Vegueta: el Nuevo Mundo empieza aquí

Esta semana les quiero proponer un pequeño tour fotográfico a través de un barrio muy especial para quienes nacimos o vivimos en Las Palmas de Gran Canaria. Hablo del barrio de Vegueta, cuna y corazón de esta ciudad desde su fundación en 1478. En Vegueta se congregó hasta bien entrado el siglo XX el poder económico, político y religioso de Canarias así como de la ciudad que, a partir de principios del pasado siglo, empezó a desbordar sus límites originales y a extenderse hacia el sur y hacia el norte hasta conformar la urbe que es hoy. Ese hecho histórico hace que en un espacio relativamente pequeño se concentre una gran cantidad de pequeñas iglesias, casas palaciegas y suntuosos edificios como los de la catedral o la Audiencia provincial. 

Cabe subrayar que la arquitectura empleada en la conformación de este barrio singular fue trasladada pocos años después a las ciudades que los españoles fueron construyendo en el continente americano a partir del descubrimiento. De ahí el título del post, en el sentido de que barrios como el de Vegueta sirvieron en gran medida de modelo para la urbanización americana. 

El recorrido por Vegueta debe hacerse a pie, en primer lugar porque la práctica totalidad del barrio es peatonal y, además, porque no hay manera mejor de conocerlo bien de cerca. Es un paseo agradable, de suaves pendientes, que se puede realizar con toda tranquilidad en una mañana. Si se quiere conocer más de cerca el barrio es inexcusable una detenida visita a la catedral de Santa Ana, al Museo de Arte Diocesano o a la Casa Museo Colón. En definitiva, los rincones de Vegueta están llenos de historia y caminar por sus silenciosas calles es un placer del que muchos lugareños no nos privamos siempre que podemos. 

Como no quiero hacer demasiado largo este post y centrarlo en las fotografías del barrio, al final adjunto algunos enlaces con más información sobre la historia y sobre lo que se puede ver y hacer en este histórico barrio de Las Palmas de Gran Canaria.

Plaza de Santa Ana
Plaza de Santa Ana con las Casas Consistoriales al fondo
Rincón de Vegueta
Plaza de Santo Domingo
Casa de Colón
Plaza de San Agustín (Audiencia Provincial)

Calle de Los Balcones
Puesto del Mercado Municipal de Vegueta
Obispado de Canarias
Vista de la Plaza de Santa Ana y de los barrios de San Juan y Schaman desde la azotea de la catedral
Vista del barrio de San Nicolás desde la azotea de la catedral
Vista al mar desde la azotea de la catedral
Barrio de Vegueta y campanario de la iglesia de San Francisco de Borja
Vista general de Vegueta y la catedral
Catedral de Santa Ana
Catedral de Santa Ana
Vista nocturna de la catedral de Santa Ana
Vista del interior de la catedral de Santa Ana
Vista del interior de la catedral de Santa Ana
Casas de la calle Reyes Católicos
Fachada lateral del Mercado Municipal de Vegueta
Fachada de la catedral desde la plaza de Santa Ana
Rincón de Vegueta
Uno de los perros que custodian la Plaza de Santa Ana
Rincón de Vegueta

Algunos enlaces para saber más sobre Vegueta...

Blog sobre Vegueta

Guía de Vegueta

eldiario.es

Espero que disfruten del paseo y de las vistas. Hasta la próxima...

Canarias y la inmigración: peor, imposible

Es muy difícil, por no decir imposible, encontrar aspectos positivos en la política migratoria del actual Gobierno español. En primer lugar, porque no existe nada que merezca ese nombre más allá de poner en práctica las mismas medidas que el gobierno anterior, solo que con menos diligencia y de forma mucho más chapucera. Para un Ejecutivo que llegó al poder presumiendo de sus intenciones y que sacó todo el rédito político que pudo a la crisis del Aquarius, - a cuyos pasajeros luego abandonó a su suerte -, no es como para estar precisamente orgulloso. 

Debido a diversos factores como el bloqueo de la inmigración en el Mediterráneo, la inestabilidad política y la sequía en el Sahel, Canarias viene recibiendo un flujo constante de inmigrantes irregulares a través de pateras y cayucos desde finales del verano de 2019. El fenómeno se mantiene con algunos altibajos hasta la fecha, sin que haya indicios de que irá remitiendo a corto o medio plazo. Ya entonces la situación amenazaba con colapsar el frágil sistema de acogida de Canarias, heredero venido a menos del que se organizó y funcionó razonablemente en la crisis de los cayucos de 2006, en la que arribaron a las islas por mar unos 35.000 inmigrantes irregulares. Por descontado, ni en aquellas cifras ni en las actuales se cuentan las miles de vidas perdidas en el mar persiguiendo el derecho a una vida mejor lejos del hambre, la enfermedad, la miseria y la guerra. 

Un sistema de acogida desmantelado

El sistema de acogida de 2006 se desmanteló casi en su totalidad, pensando tal vez que una llegada masiva como aquella no se repetiría jamás. Se equivocaron por completo aunque, para pasmo de los ciudadanos, el Gobierno anterior y el actual siguieron consignando una partida presupuestaria  para financiar los gastos del centro de internamiento de extranjeros de Fuerteventura. El pequeño detalle es que el centro llevaba cerrado varios años. 

Solo ese hecho, anecdótico si se quiere, pone por sí solo de relieve el desbarajuste que ha presidido la política migratoria en este país. Cuando la nueva oleada migratoria del otoño de 2019 empezó a encender todas las alarmas ante la situación humanitaria que se nos podía venir encima si no se actuaba, la reacción política fue literalmente la de mirar a otro lado y practicar la estrategia del avestruz. A pesar de las advertencias de las organizaciones no gubernamentales e incluso de representantes diplomáticos españoles conocedores de la realidad del Sahel, tanto el Gobierno de Canarias como el central hicieron oídos sordos: el mantra más repetido fue que el repunte de pateras era el habitual de todos los años por esas fechas y obedecía a las condicionales favorables para la navegación entre la costa occidental africana y las Islas; incluso cuando pasó el otoño y llegó el invierno y las condiciones del mar empeoraron, siguieron repitiendo el mismo argumento cada día más insostenible.

La culpa es del hombre del tiempo

La milonga alternativa en Canarias, Madrid y Bruselas era que había que ayudar al desarrollo de los países emisores de emigrantes, al tiempo que insistían en advertir del riesgo de que se produjeran fenómenos racistas y xenófobos si se hablaba demasiado del problema. Lo mejor por tanto era ponerle sordina al drama humanitario que iba tomando forma en los puertos de llegada de las pateras. En resumen, dijeron de todo pero no movieron un dedo para prepararse y actuar en consecuencia hasta que avanzado 2020 la cruda realidad acabó con sus ensoñaciones de políticos mediocres. 

Para cuando quisieron darse cuenta, el muelle de Arguineguín, en Gran Canaria, se había convertido en un inmenso campamento humano en el que llegaron a pernoctar en condiciones indignas y en plena pandemia de COVID-19 cerca de 4.000 personas. Las imágenes del hacinamiento que sufrían los inmigrantes día a día mientras continuaban llegando más, no tardaron en dar la vuelta al mundo e inundar las redes sociales. Sensibles como siempre a las críticas, los negligentes políticos que con su dejadez habían propiciado aquellas situación salieron por fin de su letargo y empezaron a actuar de prisa y corriendo. 

Sin embargo, de los tres centros de internamiento de extranjeros que había en las Islas solo funcionaba el de Tenerife y para entonces ya estaba desbordado. Otro tanto empezaba a ocurrir con los establecimientos para menores inmigrantes no acompañados, que tampoco daban más de sí. La mágica solución que encontró el inefable ministro del Interior fue levantar nuevos campamentos en otros puntos de Canarias y utilizar instalaciones militares abandonadas para dar acogida a los inmigrantes. Todo esto después de una bochornosa descoordinación entre los ministerios de Interior, Defensa y Migraciones que vino a agravar más el problema.

Canarias, cárcel flotante en el Atlántico

Cuando el Gobierno socialista de Canarias se percató de que sus compañeros del Gobierno central no tenían ninguna intención de derivar inmigrantes a otras comunidades autónomas para aliviar la situación en las Islas, el presidente autonómico cambió de discurso y adoptó un tono de enfado impostado que ni entonces ni ahora ha conseguido convencer más que a los suyos. En medio de la crisis, con miles de personas durmiendo al raso en un muelle pesquero, el ministro Escrivá dijo en sede parlamentaria que visitaría las Islas cuando encontrara "holgura" en su agenda, lo que indignó aún  más a la opinión pública insular. Y para coronar la cadena de despropósitos, el ministro Marlaska se negó a derivar inmigrantes alegando que la UE lo prohíbe, algo que Bruselas solo tardó unas horas en desmentir con rotundidad. Así las cosas, ¿qué podía salir mal?

La situación actual sigue siendo igual de mala e incluso más preocupante desde el punto de vista social. Ante la presión, Interior accedió finalmente a derivar a inmigrantes a la Península, pero lo hizo de una forma tan poco transparente y chapucera, abandonando a estas personas a su suerte en varias ciudades españolas, que lo único que consiguió fue diseminar el problema. En Canarias, del "campamento de la vergüenza" de Arguineguín se ha pasado a otro como el de Barranco Seco en el que las condiciones de vida son similares y el respeto a los derechos de estas personas vuelve a brillar por su ausencia. Grupos de menores no acompañados han sido alojados en instalaciones de pequeñas ONGs que apenas tienen capacidad para atenderlos y otros 4.000 inmigrantes residen en hoteles turísticos, ahora vacíos por la pandemia.

Una situación explosiva
La crisis social y económica que vive un archipiélago como este, dependiente en alto grado del turismo, se ha convertido así en el escenario ideal para la tormenta perfecta y caldo de cultivo para que, a las primeras de cambio, aparezcan brotes de racismo y xenofobia. Las redes sociales que difunden altercados callejeros en los que intervienen inmigrantes hacen de mecha incendiaria de una situación cada vez más explosiva. 

Lo lógico y razonable sería incrementar las derivaciones y aumentar los medios materiales y humanos y los acuerdos bilaterales para repatriar a aquellos que alteren el orden público o no tengan derecho a asilo o refugio. En paralelo es necesario arbitrar soluciones para la situación de los menores, más allá de confiárselos a alguna ONG con buena voluntad pero escasa capacidad de gestión. Esto de manera inmediata antes de que se extienda más la percepción cierta de que el Gobierno central y la UE tienen la indisimulada intención de convertir a Canarias, y en particular a Gran Canaria, en una suerte de nueva Lesbos o Lampedusa en el Atlántico. 

Después habrá que exigir a Bruselas que de una bendita vez se plantee algún tipo de política migratoria que permita regular y ordenar unos flujos humanos que seguirán operando haya o no vías legales para hacerlo. A la vista está el fracaso de la política de pagar a países poco amigos de respetar los derechos humanos como Turquía o a estados fallidos como Libia, a cambio de que frenen la llegada ilegal por mar de personas a suelo comunitario. 

Lo que no se puede hacer es actuar como malos bomberos que llegan al incendio cuando el fuego se ha descontrolado a pesar de haber sido alertados con tiempo más que suficiente. Porque eso es justamente lo que hicieron los Gobiernos de Madrid y de Canarias mientras en la UE miraban a los celajes. Debieron actuar con prontitud ante el fenómeno pero prefirieron encomendarse al hombre del tiempo a ver si escampaba solo. Esperemos que todavía no sea demasiado tarde para enmendar tanta incompetencia. 

La Ruta de las Presas, un paisaje para el recuerdo

Hoy quiero invitarles a recorrer fotográficamente conmigo la llamada Ruta de las Presas de La Aldea, que discurre por el barranco que lleva el nombre de esta localidad situada al oeste de la isla de Gran Canaria. Antes de continuar aclaro para quienes no lo sepan que "presa" es el nombre con el que se conocen habitualmente en la isla los embalses de grandes dimensiones, en los que se almacena agua de lluvia para el riego y el consumo humano. 

Si recuerdan, en el anterior post fotográfico, en el que hablamos de la vertiginosa carretera de La Aldea, nos quedamos justo a las puertas de este municipio agrícola, cuya economía se sustenta fundamentalmente en el cultivo en invernaderos de tomates y otras hortalizas. La producción se destina a la exportación a los mercados británico y holandés y al consumo local. 

La Ruta de Las Presas arranca en el mismo pueblo, si bien también se puede hacer en sentido contrario partiendo desde la localidad de Artenara, en la cumbre de Gran Canaria. El barranco por el que discurre conforma un paisaje árido, casi exento de vegetación y con abundantes y profundos desfiladeros. Precisamente son esas características las que otorgan todo su encanto a la ruta, que transcurre por una carretera asfaltada pero estrecha y muy sinuosa. Aunque esta vallada, conviene extremar la precaución en las curvas y cuando se circula por el borde mismo de una de las grandes presas que encontramos a nuestro paso. 

Después de salir del pueblo de La Aldea, las presas que nos vamos encontrando son, por este orden, las de Caidero de la Niña, El Siberio, El Parralillo y Candelaria. Entre todas suman más de 11 millones de metros cúbicos, con las de El Parralillo y El Siberio como las de mayor capacidad por ese orden. En estos momentos y después de la lluvias que dejó a su paso por Canarias la borrasca Filomena se calcula que tienen almacenada en torno al 44% de su capacidad. 

Es recomendable tomarse la ruta con calma para recrearse en el paisaje y descansar de la conducción, que puede llegar a ser cansina por la casi interminable sucesión de curvas. Además de fotos de las presas acompaño otras del barranco para que se puedan hacer una idea de cómo es este paraje singular de la isla de Gran Canaria. Espero que se animen y la disfruten. Hasta pronto...



La pandemia y la enésima crisis del periodismo

Va este post de la enésima crisis que según dicen vive el periodismo, en esta ocasión a propósito de la pandemia del COVID - 19 y que, según parece, será la mortal y definitiva para esta controvertida profesión. Se me debe entender la ironía cuando hablo en estos términos, porque lo que quiero decir es que, desde mi punto de vista, el periodismo está en crisis desde mucho antes de que yo tuviera uso de razón periodística y de la otra. No pretendo afirmar que la crisis actual no sea preocupante e incluso muy preocupante, puede que hasta la más preocupante con respecto a todas las anteriores. Pero conviene siempre relativizar un tanto las afirmaciones demasiado contundentes, no vaya a ocurrir que echando la vista atrás encontremos que el periodismo, igual que la docencia o la medicina, han sufrido otras crisis que en su momento se pensó serían también las últimas y definitivas y luego resultó no ser así. 

Bien es verdad que esas otras crisis históricas cambiaron sustancialmente la profesión, como con toda seguridad la cambiará también la crisis actual, aunque ya veremos en qué dirección y si para bien o para mal. No obstante, al menos hasta ahora, el periodismo ha sabido "reinventarse", como se dice actualmente, y ha terminado sobreponiéndose a tiempos adversos de todo tipo, desde guerras a gravísimas crisis políticas y cambios tecnológicos. Todos esos cambios marcaron un antes y un después en la profesión al poner literalmente patas arriba los esquemas heredados de la etapa anterior a la crisis.

Los bulos de toda la vida 

Ahora se habla mucho del peligro que representan las "fake news" para el periodismo, como si desde los comienzos de la profesión no hubieran existido lo que en español siempre ha tenido una denominación clara y precisa: bulos. De manera que no es un peligro nuevo sino una excrecencia que viene de antiguo pero que nunca ha impedido que haya habido y haya medios que basan su credibilidad en la fidelidad a los hechos. Por tanto, también a esos defectos congénitos ha sobrevivido el periodismo a lo largo de los años y ha llegado hasta nuestros días con sus innegables achaques pero ni mucho menos próximo a la defunción. 

A lo que históricamente más le ha costado sobreponerse hasta la fecha, sin conseguirlo nunca del todo, ha sido a los poderes económicos y políticos que han entendido el periodismo únicamente desde el exclusivo punto de vista de sus intereses, constituyendo casi siempre las dos caras de una misma moneda. Si lo pensamos bien, la delicada salud del periodismo actual responde una vez más a ese binomio que forman los intereses económicos y los intereses políticos, así que tampoco en este terreno hay nada nuevo bajo el sol.

Las redes sociales o la selva de la desinformación 

Lo que sí es nuevo es el fenómeno de las redes sociales, un elemento que ha venido para quedarse y que está distorsionando seriamente la profesión periodística tal y como la hemos conocido hasta la fecha. No descubro la pólvora si afirmo que las redes no han resultado ser lo que los más idealistas vaticinaron que serían, una especie de plaza pública mundial en donde departir democrática y pacíficamente sobre todo tipo de asuntos, desde los más conspicuos y serios a los más banales o lúdicos; al final han derivado en campos de batalla ideológica, polarización política, bulos, falsedades, insultos y no poca trivialidad.

Hoy son millones de personas en todo el mundo las que se "informan" solo a través de las redes y que nunca han tenido o ya han perdido el hábito de acudir a los medios convencionales para "estar al día" de lo que pasa en su ciudad, en su país o en el mundo. Esas personas se fían mucho más de lo que les llega a través de cadenas de Whatsapp o de lo que leen en las redes, sea cierto o inventado, que de lo que publican los periódicos, la televisión o la radio. No digo que estos medios sean prístinos e inmaculados y no respondan también a intereses económicos y políticos. Sin embargo, deben pasar algunos filtros de veracidad que en las redes han desaparecido y, además, todo el mundo sabe más o menos de qué pata ideológica o económica cojeaba cada cual. Ahora, todo eso casi ha desaparecido en las redes, convertidas en la selva tropical de la desinformación, ajenas además a cualquier mínima regulación que prevenga contra el odio, el racismo o la violencia que circulan por ellas.

Los hechos son sagrados, la opinión es libre 

Y es a esas selvas a las que deben acudir los medios tradicionales para buscar audiencia y clientes, compitiendo con otros muchos buscadores de seguidores, cuanto más entregados mejor: empresas, gobiernos, partidos políticos, organizaciones de todo tipo legales e ilegales y millones de ciudadanos más o menos anónimos se baten el cobre a diario por un lugar, por pequeño que sea, bajo el sol de las redes. Para no desentonar con el ambiente general, en muchas ocasiones los medios se visten también con los ropajes propios del entorno: el sensacionalismo, el amarillismo, las falsedades, las mentiras y la mezcla descarada de opiniones y realidad. 

Por desgracia, el respeto a los hechos ha dejado de ser la línea roja que no se debería traspasar bajo ningún concepto: "los hechos son sagrados, la opinión es libre", dice un viejo principio periodístico que no siempre se ha cumplido. En épocas de grandes turbulencias económicas, políticas o sanitarias como la actual, es cuando más se suele ignorar algo que debería figurar con letras de oro en el frontispicio de todo medio de comunicación que se precie. Hemos llegado en cambio a un momento en el que los hechos no son la prioridad, sino la opinión sobre unos hechos que han sido manipulado e incluso inventados en no pocas ocasiones. Lo que cuenta es ante todo el "relato", una manera muy eufemística de hablar de la mentira o la falsedad, porque el objetivo no es tanto informar y valorar los hechos con la mayor ecuanimidad posible, sino "colocar el relato" económico o político que más interese en cada momento. 

Tres retos y un objetivo

Nadie tiene una varita mágica para saber cómo sobrevivirá el periodismo a esta nueva crisis, que ya está dejando secuelas importantes en la profesión. Su principal reto es recuperar al menos una parte de la credibilidad que ha ido perdiendo en aras de la rapidez irreflexiva en el mejor de los casos y en aras de intereses económicos y políticos por encima del deber de informar con veracidad y opinar con rigor. 

Para que eso ocurra deben darse algunos requisitos básicos, el primero de los cuales debe ser la dignificación profesional y laboral de los periodistas, en muchas ocasiones rehenes de la precariedad e inermes ante todo tipo de injerencias en su labor, desde las empresariales a las políticas. Se requieren empresas cuyo único objetivo no sea el legítimo beneficio económico, sino que estén investidas de un principio de responsabilidad sobre la insustituible tarea del periodismo de calidad en una sociedad democrática moderna. Y el tercer requisito y probablemente el más importante, una ciudadanía consciente de la necesidad de contar con información de calidad y dispuesta a pagarla. 

No quiero parecer ingenuo, aunque admito que esto que digo hace que lo parezca. Pero me agarro al pasado e insisto en que el periodismo ha sobrevivido a numerosas crisis de las que parecía que no se recuperaría. También admito que el reto de las redes sociales es completamente nuevo y diferente a los anteriores y puede que mucho más difícil de superar por su dimensión global. Pero quiero ser optimista y creer en esta profesión en contra de lo que vaticinan en las últimas fechas los agoreros a propósito de la pandemia. No solo quiero creer en el futuro del periodismo sino que necesitamos creer porque de los contrario solo nos quedaría la ley de la selva que representan las redes sociales y es evidente que no saldríamos ganando con el cambio. Hacen falta por tanto ciudadanos y empresas conscientes de que sin periodismo confiable y creíble seremos pasto de demagogos y populistas de todo tipo y estaremos poniendo en serio peligro el derecho a recibir una información veraz, cimiento imprescindible para tomar decisiones con un mínimo de conocimiento de causa sobre la realidad.   

Oscar Peterson, el hombre que hablaba con el piano

A los amantes del jazz no les descubriré nada nuevo hablándoles de Oscar Peterson. A los que no lo son basta con decirles que estamos ante uno de los mejores pianistas de jazz de todos los tiempos, aunque algunos de sus críticos han dicho de él que emitía "demasiadas notas". No diré aquello tan socorrido de que para gustos se hicieron colores, pero creo que se equivocan: el toque de Peterson, de sólida formación clásica, es de una delicadeza casi imposible de encontrar en otros pianistas de jazz, su musicalidad probablemente no tenga parangón y su swing hace que cuando le escuches te arrastre sin remedio a mover los pies. En los temas lentos, la dulzura y la profundidad de Peterson son inigualables pero en los rítmicos tampoco tiene rival: su estilo es como el agua de una fuente, cristalino y vivaz. 

Se codeó con los mejores pianistas de jazz de todos los tiempos, empezando por el gran gran Art Tatum, del que fue gran amigo. Con el guitarristas Herb Ellis y el bajista Roy Brown formó uno de los tríos de jazz más famosos de la historia y en su dilatada trayectoria acompañó a cantantes de la talla de Ella Fiztgerald o al gran Count Basie. No siempre llevó de buen grado tantos años en la carretera: en un documental confiesa su pesar por no haber podido contemplar cómo sus hijos fueron creciendo mientras él estaba de gira por cualquier rincón del mundo. Cuando le ves tocar, tarareando la melodía que va surgiendo de sus dedos con esa cara de felicidad, es inevitable pensar que disfrutaba realmente de lo que hacía. 

Sufrió por esa ausencia del hogar familiar pero se recuperó, y a pesar de la embolia que sufrió, siguió tocando porque era lo único que sabía hacer, porque lo hacía como nadie y porque era reclamado en todas partes. Creó incluso una cátedra de estudios de jazz que lleva su nombre en la universidad de York, en Toronto, por la que aparecía de vez en cuando para susto y admiración de sus alumnos. 

Fue un bromista empedernido, amigo leal de sus amigos que amó la música por encima de todas las cosas hasta su fallecimiento en diciembre de 2007. Ha dejado un inmenso legado de grabaciones y conciertos que les invito a explorar. Este extraordinario pianista canadiense es el protagonista de este nuevo post dedicado a la música.

Que lo disfruten...



Vienen curvas

En la pequeña excursión fotográfica que pretendo realizar cada semana a través del blog, hoy quiero invitarles o recorrer una carretera tan espectacular como hermosa. Transcurre por el impresionante acantilado de la costa del Noroeste de Gran Canaria y conduce desde la localidad de Agaete a la de La Aldea. El trayecto es endemoniadamente complicado por la gran cantidad de curvas sobre el risco, lo que la hace además de las que te ponen un nudo en la garganta apenas se te dispare la imaginación de lo que puede suponer salirse del carril. 

Por esa carretera han circulado durante décadas los aldeanos para dirigirse al norte de la isla o a Las Palmas de Gran Canaria, así como todos los que por placer o necesidad se desplazaban a La Aldea. Es cierto que también se puede tomar una ruta alternativa a través del sur de la isla, pero el rodeo alarga considerablemente la duración del viaje. 

La carretera en cuestión ha quedado parcialmente en desuso a raíz de la construcción de una nueva vía mucho más segura y que acorta la duración del viaje en algo más de media hora. No obstante, aún quedan unos buenos kilómetros de la vieja carretera para quien guste de las emociones fuertes. Este otro tramo también será abandonado dentro de unos años, una vez concluya la segunda fase de la nueva carretera ya en ejecución después de muchos años de demora por diferentes motivos. 

Los aldeanos venían reivindicando esta nueva carretera desde hacia mucho tiempo como vía para superar el aislamiento al que se veían sometidos cada vez que la vieja calzada quedaba cortada durante días por desprendimientos de rocas en días de lluvia. En esos casos se veían obligados a tomar la carretera del sur, lo que como hemos dicho eternizaba el viaje. 

Contra lo que pueda parecer y a pesar de su peligrosidad, han sido relativamente pocos los accidentes mortales que se han producido en esa carretera, en gran medida por el extremo cuidado que los conductores siempre han puesto al circular por ello y en parte también gracias a la suerte. 

Las fotografías que acompañan este post fueron tomadas unos meses antes de que la carretera se abandonara por la vía alternativa y por ella ya no circula nadie en la actualidad. Entre las fotos se incluyen imágenes de los acantilados por los que transcurre la carretera que, de paso, sirven para que quienes no conocen Gran Canaria descubran que la isla tiene un paisaje mucho más variado que el de sol y playa que figura en los folletos turísticos. 

 Espero que les gusten....









Escribir en tiempos de pandemia

Siempre que me planteo poner por escrito mis reflexiones sobre la realidad que me rodea me asalta la misma pregunta: ¿qué sentido tiene escribir? Así creo que ha ocurrido en más de una ocasión a lo largo de la prolongada vida de este blog. Cuando después de mucho tiempo me acomete de nuevo la necesidad de empuñar la pluma - valga la expresión -, surge de nuevo la duda: ¿qué "gano" escribiendo", ¿qué necesidad tengo de dedicar tiempo y esfuerzo a pensar en escribir un artículo o un comentario, cuando me bastaría con "escribirlo" en mi cabeza y a otra cosa? Y una y otra vez la respuesta se ha repetido: uno siente la necesidad de escribir lo que piensa, siente y padece como tiene necesidad de respirar para no asfixiarse. 

Se preguntarán entonces cómo me las he arreglado para "respirar" durante todo el tiempo en que el blog ha estado inactivo. A esto respondo que ha habido otros sistemas de respiración que, más mal que bien, han suplido la necesidad de la escritura. El trabajo de periodista o las intervenciones en las redes sociales han sido un sucedáneo de la siempre dolorosa pero a la vez gratificante y vital labor de escribir para uno y para aquellos que se toman la molestia de leer lo que uno escribe. 

Siempre he sido consciente de que solo la pluma y un papel en blanco, en un entorno de recogimiento y reflexión pueden proporcionar la oportunidad de echar afuera ideas, sensaciones, reacciones, perplejidades, disgustos y satisfacciones. Y hacerlo, además, de la manera más racional, sistemática y ordenada posible con el fin de ordenar y sistematizar también mis propios pensamientos. 

De hecho, desde que abandoné mi trabajo periodístico y a medida que las intervenciones en las redes sociales, con sus encorsetamientos y sordideces, se han ido haciendo cada vez más insatisfactorias, más fuerte ha ido creciendo en mí la necesidad de retornar a la escritura como quien regresa al hogar materno. 

Escribir, más necesario que nunca

Las circunstancias han querido que ese momento haya llegado cuando solo faltan unos pocos días para que se cumpla el primer año de la pandemia del coronavirus, la crisis sanitaria más grave vivida por la Humanidad en muchísimo tiempo. De algún modo esto hace también que la vuelta a la escritura sea particularmente especial en tanto la pandemia condiciona y condicionará por completo el mundo que conocíamos hace aproximadamente un año, justo el tiempo también que hace desde que firme la última entrada en el blog. 

Lógicamente, de esto se deriva que cualquier análisis o visión de la realidad deba pasar por el tamiz de la lucha contra el virus y por los cambios radicales en todos los órdenes que ha supuesto y puede suponer su aparición y expansión en todo el mundo. Son estas circunstancias verdaderamente históricas las que hacen que escribir sea más indispensable que nunca, al menos para mí: ese apremiante ejercicio mental e intelectual que ahora retomo busca ante todo ser útil a quien lo realiza y a quien lo reciba. Vivimos en medio de incertidumbres desconocidas hasta ahora, miedos al futuro cada día más acentuados y una cierta sensación de orfandad y abandono por parte de aquellos en los que habíamos puesto nuestra confianza para que gestionaran con probidad y un mínimo de eficiencia el bien común. 

Muchos nos sentimos hoy inermes y atónitos ante la falta de sentido común con la que se ha afrontado una situación tan grave. No menos apesadumbrados se puede sentir uno cuando observa con asombro que quienes más tienen que perder son los primeros que ignoran o desprecian las más mínimas normas de de seguridad, implantadas después de no pocas indecisiones, contradicciones y titubeos por quienes se suponía que tendrían alguna idea sobre cómo actuar y demostraron o no tener ninguna o estar completamente equivocadas las que tenían. 

Como corolario de todo lo anterior tenemos más de dos millones de muertes en todo el mundo, un número notablemente mayor de contagios, secuelas psicológicas de todo tipo muchas de ellas desconocidas aún, una economía hecha trizas y un ambiente político, al menos en España, que lejos de ayudar a ver una pequeña luz de esperanza en medio del desastre, hace lo posible y hasta lo imposible para que ni siquiera se llegue a encender.

Escribir para comprender 

No cabe negar por tanto que, por más que nos pese, no puede haber un tiempo menos propicio para la autosatisfacción y el dolce far niente. Los que nos sentimos corresponsables y participes del destino y los problemas de la comunidad en la que vivimos, tenemos casi una obligación moral de decir lo que pensamos y hacerlo siempre con el mejor ánimo constructivo del que seamos capaces. 

Es precisamente al cúmulo de nuevas situaciones que se nos ha venido encima como un alud al que quiero dedicar las reflexiones de este blog a partir de hoy. En ocasiones estaré atento a la actualidad más inmediata y en ocasiones - la mayoría - encenderé la luz larga para intentar iluminar en la medida de mis posibilidades los innumerables rincones oscuros que nos ha traído la pandemia. 

Adelanto que no figura entre mis objetivos dar respuestas ex catedra, algo que sería muy presuntuoso por mi parte, sino más bien formular preguntas sobre las que reflexionemos ustedes y yo. Esto no quiere decir que que no esté dispuesto a aportar mis puntos de vista o a exponer mis propuestas que, en todo caso, siempre serán mías e intransferibles, ajenas a cualquier organización o partidismo. Si algo he aprendido a lo largo de mi vida es a pensar por mi mismo sin condicionantes que no sean los de la moral pública, la ética, el deber, la honradez intelectual y el sentido de la responsabilidad. 

Quedan todos invitados a recorrer conmigo un camino que no estará libre de dificultades, aunque estoy convencido de que si lo andamos con constancia y perserverancia y somos capaces de desbrozar la maleza que encontremos a nuestro paso, tal vez podamos descubrir un horizonte más esperanzador que el presente. 

Jazz para abrir fuego

A los melómanos siempre nos apetece escuchar música, pero el fin de semana ese deseo se intensifica, por lo menos en mí: tiene uno menos obligaciones y más predisposición a dedicarle tiempo a esta bendita maravilla. Así que vamos allá: no soy aficionado de un solo género, ni siquiera de dos. Amo la música clásica, el jazz, el rock and roll, el bolero o el tango. Tengo una expresión con la que siempre respondo cuando me preguntan qué música me gusta: cualquiera que sea buena, digo. 

En mi opinión solo hay dos tipos de música, la buena y la no tan buena. Claro que ahora podríamos entrar en largas disquisiciones sobre qué se puede considerar buena música y música no tan buena. No lo voy a hacer pero sí voy a decir que, al menos para mí, buena música es aquella que es capaz de transmitir a través de los sonidos y de las palabras sensaciones y emociones mucho más profundas que el simple gesto de mover los pies o tararear un estribillo durante horas y días. 

Dicho de otro modo, el principal requisito que le exijo a la música para que merezca la pena ponerse a escucharla es cierto nivel de complejidad sonora y que la letra, de haberla, sea mínimamente elaborada o pensada para personas adultas. No quiero decir con ello que no pueda disfrutar con músicas no tan buenas, pensadas únicamente para mover los pies o tararear estribillos más o menos pegadizos. En cierto modo, hay una relación entre el estado de ánimo y la música que apetece escuchar en cada momento y que todos hemos experimentado en numerosas ocasiones.

Pero aquí hablamos de "escuchar música", es decir, de intentar concentrarnos en lo que escuchamos y no solo de movernos con el impulso de un determinado ritmo. Como no quiero meterme en un jardín en esta primera entrada de la nueva etapa del blog, lo mejor será ir ya al grano. El jazz será el primer género que suba al blog en estos post dedicados a la música y la primera joya que les presento es "So What", con el gran Miles Davis a la trompeta.

 Espero que lo disfruten. Hasta la próxima. 



Las huellas de Filomena

Como muestra de que retomo la actividad del blog con fuerza renovada, el primer post de esta nueva etapa van a ser unas cuantas fotografías escogidas de las huellas de la borrasca Filomena a su paso por Canarias, en este caso por la isla de Gran Canaria. 

Afortunadamente en las islas los daños de la borrasca han sido casi insignificantes a diferencia de la Península, en donde Filomena se despidió con una nevada histórica sobre ciudades como Madrid que aún sufren el correspondiente colapso. En el caso de Gran Canaria las principales huellas de Filomena ha sido la importante cantidad de agua que han recogido las presas de la isla, hasta el punto de que se garantiza el riego para los tres próximos años. Aquí les dejo fotos de algunos paisajes y de dos de esas presas, espero añadir de las restantes en próximas entradas...

Hasta pronto...

    Las Palmas de Gran Canaria desde Cazadores

Las Palmas de Gan Canaria desde Los Marteles

Barranco en Cercados de Araña

    Presa de Chira (Cercados de Araña)

Presa de Chira (Cercados de Araña)

Presa de Chira (Cercados de Araña)

Presa de Chira (Cercados de Araña)

Presa de La Sorrueda (Santa Lucía de Tirajana)

Costa de Telde y Bahía de Gando
(Es muy poco habitual que esta zona tenga este verdor)









Volvemos a la carretera...

¡Hola!, por aquí de nuevo. Admito que no estoy seguro de las veces que he aparcado y he vuelto a ponerme en marcha. Si no me equivoco, que puede que sí, esta es la tercera vez que reinicio las entradas en el blog. No voy a extenderme sobre las causas que me llevaron a dejarlo en suspenso hace ahora casi un año. Solo diré que tuvieron que ver con el sempiterno problema de la falta de tiempo. Ahora ese problema está resuelto, de manera que después de darle unas cuantas vueltas he decidido ponerme de nuevo en movimiento. Y lo voy a hacer a partir de hoy introduciendo algunos contenidos nuevos, distintos de los que han sido habituales en las dos etapas anteriores. 

Uno será el de la fotografía, una de mis aficiones y para la que también dispongo ahora de algo más de tiempo. Así que iré subiendo algunas fotos que vaya haciendo o que haya hecho en el pasado. Retomaré también los enlaces a videos musicales, otra de mis aficiones confesables y que ya había puesto en marcha en la primera etapa del blog. Pretendo también incorporar algún pequeño relato de ficción y autoría personal, aunque estos me temo que serán menos frecuentes que la música y las fotografías. Inspiración manda y no me atrevo a publicar nada que primero no le convenza al autor. Confío en la indulgencia de todos ustedes. No descarto incluir también entre los contenidos reseñas y comentarios de libros. 

Y por último, aunque no menos importante, seguiré incluyendo comentarios sobre la actualidad con carácter seguramente semanal. En realidad fue con esa finalidad con la que puse en marcha esta herramienta en su día y en la que me he centrado de manera casi monográfica. Siempre en el bien entendido que las opiniones que aquí se viertan serán solo mías e intransferibles. 

En resumen, el blog dejará de ser casi monotemático para acoger otros asuntos que también me interesan o con los que simplemente disfruto y que me ilusiona compartir con todos ustedes. Pero por ahora basta de palabras que tiempo habrá - espero - de ir llenado páginas. Reanudo la marcha con ánimos renovados y la esperanza de que lo que aquí publique despierte el interés siquiera de una exigua minoría. Con eso me sentiría generosamente recompensado. 







La democracia cuestionada (y IV)

Vamos terminando. No he escrito este largo post para proponer soluciones mágicas a algunos de los problemas del sistema democrático que apenas he espigado en estas líneas. Ante todo porque no creo que existan, aunque como decía más arriba esa sea hoy la divisa de algunas de las llamadas fuerzas políticas emergentes. Lo anterior no quiere decir que no tenga algunas ideas de la dirección en la que en mi opinión se deberían orientar esas soluciones que, en ningún caso, pueden ser sencillas porque el panorama es extraordinariamente complejo.

No hay soluciones simples ni mágicas

En cierto modo, los cambios que considero requiere el sistema democrático ya están implícitos en la crítica recogida en este post. Es urgente encontrar mecanismos institucionales que fomenten una verdadera separación de poderes, demanda planteada con insistencia pero sin éxito por la sociedad y por los propios actores jurídicos desde hace décadas. Una ciudadanía que desconfía de la independencia de su sistema judicial por la promiscuidad con el poder ejecutivo y político es una ciudadanía a la que se le hace cuesta arriba creer con convicción en la democracia. Los partidos son los responsables de la situación que ellos han creado y sobre ellos recae el deber democrático de resolverla.

Los parlamentos no pueden renunciar a su papel de espacio de debate  sobre los proyectos y las soluciones canalizados a través de los partidos mediante los representantes de la soberanía popular. Unas cámaras legislativas cuya actividad se limita a asentir o rechazar lo que proponga el Ejecutivo o el partido o partidos que lo apoyan pervierten el verdadero parlamentarismo y alejan a los ciudadanos aún más de la actividad política. El debate es consustancial a la vida democrática y los partidos  no tienen derecho a enrocarse en posiciones numantinas que provocan repeticiones electorales innecesarias y bloqueos institucionales con grave daño para el sistema y demora de las soluciones que los complejos problemas sociales actuales requieren. Negociar, consensuar, transigir, transaccionar no son opciones que se toman o se dejan: son una obligación democrática.


Voto imperativo y listas electorales

Los diputados, representantes de la soberanía popular, deben ser algo más que números para completar mayorías y ejercer una función mucho más proactiva que la que comporta apretar el botón de votar de acuerdo a lo que ordene el jefe de filas. En un país como España, cuya constitución prohíbe expresamente el voto imperativo, es imprescindible un espacio mayor para la discrepancia aunque eso pueda provocar en determinados momentos situaciones de inestabilidad política. Es por eso imprescindible que cale en los partidos la cultura del diálogo y el acuerdo en lugar del expediente disciplinario y el prietas las filas.

Las listas electorales cerradas continúan impidiendo a los ciudadanos una elección verdaderamente libre de quiénes quieren que sean sus representantes y quiénes no. No es raro que el sistema, justamente llamado "partitocrático", perpetúe a representantes públicos manifiestamente incompetentes cuando no sospechosos de corrupción con el respaldo impertérrito de sus partidos. La única opción que tiene el elector es votar con la nariz tapada, cambiar de partido o abstenerse, algo por cierto cada vez más frecuente.

Las reflexiones de los politólogos y los datos contundentes de informes, sondeos y encuestas sobre los achaques de la democracia no parecen haber hecho mella en los partidos políticos, que en buena medida siguen actuando como si nada pasara y el sistema de libertades y derechos nos hubiera sido dado por un ser superior perfecto y para siempre. La corrupción, el cáncer político que con toda seguridad más daño causa, aún sigue pareciéndole a no pocos líderes políticos episodios aislados sin mayor importancia ni riesgo. Esos mismos líderes presumen habitualmente de los cambios legislativos que han impulsado y por lo general solo ven la corrupción en el partido rival y casi nunca en el propio.

Los jueces encargados de instruir ese tipo de sumarios se suelen ver sometidos a toda suerte de presiones en un contexto de escasos medios materiales y humanos para desarrollar su labor. Con frecuencia se puede asistir incluso a maniobras torticeras para librarse de jueces  incómodos al tiempo que el poder ejecutivo controla la fiscalía. Por no ponerse de acuerdo, los partidos ni siquiera son capaces de acordar a qué nivel debe situarse el listón de la tolerancia de sus propios miembros ante la corrupción, si en la imputación, la apertura de juicio o la condena firme.

En resumen, si hay una tarea inaplazable es regenerar la vida pública y evitar que siga aumentando la percepción social de que quien más o quien menos entra en política para llenarse los bolsillos. Esa percepción es injusta por cuanto proyecta la sospecha sobre toda la clase política pero también y sobre todo, porque corroe el pilar de la confianza imprescindible en una democracia entre cargos públicos y ciudadanos.


Una democracia para la globalización

El sistema democrático no puede ser un rígido molde eterno sino un sistema flexible capaz de adaptarse a las realidades sociales, políticas y económicas sin que ello suponga necesariamente abandonar sus grandes principios fundacionales. Las fronteras del estado nación vienen mostrando hace tiempo su impotencia ante la globalización: la soberanía nacional es un principio cada vez más cuestionado por los movimientos de capitales, los organismos multinacionales o la velocidad de las comunicaciones. Reflexionar sobre cómo incardinar la democracia en ese contexto global es uno de los grandes retos a los que hay que dar una respuesta que también debe ser lo más global posible: ¿tendremos que renunciar a más soberanía para poder tener más control compartido sobre los procesos económicos y sociales de ámbito planetario que  nos afectan? ¿ podremos afrontar esa realidad proteica no solo dentro de nuestras fronteras sino creando además nuevas fronteras artificiales con nuevos estados independientes?

Para terminar me gustaría llamar la atención sobre el hecho de que la democracia que en un país como España tardamos más de cuatro décadas en recuperar, es el resultado de un esfuerzo permanente de ciudadanos y representantes públicos para encauzar las demandas sociales a través de organizaciones e instituciones capaces de darles respuesta de forma pacífica. Llamar a todo eso "el régimen del 78" y la "casta" en tono despectivo, no es solo una irresponsabilidad política sino una demostración palmaria de deliberada ignorancia histórica. El mesianismo y el adanismo de determinados líderes políticos que se consideran a sí mismos poco menos que los inventores de la democracia al tiempo que sus salvadores, no puede sino irritar a quienes vivieron bajo la dictadura y conocen los esfuerzos y renuncias que hubo que hacer para restaurar un sistema de derechos y libertades en este país.

La democracia española, a pesar de lacras como la corrupción, es perfectamente homologable a la de los países de nuestro entorno y tiene en general los mismos achaques y problemas. Pero es ante todo un sistema de derechos y libertades que tampoco cayó del cielo sino que es el fruto del acuerdo de sucesivas generaciones de ciudadanos afanosos por vivir en una sociedad cada vez más próspera, tolerante, libre y abierta. Preservar, mejorar y ampliar esas conquistas históricas es deber y derecho de todos los ciudadanos frente a quienes, desde sus atalayas de supuesta superioridad moral, buscan atajos por la extrema derecha o por la extrema izquierda para llegar a presuntos paraísos que solo existe en sus imaginaciones calenturientas. Como dejó dicho Karl. Popper "constituye un error culpar a la democracia de los defectos políticos de un Estado democrático. Más bien deberíamos culparnos a nosotros mismos, es decir, a los ciudadanos del Estado democrático".

La democracia cuestionada (III)

A los males de la democracia citados en las entregas anteriores de este post (partitocracia, predominio del poder ejecutivo, listas electorales cerradas, corrupción, desafección ciudadana) ha venido a unirse en los últimos tiempos los que se han dado en denominar populismos. No hay acuerdo entre los politólogos en la definición de esa expresión política que, en realidad, tampoco es estrictamente nueva. No obstante y a grandes rasgos sí hay un cierto consenso sobre el caldo de cultivo en el que ha crecido. La desastrosa gestión de la crisis económica por parte de los gobiernos y de la UE, haciendo recaer sobre trabajadores y clases medias el peso de las draconianas medidas de austeridad fiscal, ha alimentado un sentimiento de rechazo e indignación en amplias capas de la población, al tiempo que las desigualdades sociales se ensanchaban.

Los populismos

Ese estado de cosas generó la aparición de un movimiento político de amplio espectro pero integrado principalmente por jóvenes, portador de un discurso proclive a desbordar unos límites institucionales y políticos que no habían sido capaces de procurar un reparto equilibrado de los sacrificios de la crisis. Los viejos partidos tradicionales y sus dirigentes fueron puestos en el disparadero ("no nos representan") y se apeló a la democracia directa y asamblearia como fórmula para superar una "casta" política que  había dado la espalda al "pueblo". Se trata de un movimiento que, más allá de algunos innegables aspectos positivos en tanto hizo reaccionar a buena parte de la sociedad y al propio establishment político, se caracteriza por un discurso simple cuando no maniqueo sobre una realidad compleja.

Para este tipo de populismo, convencionalmente relacionado con la extrema izquierda, la sociedad se divide básicamente en dos grandes bloques, la "casta" o privilegiados y el "pueblo" o sujeto inocente y sufriente de la insolidaridad y el egoísmo del primer grupo. Para un sistema social tan simple solo valen soluciones simples por complejos que sean los problemas en las sociedades modernas.


En paralelo y fruto también de los estragos causados por la crisis en concomitancia con la creciente llegada a Europa y a Estados Unidos de inmigrantes de zonas depauperadas o en conflicto, ha cobrado fuerza un populismo de extrema derecha que hace también de las soluciones simplistas su principal argumento político. El tristemente famoso muro que Donald Trump sigue prometiendo construir en la frontera con México para detener la llegada de inmigrantes es un ejemplo suficientemente ilustrativo. En Europa, las razones esgrimidas por conservadores y eurófobos británicos para abandonar la Unión Europea remiten también al mismo discurso basado en la xeonofobia cuando no en el racismo.

El declive de los estados nación

La mundialización de la economía y la evidente pérdida de soberanía por parte de los estados nación a manos de gigantes empresariales de ámbito global, mercados financieros y organismos supranacionales o multilaterales como la UE, el BM, la OCDE o el FMI, que dictan políticas económicas y reprenden y amenazan a quienes no las sigan, alimenta el discurso del repliegue al interior de las fronteras y la defensa de los símbolos y las tradiciones nacionales. Son, además,  movimientos que se definen por un ideario social utraconservador que rechaza las políticas de igualdad de género o defienden un papel destacado para la religión en la enseñanza. Por eso preocupa para el futuro de la democracia que este tipo de movimientos esté creciendo y extendiéndose por Europa desde Grecia al Reino Unido pasando por Hungría, Polonia, Alemania, Holanda, Italia, Francia o España.

Mientras la clase política tradicional permanece absorta en sus luchas intestinas, los populismos de uno y otro signo captan con su mensaje simple y directo a un creciente número de ciudadanos descontentos que esperan de la política soluciones igual de rápidas y sencillas. Es un sector social que ve incompresibles y tediosos los ritos democráticos que hay que seguir, por ejemplo, para aprobar leyes y abogan por soluciones urgentes. Sin embargo, no es orillando o puenteando el marco institucional, sino agilizándolo, transparentándolo y descargándolo de procesos superfluos como se consigue mejorar la calidad y el funcionamiento de la democracia. En otras palabras, no es con menos sino con más democracia como se tiene que afrontar el embate de los populismos contra el sistema.
(Continuará)

La democracia cuestionada (II)

Concluía  la primera parte del artículo indicando que es la cúpula de los partidos la que decide las listas electorales y la que tiene habitualmente la última palabra en el reparto de cargos públicos cuando se alcanza el poder. Se conforman de este modo parlamentos de leales diputados a sus respectivos jefes de filas, conscientes de que las discrepancias con la línea política del partido se suelen terminar pagando con el ostracismo. Las cámaras legislativas han ido perdiendo de este modo su función de foro de debate sobre los proyectos políticos de los diferentes partidos para convertirse en meras correas de transmisión de los gobiernos de turno: los partidos del gobierno apoyan sin rechistar y los de la oposición generalmente se oponen a todo lo que provenga del gobierno. Esto es evidente sobre todo en los gobiernos apoyados en una mayoría absoluta aunque tampoco es extraño en gobiernos de coalición. En otras palabras, tenemos en los parlamentos una nueva disfunción democrática en tanto su papel legislador se reduce a la postre a asentir o a rechazar lo que proceda del poder ejecutivo o sea impulsado por este.

El gran mal de la democracia: la corrupción política

Este estado de cosas, apoyado en una agobiante presencia de miembros del partido en el poder o de personas de confianza nombradas por él para ocupar puestos de responsabilidad en numerosos ámbitos de la vida pública e institucional, produce un nutritivo caldo de cultivo para que florezca uno de los problemas más graves y letales del sistema democrático: la corrupción política. Leyes demasiado laxas y benevolentes y connivencia expresa o implícita de los propios partidos con sus respectivos corruptos hacen el resto.

Cierto que no se puede hablar de un problema estrictamente nuevo, si bien en países como Italia o España, por ceñirnos solo al ámbito occidental, el nivel de indecencia política ha alcanzado en el pasado reciente cotas escandalosas. Es posible que los ciudadanos de a pie no comprendan los entresijos de la política económica o exterior, pero entienden perfectamente lo que significa la palabra corrupción aplicada a la política: lucrarse de forma ilegítima con dinero público. El repudio moral que produce este tipo de prácticas, reflejado a menudo en las encuestas sobre los asuntos que más preocupan a la opinión pública, no suele tener parangón ante otros problemas como el paro o la situación económica. En el plano de la moral política - si es que ambas palabras pueden convivir en la misma frase - se trata de la ruptura de un contrato tácito entre cargos públicos y ciudadanos por el cual aquellos recibirán un sueldo digno por sus servicios pero no robarán el dinero de las arcas públicas para sí o para sus partidos.


La sensación de impunidad no hace sino aumentar cuando los partidos - da igual el color - reaccionan invariablemente ante la corrupción negando la mayor en primer lugar, admitiéndola luego a regañadientes y por último arrastrando los pies para no tener que tomar medidas expeditivas contra los corruptos. Aquí se hace absolutamente esencial la respuesta de una ciudadanía que, ahíta ante tanto escándalo, opta por la indiferencia o la desafección convencida de que "todos los políticos son iguales". El círculo de la corrupción se cierra de forma aún más desvergonzada cuando cargos públicos bajo fuertes sospechas de haber obrado faltando a la ética pública más elemental vuelven a formar parte de listas electorales y a recibir apoyo mayoritario en las urnas.

Las campañas electorales: cada vez más largas, cada vez más vacías.

En países como España - aunque no exclusivamente - las campañas electorales suelen ser el periodo preferido por los partidos para lanzarse a la cara los trapos sucios en una dinámica de "y tú más" estéril e indignante, que apenas consigue disimular la responsabilidad de estas organizaciones en el deterioro de la democracia y de sus instituciones. Y son precisamente las campañas, cada vez más largas y vacías de contenido, otro de los síntomas de la preocupante salud del sistema democrático. Desde luego, nunca ha sido ese periodo el mejor tiempo para la "política" y de ahí que cuanto más se alargan más cansancio provocan entre los ciudadanos. El objetivo se reduce a "vender"  el producto en forma de programa electoral que por lo general se olvida en algún cajón del partido cuando se llega al poder y se aterriza en la realidad.

En la era de las redes sociales los programas electorales son apenas eslóganes más o menos ingeniosos que buscan expandirse y convertirse en virales. Muy lejos empieza ya a quedar el tiempo en que un programa electoral no era invariablemente algo vacío de contenido y plagado de buenas intenciones, a veces simplemente utópicas e irreales, como ocurre en la actualidad. Más que los programas electorales o los mítines - práctica cada vez más carente de sentido por cuanto solo sirve para atraer a los convencidos - lo que hoy convoca a los líderes y a los candidatos son las redes sociales, con una legión de asesores permanentemente entregada a difundir las promesas de sus respectivos partidos. Redes sociales que, como la experiencia empieza a demostrar, pueden convertirse en dinamita para las instituciones democráticas cuando se coordinan ataques externos contra instituciones en fechas señaladas o durante convocatorias electorales. El ciberespionaje, la difusión de bulos y noticias falsas con fines desestabilizadores son solo un pequeño botón de muestra de otro de los riesgos que enfrenta el sistema democrático.

Junto al fenómeno de una sociedad cada vez menos interesada en la política, los cambios sociales y económicos de las últimas décadas también han producido modificaciones en el electorado que están obligando a los partidos a replantearse a fondo sus estrategias de obtención de votos. Los grandes partidos de masas no luchan ya tanto por trabajadores manuales o de cuello duro, burgueses o terratenientes, el objetivo hoy son las mujeres, los jóvenes, los parados, los pensionistas o las minorías étnicas con derecho a voto. Las organización políticas necesitan ahora una estrategia transversal que deje a un lado determinadas señas ideológicas y busque caladeros de votos en nichos tradicionales tanto de la derecha como de la izquierda.

(Continuará)

La democracia cuestionada (I)

Soy consciente de que me adentro en terreno minado y complejo pero seguirá adelante. No vengo aquí a pontificar sobre la democracia, sino a expresar mi desasosiego ante la deriva del que, como dijo W. Churchill, sigue siendo para mí "el peor de los sistemas políticos con excepción de todos los demás". Quede claro antes de continuar que ni la autocracia ni el autoritarismo disfrazados con determinados procesos políticos o institucionales (elecciones, parlamento, etc.) son en ningún caso sustitutivos de la democracia liberal aunque sus defensores los colmen de elogios. Tampoco me propongo abogar por una democracia idílica, de funcionamiento perfecto: los sistemas políticos son construcciones históricas ideadas por seres humanos hijos de su tiempo y la democracia no es ninguna excepción. Solo en el plano de la teoría política más abstracta es posible pensar en un sistema democrático exento de cualquier tipo de disfunciones o fallos.

Ahora bien, mi particular sensación es que lejos de avanzar en la dirección de superar esos defectos nos alejamos del objetivo. Tampoco creo útil recurrir a la Grecia clásica como modelo inspirador ante los males de la democracia contemporánea, aunque es innegable que hay un principio político común expresado en el propio nombre del sistema. Sin embargo, a efectos prácticos tienen poco que ver entre sí las polis griegas en las que floreció la democracia clásica con los estados nación en donde lo hizo hace relativamente poco tiempo la democracia liberal que hoy conocemos. Simplemente basta con recordar que en las ciudades griegas mujeres y esclavos estaban excluidas de la vida política, reservada exclusivamente a los hombres libres. En nuestras sociedades no existe la esclavitud, la mujer tiene una participación creciente en la vida pública y la globalización económica cuestiona cada vez más los viejos límites fronterizos del estado nación y la capacidad de sus gobiernos para actuar de forma plenamente soberana.

La separación de poderes

La democracia que conocemos y de la que - a pesar de sus evidentes fallos disfrutamos - tiene en realidad una vida bastante corta en comparación con la de otros sistemas políticos. Parece evidente que solo se puede hablar con propiedad de democracia a partir del momento en el que hay, al menos, sufragio universal de hombres y mujeres, reconocimiento expreso de derechos y libertades individuales y políticos, posibilidad de encauzar las discrepancias políticas a través de organizaciones partidistas, elecciones libres y un cierto grado de separación de poderes. Debo subrayar que cuando hablo de separación de poderes - judicial, legislativo, ejecutivo - me refiero ante todo a separación formal reconocida constitucionalmente. Cuestión distinta es la separación real y no quisiera parecer cínico: no creo que en ningún momento de la corta historia de la democracia esa separación haya sido completa, entre otras cosas porque la práctica política demuestra que sin algún grado de colaboración entre los tres poderes el sistema colapsaría.


Otra cuestión diferente es que esa necesaria colaboración sea en realidad injerencia, control o dominio de un poder sobre los otros dos, particularmente del ejecutivo sobre el legislativo y el judicial. Encontramos aquí precisamente uno de los aspectos más preocupantes del funcionamiento actual de la democracia: cuando los partidos políticos se reservan para sí en función de cuotas designar a los principales responsables del poder judicial, el único mensaje que la ciudadanía percibe es que la Justicia está politizada, en otros términos, que no es completamente independiente del poder político y que, por tanto, puede ser manipulada por este en su beneficio; y si la percepción es que la justicia está sujeta a intereses partidistas - aunque eso solo sea cierto en parte - la que sufre un deterioro importante no es solo la imagen del poder judicial sino la de todo el sistema democrático.

Democracia y partidos políticos

La reflexión anterior nos conduce a abordar la función de los partidos políticos en la democracia. Más que de función habría que hablar de elementos constitutivos e inseparables de la democracia aunque con algunas matizaciones importantes. Es cierto que en regímenes dictatoriales o autoritarios pueden existir partidos políticos y de hecho existen, aunque su papel habitual es de meras comparsas del poder ejecutivo que los utiliza para disfrazarse de democrático. En el mejor de los casos, las posibilidades de los partidos opositores en esos sistemas de llegar al gobierno - si es que el sistema los tolera - chocan con toda clase de obstáculos impuestos por el partido en el poder. Por tanto, junto con la existencia de partidos políticos es imprescindible que exista también un espacio de libertad lo suficientemente amplio en el que pueda tener lugar lo que Raymond Aron llamó "la competencia por el poder" traducido en elecciones periódicas y libres, rasgo característico de la democracia contemporánea. Toca por tanto analizar a grandes trazos cuál es la dinámica partidista para llegar al poder.

Partimos de que cuando hablamos de alcanzar el poder nos referimos a las mayores cotas posibles de poder, aunque solo sea como principio consustancial a la finalidad de cualquier organización política partidista. Ante eso, solo un entramado institucionalmente reforzado puede frenar la tendencia natural de los partidos a colonizar cuantas más instancias de poder mejor. Por eso es esencial que el propio sistema - obra en definitiva de los partidos - se refuerce ante esa apetencia casi instintiva que los caracteriza. En el diseño de contrapesos y filtros que frenen o limiten la extensión de los tentáculos partidistas hacia todos los ámbitos de poder se asienta un pilar fundamental de una democracia sana con espacio autónomo de actuación para otras organizaciones sociales no partidistas.

Más allá de las retóricas electorales de las que me ocuparé un poco más adelante, los partidos políticos siguen funcionando en la actualidad como los describió hace más de un siglo Robert Michels en un libro ya clásico. A él le debemos la idea de la "ley de hierro" de los partidos políticos que, en síntesis, viene a decir que la cúpula de estas organizaciones se suele suceder a sí misma, con lo que las posibilidades de ascender están condicionadas de forma determinante por la afinidad o discrepancia con los postulados que en cada momento defienda la dirección. Es esa cúpula la que determina las listas electorales cerradas y la que suele tener la última palabra en el reparto de cargos públicos cuando el partido alcanza el poder.

(Continuará)