¿Qué quiere Sánchez?

Advertencia previa: no busquen en este post respuesta a la pegunta que le da título. Soy el primero que ignoro cuáles son las intenciones de líder del PSOE y tengo para mi que él tampoco las conoce con certeza. Lo he dicho en varias ocasiones pero tengo la imperiosa necesidad de decirlo una vez más: los españoles no nos merecemos el bochorno político por el que estamos pasando desde hace nueve meses - esto parece un tortuoso embarazo - y con riesgo de que se extienda hasta más allá de este año. No diré que Sánchez sea el único responsable del estancamiento político pero sí es uno de los principales. Su enrocamiento numantino en el "no" a Rajoy y al PP desde el día siguiente a las elecciones del 20 de diciembre de 2015, casi desde la noche de los tiempos, es una de las causas de que este país haya ido dos veces a las urnas en seis meses y esté a las puertas de ir por tercera vez en menos de un año. 

Rajoy es un político tan carente de cualquier tipo de credibilidad que no se merece el apoyo que ni siquiera se molesta en buscar; vive en su nube de fuerza más votada y da por supuesto que el resto debe rendirse a sus plantas de forma incondicional. Sin embargo, nadie le ha pedido a Sánchez que haga tal cosa,  en cuyo caso habría estado de sobra justificado el "no" más rotundo. Lo que se le ha pedido es que facilite la conformación de un gobierno que atienda de una vez las cuestiones que este país tiene pendientes desde hace casi un año. 

Podía haber exigido al PP que sacara a Rajoy de la escena política y propusiera otro candidato a la Moncloa  a cambio de pestar apoyo parlamentario a un gobierno que estaría obligado a realizar las reformas que se le exigieran para no quedarse en minoría. Tenía - y aún tiene en su mano - gobernar este país desde el Parlamento con el muy probable apoyo de otras fuerzas del arco político. Ni siquiera se ha molestado en explorar esa vía encastillado en un "no" poco responsable, que abre las puertas a nuevas elecciones y que no deja precisamente bien parado su sentido de Estado y la conveniencia de anteponer el interés general al partidista. 


Ahora, casi un mes después de que fracasara la investidura de Rajoy, ha tenido a bien convocar una reunión ordinaria del Comité Federal del PSOE para una semana después de las elecciones vascas y gallegas de este domingo, como si el país anduviera sobrado de tiempo para más juegos florales. Reunión que, por otro lado, debió haber tenido lugar inmediatamente después del pleno de investidura para determinar la estrategia política a seguir a partir de aquel momento. En lugar de eso inició una ridícula ronda de contactos telefónicos con otros dirigentes políticos sin ni siquiera postularse para la investidura y cuyos resultados tangibles aún estamos esperando que nos explique a los ciudadanos. 

A partir de ahí ha dedicado todo el mes de septiembre a pedirle a Podemos y a Ciudadanos el imposible de que retiren sus vetos recíprocos con la indisimulada esperanza de conseguir la cuadratura del círculo de ser investido presidente de un gobierno modelo jaula de grillos. Ya ha filtrado su guarda de corps que irá al Comité Federal a proponerse como candidato a la investidura, no se sabe muy bien con qué apoyos. Susana Díaz le ha recordado que no se puede gobernar con 85 diputados y unos cuantos barones le están aguardando en la bajadita como se le ocurra presentarse con el apoyo de los partidos independentistas catalanes. En cuyo caso puede que no dude Sánchez en fintar de nuevo al Comité y usar el comodín del público convocando a las bases del PSOE para que respalden su apuesta por un imposible político. 

Todo lo cuál me lleva de nuevo al título de este post: ¿qué quiere en realidad Sánchez? Por ensayar sólo un par de hipótesis, uno diría que quiere ser presidente del gobierno "le cueste lo que le cueste" a él, a su partido y a este país, y eso incluye si es necesario unas terceras elecciones y, ya puestos, unas cuartas, etc. Y me aventuraría también a decir que quiere seguir mandando en el PSOE, aunque hasta la fecha su liderazgo se salde con resultados electorales cada vez peores, con permiso de lo que ocurra el domingo en Galicia y en el País Vasco. Puede que él y sus allegados en la dirección socialista piensen  todo lo contrario pero, si lo que Sánchez quiere es hacer del PSOE una fuerza políticamente irresponsable y residual, va por el mejor de los caminos.  

Podemos: ser o no ser

Errejón e Iglesias se han lanzado en las últimas horas unos cuanto mandobles dialécticos a través de las redes sociales que los modernos no dudarían en calificar de "virales". La cuestión de fondo parece ser qué quiere ser Podemos de mayor, si un partido que inspire miedo entre los malos malísimos o amor y cariño entre quienes piensan en el diablo con cuernos cuando ven o escuchan a Iglesias. De la primera opinión es el líder supremo y de la segunda el confundador y secretario político Errejón. Aquel defiende que para alcanzar el cielo hay que meter miedo a los corruptos y este que el camino es ganarse a quienes no se fían de Podemos ni de sus aviesas intenciones.

A nadie se le oculta a estas alturas que lo que en realidad se ventila con esta discusión en la plaza pública no es otra cosa que la manera más segura de conseguir el sorpasso que daban por hecho en junio y que aún se preguntan cómo se les escapó de entre las manos. Aunque tengo para mi que se impondrá la línea dura de Iglesias, ni entro ni salgo, allá se las compongan los dirigentes de Podemos, sus círculos o lo que quede de ellos y sus votantes con lo que quieren ser y cómo quieren actuar en el futuro más o menos inmediato. 

Ahora bien, como ciudadano que cree en la democracia con todas sus imperfecciones, sólo confío en que, sea cual sea la estrategia que al final se imponga, el desprecio por la casta no se traduzca en la misma actitud ante el menos malo de los sistemas políticos conocidos y ensayados a lo largo de la Historia. Esto implica la obligación de no considerarse en poder de la verdad absoluta, de respetar las ideas de los demás y de aceptar que la función de un partido democrático es, nada más pero nada menos, que servir de cauce a las aspiraciones de aquella parte de la sociedad a la que representa. Lo que da sentido a la palabra democracia, para algunos inventores de la "nueva política" mero sinónimo de casta, es precisamente la confluencia de las diferentes aspiraciones y voluntades sociales expresadas en la participación democrática a través de los partidos. Con eso, que no es poco pero es lo mínimo que cabe exigir de un partido político en un sistema democrático, me daría por satisfecho. 

Con todo y al margen del debate estratégico sobre cómo puede Podemos relegar al PSOE a tercera fuerza política nacional, lo que más me ha llamado la atención es el empleo de las redes sociales para airear las diferencias estratégicas entre Iglesias y Errejón, que es como decir entre las dos corrientes principales de Podemos, algo de lo que se vanagloria el primero. Aunque en los últimos años se ha avanzado algo en participación democrática en la vida interna de los partidos políticos, lo habitual es que este tipo de asuntos se diriman en cenáculos más o menos oscuros y en función a veces de no menos oscuros intereses en los que no suele entrar mucha luz de la calle. 

Podría pensarse que Podemos ha hecho una valiosa aportación a la transparencia de la actividad interna de los partidos políticos al tener la valentía de lanzar a los cuatro vientos las discrepancias entre sus dirigentes, haciendo partícipes de ellas al conjunto de la sociedad. Pero podría ser también - y esto no excluye por completo la razón anterior - que Podemos esté necesitado de recuperar la atención mediática que tuvo en la pasada legislatura cuando pudo ser parte de la solución y se convirtió en parte del problema. 

Ahora, en una situación política en la que Pablo Iglesias y los suyos aparecen más desplazados del centro del escenario político, puede que hayan visto la necesidad de recurrir al viejo truco de que hablen de uno aunque sea mal, sobre todo si se olfatean elecciones en el horizonte. Y, además, tampoco vamos a descubrir ahora el amor por los platós de televisión y las dotes para el show mediático y el postureo desplegadas por Pablo Iglesias y otros dirigentes de Podemos antes y después del bebé de Carolina Bescansa.

Los fallos de un fallo

En medio de la modorra política en la que sestean los partidos como si no llevaran cerca de un año mareando a las perdices y a los ciudadanos, el Tribunal Europeo de Justicia se acaba de descolgar con una sentencia que, ante tanta falta de novedad, ha puesto sobre la mesa el debate de las indemnizaciones por despido en España. Lo malo del fallo es que falla demasiado por lo poco claro e impreciso, defectos estos de los que deberían huir los jueces como los gatos del agua caliente. 

En síntesis dice que, no por ser trabajador interino y español tu empresario te puede dar el pasaporte sin pagarte un euro. Dicho de otro modo, que la duración del contrato laboral no es excusa para discriminar a los trabajadores en el pago de la indemnización. La sentencia es un obús en la línea de flotación de la legislación laboral española y ya tiene a los empresarios haciéndose cruces y criticando a los jueces. Sin embargo, la decisión judicial abre más interrogantes que los que cierra y de ahí que los empresarios, los sindicatos, los partidos y los expertos hayan hecho su propia lectura acercando el ascua a su respectiva sardina. 

Si partimos de la base de que el fallo trae causa de la denuncia de una trabajadora interina española despedida sin indemnización, podría pensarse que sólo afectaría a los interinos, que no cobran nada cuando son despedidos. Rápidamente y aunque no se precisa este extremo, se ha concluido que también afecta para bien a los trabajadores temporales, que son legión en España y que cobran 12 días de indemnización por año trabajado frente a los 20 días de los de contrato indefinido. En consecuencia, sindicatos y partidos de izquierda han coincidido en que las indemnizaciones deben igualarse todas por arriba, es decir, que se paguen 20 días tanto si el contrato es interino, temporal o indefinido. 



La cuestión es que la sentencia no hila tan fino y ni siquiera plantea que España deba adaptar su legislación a lo que se establece en ella, algo que Fátima Báñez sabrá agradecer como se merece a la Virgen del Rocío. Ello no evitará que los jueces españoles tengan en cuenta el parecer de sus colegas comunitarios cuando se encuentren en casos similares al de la trabajadora interina que denunció su despido a coste cero.

Para algunos expertos, el principal fallo del fallo judicial es su aparente ignorancia de una economía como la española que, por sus propias características de estacionalidad, requiere mano de obra temporal en lugar de indefinida en sectores de la actividad como la agricultura o los servicios. Siendo sin duda loable la intención del Tribunal de eliminar discriminaciones laborales sin fundamento alguno, dicen estos expertos que el fallo puede llevar a los empresarios a pensárselo dos veces antes de firmar un contrato temporal con un trabajador si a la hora de la extinción debe indemnizar como si fuera indefinido.

Los cambios a los que debería dar lugar esta imprecisa sentencia tendrían que eliminar cuanto antes cualquier agravio comparativo injustificado entre trabajadores de primera y de segunda según su contrato, igualando las indemnización por despido en 20 días a que tienen derecho en la actualidad los empleados fijos. Esto no tiene porque afectar negativamente a la contratación en los sectores que por su estacionalidad seguirán precisando mano de obra temporal para desarrollar su actividad. Si lo que se esconde detrás las críticas empresariales a la sentencia es el deseo de que se implante el despido gratis total deberían decirlo sin tapujos, aunque tampoco creo que fuera una novedad para casi nadie. 

Refugiados en las palabras

Nueva York acoge hoy y mañana la mayor concentración por metro cuadrado vista en mucho tiempo de jefes de estado y de gobierno de todo el mundo. Se dan cita en la primera asamblea mundial sobre los refugiados convocada por la ONU y, me apuesto lo que quieran, a que todos han llegado con discursos llenos de promesas y buenas intenciones de las que la inmensa mayoría se olvidara en cuanto acabe mañana la reunión y tomen el avión de vuelta a casa. La inutilidad de este tipo de reuniones de "muy alto nivel" ha quedado contrastada en numerosas ocasiones, pero aún así se siguen celebrando y generando gastos millonarios con los que se podrían pagar la educación, la sanidad y el cobijo de un buen número de los refugiados que tanto preocupan hoy y mañana a los llamados líderes mundiales. 

No es por echarle agua al vino pero, si países relativamente ricos y prósperos como los de la Unión Europea han actuado de manera tan torpe con la mayor crisis humanitaria vivida en este continente después de la Segunda Guerra Mundial, no me imagino qué puede esperarse de países pobres y envueltos en conflictos bélicos o sociales o de ambos tipos como el Líbano, que acoge a más refugiados que toda la Europa comunitaria. A la ONU se le presume la buena voluntad convocando esta cumbre pero poco más: su capacidad ejecutiva es nula como ponen de manifiesto los innumerables incumplimientos de sus resoluciones. 


En una cuestión como la de los 65 millones de seres humanos desplazados de sus hogares por la guerra o el hambre, sólo los gobiernos, trabajando de forma coordinada, tienen posibilidades reales de afrontar el drama con alguna garantía de éxito. Primero y ante todo, erradicando las causas que obligan a decenas de miles de personas a dejarlo todo tras de sí cada día, ya no solo para buscar una vida mejor sino para poner a salvo la única que tienen. La guerra o el hambre no son castigos caídos del cielo cual plagas bíblicas, tienen causas históricas, económicas y políticas perfectamente identificables que, mientras no se extirpen, harán inútil cualquier esfuerzo para resolver el problemas por bien intencionado que sea. 

En realidad, el drama global de los refugiados es la respuesta lógica y casi previsible de una parte del mundo explotada y esquilmada por la otra parte. Y esa otra parte, la que debería desvelarse buscando cómo resolver la situación generada por su codicia, es la que opta en cambio por parapetarse tras muros y vallas, fomentar la xenofobia y el racismo y enviar policías a las fronteras como si fuera posible ponerle puertas al campo. Gestionar los flujos migratorios y de refugiados que huyen de la guerra o que buscan una vida mejor y hacerlo respetando sus inalienables derechos humanos requiere mucho más que una cumbre de veinte y cuatro horas en la ONU llena de buenas intenciones y promesas vacías de contenido. 

Requiere, por ejemplo, un gran acuerdo global de carácter vinculante similar a los que se han firmado en las cumbres mundiales sobre el clima, mejorables sin duda pero que, el menos, obligan a quienes lo suscriben. Sus objetivos deberían ser actuar contra las causas que provocan el éxodo humano masivo que se vive en determinadas regiones del mundo y ordenar y encauzar de manera legal y generosa un problema humanitario que en mayor o menor medida afecta a casi todo el planeta. Por desgracia, no es difícil adelantar que esta cumbre de la ONU no pasará de ser poco más que un gran lavadero de conciencias y una gran oportunidad perdida para que quienes tienen la posibilidad de mejorar las condiciones de vida de millones de personas, dejen de refugiarse en las palabras y pasen por fin a los hechos. 

Hipocresía y corrupción

Mientras los dirigentes políticos sigan viendo la corrupción como un problema que afecta sólo a los demás partidos pero no al propio será imposible avanzar en su erradicación. En España estamos tan acostumbrados - también los ciudadanos de a pie -  a ver la viga en el ojo ajeno y la paja en el propio que somos incapaces de observar la realidad con un mínimo de ecuanimidad. El eterno "y tu más" que tanto gusta emplear a los partidos para tirarse a la cara la corrupción política, se ha convertido así en una rémora que retrasa la aplicación de medidas eficaces y de amplio consenso para acabar con unas prácticas que generan alarma social y un peligroso desafecto político entre los ciudadanos. 

En un país en el que la corrupción se previniera de forma eficaz y se castigara con ejemplaridad a quienes se lucran a costa de los recursos públicos, es muy probable que nos estuviéramos ahorrando el bochornoso debate sobre si Rita Barberá debe renunciar a su acta como senadora. Del mismo modo, sería poco probable que medio PSOE en peso hubiera salido a defender la "honestidad"  de Manuel Chaves y José Antonio Griñán después de la petición formal de penas por parte de la Fiscalía Anticorrupción por el escándalo de los ERE. Bien es cierto que hay diferencias entre ambos casos: en el de Barberá estamos ante un posible delito de blanqueo de capitales y en el de los ex presidentes andaluces ante todo un andamiaje administrativo pensado para desviar fondos públicos ante el que ambos pueden ser al menos responsables in vigilando y puede que de haber mirado para otro lado y dejar hacer. 


Pero más allá de esas diferencias, en ambos casos concurre la condición de cargos públicos de los implicados cuando cometieron presuntamente los delitos de los que se les acusa. Es cierto que Chaves y Griñán asumieron su responsabilidad política y abandonaron la vida pública, aunque para ello se hizo casi necesario emplear aceite hirviendo y las amenazas de Ciudadanos de no hacer a Susana Díaz presidenta de la Junta de Andalucía. La ex alcaldesa de Valencia, en cambio, se dispone a parapetarse tras "su" escaño en la cámara alta de la que no será posible desalojarla mientras no sea inhabilitad judicialmente o se celebren nuevas elecciones autonómicas en su comunidad. 

A pesar de lo que dice la Fiscalía en su escrito de acusación, el PSOE defiende que sus presuntos corruptos son en realidad unos "honestos" servidores públicos y Rita Barberá una corrupta irredimible que mancilla el honor del Senado con su presencia. El PP, en cambio, ve en Chaves y Griñán la manifestación del maligno con rabo y cuernos y en Barberá una entrañable señora con bolso que le haría un favor si se fuera a su casa pero a la que tampoco quieren expulsar a empellones de "su" escaño. De ambas posturas se deduce que los hasta hace poco grandes partidos de este país siguen sin querer comprender que la corrupción pública puede tener muchas caras pero un sólo objetivo: llevárselo crudo o facilitar que otros se lo puedan llevar. 

En los dos casos es igual de condenable moralmente y punible legalmente, tome la forma que tome, sean quienes sean los responsables y militen en el partido en el que militen. Sólo cuando sean capaz de asumir esa realidad, por dura e incómoda que sea desde el punto de vista político, se podrá empezar a luchar de verdad contra la corrupción acabando, por ejemplo, con los injustos aforamientos. Mientras esa lucha sea tan sólo un arma  arrojadiza entre los partidos, especialmente cuando se acercan elecciones, y no una verdadera prioridad de todos ellos y de la sociedad en su conjunto, seguiremos asistiendo a lamentables y bochornosos episodios de hipocresía política como los que hemos vivido esta semana.   

Un pacto muy cascado

El pacto de gobierno que mantienen Coalición Canaria y el PSOE en Canarias se parece cada día más a una pareja en la que la parte débil transige y aguanta para no quedarse en la calle y sin llavín y la fuerte abusa a placer de su posición de dominio. Sería muy aburrido, pero los incumplimientos, ninguneos y desplantes con los que la parte fuerte ha premiado la docilidad de la débil daría para varios posts. Casi desde el momento mismo de la firma del acuerdo en cascada, rodeado de la solemnidad y de las promesas de lealtad y durabilidad habituales en estos casos, los nacionalistas empezaron a saltárselo alegremente a la torera sin que sus socios hicieran algo más que elevar tímidas protestas siempre desatendidas. 

Se quedaron con gobiernos municipales e insulares que debieron compartir con sus socios de pacto y, aunque se comprometieron de puertas afuera a revertir esas deslealtades, de puertas adentro nada ha cambiado. Las rabietas en el PSOE se aparcaban hasta el siguiente incumplimiento y así sucesivamente. Cuando a los socialistas se les ocurrió birlarle a sus socios  alguna alcaldía de tercer orden como la herreña de La Frontera, los nacionalistas hicieron del hecho casus belli y les amenazaron con las siete plagas de Egipto si no reconducían la situación, cosa que hicieron de forma obediente y sin tardanza. En paralelo han aguantado hasta la fecha con un estoicismo digno de mejor causa las frecuentes críticas del propio presidente a la gestión de los consejeros socialistas del Gobierno, empezando por los públicos tirones de oreja que se ha llevado la mismísima vicepresidenta y de ahí para abajo la práctica totalidad de los miembros del PSOE en el Ejecutivo.


Mientras, los afortunados consejeros de CC son los únicos que no han merecido hasta el momento ningún reproche del presidente a su gestión, al menos en público. En muchas ocasiones, el presidente parece el crítico más mordaz y duro de una parte de sus propios consejeros a los que uno no entiende por qué no les envía el motorista si son tan zotes o porque estos siguen en el puesto como si las críticas fueran con otros. Por añadidura, cuando no es el propio presidente el que le afea la gestión a alguno de los miembros del PSOE en el Gobierno - véase el muy reciente caso sanitario - es otro presidente, el del Cabildo de Tenerife, el que toma el relevo en la estopa al socialista a ver cuánta es capaz de aguantar. 

Sobre las razones que explican estas desequilibradas relaciones políticas no hay mucho misterio: en estos momentos no hay en el PSOE canario liderazgo digno de ese nombre y con capacidad para hacerse respetar frente a las humillaciones políticas de las que es objeto. Puede ser porque en la oposición hace mucho frío o por no darle a su socio la satisfacción de que pueda abrirle la puerta a un señor palmero con barba y gafas que espera con impaciencia que llegue su oportunidad; lo cierto es que es casi un abuso del lenguaje decir que en el PSOE canario hay en estos momentos línea política definida y a lo que está ocurriendo con la futura ley del Suelo me remito.  

Ahora y para seguir acumulando incumplimientos, a la bronca por el gasto sanitario de los últimos días se acaba de sumar una moción de censura contra el PSOE en Granadilla (Tenerife) suscrita una vez más por CC. Los nacionalistas juran no estar detrás de la operación pero los socialistas quieren cabezas y amenazan con romper el pacto si no se las entregan en bandeja. Escuchando algunas declaraciones de hoy mismo pareciera como si por fin se hubieran cansado de ser el saco de boxeo en el que se entrenan los nacionalistas a diario, aunque de momento sólo lo parece. 

Lo que no es una apariencia sino una realidad contrastada es que el cascado pacto en cascada ha fracasado; entre otros motivos, porque en la política local importa más el nombre que las siglas y porque, a la postre, el acuerdo se ha convertido en una coartada para exigir a la otra parte que lo cumpla mientras tu lo incumples siempre que te conviene.

En un campo tan pantanoso y volátil como el de la política no es posible prever con precisión cuál puede ser la evolución de los acontecimientos. Sin embargo, en este caso, uno se atrevería a pronosticar que podríamos estar asistiendo a  una deliberada voladura a plazos de un acuerdo ya muy deteriorado e inestable. Sospecho que todo dependerá en buena medida de cuántos desplantes más sea capaz aún de aguantar la segunda parte contratante y del grado de impaciencia de la primera parte para cambiar de pareja de baile. 

Rita, eres la mejor

Rita Barberá, la alcaldesa de España y a la que Rajoy calificó el año pasado como "la mejor", ha anunciado esta tarde que se va pero que se queda o que se queda pero que se va, todavía no termino de tenerlo del todo claro. Desde que ayer se supo que el Supremo la va a investigar a conciencia por sus presuntos "pitufeos" valencianos, ha sido un clamor la petición para que se vaya del todo y no sólo a medias. Y es que Rita dice que se dará de baja de su  PP de toda la vida pero se aferra al escaño en el Senado como un náufrago a una tabla o, si lo prefieren, como un aforado a un Tribunal Supremo. "El escaño es mío" - ha dicho esta tarde en un conmovedor arranque de espíritu democrático.  

Lo cierto es que no sólo entre los partidos de la malvada oposición sino incluso entre sus propios compañeros de filas, le han pedido a "la mejor" que libere al Senado de su presencia y le dé un respiro al corruptómetro nacional antes de que reviente por la presión. Al menos algunos de esos dirigentes y cargos públicos populares parecen empezar a estar hasta arriba de que el Gobierno y el partido en el que se apoya - ¿o es al revés? - sean pasto diario de las portadas de prensa y de los titulares de la tele y la radio. 

Entre estos héroes habría que citar a la presidenta de Madrid, Cristina Cifuentes, aunque el más duro por razones electoralmente obvias ha sido Alfonso Alonso, candidato a lendakari en las elecciones vascas del día 25. El que no ha aparecido ni se le espera entre quienes  deberían hacer o al menos decir algo al respecto es Mariano Rajoy, que hoy mismo ha recuperado el plasma de sus amores para evitar dar explicaciones a los periodistas sobre las presuntas barbaridades - lavado de dinero, nada menos - cometidas por la Barberá de España, "la mejor". 


Explicaciones o disculpas o lo que fuere que tampoco le hemos oído  - ni esperamos ya recibir tan alto favor - sobre por qué nos quiso engañar como a chinos cuando nos vendió lo del envío de Soria al Banco Mundial como un concurso público para funcionarios y el resto de las patrañas usadas para el caso que han dejado a su ministro de economía más zurrado que un saco de boxeo. Como comenté en el post de ayer, lo de Soria es un nuevo caso de puertas giratorias y, sobre todo, un síntoma más de la degenerada salud del Gobierno que sigue presidiendo Rajoy, que no se para en barras a la hora de inventarse un relato falso de principio a fin para pintar con colores de estricto rigor legal y administrativo un caso flagrante de enchufismo al más alto nivel.

En cuanto a Barberá y sus presuntas andanzas por el lado oscuro de la actividad política, produce asombro infinito que el presidente del partido y del Gobierno no haya sido capaz desde ayer por la mañana de abrir la boca ante la opinión pública para decir al menos que no conoce a nadie que se llame Rita y se apellide Barberá y que, para colmo, milite en el PP. Su silencio sobre su gran amiga valenciana - "Rita, eres la mejor" - y sobre su gran amigo canario vuelve a proyectar en la opinión pública de este país la imagen de un político cuya única respuesta posible ante la corrupción que le sube desde hace tiempo por las barbas, es esconderse detrás de un plasma hasta que pase la tempestad. 

Para pasmo y bochorno ciudadano, hablamos del mismo político al que no se le pone la cara como un tomate cuando se atreve a pontificar sobre corrupción y regeneración desde la tribuna del Congreso; y por añadidura, osa incluso pedir el apoyo parlamentario para seguir haciendo exactamente lo mismo que hizo durante cuatro años en materia de corrupción - por no mencionar otras materias. Esto es, ponerle tiritas y enviar mensajes de apoyo a los compañeros caídos en desgracia en la dura batalla por llevárselo crudo.

Es Rajoy el principal problema para que este país recupere la autoestima  y para qué sea posible un acercamiento político que desemboque en un acuerdo de gobierno. Y es por eso que, las voces que en las últimas horas han pedido la renuncia de Barberá a su escaño de senadora o han calificado de error lo ocurrido con el ex ministro Soria, deberían tener también la valentía de pedir la renuncia definitiva de Rajoy a seguir presidiendo un país que no se merece. Entonces es cuando empezarían estos dirigentes y el conjunto del PP a recuperar la credibilidad hace tiempo perdida. 

Durao y Soria: dos síntomas y una misma enfermedad

Mientras sigo con la máxima atención las explicaciones de Luis de Guindos en una comisión del Congreso - que no en el pleno -  sobre el fracasado patadón hacía arriba de su amigo  Soria, me viene a la mente por asociación de ideas otra pétrea faz. Es la de un portugués que hasta hace sólo un par de años veíamos hasta en la sopa cada vez que en televisión se hablaba de la Unión Europea, de los recortes y de los objetivos de déficit. Se llama José Manuel Durao Barroso y fue el presidente de la Comisión Europea - ese órgano que muchos europeos nos preguntamos a qué dedica de verdad sus desvelos - durante lo más duro de la crisis. Sus emolumentos por agachar dócilmente la cerviz ante las tijeras de podar servicios públicos de la señora Merkel ascendían a la inalcanzable cifra para el común de los mortales de 26.000 euros al mes. Sin embargo, hubo elecciones en 2014 y nuestro amigo Durao se quedó sin trabajo, aunque sólo temporalmente. El tiempo justo para no incurrir en incompatibilidad, según las normas para los altos cargos de la UE, y poder echarse en brazos del monstruo financiero estadounidense Goldman Sachs del que hace poco ha aceptado un puesto como consejero.

A lo que cobre por sus sabios consejos en Goldman Sachs se añadirá lo que seguirá cobrando de la Unión Europea por haber desempeñado la alta responsabilidad de presidir la Comisión Europea durante 10 interminables años, entre ellos los peores de la crisis económica. Sumando de aquí y de allá, antigüedades y otros conceptos como jubilación anticipada, la nómina andará rondando los 18.000 euros mensuales. Es más que público y notorio que la cifra está muy lejos del alcance  del 99% de los europeos, máxime si residen en alguno de los países del sur del continente y si sus respectivos gobiernos han tenido a bien de grado o por la fuerza recortar, reformar y ajustar a placer.


El escándalo provocado por el fichaje ha sido de tal magnitud que hasta la Defensora Europea del Pueblo  - primera noticia de la existencia de tan alta magistratura - ha tenido que pedir explicaciones. Se las ha dado quien sustituyó a Durao al frente de la Comisión, un tipo con cara de me-importa-un-pimiento-lo-que-piensen-de-mi y que procede de un país - Luxemburgo - que si no es un paraíso fiscal se le parece como un huevo a otro huevo. Jean Claude Junker - ese es su nombre - ha dicho ahora que Durao ya no será recibido en Bruselas como un ex presidente de la Comisión sino como un lobista, una actividad con no muy buena prensa pero que suele dejar una pasta gansa a quien la ejerce. Durao ha protestado por el feo que le hacen en su antiguo trabajo pero enseguida ha seguido aconsejando a Goldman Sachs, al que se debe en cuerpo y mente a partir de ahora.

El tal Junker tendrá que discursear mañana ante el Parlamento Europeo sobre el "estado de la Unión Europea", cual presidente norteamericano dirigiéndose a sus compatriotas. Sólo que aquí no hay compatriotas de Junker, sino decenas de millones de europeos cabreados con unas instituciones y con unos dirigentes comunitarios envueltos en la niebla de Bruselas y tan accesibles como el emperador de Japón; ciudadanos que no llegan a fin de mes, que sufren el deterioro galopante de los servicios básicos  y que comparan, entre indignados y perplejos, el trato que reciben los bancos como el que ahora aconseja Durao y el que se les dispensa a ellos.

Acaba por cierto de terminar Luis de Guindos sus explicaciones sobre por qué propuso a su amigo Soria para que representara a España en el Banco Mundial. A pesar de su jerga para extraterrestres, me ha parecido entender que la decisión de enviar al ex ministro una temporada a Washington con todos los gastos pagados y dinero para chucherías no fue política pero sí  "discrecional" - averigüen ustedes la diferencia -  y que Soria era el más capacitado del mundo mundial para un cargo como ese. 

Lo que me da pie para el párrafo final de este post:  lo que tienen en común los casos de Durao y de Soria es que ambos son sólo dos nuevos ejemplos de libro del uso de las puertas giratorias de la manera más obscena imaginable para el lucro personal. En el caso del político portugués queda en evidencia una vez más la deriva sin rumbo de una Unión Europea cada día menos unida y menos europea y que parece haber renunciado a sus valores más nobles. En el caso de Soria, lo que pone de manifiesto la sarta de mentiras con las que se ha pretendido encubrir un caso claro de amiguismo, es que este Gobierno apenas si se representa ya a sí mismo ni defiende otros intereses que no sean los suyos propios y los de sus allegados. En síntesis, dos síntomas de la misma peligrosa enfermedad democrática que representa el descrédito de las instituciones y de sus responsables a ojos de los ciudadanos. 

La sanidad en el ring político

No es habitual que el presidente de un Gobierno le lea en público la cartilla a uno de sus consejeros. Yo al menos pensaba que las discrepancias se solventaban en privado, sin cámaras ni micrófonos, y en último extremo y si no había más remedio con la destitución del consejero. De momento no es eso lo que acaba de ocurrir en Canarias, en donde el presidente del Gobierno autonómico ha cuestionado abiertamente la gestión de su consejero de Sanidad, que continúa en el puesto. La causa es la desviación del gasto sanitario presupuestado para este año que, según el presidente, pone en riesgo que la comunidad autónoma cumpla el objetivo de déficit público al que está obligada. Dicho sea entre paréntesis, el haber cumplido con creces el año pasado ese objetivo no se ha reflejado en ningún tipo de compensación económica del gobierno central a Canarias a pesar de las promesas que parece haberse llevado el viento de la incertidumbre política nacional. 

En consecuencia - y volviendo al gasto sanitario - ha ordenado el presidente medidas de control y contención que probablemente tendrá consecuencias negativas sobre las abultadas listas de espera y los puestos de trabajo de la sanidad pública insular. El consejero se ha defendido hoy asegurando que, aún confesándose cuestionado por el presidente, no tiene intención de renunciar al puesto y subrayando que no dará un paso atrás en la defensa de la sanidad pública. Si no suena a desafío al propio presidente del Gobierno del que forma parte y en cuyo Consejo se sienta se la parece mucho. La cuestión es cuánto tiempo y hasta dónde podrá el consejero sostener esa posición. 

Ocurre que más allá del problema de la financiación de la sanidad pública canaria y de la siempre mejorable gestión de la misma, late en el fondo de este inesperado conflicto la poca simpatía que la primera parte contratante del pacto de gobierno de Canarias, constituida por CC, tiene para con la segunda parte contratante, representada por el PSOE. Sabe la primera parte que la segunda ha demostrado más capacidad de aguante que un saco de boxeo y se aplica con entusiasmo a darle en donde más le puede doler, la gestión de sus áreas de responsabilidad en el Ejecutivo autonómico, hasta el punto de que a veces cuesta distinguir sus críticas de las de la oposición.


Nunca jamás hasta el momento se ha escuchado de boca del presidente una crítica a la gestión de los consejeros de su partido pero la mayoría de los del PSOE han sido vapuleados sin piedad en la plaza pública hasta extremos en los que la dignidad política habría aconsejado pasar a la oposición. Y eso por no mencionar ahora los flagrantes incumplimientos que ha cometido CC del pacto en cascada que ambas fuerzas firmaron al comienzo de la legislatura y que jamás han revertido ni revertirán. Que no lo hayan hecho ya, que continúen compartiendo gobierno con CC después de las veces y las formas en las que se ha cuestionado su gestión, sólo cabe entenderlo a partir de la debilidad política fruto de la falta de liderazgo claro y definido que padecen los socialistas canarios desde hace tiempo. 

Ahora bien, las peleas partidistas deberían pasar a un muy segundo plano cuando hablamos de las cosas de comer y la sanidad pública es una de las más importantes. Que su financiación es deficitaria porque el Gobierno del Estado sigue sin cumplir la promesa de revisar el sistema de financiación autonómica es algo que nadie puede negar. En cuanto a la gestión de los siempre escasos recursos disponibles habrá opiniones para casi todos los gustos pero nadie podrá negar tampoco que siempre se puede mejorar. En su crítica al consejero de sanidad recordaba el presidente que con 25 millones de euros más en el presupuesto de este año han aumentado las listas de espera y es cierto. 

También lo es, no obstante, que las largas listas de pacientes que aguardan por una operación o una prueba diagnóstica en Canarias son  un problema crónico que no data precisamente de hace un año sino de muchos años atrás. De hecho, los planes puestos en marcha hasta ahora por los distintos consejeros - la mayoría de CC - nunca han conseguido reducirlas significativamente. Añádase el creciente coste de los medicamentos, las contrataciones para cubrir vacantes temporales y, por supuesto, las expectativas insaciables de una población que cada vez exige más servicios y más calidad asistencial a la sanidad pública y tendremos el cóctel perfecto para que el gasto se vaya a la estratosfera. 

Es evidente que eso significaría sencillamente que el sistema sanitario público se volvería insostenible económicamente si es que no empieza a serlo ya en alguna medida: hay que ponerle coto al gasto descontrolado y huir de la tentación de presupuestar cada año por encima de lo que se gastó en el interior si no queremos que el sistema se convierta en un saco sin fondo y quiebre literalmente. Estos son los grandes retos de la sanidad pública y a buscarles solución deberían aplicarse sin demagogias todas las fuerzas políticas, tanto en el Gobierno como en la oposición, así como los agentes que intervienen en la prestación del servicio. Todo lo demás no son más que escaramuzas políticas que nos desvían del objetivo central: una sanidad pública sostenible, de calidad y universal. 

Ana Pastor, su segura servidora

Entre otras muchas, una de las razones por la que es urgente que cuanto antes se constituya un nuevo gobierno en España es acabar de una vez con el desprecio que el Ejecutivo en funciones de Mariano Rajoy dispensa al Congreso desde hace cerca de nueve meses. Escudándose en que un Congreso distinto del que le otorgó la confianza no puede controlarlo está el Gobierno haciendo de su capa un sayo para eludir lo que en cualquier sistema democrático forma parte de las reglas básicas del juego. Si en la pasada legislatura fue una actitud pura y dura de rebeldía ante los requerimientos del Legislativo para que explicara sus decisiones en la sede de la soberanía nacional, en la presente está contando además con el inestimable apoyo de la presidenta de la Cámara y con el silencio cuando menos cómplice del Tribunal Constitucional, ante el que el anterior Congreso denunció la negativa del Ejecutivo a someterse al control parlamentario. 

Es evidente que Ana Pastor se ha tomado su responsabilidad de presidenta del Congreso con mucho empeño: no hay decisión importante que no consulte con el Gobierno en funciones del que fuera su presidente hasta hace sólo un par de meses. No me extrañaría demasiado que la señora Pastor tenga a Montesquieu por un actor de cine y a la separación de poderes por una película de ciencia ficción. Cuando a Rajoy, después de reunirse con el rey, le asaltó la duda hamletiana de si ser o no ser candidato a la investidura, Pastor se sentó tranquilamente a esperar a que terminara de deshojar la margarita en lugar de instarle a fijar una fecha cuanto antes para la convocatoria del pleno parlamentario. A la vista de que a pesar de las presiones de todo tipo el malvado Sánchez no se avino a la abstención, Rajoy pensó que le podría meter más presión poniendo la sesión de investidura en una fecha tal que, de no haber gobierno, las elecciones irían de cabeza al día de Navidad. 

Ana Pastor aceptó encantada la sibilina fecha del 30 de agosto pero no sólo eso: transigió con un formato de pleno a mayor gloria del candidato que los populares habían criticado con dureza cuando fue el socialista Pedro Sánchez el que pidió el apoyo de la cámara. El último episodio por ahora en el que Pastor ha demostrado que le puede más la lealtad a las siglas de su partido que la responsabilidad institucional que conlleva presidir el Congreso lo acabamos de ver con el ya conocido como "caso Soria". La presidenta se empleó ayer a fondo para evitar que la oposición, ampliamente mayoritaria, se saliera con la suya y obligara a Luis de Guindos a comparecer en un pleno urgente para explicar por qué ha mentido abiertamente a los españoles haciendo pasar por concurso público una evidente alcaldada. 

Escudándose en triquiñuelas reglamentarias y jurídicas estuvo todo el día hasta que por la tarde no tuvo más remedio que dar su brazo a torcer y anunciar la celebración de un pleno sobre este asunto para la próxima semana, algo, por cierto, que a los populares les parece "ridículo"; deben considerar que debatir en sede parlamentaria sobre las mentiras del presidente del Gobierno y de su ministro de economía es pecata minuta que se puede despachar mezclada con otros asuntos en una mortecina comisión de economía con el menor eco mediático posible. Pero, por desgracia para el sistema democrático de este país y para su credibilidad y transparencia, es a eso a lo más que podremos aspirar los ciudadanos. 

La vicepresidenta Sáenz de Santamaría ha salido hoy mismo al rescate de Guindos y ha dicho que el ministro de Economía en funciones no irá al pleno del Congreso para hablar de sus mentiras sobre Soria. Se vuelve a agarrar el Ejecutivo a que el Congreso no puede controlar a un Gobierno en funciones; de perlas por lo llamativamente oportuno le ha venido además que el Tribunal Constitucional haya tenido a bien posponer algunas semanas su decisión sobre la denuncia de la pasada legislatura contra la actitud rebelde de Rajoy y los suyos. El Gobierno se coloca así en los márgenes del sistema democrático y actúa como si no tuviera la obligación de responder de sus decisiones ante nadie, ni siquiera ante los representantes de la voluntad popular. Siendo grave esa posición lo es más aún que la respalde por acción o por omisión la presidenta del Congreso que debe ser la primera valedora y defensora de la separación de poderes, un concepto, por desgracia, cada vez más vacío de contenido. 

Por cierto que sobre la servicial actitud de la señora Pastor para con el Gobierno debería dar alguna explicación Ciudadanos: recordemos que sus votos contribuyeron a izar a la actual presidenta al puesto que ocupa cuando bien se pudo haber optado por un candidato o candidata que no perteneciera al partido más votado. Es muy probable que nos hubiéramos evitado el bochorno actual en el que la máxima representante institucional de la voluntad de los españoles antepone a su alta responsabilidad política los intereses del partido en el que milita. 

Pedro Sánchez al teléfono

El líder del PSOE ha iniciado una ronda de contactos telefónicos con el resto de fuerzas políticas que debe tener encantados de la vida a los chicos de César Alierta y de los nervios a los periodistas políticos. A Mariano Rajoy le dedicó el lunes 10 minutos que invirtió en volver a decirle "no" a la posibilidad de una abstención y menos con la tempestad que se abatía sobre La Moncloa hasta que fue posible convencer a Soria de que sacara los dedos del enchufe del Banco Mundial. Inmediatamente se puso en contacto - telefónico - con Pablo Iglesias  al que le dedicó el doble de tiempo y un poco más que a Rajoy, 25 minutos en total según cuentan las crónicas. Lo malo es que las crónicas no pueden ir más allá porque de la conversación no salió ningún avance ni compromiso claro de volver a verse para tomarse un café o unas cañas y hablar de tú a tú sobre qué posibilidades tiene lo nuestro. 

Y ahí sigue, pegado al teléfono: ahora vendrán Rivera, los catalanes, los vascos, los canarios - José Javier Vázquez no está de momento en la lista - y así hasta agotar el arco parlamentario y la paciencia de algunos barones socialistas, por no mencionar la de los ciudadanos de este país. Porque de la boca de Sánchez no ha salido hasta la fecha presente, próxima ya a la semana desde que Mariano Rajoy se quedó con las ganas de su abstención, la palabra investidura. Dicen los expertos en los pozos del café y en las interioridades de Ferraz que Sánchez no quiere tirarse a la piscina sin antes comprobar que no hay cocodrilos como en marzo pasado. Según tales expertos, Sánchez busca el apoyo de Podemos y la abstención de Ciudadanos para desplazar al mustio Rajoy de La Moncloa. Lo que llama la atención es que no intente de paso resolver la cuadratura del círculo, tarea en la que tal vez tendría más éxito.


Podemos y Ciudadanos siguen en sus trece de no darse ni la hora y, aunque los de Rivera tampoco se la pensaban dar a Rajoy y al final le dieron hasta el parte meteorológico, es artículo de fe creer que el milagro se podría repetir con la tribu de la coleta. Desde la orilla opuesta las simpatías de la gente de Iglesias para con la de Rivera es la misma que la de los hinchas del Real Madrid para con los del Barcelona o viceversa y con eso está todo dicho. Algunos de los gurús vitalicios que escudriñan el vuelo de las aves para adivinar si al país le esperan días fastos o nefastos han dejado rodar la especie de que Sánchez podría estar pensando en la posibilidad de gobernar con sus 85 escaños y buscar el apoyo parlamentario puntual del resto de los partidos. 

Si ese fuera el plan, además de la cuadratura del círculo debería ponerse también manos a la obra para resolver el misterio de la vida extraterrestre. No es que le niegue cintura política a alguien que ha practicado el baloncesto en años más mozos y que aún sigue luciendo buena planta, pero eso es una cosa y otra bien distinta convertirse en contorsionista a tiempo completo. Sean cuales sean sus intenciones sobre su eventual postulación para la investidura, lo que a casi nadie se le escapa es que su principal objetivo en estos momentos es echar días para atrás hasta que pasen las elecciones vascas y gallegas con la esperanza de que los resultados ayuden a resolver el crucigrama. 

De este modo consigue el que es otro de sus objetivos menos confesables: evitar convocar el Comité Federal del PSOE para que los barones le digan lo que tiene que hacer y con quién debe hablar de cómo salir de este laberinto de estrategias entrecruzadas en el que anda perdida España desde la última Navidad. A uno se le ocurre que es eso lo que debía haber hecho nada más decirle "no" a Rajoy por activa y por pasiva: convocar al Comité Federal, máximo órgano entre congresos, y conocer su análisis y sus propuestas en un momento político tan delicado y complejo como el actual.

Puesto que los barones no quieren ahora mismo hacer ruido mediático con dos autonomías como Galicia y el País Vasco en juego, Sánchez hace gasto telefónico para que no se note demasiado que Rajoy le ha terminado contagiando del virus del dontancredismo que padece desde hace años el inquilino de la triste figura que habita en La Moncloa. Que los asuntos de este país estén hechos unos zorros y que sus ciudadanos estén ya al borde de un ataque de nervios ante tanta majadería política y ante la posibilidad de tener que volver a las urnas, no parece quitar el sueño ni a Sánchez ni a ningún otro líder político español.   

¿Regeneración? ¿Qué regeneración?

En el PP deberían hacérselo mirar seriamente. En la metedura de pata con el nombramiento de Soria para el Banco Mundial actúan los populares como los adúlteros pillados en plena faena que alegan en su imposible defensa que las cosas no son lo que parecen sino lo que ellos quieren que parezcan. Varios medios de comunicación han desmontado todos y cada uno de los increíbles argumentos empleados por Rajoy y los suyos para intentar revestir de legalidad y aburrido trámite administrativo en forma de concurso público un caso en el que lo único que ha primado ha sido el más rancio amiguismo del beneficiado con los beneficiadores. 

Ni ha habido concurso público que merezca ese nombre ni el cargo de marras en el Banco Mundial tiene que ser ocupado por un funcionario público, técnico comercial del Estado por más señas. Sólo indicaciones vagas y genéricas sobre las condiciones que debe reunir el candidato que tanto puede ser un técnico comercial del Estado como cualquier otra persona que se considere con méritos suficientes para aspirar a la sabrosa canonjía a razón de 226.000 euros al año libres de impuestos. Ocurre, sin embargo, que de la existencia de esa vacante se enteraron sólo unos pocos allegados y que la elección la hicieron altos cargos del ministerio de Economía que - ¡oh, casualidad! - detenta un entrañable amigo de Soria. 

Ni hubo selección de candidatos ni baremación de los méritos de los aspirantes ni tribunal calificador que tomara la decisión de quién debía ir a Washington y quién no. Todo estaba decidido, atado y bien atado, desde el primer minuto, probablemente desde que en abril Soria aceptó abandonar sus responsabilidades políticas tras descubrirse sus escondites panameños y puso como condición para ello una contraprestación acorde con sus grandes méritos políticos y profesionales.


No obstante y a pesar de que en las filas del PP empiezan a multiplicarse las voces críticas, Rajoy y su corte de los milagros persisten en sus increíbles explicaciones. Ponen cara de asombro y se preguntan cómo se le puede negar a un funcionario público optar a un puesto vacante si reúne las condiciones requeridas para el mismo. Se rasgan las vestiduras y critican que se quiere "masacrar" a Soria en lo personal después de haberlo "masacrado" en lo político. No explican, sin embargo, por qué el anuncio no se hizo antes de la sesión de investidura de la semana pasada y no tres minutos después de que Rajoy fracasara en su apático intento de seguir en La Moncloa pero sin mayoría absoluta. ¿Por qué había que esperar si todo ha sido tan legal, transparente y aburridamente administrativo?

Metida la pata hasta el corvejón - si es que una decisión tomada de manera tan deliberada puede calificarse así -  lo difícil ahora es sacarla sin desdecirse; el Gobierno y el PP se encuentran en una posición poco menos que imposible, pillados en sus propias mentiras fabricadas para hacer pasar por legal un dedazo del tamaño del Valle de los Caidos - y perdón por la forma de señalar. Sólo si Soria renunciara - presiones para que lo haga debe tener unas cuantas - podrían recomponer un poco su ya de por sí penosa imagen pública de partido y gobierno enfangados en la corrupción. 

Y no sólo porque la de Soria haya sido una decisión viciada de amiguismo prepotente - que lo ha sido - sino también y sobre todo porque el beneficiado de la misma no atesora entre sus virtudes la más importante de todas para un funcionario servidor del interés general: una hoja de servicios públicos limpia de toda tacha. Si el PP y el Gobierno tuvieran la improbable decencia de rectificar y anular la propuesta para que Soria viva dos años a cuerpo de rey podría empezar Rajoy a hablar de regeneración de la vida pública con un mínimo de conocimiento de causa. Mientras no asuma  que no se puede mentir a todo el mundo durante todo el tiempo y que la vida pública sólo se sanea apartando de ella a los corruptos y aprovechados del poder por más que judicialmente sean unos santos varones, la palabra regeneración en su boca seguirá sin tener la más mínima credibilidad, con concurso o sin concurso. 

El funcionario Soria

No cuela, por mucho que se empeñen Rajoy y la mayoría de los suyos, que la propuesta sobre el empleo dorado para el que se propone al ex ministro panameño José Manuel Soria sea un mero trámite administrativo fruto de un prosaico concurso de méritos en el que el aspirante ha batido a todos sus rivales. El paso al frente que sin complejos y por mis bigotes dio el viernes por la noche el ministerio de Economía - después de haberlo negado - con la anuencia ineludible de las barbas de Rajoy tiene todo el reconocible aroma de los dedazos  más paradigmáticos del caciquismo político. 

Sólo habían pasado tres minutos mal contados desde que un Rajoy con cara de circunstancias había recogido los bártulos tras su fracasada investidura, cuando de Guindos, amigo y valedor de Soria al igual que el propio presidente, anunció al mundo mundial que el canario andaba sobrado de méritos curriculares para desempeñar la alta representación de nuestro país en el Banco Mundial. Hasta los propios populares fueron pillados con el pie cambiado y muchos de ellos no sabían qué cara poner ni qué explicación dar cuando al día siguiente por la mañana acudieron a lamer las heridas de su amado líder en la reunión de la cúpula del partido.

Los equipos fabricantes de argumentarios en La Moncloa y en el ministerio se pusieron raudos a la labor de justificar lo injustificable y encontraron la respuesta que ahora repiten casi todos en el PP como un adiestrado coro de loros: el señor Soria es un funcionario que tiene derecho a optar a ese puesto porque no está imputado ni inhabilitado judicialmente para el mismo; por tanto, impedirle acceder a él no sería legal, dicen. Ese es el mantra que esparcen a los cuatro vientos desde ayer en un intento vano y estéril de hacernos olvidar quién ha sido el ministro Soria, cuáles han sido sus andanzas y milagros en la política y cuáles fueron las razones que le llevaron a abandonar el Gobierno y la vida política el pasado mes de abril.


Ahora sabemos o podemos sospechar al menos con mucho fundamento que la salida de Soria del Gobierno después de haberse atragantado malamente con los papeles de Panamá tuvo un precio que no fue otro que conseguir un empleo de relumbrón a razón de 226.000 euros al año limpios de polvo y paja y a los que Montoro no podrá hincarles el diente; algo así como otro paraíso fiscal pero con todas las bendiciones y sin tener que ocultarlo detrás de nombres raros o exóticos. A esto se reducen en esencia las promesas de regeneración política que volvió a hacer Rajoy en su fracasada investidura de la semana pasada y de las que a estas alturas ya dudan seriamente hasta en el PP. 

Son episodios y decisiones como estas los que alejan cualquier posibilidad, por mínima que sea, de apoyar a alguien como Rajoy y al PP para continuar al frente de este país y mucho menos para regenerar su vida política. A la vista de lo ocurrido con este nombramiento, para el presidente y para la mayoría de su partido basta un expediente brillante y, sobre todo, ser muy amigo de quienes toman las decisiones para lavar la indecencia política y la falta de ética de quien tuvo empresas en paraísos fiscales siendo cargo público de este país y mintió descaradamente sobre ellas. 

Lejos de haber quedado por ello políticamente inhabilitado para cualquier responsabilidad pública o respaldada por el poder público, se le premia en cambio con un suculento cargo internacional de representación pública y de no menos suculenta remuneración. Bien a la vista está que Rajoy no abandona nunca a los que le han sido fieles por un quítame allá esas empresas en paraísos fiscales e incluso por unos milloncejos de nada en Suiza. Recuérdese al efecto cuál es su máxima filosófica sobre la corrupción: "Luis, sé fuerte".

Que vote Papá Noel

Desconcierto, confusión, hartazgo, decepción e incertidumbre. Pueden ser las palabras para definir el clima político que se vive en España y que se recrudecerá mañana por la tarde cuando, salvo milagro político en el que no cabe creer, Rajoy vuelva a constatar que su desganada candidatura para seguir en La Moncloa no merece ni siquiera el beneficio de la duda.  Un rumor sordo empieza a circular entre muchos ciudadanos de a pie ante la absoluta incapacidad de unos y de otros para el diálogo y el acuerdo. Es como un zumbido aún tenue que va subiendo poco a poco de intensidad y que amenaza con estallar en una gran exclamación de cabreo si, llegados al 31 de octubre, se convocan nuevas elecciones en España, las terceras en doce meses. 

Si encima la convocatoria se fija para el día de Navidad, ese cabreo, que ahora es subterráneo y como contenido, se va a transformar en un gran puñetazo que innumerables ciudadanos verdaderamente hartos de una clase política absolutamente sorda y desconectada del país darán sobre la mesa: ¡abstención!. 

Si esos políticos que después del 20 de diciembre de 2015 y después del 26 de junio dijeron que habían "escuchado el mensaje de las urnas" y prometieron que harían todo lo que fuera necesario para que no se convocaran nuevas elecciones llevan a este país a una tercera cita electoral en un año, serán los ciudadanos los que tendremos que decir la última palabra. Y esa palabra tiene que ser una declaración clara y contundente de que no iremos de nuevo a las urnas si vuelven a postularse para presidentes del gobierno de este país los mismos que han fracasado en dos ocasiones consecutivas tras anteponer descaradamente sus intereses de partido y hasta personales a los intereses generales. 


Si Mariano Rajoy, de por sí inhabilitado políticamente por los casos de corrupción que afectan a su partido y por su absoluta insustancialidad política, no es capaz de ganarse los apoyos que necesita para ser presidente del Gobierno, tiene que retirarse de inmediato y dejar paso a otra persona del PP que pueda cumplir esa función. Si Pedro Sánchez sigue sin renunciar a su numantina posición de "no " a todo y sin dar el paso de poner sobre la mesa algún tipo de propuesta para el acuerdo con el resto de los partidos que sea capaz de sumar, terminará también por quedar completamente inhabilitado para continuar al frente de un partido con el bagaje y la historia del PSOE. 

Rivera e Iglesias no escapan tampoco a la crítica. El primero ha fracasado ya en dos ocasiones en su intento de aparecer ante el país como el hombre de los consensos y los acuerdos. Bien es verdad que no es el principal responsable de esos fracasos pero sus líneas rojas ante Podemos nunca palidecieron y pasaron al rosa pastel como lo hicieron cuando le tocó sentarse a negociar con el PP. En cuanto a Iglesias, fue precisamente su convencimiento de que podría superar el PSOE en unas segundas elecciones lo que le hizo adoptar la insufrible actitud prepotente devenida ahora en modosidad y apelaciones al acuerdo "progresista" con el PSOE por más que no puede ignorar que las cuentas no salen. 

Por acción o por omisión y en menor o mayor medida, los cuatro líderes políticos a los que los ciudadanos de este país han mandatado ya en dos ocasiones para que formen gobierno están dando un espectáculo político tan  lamentable que deberían sentir vergüenza y bochorno y pedir disculpas por ello. Nada de eso harán, estoy seguro. Pero los ciudadanos sí podemos empezar ya a dejar muy clara nuestra opción a ver si ahora sí nos escuchan: o cambian los candidatos a La Moncloa o el día de Navidad nos quedaremos en casa y que vote Papá Noel.

Rajoy no quiere ser presidente

Después de hacer el inconmesurable esfuerzo de escuchar todo su discurso he llegado la conclusión de que Mariano Rajoy no quiere ser presidente del Gobierno y en su fuero interno prefiere unas nuevas elecciones. No si para ello tiene  que depender de los votos de otros partidos como es el caso. Se le ha notado demasiado esta tarde la desgana con la que ha asumido el encargo del rey y ha dejado patente que lo suyo  no es  la negociación y el acuerdo, que fuera de la mayoría absoluta en la que tan a sus anchas se maneja se siente desvalido y abandonado a su suerte, en manos de gente extraña que quiere imponerle ideas y medidas  con las que no comulga. Tal vez esa sea una de las razones por las que la bancada popular aplaudía tanto esta tarde a su líder, para darle los ánimos que él mismo es incapaz de encontrar. 

Su discurso de investidura de esta tarde ha batido todos los récords de lo plano, soso y plúmbeo que cabía esperar de un campeón del aburrimiento oratorio como el candidato popular. Bien contados, con 5 minutos hubieran bastado para el desganado apoyo que pidió a la cámara y para desgranar cuatro promesas vacías de contenido concreto. El resto del tiempo, hasta una hora y cuarto, lo ha empleado en contarnos la necesidad perentoria y de perogrullo de que haya gobierno, en volver a agitar la herencia recibida hace casi 5 años y en autoalabarse por lo bien que lo ha hecho como presidente y de los males que  nos ha librado durante el tiempo que ha tenido la posibilidad de gobernar sin que nadie la llevara la contraria.


Su perorata de esta tarde ha estado mucho más cerca de un discurso sobre el estado de la nación que de una petición de confianza para ser presidente del Gobierno de este país. Ni una brizna de entusiasmo y de emoción han reflejado  sus palabras,  ni una pizca de alegría contagiosa ni un soplo de ilusión que lleve a los ciudadanos a desear que Rajoy reciba  el apoyo de la mayoría del Congreso. Así, apenas si mencionó el pacto con Ciudadanos que costó una semana cerrar, dando la sensación de que las cuatro promesas que sacó a relucir se le ocurrieron a él o a su partido como si aún gozara de la añorada mayoría absoluta. Sobre asuntos clave como la corrupción que salpica principalmente a su partido pasó de puntillas y apenas si llegó a 2 minutos el tiempo que le dedicó. Para completar la idea de que la corrupción no es un problema ni de su partido ni de este país sólo le faltó añadir que  todo es falso salvo algunas cosas que están ahí.  Ignorando el rechazo que ha generado la LOMCE, ofreció un pacto educativo más retórico que concreto y sólo al final de su cansina intervención elevó algo  el tono para arremeter contra el soberanismo catalán pero sin ofrecer absolutamente nada nuevo.

 No creo, como piensan algunos, que la abulia política  con la que Rajoy se ha presentado hoy ante la cámara se deba a que se está reservando para los cara a cara de mañana con los portavoces de los grupos parlamentarios. Los que así opinan no deberían buscar un Rajoy ideal que no existe, él es así de plano y soporifero hasta en los momentos supuestamente históricos como el de hoy. Tan narcotizante y apático ha sido su discurso que ni siquiera ha hecho el más mínimo esfuerzo por atraerse a su causa al principal partido de la oposición, al que más bien ha regañado por no postrarse de hinojos a sus plantas y apoyarle sin condiciones; ni una oferta de diálogo, ni una invitación a que proponga asuntos sobre los que sea posible alcanzar algún tipo de acuerdo ha salido de los labios de Rajoy esta tarde por lo que al PSOE se refiere.

Francamente, Rajoy no ha hecho nada esta tarde para merecer el apoyo de la mayoría de la cámara por activa o al menos por pasiva y de paso ha liberado a Sánchez de cualquier tipo de presión para conseguir la abstención del PSOE. Todo lo cual me ratifica en mi idea inicial: a Rajoy sólo le entusiasmaría ser presidente si volvieran los tiempos de las mayorías aplastantes. Por eso conviene no descartar que detrás de este teatrillo de la investidura esté la tentación de forzar unas terceras elecciones y probar a ver si suena la flauta de la mayoría absoluta. 

Otra y nos vamos

A pesar de la breve ausencia no supongan que he estado completamente ocioso. Esperaba, antes de bajar unos días la persiana de este blog, que pudiera llevarme al teclado alguna novedad interesante respecto a la formación de gobierno. Por mucho que he esperado no ha podido ser y miren que Rajoy ni siquiera se ha ido de vacaciones: ahí sigue, disfrutando del aire acondicionado de La Moncloa y esperando que Pedro Sánchez toque en la puerta y le entregue la abstención envuelta en papel de seda. 

Pero Sánchez, que para no ser menos y demostrar también su sentido de Estado tampoco se ha ido de vacaciones, sigue sin estar por la labor, es decir, sigue siendo un hueso duro de roer para Rajoy. Y de Rivera ni les cuento, que continúa el hombre intentando sin el más mínimo éxito arbitrar un partido que los principales contendientes se niegan en redondo a jugar. 

Es muy probable que cuando vuelva a subir la persiana dentro de un par de semanas las cosas no hayan mejorado de manera significativa. En realidad es mucho más probable que hayan empeorado porque, a cada día que pasa en esta situación, los problemas a los que debió haberse atendido hace meses puede que ya tengan consecuencias irreversibles.

Al menos bajo la persiana con el alivio de conocer que el incendio en La Palma ha sido metido en vereda después de varios días de denodados esfuerzos por tierra y aire de centenares de trabajadores - que no operarios -, uno de los cuales se dejó incluso la vida en la tarea. El desastre ambiental es mayúsculo y el daño en los bienes será también cuantioso. Se escuchan ya voces hablando de ayudas y subvenciones para los afectados y está bien que así sea, siempre y cuando se cumpla alguna vez que tales aportaciones se entreguen en tiempo y forma; carecen de todo sentido si su entrega se demora durante años como ha pasado en muchas otras ocasiones similares.

Del mismo modo, también carece de todo efecto ejemplarizante y reparador desde el punto de vista de la Justicia que la sentencia que debe recaer sobre el autor confeso del incendio se posponga hasta las calendas griegas como ocurre con el incendio de hace nueve años en Gran Canaria. 

En realidad, si uno lo piensa un poco, tanto la incapacidad de los partidos políticos españoles para formar gobierno como la cansina frecuencia con la que se repiten desastres naturales como el de La Palma, hasta el punto de que terminan concibiéndose como maldiciones bíblicas inevitables, nos remiten al mismo problema de raíz: la tendencia política a enredar sobre cuestiones que, a ojos de la mayoría de los ciudadanos de a pie, sólo requieren verdadera voluntad para resolver los problemas planteados en lugar de crear otros nuevos en donde no había ninguno.

En eso pensaba seguramente Woody Allen con la frase que me sirve hoy para echar el cierre temporal al blog y con la que les dejo reflexionando hasta la próxima vuelta...


"La vocación del político de carrera es hacer de cada solución un problema".  




Con La Palma

¿Qué se puede decir o escribir que no se haya dicho o escrito ya sobre los incendios, su prevención en épocas de calores extremos como la actual y el comportamiento irresponsable de quienes, pasándose todo eso por el arco del triunfo, enciende un fuego en el monte? Es difícil reflexionar sobre algo que de analizado y experimentado parece tan evidente que uno no encuentra qué decir cuando vuelve a ocurrir la tragedia.

Le está tocando desde ayer a La Palma, isla que suele sufrir con cierta frecuencia el azote del fuego: cuando no es porque alguien tiró unos voladores en una fiesta sin importarle que la temperatura a la sombra rebase los 40 grados es porque otro alguien tuvo la ocurrencia de quemar unos rastrojos o unos papeles, como acaba de ocurrir ahora. El caso y la desgracia es que casi siempre suele haber un alguien que por ignorancia o por cálculo criminal arrima la cerilla encendida al pasto reseco y pone a miles de personas en estado de ansiedad y riesgo y a lo que la Naturaleza ha tardado tal vez cientos  de años en crear al borde de la destrucción. 


Las consecuencias más inmediatas del último de estos actos son un trabajador forestal fallecido, casi un millar de personas desalojadas de sus hogares y otras tantas hectáreas de vegetación arrasadas por el fuego. Toca en primer lugar concentrarse en una tarea doble: atender a las personas desalojadas y combatir el fuego con todos los medios al alcance. Una vez atendido lo más urgente es prioritario esclarecer las causas del incendio y hacer recaer sobre el responsable toda la contundencia de la ley. Una ley que también en este tipo de casos es imprescindible que se aplique, además de con rigor, con razonable celeridad. 

Por poner un sólo ejemplo, es social y jurídicamente intolerable que, 9 años después, aún no se haya celebrado la vista oral del juicio contra al autor confeso - subrayo la palabra confeso - del incendio que en el verano de 2007 arrasó más de 20.000 hectáreas en la isla de Gran Canaria. Por no mencionar que buena parte de los afectados aún no ha cobrado las ayudas que a bombo y platillo prometieron los políticos de entonces sobre los rescoldos del fuego aún calientes.  Y como ese se podrían citar otros muchos ejemplos de exasperante lentitud judicial y adminisrativa a la hora de reparar jurídica y económicamente los daños causados. 

Y todo esto sin olvidar la principal premisa para minimizar el riesgo de incendios, esa que siempre se invoca por parte de casi todos pero que cada vez se incumple más: la limpieza de nuestros montes. En gran medida y sin restarle ni un gramo de responsabilidad a la mano del autor material, estos incendios serían mucho menos frecuentes o podrían combatirse con más éxito si se cumpliera algo tan elemental como no permitir que en el suelo del bosque se acumule el combustible que contribuye a hacer de un incendio un desastre natural sin paliativos. 

Esa, junto con la de ayudar a sus dueños a reparar los daños causados por el fuego en los bienes particulares, debería ser también la labor inaplazable para las administraciones públicas implicadas. Confiemos - sin mucha fe, la verdad -  en que de una vez empecemos en esta tierra a cambiar  la cultura política sobre los incendios o sobre las riadas en barrancos atascados por las construcciones, que esa es otra. De momento y a la espera de poder meter el incendio en cintura, sólo cabe expresar la solidaridad con La Palma, con su gente y con todos los que sienten que se les encoge de pena el corazón ante la destrucción inmisericorde que causa el fuego. 

Hoy como ayer

El tipo que traigo hoy a este espacio de citas veraniegas puede que sea el rey de los personajes más citados si de citas políticas hablamos. Da igual que lo que se cita proceda de su caletre, del de cualquier otro o sea cosa dudosa la paternidad de la cita en cuestión. Hablo de sir Winston Churchill, cuyos biógrafos aún se están preguntando de dónde demonios sacó tiempo para escribir todos los tochos de Historia que firmó y aún le sobró para ocupar varios puestos en la administración pública británica, incluido el de Primer Ministro de Su Graciosa Majestad en plena época de "sangre, sudor y lágrimas". 

No contento con todo eso se permitió además escribir unas memorias sobre la II Guerra Mundial de peso equivalente a las enciclopedias que teníamos que sostener de chicos, de rodillas y cara a la pared, cuando nos portábamos mal en la escuela. Por no hablar de los cuadros que también pintaba en sus "ratos libres" y que han corrido mucha peor suerte que sus citas: hoy nadie se acuerdo de ellos. 

Eso sí, los británicos, muy suyos ellos, le dieron la patada a pesar de que la contribución británica con él al mando fue decisiva para vencer a la Alemania de Hitler. Churchill fue todo un personaje, de esos que pasan a la Historia con mayúsculas, aunque no todo en él fue oro reluciente ni mucho menos. Uno de sus episodios más oscuros tuvo lugar en la India, en donde no hizo absolutamente nada para aliviar al menos la hambruna que acabó con la vida de 2,5 millones de personas en Bengala. Su cálculo pareció consistir en que los japoneses, que amenazaban con invadir aquel territorio, se lo encontraran vacío de toda vida y valor. 

Pero volviendo a sus frases redondas, Churchill  dejó para uso apropiado o inapropiado - eso depende de cada citador -  un buen ramillete de pensamientos, uno de los cuales es el elegido para esta sección veraniega. Describe a la perfección la actual situación política española y demuestra que el cortoplacismo y el tacticismo en política son males en gran medida inherentes al sistema democrático en todas las épocas, tanto en la de Churchill como en la de Rajoy (y perdón por la comparación).

"El político se convierte en estadista cuando empieza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones" 




De tronos y de posaderas

La cita veraniega de hoy se la he pedido prestada a un tipo singular para su época al que se le atribuye la paternidad del género del ensayo. Se llamó Michel de Montaigne y fue un señor francés con ascendencia judeoconversa aragonesa por parte de madre. 

Como correspondía a su posición social contaba con castillo señorial y todo, aunque eso no le impidió allá por el siglo XVI retirarse a la torre de su fortaleza para escribir una amplia serie de pequeños artículos que cuatro siglos después siguen plenamente en vigor. Titulados simplemente "Ensayos",  son una excelente compañía para el verano y para cualquier época del año y de la vida. 

Su lema fue "¿Qué sé yo?" o "¿Qué es lo que sé yo?", todo una declaración de principios frente a los ignorantes de entonces y de siempre que alardean de saber todo lo que hay que saber y más y que nunca se permiten la debilidad de la más mínima duda sobre nada de lo humano o lo divino.

Michel de Montaigne, como buen humanista admirador del mundo clásico, fue ante todo un escéptico consumado e incluso contrario a la necesidad de tener que contar con certezas para todo, la religión, la política, etc. Tal vez, si su punto de vista hubiera calado más hondo y echado raíces, el mundo se habría evitado no pocos fanatismos e intolerancias.

De sus muchos ensayos y de sus perspicaces pensamientos se podrían escribir otras tantas reflexiones y hasta nuevos ensayos completos. Hoy les voy a proponer una reflexión corta pero muy jugosa que habla de la humildad que deberían conservar siempre aquellos que se encumbran a lo más alto, sea en la política, en los negocios, el deporte o en cualquier otra actividad  de la vida y ya sea por méritos propios o ajenos. 

"Incluso en el trono más alto, uno se sienta siempre sobre sus propias posaderas" 

Son raros y por eso más dignos de elogio los casos en los que, alcanzada la meta máxima, no hay envanecimiento ni se hincha el pecho de orgullo como un globo; al contrario, en esos pocos casos se mantienen los pies en el suelo porque se es consciente de que el poder y la riqueza como vienen se pueden ir en cualquier momento y de nada se desprende uno con menos dolor que de aquello que ha amado o deseado menos. 


Citas de verano

Con el calor apretando y la situación política en punto muerto (por no decir que va cuesta abajo y sin frenos) ha llegado el momento de tomarse un pequeño respiro en el seguimiento de las andanzas de los prohombres de este país. 

Para no perder el contacto por completo, durante este tiempo me descolgaré de vez en cuando con alguna que otra cita sobre la que reflexionar entre caña y caña. La de hoy está entresacada de un libro magnífico que recomiendo sin reservas. Se titula "La política en tiempos de indignación" y es su autor Daniel Innerarity, catedrático de Filosofía Política y Social. La cita sobre la que les invito a reflexionar tiene mucho que ver con la situación de estancamiento político en la que vive España desde las elecciones del 20 de diciembre. 

"La democracia es un sistema basado en la experiencia de que por muy segura que esté la mayoría triunfante conviene tener a mano a la minoría perdedora como un recurso para posibilitar una alternativa en el caso de que, como suele ocurrir, las actuales hegemonías se agoten, las razones se tambaleen y las mayorías establecidas se desgasten"

¡Feliz verano!