No sé mucho de
sistemas educativos pero sí sé algo de esfuerzos y sacrificios para avanzar en
los estudios y poder dedicarte a lo que te gusta. Hoy se llama cultura del
esfuerzo pero no hace mucho era simple y llanamente hincar los codos. Llámese
como se llame, no parece que las nuevas generaciones y una buena parte de las
familias estén muy sobradas de ambas cosas. El ambiente social tampoco parece
muy proclive a corregir una deriva en la que se amontonan los derechos sin su
correspondiente contrapartida en deberes. Viene todo lo anterior al hilo de una
noticia leída hoy que me ha asombrado y disgustado a partes iguales. Algunas
comunidades autónomas, entre las que se encuentra Canarias, han decidido que
los chicos tengan unas felices vacaciones este año y les han entregado ya el
título de la ESO aún con dos asignaturas suspendidas, siempre que no sean
Lengua o Matemáticas, o sin tan siquiera reunir un 5 de nota media.
En la práctica
supone acabar el curso sin esperar a la convocatoria de septiembre y, por
tanto, sin dar la oportunidad a quienes lo deseen de aprobar o subir nota. La
decisión se ampara en el real decreto del Gobierno que suspendió las revalidas de
la LOMCE y que abrió la puerta a lo que ahora ha ocurrido en estas comunidades
autónomas. Me parece una insensatez y un sinsentido porque, a mi juicio,
convierte la imprescindible cultura del esfuerzo en un eslógan político huero
más. Dicen algunos expertos que aprender no es sólo aprobar y que hay que tener
en cuenta las condiciones económicas y el ambiente social del alumno. Puede
que sí y puede que no, ya he dicho que no soy un experto.
“La cultura del esfuerzo se ha convertido en otro eslógan vacío en boca de los políticos”
Sin embargo, en
cuanto a lo primero me gustaría que esos expertos me explicaran qué fórmula
alternativa que sea más objetivable que la evaluación continua y el examen
proponen para comprobar que los alumnos han asimilado los contenidos
educativos. Y respecto a lo segundo, me permito una pequeña aportación de mi
experiencia personal: nací y me crié en el campo, mi padres fueron agricultores
que se deslomaron de sol a sol, en mi casa no había más libro que el Almanaque
Zaragozano, caminaba kilómetros con lluvia o calor para ir a clase y estudié la
EGB y el bachillerato con una vela después de haber cumplido con las
obligaciones domésticas que se me encomendaran.
Mi padre me lo
había dejado bien claro: o apruebas o tendrás que ponerte a plantar papas, así
que no había margen para ser un “ni ni”. Y dado que a mi como me gustan las
papas es en el potaje, tuve clara enseguida la “ruta” que debia seguir. Al contrario
de lo que ocurre hoy, las distracciones eran pocas o ninguna, lo que unido a la
férrea vigilancia paterna disuadía rápidamente a quien se despistara de su
obligación de estudiar y de aprobar. No pido volver a Esparta y ni siquiera a
los años no tan lejanos en Canarias de verdadera austeridad y carencias, frente a los cuales los actuales son una pálida sombra. Aún así se licenciaban muchos médicos, abogados, profesores o periodistas y pocos de ellos eran hijos de potentados plataneros, poderosos aguatenientes o importadores. Lo que digo es que las condiciones sociales y ambientales no pueden convertirse en la coartada
perfecta para rebajar la exigencia de esfuerzo e igualar por abajo a
estudiantes buenos, malos y mediopensionistas.
“O estudias o trabajas: no había margen para ser un ni ni”
Tampoco niego que
influyan en el rendimiento académico del alumno su extracción social y el ambiente
familiar, pero ese es un problema social
que debe resolverse con políticas sociales y no a costa de rebajar aún más unos
umbrales ya de por sí bastante bajos de exigencia educativa. Los españoles
aportamos de nuestros impuestos para el sistema educativo público y, como
contribuyentes, tenemos derecho a exigir calidad y resultados. No sé si es un
problema presupuestario, de concepto, de sistema o de implicación mucho mayor
de autoridades, familias y docentes, puede que de todo eso combinado. Lo que sí
sé es que la laxitud y el conformismo no parecen la solución más conveniente
para mejorar unos resultados educativos que siguen sin progresar adecuadamente.
En definitiva, me pregunto a qué sociedad aspiramos si en lugar de marcarnos más y más ambiciosos
retos preferimos optar por la comodidad del dolce far niente.
Lo que está sucediendo con la falta de esfuerzo de nuestros estudiantes nada tiene que ver con la precariedad económica de las familias, más bien con los valores imperantes y que se pretende transmitir al nuestra juventud: el esfuerzo sirve para poco. La educación y la cultura no son cosas importantes para los que diseñan las leyes de educación y las políticas educativas, que se elaboran de espalda a los agentes intervinientes en la educación. La LOMCE nos ha llevado a tiempos oscuros de España, pero sin algo fundamental para aquel sistema educativo de los años 60: la coherencia entre lo que se vivía en la escuela, en el pueblo, en la sociedad en general (la disciplina y la manera de dirigir a la juventud era la misma). Por supuesto, como tú, no pretendo volver a esos tiempos (aunque creo que los que nos dirigen sí quieren). Me gustaría ver antes de morirme que la educación ocupa el lugar que le corresponde como formadora de una sociedad culta, solidaria, más justa.
ResponderEliminarGracias por esta publicación
Completamente de acuerdo, no puedo añadir ni quitar nada al comentario. Cualquier tiempo pasado no fue mejor pero el tiempo presente ha perdido valores de esfuerzo y sacrificio que siguen siendo valiosos e imprescindibles. Soy pesimista y mucho me temo que no los recuperaremos. Un saludo y gracias por leer estas modestas reflexiones.
ResponderEliminarA mí no me queda más remedio que confiar en el futuro porque si no tendría que renunciar al trabajo que hago a diario. Espero, al menos, estar influyendo en los pocos jóvenes con los que disfruto cada día. Colaborar para que uno solo de ellos se convierta en un adulto responsable, coherente y solidario merece la pena. ¿No crees? ¿O me jubilo y me dedico a la fotografía?
ResponderEliminarNo, es imprescindible mantener la fe en que al menos una parte importante de las nuevas generaciones se convertirá en adultos responsables, como dices. Al fin de cuentas de ellos es el futuro y tenemos que confiar en el futuro, a pesar de los pesares. Un saludo y mi enhorabuena por mantener una actitud positiva.
ResponderEliminar