Errejón e Iglesias se han lanzado en las últimas horas unos cuanto mandobles dialécticos a través de las redes sociales que los modernos no dudarían en calificar de "virales". La cuestión de fondo parece ser qué quiere ser Podemos de mayor, si un partido que inspire miedo entre los malos malísimos o amor y cariño entre quienes piensan en el diablo con cuernos cuando ven o escuchan a Iglesias. De la primera opinión es el líder supremo y de la segunda el confundador y secretario político Errejón. Aquel defiende que para alcanzar el cielo hay que meter miedo a los corruptos y este que el camino es ganarse a quienes no se fían de Podemos ni de sus aviesas intenciones.
A nadie se le oculta a estas alturas que lo que en realidad se ventila con esta discusión en la plaza pública no es otra cosa que la manera más segura de conseguir el sorpasso que daban por hecho en junio y que aún se preguntan cómo se les escapó de entre las manos. Aunque tengo para mi que se impondrá la línea dura de Iglesias, ni entro ni salgo, allá se las compongan los dirigentes de Podemos, sus círculos o lo que quede de ellos y sus votantes con lo que quieren ser y cómo quieren actuar en el futuro más o menos inmediato.
Ahora bien, como ciudadano que cree en la democracia con todas sus imperfecciones, sólo confío en que, sea cual sea la estrategia que al final se imponga, el desprecio por la casta no se traduzca en la misma actitud ante el menos malo de los sistemas políticos conocidos y ensayados a lo largo de la Historia. Esto implica la obligación de no considerarse en poder de la verdad absoluta, de respetar las ideas de los demás y de aceptar que la función de un partido democrático es, nada más pero nada menos, que servir de cauce a las aspiraciones de aquella parte de la sociedad a la que representa. Lo que da sentido a la palabra democracia, para algunos inventores de la "nueva política" mero sinónimo de casta, es precisamente la confluencia de las diferentes aspiraciones y voluntades sociales expresadas en la participación democrática a través de los partidos. Con eso, que no es poco pero es lo mínimo que cabe exigir de un partido político en un sistema democrático, me daría por satisfecho.
Con todo y al margen del debate estratégico sobre cómo puede Podemos relegar al PSOE a tercera fuerza política nacional, lo que más me ha llamado la atención es el empleo de las redes sociales para airear las diferencias estratégicas entre Iglesias y Errejón, que es como decir entre las dos corrientes principales de Podemos, algo de lo que se vanagloria el primero. Aunque en los últimos años se ha avanzado algo en participación democrática en la vida interna de los partidos políticos, lo habitual es que este tipo de asuntos se diriman en cenáculos más o menos oscuros y en función a veces de no menos oscuros intereses en los que no suele entrar mucha luz de la calle.
Podría pensarse que Podemos ha hecho una valiosa aportación a la transparencia de la actividad interna de los partidos políticos al tener la valentía de lanzar a los cuatro vientos las discrepancias entre sus dirigentes, haciendo partícipes de ellas al conjunto de la sociedad. Pero podría ser también - y esto no excluye por completo la razón anterior - que Podemos esté necesitado de recuperar la atención mediática que tuvo en la pasada legislatura cuando pudo ser parte de la solución y se convirtió en parte del problema.
Ahora, en una situación política en la que Pablo Iglesias y los suyos aparecen más desplazados del centro del escenario político, puede que hayan visto la necesidad de recurrir al viejo truco de que hablen de uno aunque sea mal, sobre todo si se olfatean elecciones en el horizonte. Y, además, tampoco vamos a descubrir ahora el amor por los platós de televisión y las dotes para el show mediático y el postureo desplegadas por Pablo Iglesias y otros dirigentes de Podemos antes y después del bebé de Carolina Bescansa.
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