En contra de
su costumbre, Mariano Rajoy ha invitado a comer. No digo que sea de la Cofradía
del Puño pero, más allá del polvorón navideño con el PP y algún percebiño de
vacaciones a Galicia, el presidente parece ser un hombre de rosario y comida en
familia. Para variar, esta semana se ha soltado la coleta – perdón por el modo
de señalar – y ha invitado a almorzar en el Senado a los presidentes
autonómicos. Faltaron el catalán y el vasco, a los que no consiguieron seducir
los encantos políticos de Sáenz de Santamaría para que cambiaran la butifarra y
el marmitako por el menú de la cámara alta. A los que acudieron se les
sirvieron zarandajas como merluza y rosbif, aunque el gran plato de
entullo y el que más espinas tenía fue el de la financiación autonómica.
Aclaro para
los de letras que hablamos del dinero que necesitan las comunidades autónomas
pero que pocas tienen en cantidad suficiente para atender como es debido la
sanidad, la educación y las políticas sociales de las que son responsables. Los
cronicones de la Villa y Corte y los propios protagonistas pregonan que la
reunión “se desarrollo en un clima de cordialidad”, lo que debe signficiar que
nadie le clavó a nadie un tenedor por la espalda, se hurgó los dientes con un
palillo o se sonó en las servilletas del Senado.
Que Rajoy se
haya mostrado ahora tan espléndido obedece al menos a tres razones. La primera
tiene que ver con la minoría parlamentaria de un Gobierno que en circunstancias
diferentes tal vez habría dejado la invitación para las calendas griegas. La
segunda está relacionada con el hecho de que esta comida tenía que haberse
celebrado hace más de tres años y el propio Rajoy la había venido aplazando con
todo tipo de excusas y justificaciones. La tercera – por último – es hacerle
caso de una vez al presidente canario Fernando Clavijo, que no paró el hombre
de mover Sevilla con Toldeo para que Rajoy se aviniera a reunirse con los
representantes de unas autonomías que también y, aunque a veces no lo parezca,
forman parte del Estado español.
A partir de
ahí y una vez levantada la mesa, las cosas han quedado más o menos como
sigue: autonomías y gobierno central se dan de plazo hasta finales de año para
cambiar el modelo de financiación. Cómo será el nuevo no lo saben ni los expertos
que se van a reunir para perfilarlo, pero para autonomías como Canarias
convendría que fuera muy distinto del actual. Estas islas reciben anualmente
unos 700 millones de euros menos de los que les corresponden para pagar la
sanidad, la educación y los servicios sociales. En consecuencia, todo lo que
sea mejorar esa cifra será positivo pero cuanto más se aleje la mejora de la
misma será un fracaso.
Para conseguirlo,
hay que hacer valer que pagar los servicios públicos en un
territorio alejado y fragmentado tiene unos costes distintos a los de una
comunidad continental. De otro lado, es imprescindible separar de una vez el
régimen económico y fiscal de los criterios con los que se distribuyen los limitados
recursos de la financiación autonómica. No será sencillo porque esa mejora
dependerá en buena medida de la solidaridad de las comunidades ricas para con
las pobres y ahí entramos en un terreno menos cuantificable.
Eso sin contar
con que Rajoy ya le ha echado un buen chorro de agua al vino al anunciar que España
aún recaudará este año 20.000 millones de euros menos que antes de la crisis.
Claro mensaje a navegantes autonómicos para que olviden cualquier pretensión de
obtener todo lo que piden y aquieten sus ánimos ante una negociación que será
larga, tensa y farragosa y en la que las autonomías tendrán que vérselas con
Montoro, hombre poco dado a las delicatessen políticas. Sin embargo, del éxito
de la misma depende que, por ejemplo, la financiación de los servicios públicos
que recibe anualmente un canario no sea cerca de 1.000 euros inferior a la que
recibe un cántabro. Así que brindo por el éxito de la negociación y espero que
si se corona con un acuerdo que deje razonablemente satisfecho a todo el mundo,
Rajoy vuelva a soltarse la coleta e invite esta vez a algo menos espinoso como
marisco y albariño, por ejemplo.
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