Desconectas unos días y
a la vuelta te encuentras el país ardiendo por los cuatro costados
figurada y literalmente. Mientras, los políticos se lanzan los
hidroaviones a la cabeza y el jefe del negociado de incendios se va a
los toros con el rey que caza elefantes en África. Todo muy
ecológico.
En lo económico, el rescate acecha como el gato al ratón
agotado a la vez que Soria y Montoro se dan de calambrazos por un
quítame allá esos impuestos a las renovables, no se vayan a
molestar en Abengoa.
La ministra de la poca sanidad pública que nos
va quedando nos endilga el copago, elimina la financiación pública
de más de 400 fármacos y, de propina, expulsa del sistema a los
pobres desgraciados que tengan la mala fortuna de encontrarse en
España sin los papeles en regla. Todo ello sin considerar las
consecuencias para la salud pública y, por supuesto, sin el más
mínimo atisbo de humanidad.
En justicia, el responsable del ramo le
da un repaso a la ley del aborto que la deja a la altura de los
tiempos en los que había que abortar en Londres – quienes tuvieran
posibles - o en algún tugurio de mala muerte – y nunca mejor
dicho – quienes no.
Y, por fin, en educación tenemos a un ministro
ferviente partidario de los niños con los niños y las niñas con
las niñas que cantaba Esteso
allá por el casposo Pleistoceno del franquismo agonizante. El
Tribunal Supremo ha sentenciado que no es legal dar dinero público a
los centros educativos concertados que separen a sus alumnos por
sexo.
Pero como el ministro es un hombre de arraigados principios, lo
primero que ha dicho es que cambiará la ley para que eso sea
posible. Parafraseando a Groucho Marx, podríamos decir: esta es la
ley, si me gusta la cumplo y, si no, la cambio, que para eso soy
ministro y mi Gobierno tiene mayoría absoluta. En realidad, no sé
para qué se toma tantas molestias y no hace como su correligionaria,
la lidereza Aguirre, que ya ha dicho sin rodeos que la incumplirá y
seguirá dándole dinero a los centros sexistas. Para esto sí hay
dinero público, pero para atender a los inmigrantes sin papeles, no.
Aplaude
con las orejas la rancia derecha católica – perdón por la triple
redundancia – que sigue obsesionada con todo lo que tenga que ver
con la sexualidad. Le preocupa que pibes y pibas con los picores
propios de la edad compartan aula y optan por evitar la tentación
que lleva al pecado. Argumenta que el dinero público que reciben
esos centros no es una subvención, sino la garantía de que los
padres pueden elegir la enseñanza de sus hijos ¡Tócate los lápices
de colores!
¿Qué será lo próximo: la regla de madera y las
orejas de burro? ¿Volverán las oscuras sotanas las aulas a dominar?
¿Quién dijo que el PP no tenía programa?
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