a Fidel las simpatías y el
apoyo acrítico de una izquierda occidental y de una burguesía nacionalista que,
sin embargo, no dudó en mirar para otro lado y hacer oídos sordos ante la
vulneración constante de las libertades y de los derechos humanos en Cuba.
Era la izquierda que pedía esas mismas libertades para los españoles pero que, mientras escuchaba y cantaba las canciones de Silvio Rodríguez o Pablo Milanés, no tenía nada que reivindicar para los cubanos, salvo tal vez que Fidel no muriera nunca. Y lo sé bien porque yo, como muchos otros, nunca quisimos dar crédito a las noticias sobre torturas, purgas, ejecuciones y destierros en Cuba ni creímos que debiera haber otro partido que no fuera el comunista o que debiera existir libertad de expresión y de prensa. Todo eso se tenía por burda propaganda yanki o en el mejor de los casos por decisiones dolorosas pero inevitables para defender la revolución de sus enemigos internos y externos.
Con todo, la muerte de Fidel Castro no es el fin del castrismo, al menos mientras su hermano Raúl mantenga las riendas del poder en sus manos. Por mucho que la presidencia que asumió hace diez años haya supuesto alguna tímida apertura política y económica, no hay ningún elemento de juicio que permita atisbar cómo será el futuro de la isla cuando Raúl Castro, que ya no es un jovencito llegado de Sierra Maestra, también desaparezca del escenario político. Por otro lado, la presencia de un personaje como Donald Trump al frente de los Estados Unidos abre si cabe más incógnitas sobre la posibilidad de que los cubanos puedan avanzar de manera pacífica hacia un régimen político abierto en el que se respeten los derechos humanos y las más elementales libertades políticas y hacia una economía menos dependiente del exterior y capaz de satisfacer las necesidades del país. Aunque sí hay un riesgo cierto y es que, con la excusa de la necesaria democratización del régimen político, Cuba cambie su dependencia actual de China y Venezuela por la de Estados Unidos como ocurría hace casi seis décadas.
“La historia me absolverá”, dijo Fidel en su defensa cuando fue juzgado por el fracasado asalto al cuartel Moncada en 1953. Con sus luces y sus muchas sombras, la historia ya considera a Fidel desde hace tiempo una figura política clave e irrepetible en el devenir de la segunda mitad del siglo XX y no es – o no debería ser – función de los historiadores condenar o absolver a nadie. Esa es potestad exclusiva de los pueblos y son por tanto los cubanos, a la luz de la historia de más de cinco décadas de castrismo con todas sus consecuencias, los que tienen la última palabra.
Vino un chino
Si por una
escala de unas horas ha faltado el canto de un pelo para nombrar al presidente
chino hijo adoptivo, por una visita de verdad le hubieran encargado el pregón
de las próximas fiestas del Pino. Aún dudo si elegir la carpeta de lo
esperpéntico, la de lo ridículo o la de lo patético para clasificar algunas reacciones
mediáticas y políticas con motivo del rato que ha estado Xi Jimping en Gran
Canaria mientras su nutrido séquito echaba una cabezada y le ponía queroseno al
avión antes de continuar rumbo a casa. De todo eso un poco creo que ha habido
en las carantoñas dispensadas al Gran Timonel quien, seguramente,
habrá tenido que pedir ayuda a alguno de sus asesores para que le señalara en el mapa el lugar del mundo en el que tenía el honor de sentar sus posaderas.
Uno comprende
que haya gente a la que se le hacen los ojos chiribitas pensando en que si una
pequeñísima parte de los 1.300 millones de chinos que hay en China se le ocurre
hacer turismo en Canarias, petamos los hoteles hasta en los años bisiestos y
tendríamos que construir un resort con spa a los pies del Roque Nublo. También
es de humanos soñar con grandes negocios portuarios a lomos del comunismo
capitalista chino, que va por África y Latinoamérica arramblando con las
materias primas para mantener sus chimeneas fabriles expulsando humo negro las
24 horas del día.
Todas esas
ensoñaciones podrían tener alguna posibilidad de convertirse en realidad si al
menos la escala hubiera sido una visita y la misma hubiera tenido una cobertura
mediática internacional. Sin embargo, no me consta que, además del equipo
médico habitual de la televisión comunista china y el Diario del Pueblo,
figuraran en la expedición corresponsales del New York Times, el Times o el
Pravda. Incluso tengo para mi que el propio presidente andaba un tanto azorado
ante el desparrame político y mediático local que le acompañó desde su llegada
hasta su marcha. Si se fijan bien en la foto en la que aparece repatingado en
una silla a dos prudenciales metros de la vicepresidenta Sáenz de Santamaría de chaqueta políticamente correcta, notarán un gesto de incredulidad ante lo que ven sus ojos.
Tal vez por
eso se dignó dejar un piropo sobre lo buenas que estaban las papas con mojo y los hermosos paisajes de la
isla. Lo cual tiene mucho mérito si consideramos el hecho que
todo el paisaje que pudo ver fue el del
aeropuerto al hotel, vergel de belleza sin par como todos sabemos. Es una
lástima que viniera en régimen de todo incluido y no saliera del hotel para darse una vuelta por
los múltiples centros comerciales próximos y comprara unos turrones de La Moyera y una botellita de ron miel para brindar
con los camaradas en Pekin.
Y hablando de
camaradas, lo que sí he echado en falta entre tanta loa al Amado Líder sin
boina es algún artículo, declaración o comentario alabando el escrupuloso respeto a los
derechos humanos y a las libertades políticas que preside la ejecutoria del
Partido Comunista de la República Popular China. Pero no nos pongamos
exquisitos y confiemos en que la próxima vez que Evo Morales haga escala en
Canarias reciba el mismo tratamiento que Jimping, porque en la anterior el pobre presidente
boliviano estuvo a punto de dormir en el cuartelillo con poncho y todo.
Violencia machista: una lucha titánica
Si con motivo
de la celebración mañana del Día contra la Violencia de Género erizara este
post de fríos porcentajes no me quedaría satisfecho. Y no por falta de materia
prima sino por gélido. Estadísticas sobre el drama social de la violencia
machista hay en cantidades industriales, pero apenas dicen nada del sufrimiento
y la humillación por el que pasan las mujeres víctimas del machismo del que
muchas no sobreviven para contarlo; o si han tenido el valor de contarlo y
denunciarlo tampoco terminan de sentirse completamente liberadas y a salvo. Me
podría detener a especular sobre si el incremento de las denuncias por malos
tratos se debe a que hay más casos, a que se denuncian más ahora o a ambas causas.
Del mismo modo podría explayarme largo y tendido sobre el ambiente familiar, la
escuela, el entorno o las redes sociales para intentar comprender cómo es
posible que, después de años de campañas de mentalización, aumenten los casos de
violencia de género entre los jóvenes.
Pero nada de
eso me satisfaría porque supondría quedarse meramente en los síntomas. Porque
síntomas de un problema mucho más profundo y enquistado durante siglos son las muertes, los malos tratos, las denuncias, la
carencia de sensibilidad a veces por parte de quienes tienen la obligación de aplicar
la ley o el acoso y la violencia entre menores. Al final, esos comportamientos y
otros muchos que podríamos traer a colación no son otra cosa que la expresión
de una cultura pensada y dominada por y para los hombres y en la que las mujeres figuran apenas como elementos del decorado social.
No quiero
decir que no sean importantes los datos ya que nos fotografían el instante y la
evolución del problema del que, no obstante, no pueden ser otra cosa que el
reflejo y no siempre muy fidedigno de la causa. Y la razón por la que a veces
se nos viene el alma a los pies y nos preguntamos cómo es posible que sigan
muriendo mujeres a manos de sus parejas o de sus ex parejas después de tantos
años de lucha, de campañas, de leyes y de condenas es que la
tarea es titánica y agotadora y los avances siempre decepcionantes con respecto
a las expectativas y a la gravedad del drama.
Pero, aunque a
pequeños pasos, se avanza. Porque avance esperanzador ha sido que todos los
partidos políticos con representación en el Congreso hayan acordado impulsar un
gran pacto de Estado para reforzar la lucha contra la violencia sobre las
mujeres. Incluye el acuerdo adecuar la Ley Integral de Violencia de Género en
vigor desde 2004 y que va necesitando ya una puesta al día. Así por ejemplo, el
fenómeno de las redes sociales como canal de circulación de nuevos tipos de
violencia sobre las mujeres, no tenía entonces ni de lejos la dimensión y la
penetración que ha alcanzado en los últimos años entre amplias capas de la
población, principalmente entre jóvenes y menores.
Son esos pasos y otros similares los que nos van acercando al objetivo, bien es verdad que de manera mucho más despacio de lo
que nos gustaría. Sin embargo, hay que recordar que las investigaciones de los historiadores sociales han puesto de
manifiesto que las mentalidades más arraigadas pueden tardar muchas décadas en evolucionar hasta desaparecer
por completo y el machismo es probablemente una de la más incrustadas de todas en los genes masculinos.
Conviene por tanto que seamos conscientes de que la lucha es larga y dolorosa y que hay que ser muy perseverante para que llegue el día en el que esta vergüenza humana que llamamos violencia machista figure sólo en los libros de Historia como una de las peores expresiones, si no la peor, de la condición masculina. A pesar de las derrotas y del cansancio, mañana, pasado y al otro tenemos que seguir aportando nuestro esfuerzo en nuestros respectivos ámbitos para hacer realidad que ellas y nosotros somos seres humanos merecedores de la misma dignidad, del mismo trato y de los mismos derechos.
Conviene por tanto que seamos conscientes de que la lucha es larga y dolorosa y que hay que ser muy perseverante para que llegue el día en el que esta vergüenza humana que llamamos violencia machista figure sólo en los libros de Historia como una de las peores expresiones, si no la peor, de la condición masculina. A pesar de las derrotas y del cansancio, mañana, pasado y al otro tenemos que seguir aportando nuestro esfuerzo en nuestros respectivos ámbitos para hacer realidad que ellas y nosotros somos seres humanos merecedores de la misma dignidad, del mismo trato y de los mismos derechos.
Rita y la desmesura
No está la
mesura entre las virtudes nacionales. Ni siquiera ante la muerte somos capaces
de guardar las formas y separar el respeto por la persona fallecida de nuestra
consideración sobre lo que hiciera o dijera en vida. Con el difunto aún de
cuerpo presente nos lanzamos sobre él para elevarlo a los altares o enviarlo a
los infiernos. No hay termino medio, o blanco o negro, o santo o demonio. Tras la muerte esta mañana de Rita Barberá
víctima de un infarto, en apenas minutos los instintos más primitivos se
impusieron a las más elementales normas de educación, respeto y cortesía.
Las
redes sociales se llenaron inmediatamente de mensajes denigrantes para la
fallecida a la que, después de muerta, se la ha linchado a placer y en la
inmensa mayoría de las ocasiones desde el anonimato más cobarde. Si quieren
estomagarse de veras echen un vistazo a los comentarios que acompañan las
informaciones sobre el fallecimiento de Barberá en las ediciones digitales de
los medios. Aquellos a quienes la sensibilidad y la consideración hacia la vida
humana les sigan pareciendo valores a preservar y ejercer sentirán ganas de
vomitar. Yo las he sentido.
El lamentable despropósito empezó muy de mañana en
las filas del propio PP, el partido al que Barberá perteneció hasta el otro día
y que la dejó caer después de haberle hecho la ola y defenderla hasta la
extenuación. Escuchando esta mañana a algunos dirigentes populares nadie diría
que Barberá ya no era militante del PP y que no estaba siendo investigada en el
Supremo por presunto blanqueo de dinero. Confundiendo también que el reproche ético y político del que era merecedora Barberá por aferrarse al cargo a pesar de su situación judicial nada tenía que ver con el respeto a su presunción de inocencia, algunas como Celia Villalobos no dudaron en caer el más absoluto de los despropósitos al acusar a la oposición y a los medios de “haberla matado”.
Escuchando sandeces de ese
calibre es legítimo preguntarse porqué el partido la forzó a irse al Grupo Mixto
del Senado y porquá la trató como una apestada si Rita Barberá era el crisol de
las virtudes políticas de este país. O quienes piensan como Villalobos son unos
cínicos redomados o en el PP hay mucha mala conciencia que ahora intentan calmar otorgándole a Barberá la palma
del martirio.
Pero así como
no es de recibo pretender convertirla en una santa tampoco lo es enviarla al
averno faltándole al respeto más elemental a quien ha desaparecido para
siempre. El desplante de Pablo Iglesias y los suyos ausentándose del Congreso cuando
se guardaba un minuto de silencio en recuerdo de una persona que formó parte de
las Cortes, es una nueva prueba de que, para Podemos, todo aquello que sirva
para acaparar protagonismo mediático debe hacerse. Interpretar el minuto de silencio
como un homenaje político a Barberá denota mezquindad, soberbia, torpeza y desprecio por
parte de alguien que no tiene en cambio empacho alguno en apoyar y ensalzar a
personajes como Arnaldo Otegui.
Barberá no pasará a la historia como un dechado de virtudes políticas, eso nadie lo podrá discutir, y nadie con dos dedos de frente puede pretender tampoco que no se la criticara incluso con dureza por ello y se pidiera que se apartara de la vida pública. Pero hasta esta mañana antes de morir Rita Barberá era inocente de los cargos por los que estaba siendo investigada y ahora que ha muerto sólo corresponde expresar el pésame a sus allegados. Todo lo demás, sea para canonizarla o para condenarla, es desmesura y despropósito en un país en el que sigue habiendo demasiada gente y demasiados políticos que hasta de la muerte hacen un discurso electoral.
Pensión Báñez
Sanidad,
educación y pensiones públicas son los tres elementos que definen y
caracterizan un estado del bienestar acosado en la actualidad por el
neoliberalismo con la impotencia e incluso la connivencia a veces de la
socialdemocracia que lo engendró y desarrolló. En España somos testigos y
víctimas de los recortes en sanidad y educación a mayor gloria del sagrado
déficit público que sigue presidiendo la política económica. Las
pensiones no han sido ajenas a esa realidad: primero con la ampliación de la edad de
jubilación aprobada por Zapatero y luego con la desvinculación entre
revalorización anual de las pensiones e IPC con Rajoy al frente del Ejecutivo. Sin
contar otras medidas como el factor de sostenibiliad que vincula la cuantía de
la pensión a la esperanza media de vida que aún no han entrado en vigor.
Sin embargo,
el problema principal para el futuro de las pensiones no es que se viva
demasiado tiempo después de jubilarse o que el incremento anual haga
insostenible el sistema. El problema era
y sigue siendo el empleo y los salarios, por los suelos ambos desde el comienzo
de la crisis. En cierto modo lo ha venido a reconocer hoy la ministra Báñez en
su comparecencia ante la Comisión del Pacto de Toledo del Congreso. En su
diagnóstico de la situación ha admitido que el 70% del déficit que padece la
Seguridad Social se debe a la caída del empleo en los años más duros de la
crisis.
Si entre las
virtudes de Báñez figurara la autocrítica tendría que haber explicado la razón por
la que el descenso del paro en los últimos meses no ha enderazado la situación.
Primero el PSOE y después la propia Báñez son los responsables de sendas
reformas laborales que facilitaron el despido y la depreciación salarial,
causas centrales del déficit que sufre hoy la Seguridad Social y de las
telarañas que en un año como mucho empezará a criar una hucha de las pensiones
que la ministra se ha pulido sin prisas pero sin pausa. Además de olvidarse de
que lleva cuatro años en el ministerio y de que alguna responsabilidad tendrá
en la incertidumbre que reina sobre el futuro de las pensiones, Báñez ha
propuesto tres medidas de las que no se puede decir que sean ni originales ni
suficientes para que efectivamente el sistema no quiebre.
En primer
lugar – y obviando una vez más el mea culpa – propone dejar de pagar con cargo
a la Seguridad Social y cargar a los presupuestos del Estado las tarifas planas
para la contratación indefinida que con tanto entusiasmo ella misma ha
defendido durante todos estos años. Y eso a pesar del contrasentido que supone
aprobar una reforma que dispara la temporalidad laboral y luego dar dinero público
a los empresarios para que conviertan los contratos temporales en indefinidos.
En segundo lugar propone lo que muchos expertos vienen sugiriendo desde hace
años: cargar también a los presupuestos las pensiones de viudedad y orfandad.
Por último ha lanzado una advertencia a navegantes para que los autónomos
paguen más a la Seguridad Social, eso sí, de forma voluntaria, al menos por
ahora.
De la posibilidad, por ejemplo, de tocar al alza algunos tramos altos del IRPF para financiar las pensiones ni una palabra le hemos escuchado hoy a una ministra que dedicó buena parte de su comparecencia a autoalabarse. Pero el PP ya no tiene mayoría absoluta y, de hecho, la presencia hoy de Báñez ante la Comisión del Pacto de Toledo es una consecuencia de ello. Es por tanto el momento de que la mayoría social y política de este país se ponga de acuerdo para garantizar la sostenibilidad del sistema y la dignidad de las pensiones de quienes, después de una vida de esfuerzos y aportaciones, tienen derecho a disfrutar de una jubilación sin sobresaltos económicos. En otras palabras, es el momento de un gran pacto de estado en el que caben todos los que de verdad creen que el estado del bienestar es algo más que un bonito concepto para utilizarlo en los mítines.
Piel de elefante
De Mariano
Rajoy ha dicho hoy Ángela Merkel que, como dicen en Alemania, “tiene piel de
elefante". Creo que Merkel no podía describir mejor y con menos palabras el
carácter político de su admirado presidente del Gobierno español, el político
más fiel y cumplidor de sus medidas de austericidio que podía encontrar en la
Unión Europea. Mariano Rajoy es un paquidermo - grupo de mamíferos herbívoros, de tamaño y peso grandes y con la piel gruesa y dura que incluye elefantes o hipopótamos - al que las críticas, por muy
duras y fundamentadas que sean, literalmente le resbalan. Incluso las que
proceden de su entorno político más próximo, pocas pero aceradas como las que
suele hacer a veces la lideresa Aguirre, le producen poco más que un leve
cosquilleo.
Los ataques por la corrupción y de la que con seguridad sabe mucho más de lo que aparenta, son para él pequeños tábanos que despacha con un displicente “todo es falso salvo algunas cosas que están ahí” y sigue rumiando tranquilamente. Si las críticas tienen que ver con sus inmisericordes recortes a mayor gloria de su admiradora Merkel, el efecto no es mayor que el de una leve pluma posándose sobre su piel de paquidermo. Y si se le acusa de prometer una cosa y hacer la contraria el color de su piel sigue siendo exactamente el mismo: jamás veremos ponerse colorado a Rajoy porque alguien le eche en cara haber mentido a todo el país. Expresar sentimientos y estados de ánimo no está en sus genes políticos y por tanto no tiene reflejo alguno en su epidermis, salvo que le den una galleta como en Pontevedra.
Rajoy tampoco
cometerá nunca el error de entrar en una cacharrería y ponerlo todo patas
arriba. Él esperará en la puerta a que salgan sus rivales y dejará que den
vueltas a su alrededor hasta que terminen agotados y se rindan. Entonces
actuará como un paquidermo: lenta y pesadamente pero con el convencimiento de
que su movimiento será inexorable. Porque Rajoy no sólo tiene la piel de un
elefante sino que actúa como uno de ellos. Apenas se mueve si no es por comida
y cuando lo hace sus pasos son cortos y premiosos pero seguros.
Su posición
favorita es la inmovilidad absoluta, sabedor de que el movimiento alocado
termina en mareo o en algo peor. Si buscan un ejemplo piensen en lo que ha
pasado este año y en las vueltas que se han dado en este país después del 20 de
diciembre de 2015 para que el final el presidente del Gobierno siga siendo el
mismo político de piel de elefante que hoy ha piropeado Merkel. Su naturaleza
inmovilista y calculadora y su inmunidad a las críticas más hirientes le llevaron
a camuflarse con el paisaje y a esperar que el desgaste de sus rivales le
sirviera el triunfo en bandeja y sin coste político alguno.
Al contrario,
su piel se ha endurecido más si cabe y se ha vuelto mucho menos
vulnerable de lo que lo era hace un año. Si a todo eso unimos un electorado
altamente fiel para el que la corrupción sólo son maledicencias de la oposición
y los injustos recortes medidas dolorosas pero necesarias, es fácil comprender la
razón por la que Rajoy es la envidia de la fauna política de dentro y de fuera
de nuestras fronteras.
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