Casado y el reto de la alternativa

Se suele decir a modo de tópico que las elecciones no las gana la oposición sino que las pierde el gobierno. Si lo aplicamos a las próximas elecciones generales en España, previstas para dentro de dos años si no hay adelanto, uno diría que ha habido pocos gobiernos en este país que se hayan esforzado tanto para merecer la derrota como el de Pedro Sánchez. La cuestión es si, llegada la hora de la verdad, la propuesta de alternativa presentada por esa oposición a los electores será lo suficientemente sólida y creíble como para que la victoria no se le escape y el tópico se cumpla una vez más pero a favor del Gobierno. 


Un líder que genera más dudas que certezas

En estos momentos son más las dudas que las certezas de que Pablo Casado sea efectivamente la alternativa de gobierno que toda democracia que funcione razonablemente bien necesita. Porque, de no ser percibida como tal por los electores, es probable que el Gobierno gane unas elecciones que, sin embargo, algunas encuestas ya empiezan a darle por pérdidas. Aunque aún faltan dos años para la cita y las encuestas no son más que la foto de un instante político que aún habrá  que ver si tiene continuidad, lo que estos sondeos estarían indicando es que, a fecha de hoy, hay un creciente número de ciudadanos que se decantarían por una nueva mayoría parlamentaria liderada por el PP. 

Aunque ha ganado enteros, Casado no da aún muestras suficientes de tener plenamente asentado su liderazgo en el partido. Tal vez una de sus mayores debilidades es que los españoles lo ven como un dirigente volátil y escurridizo, al que no es fácil ubicar con algo de precisión en el espectro político: unas veces se les aparece como el inventor del centro de toda la vida y otras asoma en los predios ideológicos próximos a Vox, arañando todos los votos posibles. El suyo es un caso claro de corazón político partido entre la moderación y el extremismo populista de derechas, sabedor de que necesita los votos de ambos lados para tener la oportunidad dentro de dos años de cambiar el colchón de La Moncloa.

Un partido con dos almas y un líder indeciso

Casado mantiene una vela encendida a Dios y otra al diablo y no se atreve a apagar una de ellas por si la necesita para alumbrarse en el camino hacia la presidencia. Hay que admitir que  no lo tiene fácil para decidirse sin generar tensiones en un PP que, como él, también tiene el corazón dividido entre dos almas políticas. Una, más pactista y moderada, está encarnada por gente como Núñez Feijóo y Martínez Almeida; la otra es la de Isabel Díaz Ayuso, la nueva musa del ala derecha del PP tras su aplastante victoria electoral, sobre la que Casado surfea estos días con el viento de los sondeos a favor. 

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Esto le está llevando a tomar algunas decisiones que pueden volverse en su contra si no pondera bien las consecuencias. Una tiene que ver con su probable presencia junto a Vox y a Ciudadanos en la manifestación de Madrid contra los indultos. Se trata de munición de calibre grueso para el Gobierno y la izquierda que, junto a su armada mediática, ya han vuelto a colocar al líder popular en el centro de una nueva foto de Colón. La otra no compensa la anterior sino que la agrava: la recogida de firmas contra las medidas de gracia del Gobierno a los independentistas presos que, además de no tener utilidad práctica, lo aleja de esa centralidad de la que suele presumir. Lo natural es acudir al Parlamento y a otras instituciones y plantear allí todo tipo de iniciativas contra los planes de Sánchez: razones de peso le sobran, al tiempo que trasladaría esta delicada cuestión al escenario institucional apropiado, alejándola de la política callejera. El Congreso es el escenario natural en una democracia para afrontar los retos políticos y la agitación en la calle, que al PP nunca le ha salido bien, es mejor dejarla para las campañas electorales. 

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Pero Casado cabalga sobre la cresta de la ola de las encuestas y necesita el apoyo de Vox en Madrid y en Andalucía. Por eso ha recuperado el discurso duro y combativo, más escorado hacia Santiago Abascal, con el que en octubre del año pasado aseguró solemnemente que rompía relacionesque hacía esa centralidad de la que a día de hoy vuelve a estar alejado. Estos cambios de humor desconciertan a sus potenciales electores: los moderados, seguramente deseosos de pasarle factura al PSOE y sin la opción de Ciudadanos, recelan de que sus votos conviertan al PP en el caballo de Troya para meter a Vox en el gobierno; por el ala derecha, los partidarios de darle duro a Sánchez y sin descanso, tienen a Vox a su alcance y si Casado les parece demasiado blando no dudarían en preferir el original a la copia. 

La corrupción, el talón de Aquiles que Casado no puede esquivar

Pero, además de renunciar a esta ambigüedad calculada en la que se mueve, Casado no puede despachar los graves casos de corrupción en su partido con un "de ese tema no hablo", escudándose en que son anteriores a su dirección. Lo ocurrido la semana pasada en Ceuta, en donde un grupo de forofos impidió a los periodistas hacer su trabajo, no es una opción que deba repetir si quiere ser la alternativa a Sánchez. Esa posición no se diferencia mucho de la de los dirigentes del PSOE, que relegan a un pasado remoto muy anterior a ellos el caso de los ERES y las condenas a Griñán y Chaves. Cuando se asume la dirección de un partido de gobierno como el PP, también hay que asumir todo su pasado y eso incluye lo negativo y el compromiso de adoptar las medidas para que no se repita.

En resumen, los medios que ya empiezan a hablar de cambio de ciclo político porque algunas encuestas otorgan una indecisa ventaja al PP, no hacen otra cosa que poner en marcha un relato que sirva precisamente para alimentar próximos sondeos. Es incluso un abuso del lenguaje hablar de vuelco político sin que Casado se haya desprendido de su interesada ambigüedad y definido con mucha más precisión su proyecto alternativo para España en los numerosos frentes que el país tiene abiertos en canal, empezando por el territorial. Esa es la tarea y el reto que Casado tiene que superar si pretende abrir una nueva etapa política y que los españoles le ayuden a que el Gobierno pierda las próximas elecciones. 

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