El liberalismo contra las cuerdas

El liberalismo está herido y es imprescindible y urgente que reviva para enfrentar rearmados con la razón los riesgos del populismo autoritario que esconde el neoliberalismo más cerril. Esta es, muy esquematizada, la tesis que sostiene en este libre José María Lassalle, profesor e investigador, además de exsecretario de Estado de Cultura y de Agenda Digital hasta su abandono de la política en 2018. "El liberalismo herido" (Arpa, 2021) esta a medio camino entre un libro de ciencia política y un manifiesto reivindicativo del liberalismo más genuino en tiempos de iliberalismo rampante por la izquierda y por la derecha del espectro político. El propio subtítulo del libro lo confiesa: "Reivindicación de la libertad frente a la nostalgia del autoritarismo"Es un trabajo útil y notable que, sin embargo, peca en algunos momentos de una visión apocalíptica del futuro o demasiado edulcorada de la historia liberal. Aún así merece la pena leerlo con atención y no desdeñar las herramientas que propone por más que algunas resulten algo utópicas. 


Pesimismo democrático y neoliberalismo

Aunque contiene algunas propuestas, este libro no es una hoja de ruta detallada para que el liberalismo recupere el esplendor perdido; es más bien una causa general contra el neoliberalismo al que se acusa de la deriva autoritaria que, en opinión del autor, se cierne sobre las democracias occidentales. Falta, sin embargo, una explicación más extensa de las causas por las que las ideas de Locke y otros han retrocedido frente a un neoliberalismo egoísta y adorador de "los mercados", que ascendió al poder con Thatcher y Reagan, y se ha reforzado con las grandes crisis del siglo XXI: el ataque a las Torres Gemelas de 2001, la crisis financiera de 2008 y la pandemia de COVID - 19. A raíz de esos hechos y a propósito de la creciente tentación de sacrificar determinadas libertades a cambio de seguridad, el autor hace suya la pregunta del filósofo británico John N. Gray y se cuestiona "qué parte de la libertad querrán los ciudadanos que les sea devuelta después de que hayamos vencido definitivamente la pandemia". 

La visión que tiene Lassalle de la democracia actual es marcadamente pesimista: "nos acercamos al colapso global", anuncia. Sostiene que el mundo de ayer se resquebraja ante la ausencia de consensos estables para identificar y defender el bien común y echa en falta "gobernanza" mundial. Ve a los estados soberanos desbordados por la globalización y a las grandes corporaciones tecnológicas con un poder casi omnímodo para salvar o dejar caer democracias, como ocurrió en el asalto al Congreso de los Estados Unidos en enero de 2021. En aquella ocasión decidieron salvarla porque convenía a sus intereses, pero habrían podido decidir no silenciar a Trump y las consecuencias seguramente habrían sido muy diferentes. Ante ese escenario el autor cree que "el liberalismo debe ser capaz de encontrar su sentido dentro de la coyuntura aparentemente inevitable del populismo al que estamos abocados" y que puede llevarnos a "democraduras", como ha advertido también Pierre Rosanvallon. 

Contra el estado mínimo del neoliberalismo

Lassalle reivindica un "liberalismo autocrítico que asuma que hay que dejar atrás la obsesión por blindar materialmente una libertad que se confunde con el disfrute sin obstáculos de nuestras preferencias personales, para asumir que estas deben enmarcarse dentro del respeto de vínculos morales, condicionantes ecológicos y contextos culturales que convenzan al conjunto de la sociedad que debe seguir invocando la libertad como referente ético de una autonomía moral que sea nuestro acompañante en la toma de decisiones colectivas". El autor defiende la necesidad de que liberalismo y socialdemocracia unan esfuerzos de nuevo y colaboren como tras la II Guerra Mundial para enfrentar juntos el populismo iliberal. Según su tesis, la principal debilidad liberal es que no se ha sabido adaptar a los cambios que comporta un mundo globalizado y ha perdido su esencia. La posmodernidad y el ciberespacio - afirma - han hecho obsoleto su discurso y sus planteamientos, lo que ha llevado a que "se haya quedado sin conexión con el presente" y deba reinventarse. 

"La desregulación de los mercados se convirtió en una teología laica que se completó con la privatización de las empresas públicas"

Cuatro son para el autor los ejes de la refundación: el reconocimiento de la diversidad en una sociedad plural, el rechazo de la arbitrariedad particular y el fanatismo, el progreso técnico y científico y un gobierno limitado y al servicio de los gobernados. No obstante, Lassalle rechaza la tesis neoliberal de que el Estado deba ser lo más reducido posible y limitarse a proteger la propiedad privada y garantizar la seguridad. Sostiene que el neoliberalismo a ultranza de Hayek o Friedman ha llevado a "los mercados" a serlo todo y a justificarlo todo, incluso dictaduras como la de Pinochet en Chile. La desregulación de los mercados se convirtió así en una suerte de teología laica que se completó con la privatización de las empresas públicas, mientras se presentaba la globalización como la panacea para extender la democracia a todo del mundo tras la caída del bloque soviético.

La deriva del neoliberalismo autoritario

Todo cambió para siempre tras los ataques de 2001 a las Torres Gemelas: se impuso la unilateralidad y ganó terreno la tentación autoritaria, al tiempo que se acusó al liberalismo de debilidad ante la amenaza terrorista. El máximo exponente de ese giro fueron el Tea Party y Donald Trump, junto al avance hacia la llamada "Ilustración oscura" del control de los medios de comunicación, el uso de las redes sociales para la polarización política y el poder de las grandes corporaciones tecnológicas. Lassalle propone responder a la amenaza con lo que denomina "cooperación comunitaria", que no estaría basada en vínculos jurídicos sino en la voluntad, el humanitarismo, las relaciones de amistad o las asociaciones voluntarias. Junto a ese espíritu colaborativo voluntarista un tanto utópico, también reivindica una educación que forme a ciudadanos libres y apuesta por frenar la concentración de las empresas tecnológicas. Lassalle recela de las grandes compañías y defiende la necesidad de someterlas a normas y procedimientos democráticos que impidan la existencia de un poder que solo rinde cuentas ante sus accionistas. 
"Lassalle peca un poco de autocomplaciente y cae a veces en el catastrofismo"
En la forma, el libro adolece de un cierto desorden temático que transmite al lector la sensación de tropezar una y otra vez con argumentos ya expuestos con anterioridad. En este toque a rebato en defensa de la democracia liberal llama la atención que el autor no haga ninguna mención al populismo de izquierda y sus riesgos, apuntados entre otros por Rosanvallon en un libro recientemente comentado en el blog: "Populismo, una palabra de goma". Por lo demás, Lassalle cae por momentos en la autocomplacencia con el liberalismo y su análisis peca a veces de catastrofismo, lo que revela déficit de confianza en la fortaleza de los sistemas democráticos. Aún así, nadie con un mínimo de espíritu democrático debería tomar a la ligera sus llamadas de atención ante las amenazas que enfrenta la democracia en el siglo XXI. Como bien señala, "la democracia sigue siendo en términos morales y prácticos la forma de gobierno que mejor gestiona los asuntos humanos a pesar de las carencias de equidad que ha puesto en evidencia el siglo antiliberal que atravesamos".  

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