Rubalcaba tiene un problema. En realidad tiene varios pero todos remiten a la misma causa: su insuficiencia de liderazgo en el seno de su partido y ante la sociedad. Ahora acaba de salirle un nuevo grano en Cataluña, en donde sus ¿compañeros? del PSC han caído en las seductoras redes del soberanismo de Artur Mas y han votado en el Congreso a favor de la famosa consulta sobre el derecho a decidir. Convergencia y Unión aplaude con las orejas, convencida de haber ganado un nuevo compañero de fatigas que ayude a andar el tortuoso camino hasta la victoria soberanista final. En el PP, deseosos como están de que los focos mediáticos dejen de apuntar a Bárcenas y sus andanzas, apenas pueden ocultar la satisfacción que les produce ver al principal líder de la oposición enredado en sus asuntos internos aunque eso suponga debilitar su propio flanco, el de quienes defienden la unidad nacional como un valor político inamovible.
En las filas del PSOE de toda la vida, la reacción entre los varones ha sido variopinta: los más duros, encabezados por Alfonso Guerra, han planteado abiertamente la necesidad de romper relaciones con los infieles socialistas catalanes e incluso retirarles la franquicia del puño y la rosa en los predios de Artur Mas y Pujol. Los más moderados hablan de redefinir las relaciones – signifique eso lo que signifique - y los más contemporizadores creen que el desencuentro no pasará a mayores, que ambos olvidarán el pasado y volverán al amor.
Así las cosas, algo tenía que hacer Rubalcaba si no quería él mismo ser puesto en la picota por débil y falto de carisma para controlar y disciplinar por lo menos a los suyos. Por lo pronto, le ha dado la baja a la representación catalana en el grupo parlamentario socialista y ha multado con 600 euros a los díscolos compañeros que se han echado en los brazos de Artur Mas y Oriol Junqueras. No escapa a la sanción Carme Chacón, quien se quedó sentada en el escaño sin mover un dedo para votar “sí”, “no” o “abstención”. Jugada estratégica maestra de la ex ministra de Defensa que continua aspirando a liderar el PSOE y que con su inacción de esta semana ha querido dejar patente su distanciamiento tanto de Rubalcaba como del líder del PSC Pere Navarro.
No sé cómo acabará el pleito familiar ni si socialistas catalanes y mesetarios serán capaces de recomponer sus relaciones de convivencia que duran ya más de tres décadas. En todo caso, en esta pelea familiar subyace una buena dosis de oportunismo político entre los socialistas catalanes, que nunca han sido nacionalistas pero que ahora temen quedar aislados ante los embates de la ola soberanista. Mientras, Rubalcaba y el aparato del PSOE se aferran a la Constitución y recuerdan que el derecho a decidir corresponde a todos los españoles y no sólo a una parte. Decir lo contrario hundiría por completo sus expectativas políticas y convertiría al PP en el único gran partido que defiende la unidad nacional.
Cómo se desatará este nudo gordiano o qué consecuencias tendrá es algo que nadie puede predecir en estos momentos. A Rubalcaba y al PSOE les hace falta el PSC por los votos que arrastra y para poder seguir ostentando la categoría de “partido nacional” y alternativa de gobierno. Por su parte, el PSC necesita del PSOE salvo que aspire a convertirse en un simple compañero de viaje de la burguesía nacionalista catalana y diluir en ella sus históricas señas de identidad. Se dice que el tiempo es un bálsamo para los desencuentros matrimoniales pero en política el tiempo vuela y, en este caso, lo hace en contra de la mal avenida pareja.
En las filas del PSOE de toda la vida, la reacción entre los varones ha sido variopinta: los más duros, encabezados por Alfonso Guerra, han planteado abiertamente la necesidad de romper relaciones con los infieles socialistas catalanes e incluso retirarles la franquicia del puño y la rosa en los predios de Artur Mas y Pujol. Los más moderados hablan de redefinir las relaciones – signifique eso lo que signifique - y los más contemporizadores creen que el desencuentro no pasará a mayores, que ambos olvidarán el pasado y volverán al amor.
Así las cosas, algo tenía que hacer Rubalcaba si no quería él mismo ser puesto en la picota por débil y falto de carisma para controlar y disciplinar por lo menos a los suyos. Por lo pronto, le ha dado la baja a la representación catalana en el grupo parlamentario socialista y ha multado con 600 euros a los díscolos compañeros que se han echado en los brazos de Artur Mas y Oriol Junqueras. No escapa a la sanción Carme Chacón, quien se quedó sentada en el escaño sin mover un dedo para votar “sí”, “no” o “abstención”. Jugada estratégica maestra de la ex ministra de Defensa que continua aspirando a liderar el PSOE y que con su inacción de esta semana ha querido dejar patente su distanciamiento tanto de Rubalcaba como del líder del PSC Pere Navarro.
No sé cómo acabará el pleito familiar ni si socialistas catalanes y mesetarios serán capaces de recomponer sus relaciones de convivencia que duran ya más de tres décadas. En todo caso, en esta pelea familiar subyace una buena dosis de oportunismo político entre los socialistas catalanes, que nunca han sido nacionalistas pero que ahora temen quedar aislados ante los embates de la ola soberanista. Mientras, Rubalcaba y el aparato del PSOE se aferran a la Constitución y recuerdan que el derecho a decidir corresponde a todos los españoles y no sólo a una parte. Decir lo contrario hundiría por completo sus expectativas políticas y convertiría al PP en el único gran partido que defiende la unidad nacional.
Cómo se desatará este nudo gordiano o qué consecuencias tendrá es algo que nadie puede predecir en estos momentos. A Rubalcaba y al PSOE les hace falta el PSC por los votos que arrastra y para poder seguir ostentando la categoría de “partido nacional” y alternativa de gobierno. Por su parte, el PSC necesita del PSOE salvo que aspire a convertirse en un simple compañero de viaje de la burguesía nacionalista catalana y diluir en ella sus históricas señas de identidad. Se dice que el tiempo es un bálsamo para los desencuentros matrimoniales pero en política el tiempo vuela y, en este caso, lo hace en contra de la mal avenida pareja.
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