Los españoles nos hemos pasado el último fin de semana pendientes del duque empalmado y del dedo tieso del innombrable. Al primero le permitió el juez que leyera una declaración contraincendios en la Casa Real que muchos sospechan que fue escrita en La Zarzuela, habida cuenta las escasas luces intelectuales del espigado muchacho para todo lo que no sea discurrir cómo trincar dinero público y ponerlo a buen recaudo de la Hacienda de Montoro en algún paraíso fiscal.
Al segundo lo acaba de dejar el juez sin pasaporte para ir a esquiar a Suiza o Canadá, después de jactarse de ser un suertudo corredor de arte, amén de un habilidoso jugador bursátil y un avispado agente inmobiliario, virtudes que le permitieron atesorar hasta 38 millones de euros en el acogedor paraíso helvético. Sin duda, el innombrable es un tipo con una suerte endiablada, ya que hasta su partido tuvo a bien diferirle el finiquito y simularle un contrato laboral por el que cotizaba a la Seguridad Social y le hacía la retención del IRPF hasta el mismo día en el que se supo que, además, llevaba una minuciosa contabilidad de su profesión como cartero del PP.
Así, mientras los españoles tendremos incrustado por mucho tiempo en la retina el dedo enhiesto de aquel cuyo nombre es tabú pronunciar, los italianos acaban de hacerle una peineta en toda regla a la troika (BCE, UE y FMI) que, despreciando los más elementales principios democráticos, les impuso a un tecnócrata como primer ministro.
En las elecciones parlamentarias del domingo y de ayer, los siempre imprevisibles italianos han preferido el caos a la estabilidad política y han optado por un payaso de profesión – Beppe Grillo – y por otro de vocación y larga experiencia circense – Berlusconi – para gobernar el país. El centro izquierda de Bersani ganó por la mínima en la Cámara de Diputados pero su derrota a manos de Berlusconi y Grillo en el Senado hacen que apenas se pueda hablar de victoria pírrica. Nada nuevo bajo el sol italiano, un país muy habituado a caminar sobre el alambre de la inestabilidad política hasta el punto de que muchos ya piensan en unas nuevas elecciones.
No obstante, sí es significativo que el tecnócrata Monti haya sido vapuleado sin piedad ni paliativos en las urnas. Esta posibilidad preocupaba mucho a los mercados, que han contenido la respiración esperando los resultados y confiando en que el amable Monti volviera al poder aunque fuera de la mano de un centro izquierda más bien modosito. Temían – y ahora con más razón - que en manos de Berlusconi o Grillo – adalides ambos de la antipolítica aunque desde puntos de vista diametralmente opuestos - se les descacharre el tinglado del masoquismo fiscal y los recortes que han impuesto a los incorregibles países del sur de Europa.
Y eso es lo que puede ocurrir a la vista de cómo ha quedado el panorama en Italia y a expensas de tener que volver a votar, aunque eso no garantiza un resultado diferente ni más acorde con los intereses de los mercados.
Más allá de que a los italianos no les asusta lo más mínimo la inestabilidad política a la que tan acostumbrados están, el resultado electoral envuelve un mensaje claro a esos mercados que, atendiendo sólo a sus intereses, les impusieron sin miramiento democrático alguno al tecnócrata Monti: a nuestros gobernantes los elegimos nosotros, aunque sean unos payasos.
Al segundo lo acaba de dejar el juez sin pasaporte para ir a esquiar a Suiza o Canadá, después de jactarse de ser un suertudo corredor de arte, amén de un habilidoso jugador bursátil y un avispado agente inmobiliario, virtudes que le permitieron atesorar hasta 38 millones de euros en el acogedor paraíso helvético. Sin duda, el innombrable es un tipo con una suerte endiablada, ya que hasta su partido tuvo a bien diferirle el finiquito y simularle un contrato laboral por el que cotizaba a la Seguridad Social y le hacía la retención del IRPF hasta el mismo día en el que se supo que, además, llevaba una minuciosa contabilidad de su profesión como cartero del PP.
Así, mientras los españoles tendremos incrustado por mucho tiempo en la retina el dedo enhiesto de aquel cuyo nombre es tabú pronunciar, los italianos acaban de hacerle una peineta en toda regla a la troika (BCE, UE y FMI) que, despreciando los más elementales principios democráticos, les impuso a un tecnócrata como primer ministro.
En las elecciones parlamentarias del domingo y de ayer, los siempre imprevisibles italianos han preferido el caos a la estabilidad política y han optado por un payaso de profesión – Beppe Grillo – y por otro de vocación y larga experiencia circense – Berlusconi – para gobernar el país. El centro izquierda de Bersani ganó por la mínima en la Cámara de Diputados pero su derrota a manos de Berlusconi y Grillo en el Senado hacen que apenas se pueda hablar de victoria pírrica. Nada nuevo bajo el sol italiano, un país muy habituado a caminar sobre el alambre de la inestabilidad política hasta el punto de que muchos ya piensan en unas nuevas elecciones.
No obstante, sí es significativo que el tecnócrata Monti haya sido vapuleado sin piedad ni paliativos en las urnas. Esta posibilidad preocupaba mucho a los mercados, que han contenido la respiración esperando los resultados y confiando en que el amable Monti volviera al poder aunque fuera de la mano de un centro izquierda más bien modosito. Temían – y ahora con más razón - que en manos de Berlusconi o Grillo – adalides ambos de la antipolítica aunque desde puntos de vista diametralmente opuestos - se les descacharre el tinglado del masoquismo fiscal y los recortes que han impuesto a los incorregibles países del sur de Europa.
Y eso es lo que puede ocurrir a la vista de cómo ha quedado el panorama en Italia y a expensas de tener que volver a votar, aunque eso no garantiza un resultado diferente ni más acorde con los intereses de los mercados.
Más allá de que a los italianos no les asusta lo más mínimo la inestabilidad política a la que tan acostumbrados están, el resultado electoral envuelve un mensaje claro a esos mercados que, atendiendo sólo a sus intereses, les impusieron sin miramiento democrático alguno al tecnócrata Monti: a nuestros gobernantes los elegimos nosotros, aunque sean unos payasos.
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