Curiosa manera
la que ha tenido Susana Díaz de hacer saber al respetable público en general
que quiere ser la lideresa del PSOE. No ha revelado un secreto tan bien guardado
como ese en un mitin o en una rueda de prensa sino que ha enviado al propio
partido a filtrarlo a determinados medios y por estricto orden de
preferencias y afinidades a su candidatura. Me pregunto qué problema había para anunciar la buena nueva en la plaza de cualquier pueblo o ciudad
de este país ante enfervorizados militantes y al grito de ¡presidenta, presidenta!. Deben ser cosas de la vieja política que no
atino a descifrar pero a mi, qué quieren que les diga, eso de mandar a otros a
decir lo que vas a hacer o dejar de hacer dentro de una o dos semanas me suena a
cierta prepotencia política, por no hablar del uso interesado de eso que llaman
el aparato del partido para tus propios fines.
Sea como
fuere, lo cierto es que los ventrílocuos de Díaz en el PSOE han desvelado el
secreto menos enigmático de cuantos rodean la actividad política de este país:
que la presidenta andaluza no se va a quedar de brazos cruzados viendo como la
militancia le hace la ola a Pedro Sánchez ni como Patxi López, con su mensaje
de chico moderado y en precario equilibrio entre los viejos rokeros y los
ardores izquierdistas de Sánchez, se empeña en un quiero y no puedo para
hacerse con la vara de mando sobre las filas socialistas.
Ella, dicen
algunos, arrasará en las primarias para la secretaría general. Tengo para mi,
no obstante, que primero habrá que despejar algunas dudas que me asaltan como
observador desapasionado pero interesado por el devenir de los males del
socialismo español. La primera es si Díaz piensa gobernar Andalucía a tiempo
parcial y el resto de la jornada dedicársela al partido o, por el contrario, su
plan sería dedicar las mañanas a atender sus responsabilidades como liderasa
socialista y por las tardes dedicarle algunas horas a los problemas de los
andaluces. Sería bueno que lo aclarara ella misma y no a través de terceros,
más que nada porque me imagino que es la pregunta que se estarán haciendo desde
ayer los andaluces que votaron por ella en las últimas elecciones autonómicas.
Por no hablar
de Ciudadanos, partido gracias al cual es presidenta andaluza y que le está
exigiendo ya que designe sucesor o sucesora para los asuntos autonómicos si su
plan es tomar el AVE rumbo a Madrid. Y ahí, en Madrid, está otra de las dudas
que me suscita la candidatura susanista. ¿Puede la lideresa del principal
partido de la oposición de este país permitirse no ser diputada en el Congreso, problema
que, por cierto, también afecta a Pedro Sánchez? Como poder claro que puede
pero se vería obligada a subrogar en el portavoz parlamentario de turno lo que
tuviera que exigirle o criticarle al presidente del Gobierno.
Dicho de otra
manera, en estos tiempos en los que una imagen y la inmediatez valen más que mil editoriales, no
intervenir en el hemiciclo en los grandes debates políticos nacionales te resta
visibilidad y te obliga a actuar y a reaccionar a rebufo y a través de
terceros. Pero más allá de todas esas pegas, que no me parecen menores, está el
problema del proyecto. Aparte de algunas generalidades y de algún que otro
eslógan más o menos afortunado, sigue brillando por su ausencia una idea clara
de lo que quieren hacer Patxi López y Pedro Sánchez con el PSOE ni cómo piensan
sacarlo del hoyo en el que todos han puesto su granito de arena para hundirlo.
Susana Díaz no
es una excepción en esa orfandad ideológica y programática de la que adolecen
en general muchos partidos políticos y en particular el PSOE. Por tanto, su
peculiar salto al ruedo parece obedecer más a la necesidad de parar al
torbellino Sánchez, que tiene a Podemos soñando de nuevo con conquistar el
cielo, y forzar a López a entregarse con armas y badajes a la causa susanista
que a poner sobre el tapete nuevas ideas y nuevos proyectos.
Y en ese forcejeo
político que parecen dispuestos a mantener sanchistas y susanistas corre riesgo
cierto el PSOE de salir del congreso de junio más dividido de lo que salió tras
el borrascoso comité federal de octubre en el que se aprobó la abstención para
que gobernara Rajoy. Y eso, se mire como se mire, sería una muy mala noticia para el
PSOE y sobre todo para el sistema democrático español.
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