Como en las ferias, ante las encuestas electorales los partidos hacen la lectura que más interesa a sus fines y tácticas. Pasa igual que en las noches electorales, en las que nadie pierde y en las que hasta los peor parados ven la botella medio llena. Lo acabamos de volver a ver con el sondeo del Centro de Investigaciones Sociológicas publicado esta semana, el primero tras las elecciones catalanas del 21 de diciembre y la aplicación del 155. Aunque el PP se haya dejado siete puntos en intención de voto desde las elecciones de 2016 y dos con respecto al sondeo anterior, los populares aseguran que no gobiernan a golpe de encuestas. No será por eso entonces por lo que, despertando de la siesta, Rajoy ha tocado a rebato a los barones para que acudan a Génova el lunes y preguntarles allí por qué sigue disparada la cotización de las naranjas en el mercado de votos. O tampoco tendrá nada que ver el populismo penal en el que se ha embarcado, prometiendo ampliar a tres nuevos supuestos la infumable prisión permanente revisable.
Porque, en efecto, los otrora desdeñados naranjitos de Rivera escalan posiciones sin parar a costa hasta de Podemos, que sigue más plano que un día de mar con calma chicha aunque mejore levemente. Por no hablar de los socialistas, a los que los aspavientos y la indefinición de Pedro Sánchez no les están beneficiando por más que sigan siendo segunda fuerza. Claro que ninguno de ellos lo ven de esa manera: el PP, que se despeñó en Cataluña con todo el equipo, prefiere agarrarse a que supera en siete puntos a Ciudadanos y el PSOE se consuela con que ha recortado distancias con respecto al PP. Que se deba a la caída en picado de Rajoy y no al avance de Sánchez es algo que el PSOE prefiere obviar. Podemos se limita a decir que aún no se ha celebrado su funeral y a Ciudadanos le cuesta horrores dárselas de modesto por más que no sean ni siquiera segundos, sino terceros.
Ya sé que un sondeo no es el resultado de unas elecciones y que en España – y en otros países – las encuestas hay que analizarlas con pinzas y guantes. Lo que es innegable es que han quedado definitivamente atrás los tiempos en los que la política en España era cosa de dos que, educadamente, se cedían el poder cada cierto número de años. Si la tendencia se mantiene – que es lo más probable a la vista del resultado de las últimas convocatorias electorales - será cosa de tres y puede incluso que de más y eso es algo a lo que en este país no estamos acostumbrados ni los ciudadanos ni los partidos. Si hasta en Alemania, en donde han sido frecuentes las “grandes coaliciones”, llevan semanas intentando ponerse de acuerdo la derecha y la socialdemocracia, en España la tarea se me antoja épica. Por eso, más allá de sus interesados análisis para la galería sobre la cotización del voto, los partidos con aspiraciones a gobernar deberían empezar a cambiar la vieja mentalidad de la mayoría absoluta y sustutuirla por la del diálogo y el acuerdo.
No imagino mayor signo de normalidad democrática que ver a los partidos políticos evitando sobreactuar y aparcando sus legítimas diferencias en bien del interés general. De hecho, estaría bien que se pusieran ahora mismo manos a la obra sin necesidad de esperar a unas nuevas elecciones. Un país empantanado como es España en estos momentos por un Gobierno en huelga de brazos caídos y escudado en la crisis catalana, necesita un impulso político que lo ponga en marcha de nuevo. Eso, solo hay dos maneras de conseguirlo: con la negociación de los asuntos atascados como los nuevos presupuestos o, si son incapaces, con la convocatoria de elecciones anticipadas. Por ellas parece morirse Ciudadanos y seguramente las temen los demás y eso es lo malo: en este país la legislatura apenas es poco más que un paréntesis entre dos campañas electorales.
Porque, en efecto, los otrora desdeñados naranjitos de Rivera escalan posiciones sin parar a costa hasta de Podemos, que sigue más plano que un día de mar con calma chicha aunque mejore levemente. Por no hablar de los socialistas, a los que los aspavientos y la indefinición de Pedro Sánchez no les están beneficiando por más que sigan siendo segunda fuerza. Claro que ninguno de ellos lo ven de esa manera: el PP, que se despeñó en Cataluña con todo el equipo, prefiere agarrarse a que supera en siete puntos a Ciudadanos y el PSOE se consuela con que ha recortado distancias con respecto al PP. Que se deba a la caída en picado de Rajoy y no al avance de Sánchez es algo que el PSOE prefiere obviar. Podemos se limita a decir que aún no se ha celebrado su funeral y a Ciudadanos le cuesta horrores dárselas de modesto por más que no sean ni siquiera segundos, sino terceros.
Ya sé que un sondeo no es el resultado de unas elecciones y que en España – y en otros países – las encuestas hay que analizarlas con pinzas y guantes. Lo que es innegable es que han quedado definitivamente atrás los tiempos en los que la política en España era cosa de dos que, educadamente, se cedían el poder cada cierto número de años. Si la tendencia se mantiene – que es lo más probable a la vista del resultado de las últimas convocatorias electorales - será cosa de tres y puede incluso que de más y eso es algo a lo que en este país no estamos acostumbrados ni los ciudadanos ni los partidos. Si hasta en Alemania, en donde han sido frecuentes las “grandes coaliciones”, llevan semanas intentando ponerse de acuerdo la derecha y la socialdemocracia, en España la tarea se me antoja épica. Por eso, más allá de sus interesados análisis para la galería sobre la cotización del voto, los partidos con aspiraciones a gobernar deberían empezar a cambiar la vieja mentalidad de la mayoría absoluta y sustutuirla por la del diálogo y el acuerdo.
No imagino mayor signo de normalidad democrática que ver a los partidos políticos evitando sobreactuar y aparcando sus legítimas diferencias en bien del interés general. De hecho, estaría bien que se pusieran ahora mismo manos a la obra sin necesidad de esperar a unas nuevas elecciones. Un país empantanado como es España en estos momentos por un Gobierno en huelga de brazos caídos y escudado en la crisis catalana, necesita un impulso político que lo ponga en marcha de nuevo. Eso, solo hay dos maneras de conseguirlo: con la negociación de los asuntos atascados como los nuevos presupuestos o, si son incapaces, con la convocatoria de elecciones anticipadas. Por ellas parece morirse Ciudadanos y seguramente las temen los demás y eso es lo malo: en este país la legislatura apenas es poco más que un paréntesis entre dos campañas electorales.
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