En términos de felicidad, no había ayer nadie en España más feliz que el ministro Montoro. Poco después de sembrar la insidia sobre el cumplimiento de las obligaciones fiscales de actores y diputados, el exultante y ufano ministro de Hacienda se apareció ante los medios para revelar urbi et orbe - ¡Adiós Benedicto! – los datos del déficit público en 2012.
Sacó las bolitas y empezó a jugar con ellas: nos mostró primero la bolita del déficit del conjunto de las administraciones y proclamó con incontenible entusiasmo que ha sido del 6,7%. Sin embargo, le restó importancia al generoso rescate de casi 40.000 millones de euros a la banca que lo coloca al borde del 10%, por encima de la tan socorrida herencia socialista. No computa en términos de déficit público, dijo.
Por supuesto, también mantuvo bien oculto que el compromiso de déficit adquirido por España para 2012 era del 4,5% y que fue Bruselas la que permitió ajustarlo en el 6,3. Pero ni con esas: superó en cuatro décimas el regalo comunitario y, todo ello, después de un año en términos de recortes y ajustes salvajes.
Por supuesto, embargado por la felicidad que le producen estos extraordinarios resultados que, en términos de Montoro, son una inyección de “ilusión colectiva” – ¡hay que jeringarse! -, se negó a reconocer que no haber alcanzado los compromisos asumidos es precisamente el resultado de esos recortes y ajustes que tanto le llenan de entusiasmo. De hecho, cuando se le preguntó si habrá que hacer más recortes en los próximos meses, rebajó notablemente el tono exultante de su perorata y dijo que no. ¡Fíate y no corras!
Pero sigamos con el trile. Después sacó la bolita del déficit de las comunidades autónomas y dijo de ellas que había sido una injusticia culparlas en términos de ser las causantes del déficit público por manirrotas y despilfarradoras. Conveniente y cínicamente olvidó que ha sido precisamente él, su partido y su Gobierno los que más han demonizado el gasto de las autonomías y a las que más han castigado con sus tijeretazos en términos de sanidad, educación o servicios sociales. A punto de llorar de emoción anunció que el déficit autonómico superó en dos décimas el objetivo del 1,5% y evitó hacer sangre en el hecho de que comunidades como Castilla - La Mancha - ¡ay mi querida y diferida Cospedal! - o la valenciana, gobernada desde tiempos inmemoriales por el PP, se pasaron varios pueblos y provincias. Después se echó flores a sí mismo – no me beso porque no me alcanzo – y a la guardia de corps de secretarios de Estado que le rodeaba por lo bien que han hecho su trabajo. El de él, se entiende.
Un par de horas antes de esta triunfal comparecencia de Montoro, habíamos sabido que la economía española se desplomó el año pasado el 1,4% debido a que el consumo y la inversión andan más congelados que una hamburguesa equina.
Esta bolita, la tercera del juego, sólo la mostró Montoro como de pasada y como si no tuviera nada que ver en términos de los espectaculares malos datos de déficit que tanto le ponen en términos de satisfacción y felicidad. Concluido el juego del trile y hechas las cuentas del Gran Capitán, Montoro y su guardia personal se retiraron a celebrarlo en términos de habernos tomado el pelo una vez más. ¿Dónde está la bolita?
Sacó las bolitas y empezó a jugar con ellas: nos mostró primero la bolita del déficit del conjunto de las administraciones y proclamó con incontenible entusiasmo que ha sido del 6,7%. Sin embargo, le restó importancia al generoso rescate de casi 40.000 millones de euros a la banca que lo coloca al borde del 10%, por encima de la tan socorrida herencia socialista. No computa en términos de déficit público, dijo.
Por supuesto, también mantuvo bien oculto que el compromiso de déficit adquirido por España para 2012 era del 4,5% y que fue Bruselas la que permitió ajustarlo en el 6,3. Pero ni con esas: superó en cuatro décimas el regalo comunitario y, todo ello, después de un año en términos de recortes y ajustes salvajes.
Por supuesto, embargado por la felicidad que le producen estos extraordinarios resultados que, en términos de Montoro, son una inyección de “ilusión colectiva” – ¡hay que jeringarse! -, se negó a reconocer que no haber alcanzado los compromisos asumidos es precisamente el resultado de esos recortes y ajustes que tanto le llenan de entusiasmo. De hecho, cuando se le preguntó si habrá que hacer más recortes en los próximos meses, rebajó notablemente el tono exultante de su perorata y dijo que no. ¡Fíate y no corras!
Pero sigamos con el trile. Después sacó la bolita del déficit de las comunidades autónomas y dijo de ellas que había sido una injusticia culparlas en términos de ser las causantes del déficit público por manirrotas y despilfarradoras. Conveniente y cínicamente olvidó que ha sido precisamente él, su partido y su Gobierno los que más han demonizado el gasto de las autonomías y a las que más han castigado con sus tijeretazos en términos de sanidad, educación o servicios sociales. A punto de llorar de emoción anunció que el déficit autonómico superó en dos décimas el objetivo del 1,5% y evitó hacer sangre en el hecho de que comunidades como Castilla - La Mancha - ¡ay mi querida y diferida Cospedal! - o la valenciana, gobernada desde tiempos inmemoriales por el PP, se pasaron varios pueblos y provincias. Después se echó flores a sí mismo – no me beso porque no me alcanzo – y a la guardia de corps de secretarios de Estado que le rodeaba por lo bien que han hecho su trabajo. El de él, se entiende.
Un par de horas antes de esta triunfal comparecencia de Montoro, habíamos sabido que la economía española se desplomó el año pasado el 1,4% debido a que el consumo y la inversión andan más congelados que una hamburguesa equina.
Esta bolita, la tercera del juego, sólo la mostró Montoro como de pasada y como si no tuviera nada que ver en términos de los espectaculares malos datos de déficit que tanto le ponen en términos de satisfacción y felicidad. Concluido el juego del trile y hechas las cuentas del Gran Capitán, Montoro y su guardia personal se retiraron a celebrarlo en términos de habernos tomado el pelo una vez más. ¿Dónde está la bolita?