Vilipendidado por la canalla
y humillado por sus enemigos, Carlos Dívar se apresta a anunciar mañana una
decisión "conduntente" sobre las calumnias que han lanzado sobre él
quienes no le quieren bien y sólo persiguen desestabilizar instituciones de la
trascendencia del Poder Judicial y el Tribunal Supremo. Todos apuntan a que esa
decisión será abandonar la cuarta magistratura del Estado. Y todo por unos
pocos viajes – algo más de treinta – en largos fines de semana a Marbella o unas
cuantas merecidas vacaciones en Fuerteventura, todo ello con el fin de aliviar
el peso de la púrpura.
Si por fin se va, seguro que
lo hará con la cabeza bien alta y la conciencia tranquila: todos esos viajes de
fin de semana caribeño eran inherentes a su alta responsabilidad y los gastos
que ocasionaron al bolsillo de los contribuyentes, una miseria.
Porque Carlos Dívar es,
donde los haya, un hombre de principios: acude a misa todos los domingos y
fiestas de guardar y lo hace en coche oficial, algo lógico y natural en alguien
que considera que el Poder Judicial es
él y no una abstracción político-filosófica, y eso lo deben percibir los
simples mortales y eventuales justiciables con cristalina claridad.
Del mismo modo, si tiene a
bien alojarse en hoteles de lujo durante sus merecidos días de asueto y
compartir mesa y mantel en restaurantes de postín con quien le guarda bien las
espaldas, nada debe reprochársele so pena de desestabilizar las sagradas instituciones.
Carlos Dívar es, por tanto,
un hombre herido en lo más profundo de su abnegado espíritu de servicio público
y sólo comprendiendo la ruindad humana se puede entender que las calumnias que
se han lanzado contra él no se hayan dirimido de puertas adentro para no dar
motivo de escándalo al populacho, como así ha ocurrido.
Ahora todo está perdido y
nada se puede hacer para reparar el terrible daño recibido, salvo recoger los
papeles e irse a casa, eso sí, con la conciencia tranquila del deber cumplido
aunque con la herida abierta de la injusticia. ¡Quién se lo iba a decir a él,
Carlos Dívar, Ecce Homo!
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