No diga Bankia, diga estafa

Iniciaba el post de ayer afirmando que en un país normal o mediopensionista dimitiría la cúpula del partido en el gobierno y el propio gobierno si un corrupto como Francisco Correa dijera en sede judicial que se pasaba más tiempo en la sede de ese partido que en su despacho. También en ese mismo país, que por desgracia no es España, haría tiempo que se habrían depurado responsabilidades penales por la macroestafa de la salida a bolsa de Bankia. Lejos de ocurrir tal cosa, la Audiencia Nacional continúa la instrucción a paso de tortuga y, a lo que se ve, insensible, ciega y sorda ante las escandalosas revelaciones que acaban de salir a la luz sobre este caso.

Hasta ahora sabíamos con certeza que las cuentas que Bankia presentó podían ser cualquier cosa menos reales. Eso hizo que la cotización del monstruo con pies de barro se desplomara en cuanto se descubrió el engaño y que miles de accionistas y de tenedores de participaciones preferentes perdieran gran parte el dinero invertido. Contar el calvario que les está suponiendo recuperar una parte del mismo nos llevaría demasiado tiempo y espacio; baste con decir que no se lo han puesto fácil ni el Gobierno ni la propia entidad, hasta el punto de que en ocasiones han querido presentarlos más como fastidiosos pedigüeños que como ciudadanos lisa y llanamente estafados que reclaman ser resarcidos. 

Aquella monumental estafa le ha costado a los españoles 21.000 millones de euros de dinero público de los que es improbable que volvamos a ver uno sólo y todo porque Bankia era tan importante y tan "sistémico" que hubiera sido un error dejarlo caer. Siempre tuve mis dudas y las mantengo: indemnizar a los accionistas y preferentistas y cerrar el chiringuito puede que hubiera tenido menos costes para el erario público a medio y largo plazo que mantenerlo en pie. Pero, por lo que se va sabiendo, los intereses políticos que campaban por sus respetos detrás de la fachada de un banco podrido hasta los cimientos eran demasiado fuertes como para actuar con contundencia y rigor. La Comisión Nacional del Mercado de Valores se hizo la sueca con las cuentas de la entidad y abrió la puerta a la estafa bancaria del siglo en este país. 


No se quedó atrás el Banco de España, pomposamente conocido como el "supervisor", que no supervisó absolutamente nada y que  permitió sin mover un dedo que Rodrigo Rato bebiera champán y tocara la campanilla del Ibex 35 cuando el engendro que presidía empezó a cotizar cargado hasta el cuello de activos tóxicos. Una nueva prueba, por si faltaba alguna, de que el Banco de España y su gobernador Miguel Ángel Fernández Ordóñez hicieron clara dejación de sus responsabilidades como supervisor del sistema financiero la acabamos de conocer hace pocos días. Unos meses antes de que Bankia empezara a cotizar, el servicio de Inspección del Banco de España advirtió de que el grupo financiero no era viable a medio plazo, con lo que su salida a bolsa sería la mejor manera de que sus perdidas las termináramos pagando todos los españoles. 

Esa opinión profesional cualificada fue sencillamente ignorada por la cúpula del Banco de España que permaneció impasible el ademán mientras se consumaba el gran robo de cuello blanco. Puede que la aureola de Rodrigo Rato y su reciente paso por el Fondo Monetario Internacional intimidara tanto a Fernández Ordóñez que no se atrevió a poner ni una pega a que aquel juguete roto se llevara por delante los ahorros de decenas de miles de pequeños inversores y arramblara con 21.000 millones de euros de todos los españoles. Puede que el gobernador creyera, como creía todo el Gobierno de Rodríguez Zapatero, que la opinión de un  simple inspector del Banco de España no podía cuestionar la tan alabada solvencia y solidez del sistema financiero español.

Sea cual fuere la razón, me temo que nos vamos a quedar sin conocerla aunque a Fernández Ordóñez se le ocurra escribir otro libro autojustificativo. El juez Andreu que instruye la causa por la salida a bolsa de Bankia tampoco considera pertinente hacer caso de las opiniones del inspector y no las incluirá en el sumario a pesar de su relevancia. Así pues, nadie en el superfluo e inútil Banco de España tendrá que  dar explicaciones por lo que a primera vista tiene todo el aspecto de una culpa in vigilando que ha sangrado el bolsillo de los españoles y ha arruinado a miles de humildes ahorradores. Y todo esto ocurre, además, mientras en esa misma Audiencia Nacional se dirime estos días el caso de las tarjetas opacas de las que se beneficiaron a cuerpo de rey, entre otros muchos, el propio Rodrigo Rato, seguramente convencido de que haber estafado a todo un país merecía, cuando menos, barra libre en la caja fuerte de Bankia.   

Como Correa por su casa

En cualquier país normal e incluso mediopensionista, si un conseguidor de mordidas empresariales a cambio de contratos públicos pasa más tiempo en la sede del partido en el poder que en su despacho, dimitiría en bloque la cúpula del partido, se produciría una crisis de gobierno y habría que convocar elecciones. No es el caso de España que, como sabemos de sobra, ni es un país normal ni siquiera mediopensionista. Una de las primeras cosas que se aprenden de España es que se trata sencillamente de un país diferente y eso no va a cambiar ni a corto ni a medio plazo. Si así fuera, las encuestas sobre intención de voto no seguirían dando los resultados que dan y quien ha ganado las últimas citas electorales sería hoy un cadáver político afortunadamente amortizado y olvidado por el bien de la decencia y de la democracia. 

Pero como eso no es lo que pasa en España, medio país asiste estos días asombrado y la otra mitad curada de espanto a la declaración en sede judicial del presunto cerebro de la trama Gurtel. Francisco Correa ha cantado con un estilo tan depurado que si fuera tenor o barítono se lo rifarían los principales teatros de ópera del mundo. Ha explicado con mucho detalle cómo se conchabó con Luis Bárcenas, el ex tesorero del PP despedido en diferido por Cospedal, para repartirse las jugosas comisiones que cobraba a las empresas que se hacían con los contratos públicos soñados. Ha dicho que se pasaba más tiempo en la sede nacional del PP que en su propio despacho, pasando por alto el hecho de que en los dos sitios se dedicaba exactamente a lo mismo, a organizar con Bárcenas la trama de corrupción que le permitió esconder 23 millones de euros en Suiza y a su compinche casi 50.


O puede que tantas horas en el despacho de Bárcenas las dedicaran ambos a contar los fajos de billetes que traía en su maletín y con los que accedía al garaje de Génova como un miembro más de la dirección del PP, todo es posible. Pero con todo, la brillante línea melódica que Correa ha exhibido estos días en el juicio tiene algunos pasajes muy oscuros en los que parecen faltar notas esenciales para comprender a fondo toda la trama. Sabemos que cobraba de un 2 a un 3% de las empresas por conseguirles contratos públicos y que el dinero se lo repartía con Bárcenas, quien a su vez hacía un reparto posterior en el PP y del que se quedaba con una parte para alimentar la cuenta en Suiza. 

Si Bárcenas era también el que intercedía ante la instancias adecuadas para que el contrato en cuestión recayera en las manos correctas la pregunta que falta por responder cae por su propio peso: ¿cuáles eran esas instancias y quienes sus responsables con capacidad para que el negocio fuera a parar a unas empresas y no a otras? Correa sólo ha apuntado hasta ahora el nombre de algunas empresas de mucho ringo rango - ACS, OHL - como pagadoras de mordidas a cambio de contratos. Sin embargo, no ha mencionado cargo alguno de la cúpula popular o del gobierno y ha dirigido el grueso de su aria de bravura contra su otrora compinche de negocios Luis Bárcenas. 

El asunto adquiere así todo el aroma de las viejas películas de mafiosos en las que, fieles al sagrado juramento de la omertá, los jefes de segundo o tercer nivel se despedazaban entre ellos pero se cuidaban mucho de delatar al capo principal. Y esa, que es en realidad la clave de este caso, es la que no vamos a conocer en este macrojuicio. Correa pondrá fin a su aparición estelar ante el tribunal y le seguirá Bárcenas, del que tampoco cabe esperar, salvo sorpresas, que desvele quiénes en el gobierno se avenían a sus peticiones de amañar contratos públicos y si recibían sobres a cambio.

Aún así es comprensible que en el PP haya cierto nerviosismo controlado, apreciable sobre todo en Cospedal y en sus prisas para que el juicio aclare "cuanto antes" que - según su divertida teoría - los trapicheos entre Correa y Bárcenas eran cosa exclusiva de esos dos personajes y nada tenía que ver con ellos el partido. A Correa le preguntaron hoy en el juicio por su grado de amistad con José María Aznar y respondió que, aunque trabajó para él muchos años, el ex presidente del Gobierno y del PP "me miraba, me sonreía y punto". Tal vez por eso la trama Gurtel sólo pagó una parte de la boda de la hija de Aznar y Correa se limitó a ser testigo del enlace. No obstante, con Correa entrando y saliendo de la sede del PP como si fuera su propia casa, tampoco eran necesarias mayores muestras de efusividad.

Un pacto mareado

Cuando por fin parecía que el pacto entre el PSOE y CC se encarrilaba de nuevo, unas declaraciones extemporáneas del presidente del cabildo de Tenerife, el nacionalista Carlos Alonso, lo han vuelto a mandar a la UVI con pronóstico reservado tirando a grave. Así, saliendo y entrando de vigilancia intensiva, lleva el acuerdo casi un mes, desde que se supo que los concejales nacionalistas de Granadilla tenían intención de hacerse con la alcaldía en manos socialistas. Un mes en el que hemos estado más atentos a las cuitas e idas y venidas de los socios del pacto que de los problemas que tienen estas islas. Demasiado tiempo perdido y demasiada incertidumbre política  - como si no tuviéramos suficiente con los más de 300 días con un gobierno central en funciones - cuando hay tanto por hacer en empleo, educación, sanidad o servicios sociales. 

La situación ha empezado a tomar un cariz realmente preocupante: una tierra con las cifras de paro, pobreza o listas de espera que tiene Canarias no se puede permitir perder un minuto más en juegos versallescos o en maquiavelismo político con no se sabe muy bien qué aviesas intenciones por parte de unos y de otros. Aunque el presidente del Gobierno diga a diario que este ruido, como él lo llama, no le distrae un minuto de los asuntos que debe gestionar el Ejecutivo, parece poco probable que el clima de desconfianza que se ha instalado últimamente entre los socios, las puyas cruzadas o los mensajes entre líneas, no influyan en el día a día de la acción de gobierno. Donde hay desconfianza sería extraño que no se resintiera también la colaboración y la lealtad que debe presidir las relaciones entre los socios de un pacto político del que tienen que emanar soluciones y no disputas gratuitas que los ciudadanos sólo pueden ver, y con razón, como juegos de manos. 


Va siendo hora de que cada uno defina sus posiciones y ponga fin cuanto antes a este hastiante culebrón político en el que estamos enredados. Si el PSOE se siente ultrajado por las declaraciones de Alonso achacando al mero interés salarial que los socialistas sigan en el Gobierno a pesar de haber dado el pacto por roto varias veces, debería de una vez afrontar el dilema y tomar una decisión: irse o quedarse, pero no continuar instalado en la ceremonia de la confusión que en buena medida, y aunque no le falten razones para estar disgustado, también ha contribuido a fomentar.

Si, además, a las corrosivas palabras de Alonso se añade que los contactos oficiosos con los nacionalistas para revisar el pacto no han dado los resultados esperados, más razón todavía para extenderle el certificado de defunción. Sinceramente, se me escapan las razones por las que después de tanto desplante e incumplimiento por parte de su socio, coronado ahora por unas manifestaciones que parecen pensadas precisamente para darle la puntilla al acuerdo, el PSOE parezca todavía dispuesto a mantenerlo con vida. 

CC debería también poner sus cartas boca arriba para acabar de una vez con este cansino juego. Si las protestas del presidente defendiendo las ventajas del acuerdo con el PSOE son sinceras, debería exigir a los suyos - empezando por el presidente del Cabildo de Tenerife - que arrimen el hombro para mantenerlo en pie en lugar de la cerilla para hacerlo volar por los aires. Todo ello, sin menoscabo de que sus quejas sobre los problemas viarios de Tenerife estén plenamente justificadas pero sin olvidar tampoco que, al igual que ocurre con el déficit sanitario, no estamos ante problemas de antes de ayer sino de mucho tiempo atrás y sobre los que tiene una gran parte de culpa el Gobierno central del PP por el incumplimiento sistemático y contumaz de sus compromisos con Canarias.

Si por el contrario, el objetivo último de Coalición Canaria es obligar al PSOE a irse a la oposición para apoyarse en una mayoría parlamentaria distinta de la actual, no debería dejar pasar un minuto más el presidente sin firmar los decretos con los ceses de los consejeros socialistas y conformar un nuevo gobierno. Esa es su potestad pero también su obligación ineludible como presidente de todos los canarios: liderar un gobierno sólido y cohesionado que haga frente a los problemas y desafíos de esta tierra. Por el bien de todos, el PSOE y CC tienen que dejar cuanto antes de marear un pacto que, o se reconstruye sobre bases más firmes y duraderas y voluntad real de cumplirlo, o seguirá siendo un factor permanente de distorsión política que Canarias sencillamente no se puede permitir. 

La respuesta está en el viento

Me sorprende la cantidad de gente que aún se sorprende por los premios Nobel de la Paz o de Literatura que cada año concede la Academia Sueca encargada de estos menesteres. A mi, la verdad sea dicha, cada vez menos. Y menos aún nos sorprenderíamos si repasáramos la nómina de premiados y olvidados en uno y en otro capítulo. Por empezar por los premios Nobel de la Paz y por sólo citar unos pocos ejemplos, nadie se ha podido explicar nunca, salvo que piense mal, cómo es posible que Ghandi no fuera merecedor de recibirlo y sí se le otorgara en cambio a Henry Kissinger. Sólo por remediar ese imperdonable olvido, deberían los sesudos académicos suecos saltarse por una vez sus normas y concedérselo al líder indio a título póstumo.

Más recientemente muchos se siguen preguntando qué méritos hizo Barack Obama para ser galardonado con ese premio cuando apenas había abierto las maletas con las que se mudó a la Casa Blanca y ya se le estaban reconociendo "sus grandes esfuerzos para reforzar las relaciones internacionales"; o hace unos días, con un premio Nobel de la Paz al presidente colombiano Juan Manuel Santos, cuarenta y ocho horas después de perder el referéndum sobre el acuerdo con la guerrilla para poner fin a 50 años de guerra en su país. Y ya puestos, aún sigue levantando resquemores la concesión de ese premio a la Unión Europea en medio del huracán de recortes y ajustes del que no terminamos de salir. 

En el capítulo literario no son menos los olvidos y los premiados olvidados. Juraría que son muy pocos los españoles que saben quién fue y cuáles fueron los méritos de un señor llamado José Echegaray, galardonado con el premio Nobel de Literatura en 1904, "en reconocimiento a las numerosas y brillantes composiciones que, en una manera individual y original, han revivido las grandiosas tradiciones del drama español". Sin embargo, sí estoy seguro de que serían muchísimos más los españoles que sabrían decir quién fue Benito Pérez Galdós y citar al menos algunas de sus obras, aunque en Suecia nunca oyeran hablar de él. 


Como tampoco hemos oído hablar mucho por estas latitudes de galardonados como Henrik Pontopiddan o Grazia Deledda, ambos premios Nobel de Literatura en 1917 y 1926 respectivamente. Mención aparte merece W.Churchill, al que también le dieron el mismo premio tal vez con la secreta intención de que dejara de escribir de una bendita vez. Y llegamos a la actualidad y a la concesión del Nobel de Literatura al cantante y compositor estadounidense Bob Dylan "por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción". Observen, por cierto, cuánto les gusta a los académicos suecos lo de la "gran tradición" que también emplearon para justificar el Nobel a José de Echegaráy hace ya más de cien años. 

Imagino que el premio se le concede a Dylan en atención a la calidad literaria de la letra de sus canciones y no a su estilo de cantar ni a su forma de tocar la guitarra, sólo al alcance de aventajados alumnos de parvulario. Si es por la calidad de las letras puedo estar de acuerdo en que rompieron moldes, asimilaron la tradición de la música popular de Estados Unidos y expresaron el sentir de toda una generación, aunque no más ni con más calidad que las de otros muchos autores de composiciones populares y, desde luego, lejos de la calidad musical y vocal de sus intérpretes. 

La lista sería demasiado larga pero me vienen a la cabeza nombres como los de Edith Piaf, Mercedes Sosa, Vinicius de Moraes, Baden Powell o Chavela Vargas. Si la comparación - odiosa donde las haya -  la hacemos con la obra de escritores propiamente dichos, mucho me temo que el señor Dylan no saldría muy bien parado frente a Don DeLillo, Philip Roth o Murakami, por referirme solo a tres cuyos nombres sonaban este año - un año más - para obtener este galardón. 

¿Que por qué la Academia sueca se ha  inclinado por primera vez en su historia por un cantante de música popular, sin duda influyente, icónico y carismático, para conceder su premio Nobel de Literatura? Veamos algunas hipótesis: ¿por responder a las críticas estadounidenses de que los de la Academia son unos eurocéntricos que sólo premian a europeos y particularmente a suecos o noruegos que nadie conoce? ¿por dar la nota y llamar la atención? ¿por molestar a Donald Trump? ¿porque el presidente pertenece a la generación de "haz el amor y no la guerra"?  Y ya puestos, ¿mezclan los académicos churras con merinas? Todo puede ser, aunque lo más probable es que la respuesta esté en el viento.

Un patán muy peligroso

Por lejos que nos queden sus elecciones y por mucho desdén que se pueda sentir por el american way of life, es imposible no sufrir sudores fríos con sólo imaginarse al tipo del tupé rubio platino de presidente de la que a fecha de hoy sigue siendo la primera potencia mundial. El escándalo gira ahora en torno a un vídeo de hace cinco años en el que este rijoso cavernícola profería comentarios vomítivos sobre las mujeres y los que éstas se dejan hacer de él. Pero llueve sobre mojado: antes de conocer la basura que excreta la cloaca de su cerebro cuando piensa en las mujeres, ya nos había dado sobradas muestras de que lo del vídeo no fue un "comentario de vestuario" aislado, como lo ha calificado el propio mandril de referencia. 

La putridez de su pensamiento da para eso y para mucho más: los periodistas, los hispanos, los negros, el presidente de su país, los cubanos, los musulmanes o los europeos - seguramente me olvido de alguien -  también se han visto alcanzados por el surtidor de basura que sale a toda hora por su boca de palurdo. Los penúltimos damnificados han sido sus propios compañeros del Partido Republicano, alarmados no vaya a ser que la lengua viperina de su candidato mamporrero les deje sin la presidencia de Estados Unidos en las elecciones del 8 de noviembre. Como buenos hipócritas que son, se rasgan las vestiduras tras escuchar lo que este chimpancé con raya a un lado  dice de las mujeres; y aunque es muy de agradecer que por fin se den cuenta de a qué clase de bestia parda han estado apoyando hasta ahora contra viento y marea, hubiera sido mucho mejor cortarle las alas antes de que empezara a desbarrar.


Lo que hicieron, en cambio, fue auparlo a la nominación republicana y reír sus gracias junto a unos medios de comunicación que vieron en él a un payaso con una asombrosa capacidad para proporcionar titulares escandalosos a toda hora con sólo levantar el dedo índice y abrir su bocaza de babuino. Llevado a hombros por los suyos - hay que recordar su victoria aplastante en las primarias republicanas - y jaleado por unos medios que sólo conciben la pugna política como un espectáculo circense o un combate de boxeo, no puede haber nada extraño en que la "América" más profunda, casposa y reaccionaria se haya decantado en las encuestas por el discurso xenófobo, racista y machista de este culiparlante. 

Ahora, este monstruo vociferante y de resabios filonazis campa por sus respetos y, salvo que renuncie a la candidatura, - de momento eso parece poco probable por más presiones que esté recibiendo - el 8 de noviembre se erguirá sobre sus cuartos traseros y venteará intentando captar el aire de la Casa Blanca. Me temo que a estas alturas quien único puede frenar esas aspiraciones es su rival demócrata, aunque no vendería yo todavía la piel del elefante republicano. Si la candidata de los demócratas llega a presidenta de Estados Unidos puede que sea más por las barrabasadas del pichabrava con el que esté midiendo sus fuerzas que por su capacidad de convencer incluso a sus propios electores. 

Pillada en más de un renuncio y con tendencia a esconderse cuando debería dar la cara, su candidatura no levanta ni de lejos la pasión y el entusiasmo que hace ocho años despertó fuera y dentro de Estados Unidos el actual inquilino de la Casa Blanca. Su debilidad  la reflejan fielmente los sondeos electorales, algo que en Estados Unidos es poco menos que la verdad revelada sobre lo que piensan hacer los electores con su voto. En ningún momento hasta la fecha ha conseguido la fría candidata demócrata poner suficiente tierra de por medio frente al berzotas republicano. Sólo ahora, después de conocerse el vídeo sobre la consideración que al carajaulas de su rival le merecen las mujeres, ha tomado una cierta ventaja favorecida por aquellos que se empiezan a caer del guindo de su indecisión sobre si votar por ella o por el patán del flequillo imposible.

Las próximas semanas serán claves y aún queda un tercer debate que se adivina más tenso si cabe que el de hace unos días, en donde no solo no se dieron la mano sino que el energúmeno republicano amenazó incluso a su contrincante demócrata con meterla en la cárcel si llega a la Casa Blanca. Y a fe que es capaz al menos de intentarlo, a ella y a todos los que le caigan mal o no le rían las gracias a este chulo matón que amenaza con hacer de su país y del mundo un lugar mucho peor de lo que ya es.  

Brexit y xenofobia

Empieza a ser difícil reconocerse en la imagen que viene proyectando desde hace unos meses la cuna del liberalismo político. Gran Bretaña, un país cuyas virtudes políticas y sociales, aún distando un buen trecho de ser perfectas, muchos hemos envidiado sanamente, está entrando en una espiral de xenofobia y populismo que no augura nada bueno. El referéndum que un político mediocre llamado David Cameron se sacó del bombín para arrebatar un puñado de votos a la derecha eurófoba y xenófoba es el culpable de la deriva que está tomando el problema. Creyó que su farol funcionaría y haría pleno: arrancarle concesiones exclusivas a la Unión Europea y luego ganar también el referéndum. Pero lo perdió porque la Inglaterra profunda se terminó creyendo a pies juntillas las patrañas de quienes culpan a los extranjeros de todos los males del país y abogan por cerrarles las fronteras con siete llaves; "extranjeros", una palabra que en boca de quienes la pronuncian y en el contexto político en el que lo hacen tiene matices incluso siniestros y arrastra recuerdos sobrecogedores. 

Ahora, cuatro meses después de que una mayoría relativamente estrecha de los británicos decidiera que Gran Bretaña debe abandonar la Unión Europea, la muy conservadora Theresa May hace bueno incluso a un Cameron al que no le quedó más remedio que salir de la escena política después de su clamoroso fracaso. Su propuesta sobre los extranjeros acaba de encender todas las alarmas y la califica a la perfección el hecho de que haya merecido la felicitación entusiasta de ultraderechista Frente Nacional francés y que recoja en síntesis lo que siempre había venido exigiendo el eurófobo Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP), al que los conservadores le acaban así de robar de un plumazo el meollo de su rancio discurso político. 


Con el argumento de que los extranjeros son los responsables de que haya británicos en paro - dejando así en evidencia en qué granero electoral está buscando votos el Partido Conservador -  la señora May se propone reducir a 100.000 el número de inmigrantes que estaría dispuesto a aceptar anualmente el país. Nótese que no habla de comunitarios ni de extracomunitarios - los inmigrantes procedentes de las colonias del viejo imperio británico son con diferencia los más numerosos frente a los de otros países de la Unión Europea - sino de "extranjeros" de manera vaga e imprecisa.

Y oculta, además, de manera interesada que esos extranjeros que ahora no  son bienvenidos  no están en su país viviendo de la sopa boba sino trabajando, por ejemplo, en una sanidad pública que sufre una carencia crónica de médicos y enfermeros o en trabajos que los ingleses ya no quieren desempeñar. En otras palabras, estos "extranjeros " pagan impuestos, y generan riqueza y puestos de trabajo en beneficio de la economía británica. La audacia xenófoba de la señora May incluía también obligar a las empresas británicas a publicar un listado con nombres y apellidos de los trabajadores extranjeros contratados. Sin embargo se ha visto obligada a recular ante el rechazo de la patronal británica porque, en verdad, de ahí a exigir que llevaran también una estrella amarilla cosida a la ropa para ser reconocidos por la calle y convenientemente cacheados y detenidos sólo había un paso. 

Si esta es la declaración de intenciones con la que Londres se quiere sentar el año que viene con Bruselas a negociar el brexit me temo que vamos a asistir a un doloroso y largo divorcio en el que los más perjudicados pueden terminar siendo los más de tres millones de emigrantes que viven y trabajan actualmente en el Reino Unido. En las grandes capitales comunitarias - entre los que como siempre no está Madrid a pesar del elevado número de españoles que reside y trabaja en Gran Bretaña - se advierte al gobierno británico que no sueñe con tener acceso al mercado único comunitario si no cumple uno de sus requisitos básicos: la libre circulación de personas, además de la de bienes, capitales y servicios. 

Ignoro hasta qué punto las posiciones de Berlín o de París van en serio o son sólo declaraciones para el consumo interno de sus respectivos ciudadanos que buscan en los líderes europeos algún gesto de firmeza ante la campante arrogancia del conservadurismo británico. Sin embargo, me puede la desconfianza y sospecho que el sacrosanto interés de las grandes corporaciones económica junto a los beneficios que tiene para ambas partes preservar sin trabas los intercambios comerciales, terminará imponiéndose de nuevo a ese discurso cada vez más huero sobre la ciudadanía europea que nos han vendido durante décadas en Bruselas y en el que cuesta un gran esfuerzo seguir creyendo.   

"Petite pays"

Me emociona la voz de Cesaria Évora, la profundidad de su forma de cantar, la dulzura y la suavidad de su acento; me hipnotiza el ritmo cadencioso de su música y me transporte a ese "petite pays" del que habla en esta canción. Cesaria Évora es el alma musical de un pequeño país llamado Cabo Verde que uno visita solo escuchando a "la reina de los pies descalzos" y es también el espíritu de la solidaridad y el cariño para con los más pobres. Cesaria Évora, Cise, es el amor hecho música.  


Pequeño país
Allá en el cielo tú eres una estrella
Aquí todo brilla
Allá en el mar tú eres arena
Aquí todo moja
Mirando este mundo afuera
Sólo hay rocas y mar
Pobre tierra llena de amor
Con canciones de Morna y Coladera
Tierra sabia llena de amor
Con música de Batuco y Funana
Oh, cuánta saudade
Saudade, saudade
Oh, cuánta saudade
Saudade, saudade
Pequeño país, yo te amo mucho
Pequeño país, yo lo amo mucho

Justicia y cintas de audio

Los solemnes actos de apertura del Año Judicial - así, con mayúsculas - suelen tener un aspecto apolillado y con fuerte aroma a cerrado, muy propio de lugares en los que se hace urgente abrir las ventanas para que entre aire fresco. En ese sentido, el de este año en el Tribunal Superior de Justicia de Canarias no se ha diferenciado en nada con respecto a los de las últimas décadas. Lo único nuevo, y no para bien, ha sido escuchar al presidente del máximo órgano judicial de la comunidad autónoma, Antonio Doreste, haciendo una encendida defensa de lo bien que lo hace y lo mucho que se esfuerza la Fiscalía Anticorrupción en perseguir a los malandrines, aunque no hay constancia de que tuviera petición alguna de nadie para romper esa lanza en favor del ministerio público. Extraña porque, un jurista de su prestigio, debería tener siempre muy presente aquel latinajo tan sabio según el cual excusatio non petita, accusatio manifiesta. 

No fue, sin embargo, esta proclama de un juez a mayor gloria de la fiscalía  lo que animó por una vez los oscuros pasillos de la vetusta sede institucional del poder judicial en las islas. De eso se encargaron dos jueces - un juez y una jueza - pertenecientes a ese mismo Tribunal y que vienen protagonizando desde hace tiempo una batalla por entregas y cintas de audio que está dejando la imagen de la Justicia, con mayúsculas también, para el arrastre. El reparto se completa con un conocido empresario y dirigente futbolístico que no se para en barras a la hora de grabar de extranjis una conversación con uno de los jueces de la disputa y en la que no parece haber muchas dudas de que conspiran para arruinarle la carrera profesional a la jueza y cortocircuitar para los restos sus aspiraciones políticas. Todo ello y por si fuera poco alarmante lo anterior, con el añadido muy agravante de que ese mismo juez grabado es el que investiga al empresario grabador por un presunto fraude millonario a Hacienda y a la Seguridad Social. 

Si bien un reciente informe pericial de la Guardia Civil ha concluido que la grabación que el empresario entregó en el juzgado tiene más cortes que una película de rollos, lo cierto es que lo que se ha filtrado y puede escucharse en cualquier medio digital estos días es material suficiente como para hacerse unas cuantas preguntas a cuál más inquietante. Hay que empezar preguntándose por qué un juez recibe en su despacho profesional a alguien a quien está investigando por presuntos delitos contra la Hacienda Pública y la Seguridad Social. De seguido y por su propio peso cae la siguiente cuestión: con qué objetivo graba la conversación el empresario y con qué fin la entrega en un momento determinado y no en otro en un juzgado. 

En relación con la cuestión anterior y a la vista de lo que dice el peritaje de la Guardia Civil, también hay que preguntarse quién y por qué mutiló la grabación original entregando el empresario en el juzgado una edición resumida de la conversación con el juez. En ese contexto qué cabe interpretar de que en la parte de la grabación que no se entregó y que la Guardia Civil ha podido rescatar de la grabadora aparezcan nombres de conocidos políticos, empresarios y magistrados, habituales muchos de ellos del palco de honor del estadio de fútbol en el que juega el equipo que preside el empresario grabador. 

Se podrían formular algunas preguntas más pero las planteadas son más que suficientes para sentir la necesidad de taparse la nariz ante el hedor que se desprende de todo este asunto. ¿Estamos atisbando sólo la punta de un iceberg de conchabo, compadreo y promiscuidad entre determinados jueces, políticos y empresarios en perjuicio o en beneficio de terceros? ¿Es de recibo que un magistrado se siente presuntamente  a compadrear con un investigado sobre cómo responder en un interrogatorio de manera que sus declaraciones perjudiquen a un tercero, la jueza en este caso? ¿Se puede grabar de tapadillo una conversación en sede judicial, trocearla para que diga lo que se quiere que diga y luego utilizarla con fines bastardos? 

A la vista de lo que vamos sabiendo, se puede y de hecho se hace. No es menor el encargo que tiene entre sus manos el Tribunal Superior de Justicia de Canarias que preside Antonio Doreste: aclarar, huyendo de cualquier tentación corporativista y a la mayor rapidez posible, si las cosas son como parecen o no lo son. De Doreste nos hubiera gustado escuchar esta semana, además de su arenga en favor de los fiscales que no parece que le corresponda hacer a un juez, alguna declaración sobre cómo y cuándo piensa el órgano judicial del que es el máximo responsable poner luz sobre un caso que deteriora gravemente la imagen y la confianza de los ciudadanos en la Justicia. Puede que el año que viene haya más suerte. 

El pacto de Estocolmo

No dejarán de sorprenderme los políticos y su capacidad para reinventarse cada día. Lo acabamos de descubrir en el PSOE y en CC y en su pacto tan imposible como irrompible, por lo que vamos viendo. En el haber de los socialistas canarios hay que añadir una nueva virtud a las muchas que atesoran: decir en voz muy alta y muy enérgica todo lo contrario de lo que en realidad quieren hacer. Por su parte, los nacionalistas, puede que un tanto asustados ante el inesperado enfado de sus socios de pacto, se nos han mostrado estos días como mansos corderitos dispuestos a hacer examen de conciencia, propósito de la enmienda y alguna que otra pequeña penitencia si no queda más remedio en aras de la estabilidad política y tal y tal.  

Hemos llegado a esta portentosa situación después de que la perdida de la alcaldía socialista de Granadilla a manos de los desalmados y descontrolados nacionalistas provocara un calentón global en el PSOE que a punto estuvo de derretir los polos y provocar un incendio en el desierto del Sahara. Al frente de la protesta socialista, Julio Cruz certificó la defunción del pacto aunque para entonces ni siquiera se había pronunciado la ejecutiva del partido. Aunque eso era lo de menos, porque lo que esta hizo fue lanzar el balón hacía la demarcación del Comité Regional para que este resolviera. 

Mientras la pelota llegaba a su destino los ánimos empezaron a apaciguarse, Julio Cruz desapareció misteriosamente de la escena y el incendio pudo ser perimetrado y controlado, a la espera en estos momentos de su extinción y posterior refrescamiento de las áreas más chamuscadas. Otro tanto ha ocurrido con el secretario de los nacionalistas, José Miguel Barragán. Éste último, por cierto, dimisionario en diferido a la espera de que la ejecutiva de CC le permita dejar el cargo y le evite de este modo tener que levantarse a diario con el gallo para atender a las emisoras de radio. 

Volvemos al balón en forma de papa caliente que la ejecutiva del PSOE había lanzado hacia el Comité Regional para que este tomara la decisión definitivamente definitiva sobre si valía la pena seguir soportando los abusos del primo de zumosol o era preferible coger el hatillo e irse a hacer piña con Román y con Noemi. Pero justo cuando estaba a punto de llegar el histórico momento en el que el pulgar del cónclave socialista indultaría o condenaría el pacto con CC, los mismos que le habían dando el patadón mandaron el balón a las tuneras sin siquiera dejarlo caer al suelo. Así, un comité regional que se anunciaba poco menos que trascendental para el futuro de la Macaronesia y para el que ahora no hay fecha de celebración, ha sido sustituido por una reunión informal entre la ejecutiva y los secretarios insulares para "intercambiar puntos de vista" y si hay tiempo, supongo, tomarse unos botellines antes de coger el avión que hace mucho tiempo que no nos vemos. 

De manera que, en resumen, hemos pasado de las siete plagas de Egipto al Cantar de los Cantares y de la ruptura de los papeles del matrimonio de conveniencia a la discreta negociación de un pacto que "está funcionando bien" y que es "el mejor para Canarias". Lo que están negociando sólo se adivina porque la transparencia brilla por su ausencia y los ciudadanos sólo podemos hacer cábalas como si no fuera con nosotros lo que se discute entre los partidos en los que se apoya el Gobierno de todos los canarios. Dicen unos que más dinero para las consejerías del PSOE en los próximos presupuestos autonómicos, particularmente para la sanidad pública cuestionada por quienes afirman ahora que el pacto es poco menos que la octava maravilla del mundo. 

No faltan tampoco los que aseguran que el PSOE se quiere cobrar también alguna pieza nacionalista del Gobierno pero eso me parece el colmo del optimismo y seguramente me quedo muy corto. Tengo pocas dudas de que CC y el PSOE serán capaces de echarle unos remiendos al acuerdo y seguir tirando con él mal que bien hasta que otro grupo de concejales nacionalistas le vuelva a pegar fuego con autorización de la superioridad o sin ella, que tampoco eso importa demasiado como ha quedado de manifiesto en los anales de Granadilla. Eso sí, lo único que parece claro después de más de un año desde que se firmó este acuerdo de nuestros dolores de cabeza es que el PSOE ya ha desarrollado todos los síntomas del síndrome de Estocolmo, aunque hay que reconocerle que lo disimula con muchísima convicción.  

Lo que quiere el PP

Después de meses atosigando al PSOE para que se abstuviera y permitiera a Rajoy mantener el mando en plaza, de pronto al PP se le han pasado las prisas para que haya gobierno en España "cuanto antes". De la noche a la mañana prácticamente han desaparecido de su discurso las campanudas frases sobre la "responsabilidad", la "altura de miras" y el "sentido de estado" con las que nos flagelaba de la mañana a la noche. Ese cansino machaqueo ha cambiado ahora por otro en el que ya no hay prisas para formar gobierno, sino necesidad de "garantías" para que el que se forme dure algo más que un caramelo a la puerta de un colegio. En realidad, que dure los casi cuatro años que en una situación normal faltarían para unas nuevas elecciones. 

Con su rival atravesado por una división interna como no recuerdan ni los más viejos del PSOE, el PP no quiere dejar pasar la oportunidad de hacer leña del árbol caído e intenta imponer condiciones a cambio de aceptar la abstención socialista. Para empezar, el apoyo del PSOE a los presupuestos estatales de los próximos tres años, es decir, de lo que resta de legislatura. Esto, hablando en plata, es como pedirle al PSOE que tire las armas y se entregue con las manos en alto y los pantalones por los suelos. Es cierto que la política española nunca ha estado sobrada de generosidad y que los partidos no dudan en aprovechar los problemas de sus contrincantes para obtener rédito político. Hasta cierto punto es natural y forma parte del juego político; sin embargo, la situación del país no es normal después de nueve meses de interinidad gubernamental y, por eso, no es de recibo que el PP pretenda aprovecharse ahora de  la extrema debilidad del PSOE para forzar unas terceras elecciones con la esperanza de recuperar la mayoría absoluta sólo o en compañía de Ciudadanos.


Porque parece haber cada vez menos dudas de que la estrategia popular pasa en estos momentos por obligar al PSOE a rechazar la humillación política y tener de este modo excusa para provocar las nuevas elecciones. Este órdago del PP pone a los socialistas y a la gestora que los dirige ante un dilema aún más difícil del que ya tenían planteado. Si abstenerse a cambio de nada para que gobierne Rajoy ya es una pésima opción,  aunque tal vez la menos mala comparada con unas nuevas elecciones, hacerlo atado de pies y manos ante las políticas que el PP seguiría aplicando como si tuviera mayoría absoluta sería como hacerse el hara kiri definitivo y firmar su propio certificado de defunción. 

Al término del soporífero discurso de Rajoy en su fracasada sesión de investidura, escribí que el líder del PP no quería ser presidente. A los hechos me remito: después de dejar pasar todo septiembre mientras Pedro Sánchez se quemaba a lo bonzo con sus contactos telefónicos y sus patéticos intentos de atraerse a Podemos, Rajoy esperó sentado en La Moncloa hasta que su rival socialista tuvo que salir del PSOE por la puerta de atrás. Es cierto que el PSOE se encuentra en esta ratonera de imposible salida sin dejarse aún más jirones de piel, debido a sus propios errores y a la obsesión de su ex secretario general por alcanzar la cuadratura política del círculo. Eso, no obstante, no debería ser excusa para que el PP, que se lleva desgañitándose desde el año pasado para que gobierne la lista más votada, pretenda ahora forzar unas nuevas elecciones sólo porque le viene bien a su estrategia política. 

Si ese es el objetivo  - y todo empieza a apuntar en esa dirección - habrá que concluir una vez más que el PP ha vuelto a mentir a los españoles con su reiterativo discurso sobre la "responsabilidad", la "altura de miras" y el "sentido de estado". Está a punto de demostrar que su principal objetivo ha sido recuperar el poder absoluto que perdió el 20 de diciembre del año pasado; para ello  ha contado con el inestimable apoyo del propio PSOE y sus torpezas, por no mencionar ahora a los conquistadores del cielo de Pablo Iglesias, que cuando pudieron hacer posible un gobierno de progreso lo torpedearon a conciencia buscando el sorpasso electoral para alzarse con el santo y seña de primera fuerza de la oposición. Pero llorar sobre la leche derramada no sirve de nada y el PSOE tendrá que decidir ahora si prefiere morir matando en unas terceras elecciones o postrarse de hinojos ante Rajoy para recibir el golpe de gracia. 

Gürtel o el precio de la corrupción

Me cuento entre los escépticos para los que la coincidencia de unas eventuales nuevas elecciones con los juicios por la trama Gürtel y las tarjetas opacas de Caja Madrid no tendrá efecto alguno en las urnas para el PP. Si lo que se juzgara estos días ante decenas de periodistas, cámaras y fotógrafos fuera el escándalo de los ERE de Andalucía, la reflexión sería la misma por lo que al PSOE se refiere. A medida que se ha ido acercado la fecha del comienzo del juicio de la trama Gürtel, los periodistas no hemos parado de salivar: el "juicio del año", el "juicio a toda una época del PP", el "juicio por la mayor trama de corrupción del país" y así por el estilo. Deberíamos ser más modestos y no concluir, como hacen algunos analistas de guardia, que lo que contemos sobre lo que ocurra en los próximos meses en la Audiencia Nacional va a causarle un daño electoral irreparable al PP; si acaso algunos rasguños de pronóstico leve que pasarán completamente desapercibidos para el grueso de los ciudadanos.

Porque por mucho que las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas digan una y otra vez que la corrupción es algo que preocupa mucho a los españoles, lo cierto y verdad es que, a la hora de votar, una gran mayoría se hace la olvidadiza de tanta preocupación y vota por sus corruptos de toda la vida hasta el punto de concederles de propina la  mayoría absoluta si se tercia. La única explicación que se me ocurre es que quienes dicen a los encuestadores que están preocupados por la corrupción mienten a conciencia para no parecer políticamente incorrectos. Estoy cada vez más convencido de que en este país hay un gran número de ciudadanos que vinculan la actividad política a la corrupción como la noche se vincula al día, como las dos caras de una misma moneda. De ahí que a la hora de votar lo hagan sin detenerse demasiado en disquisiciones sobre la corrupción de unos o de otros: serán unos corruptos, pero son mis corruptos.


Este comportamiento político es el fruto de una muy deficiente cultura democrática en unos ciudadanos que se escandalizan en público por la corrupción pero no castigan electoralmente - es decir, democráticamente - a los corruptos. El panorama no mejora si echamos un vistazo al funcionamiento de un poder judicial lento, falto de medios y penetrado hasta la médula por los partidos políticos. El juicio de la trama Gürtel que hoy ha comenzado en Madrid se empezó a investigar hace casi 10 años y ha pasado por las manos de tres jueces distintos, a uno de los cuales - Baltasar Garzón - le costó incluso su carrera como magistrado. 

Algunos dirán que al final la Justicia siempre triunfa y que en este juicio están acusados, entre otros, Luis Bárcenas o el mismísimo PP a título de participe lucrativo, además de la ex ministra de Sanidad, Ana Mato; podrán añadir que por el estrado de los testigos tendrá que desfilar la plana mayor de la época dorada de José María Aznar, empezando por Rato y continuando por Acebes, Arenas o Mayor Oreja, o que las penas de prisión para los 37 acusados suman más de 700 años. En contra también podría argumentarse la tardanza en sentar en el banquillo a los presuntos responsables y la percepción de que no están presentes todos los que deberían estar, que faltan algunos nombres muy relevantes de la política española de los últimos años, empezando por el del presidente Rajoy, cuya implicación real en esta causa es probable que tarde mucho en aclararse si es que se aclara algún día. 

Todo eso está muy bien y es materia de mucha enjundia para una tertulia periodística, jurídica o política. Sospecho, sin embargo, que a una gran parte de los ciudadanos de este país les suena a agua muy pasada, a historia muy vieja, a relato cansino mil veces escuchado y, por tanto, de escasa o nula influencia sobre la decisión de su voto en esas eventuales terceras elecciones en un año. Podría decirse, sin exagerar, que es un caso política y electoralmente amortizado por el principal implicado político en el mismo, el PP.

Esta apatía y falta de respuesta cívica ante la rapiña de la bolsa pública - el terrible y demoledor "todos los políticos son iguales" -  es la coartada perfecta que encuentran los partidos para posponer sine die medidas contundentes contra la corrupción  y sustituirlas por otras que no pasan de la mera cosmética que se presentan, no obstante, como la panacea contra todos los males. Ortega y Gasset tenía mucha razón cuando dijo que "los pecados de España no son sino los pecados de los españoles. Y los españoles no son los de la provincia de al lado ni los de la casa vecina, sino que el español más a mano es siempre uno mismo". 

El Comité de la división

He tenido que dejar pasar al menos 24 horas para recuperarme del pasmo y atreverme a escribir unas líneas sobre el explosivo Comité Federal que celebró el PSOE el sábado; aunque muy poco o nada era lo que tenían que celebrar entonces y, si eso es posible, menos tienen aún que celebrar hoy. Se podría decir, por decir algo positivo, que la situación es tan mala que es prácticamente imposible que empeore, aunque tampoco habría que descartarlo. Por tanto, y siendo muy optimistas, a partir de ahora sólo se puede y se debe mejorar para recuperar el diálogo roto y pisoteado y con él la posibilidad de volver a ser un partido que verdaderamente represente una alternativa a la derecha española. 

Cómo se consigue eso nadie lo sabe, ni siquiera quienes tienen en sus manos el marrón de sacar al PSOE de esta situación y conducirlo a un congreso en el que se elija nuevo secretario o secretaria general y se restañen las heridas abiertas. Parece evidente que si no se recompone la unidad masacrada a conciencia el sábado, el objetivo de que los ciudadanos vuelvan a ver en los socialistas una fuerza política en la que merezca la pena confiar se tornará completamente utópico.

Me reafirmo en lo que escribí el sábado antes del Comité Federal, el problema radica en que el PSOE vive una situación tan endiablada que, decida lo que decida en los próximos días, tendrá que pagar un alto precio político. A primera vista todo apunta a que la gestora que desde hoy dirige los inciertos destinos del socialismo español se decanta por una abstención para que Rajoy sea presidente del Gobierno, aunque cosa bien distinta es cómo gestionaría esa decisión sin romper más el partido de lo que está en estos momentos. No obstante, no es necesario leer demasiado entre líneas las declaraciones que ha hecho hoy el presidente de la gestora, el asturiano Javier Fernández, para llegar a esa conclusión. Alguien que dice que no es partidario de unas terceras elecciones y añade a renglón seguido que "abstenerse no es apoyar" es lo mismo que si dijera que blanco y en botella sólo puede ser leche. 


Lo dramático para el PSOE es que la otra alternativa, la de no facilitar la formación de gobierno, nos llevaría de cabeza a unas nuevas elecciones a las que los socialistas llegarían realmente fanés y descangallados para sufrir el que probablemente volvería a ser el peor resultado de su historia. El panorama se complica aún más si Mariano Rajoy echa cuentas de que a estas alturas de la situcación casi le viene mejor forzar las terceras elecciones que buscar la abstención de un partido roto por la mitad y descabezado. 

En ese contexto hay que enmarcar la rapidez con la que algún medio poco sospechoso de antigubernamental se ha lanzado a encargar la oportuna encuesta que le otorga al PP un notable incremento en el número de diputados que, unidos a los que obtendría Ciudadanos, bastarían para conformar una mayoría absoluta y aquí paz y después gloria. Es por tanto Rajoy el que vuelve a tener la sartén por el mango y el mango también, mientras los socialistas se lamen las heridas que insensatamente se han propinado en las últimas semanas y meses y, a su izquierda, Podemos toca ya con la punta de los dedos el ansiado sorpasso. 

Tengo la sensación de que muy poco o nada puede hacer ya el PSOE para escapar de una endiablada situación política que en gran medida ha contribuido a generar y que ahora se vuelve por completo en su contra. Tras el Comité Federal del sábado los socialistas ya no están en disposición de exigir nada a cambio de la abstención y el apoyo parlamentario a un Rajoy que ha vuelto a hacer buena su inveterada estrategia de que lo mejor para que los problemas se resuelvan es exactamente no hacer nada. 

Puede que, dadas las circunstancias y el panorama político, al PSOE sólo le quede en estos momentos la salida de poner el corto plazo electoral en un segundo plano y pensar en el medio y largo plazo: hacer balance de daños y ponerse cuanto antes manos a la obra de una refundación ideológica que debió haber emprendido hace mucho tiempo pero que ha ido aplazando urgido por las sucesivas citas electorales y la escasa capacidad de sus líderes - incluido el último -  para hincarle el diente a esa tarea. No es descabellado aventurar que si la hubiera hecho cuando tocaba hoy serían muy otras su situación y sus aspiraciones.  

PSOE: el reto de la unidad

De la histórica reunión que hoy va a celebrar el Comité Federal del PSOE sólo puede surgir una decisión razonable y útil para el propio partido y para este país: recuperar la unidad perdida asumiendo cada una de las partes ahora enfrentadas su correspondiente cuota de responsabilidad. Todo lo que no sea volver a tender puentes entre las dos fracciones sólo servirá para que un partido clave para la estabilidad política inicie una larguísima travesía del desierto de la que nadie puede saber cuándo ni cómo saldrá, si es que sale. Insistir una vez más en  los análisis simplistas que reducen el problema interno del PSOE a una cuestión de buenos y de malos o de "golpistas" y "demócratas", sólo conduciría a ahondar más aún en la brecha. Por eso, es cuando menos sorprendente que destacados dirigentes actuales y pasados así como cargos públicos del PSOE e incluso intelectuales próximos al partido y de los que uno esperaba cierto rigor intelectual, hayan hecho suyos los análisis de barra de bar o de Facebook que tanto abundan estos días. 

Sin embargo, el enconamiento entre las partes es de tal intensidad y parece contener tanta inquina incluso personal, que no lo van a tener precisamente fácil los miembros del Comité para buscar la manera de acabar con la división. Lo dramático es que, más allá de apelar a la unidad, la situación política y partidista se ha enquistado tanto que el Comité de hoy sólo tiene dos opciones a elegir: la mala o la pésima.  Si se impusiera la estrategia de Pedro Sánchez de volver a hacerse fuerte en la secretaría general a través de un congreso antes de que haya nuevo gobierno, los críticos lo deslegitimarían como ya hacen con lo que queda de la ejecutiva federal y con el propio Sánchez como secretario general "en funciones". En esas condiciones, ir a una tercera cita electoral sólo te garantizaría cosechar otro nuevo peor resultado de tu historia. 


Si  por el contrario se impusieran las posiciones de los críticos, partidarios de que el PSOE se abstenga para que gobierne Rajoy, el menor de los males sería que Sánchez dimitiera por la desautorización que eso supondría de su "no es no" al líder popular - por cierto, dimisión que hasta hace un par de días ni siquiera se le pasaba por la cabeza. Lo peor para el partido sería la desbandada que ese apoyo a Rajoy podría provocar entre la militancia y muchos votantes socialistas, partidarios de unas terceras elecciones antes que de otro gobierno presidido por Rajoy. 

Una vez más, sólo parece quedar una alternativa por más que pueda resultar muy difícil de asimilar por una parte del partido, por los militantes y por muchos votantes, pero a la que obliga la necesidad de acabar de una vez con la larga interinidad política en la que vive España. Esa salida es la que muchos consideramos que debió figurar necesariamente y desde el primer momento entre las opciones de Sánchez a la hora de negociar un acuerdo de gobierno. En lugar del cansino "no es no" que a día de hoy mantiene y que aboca a este país a unas terceras elecciones, no sólo debió sino que era su obligación como líder de un partido político de la trayectoria y el sentido de estado del PSOE, exigirle a Rajoy y a los suyos cambios y reformas tasados a cambio de abstención en la investidura y apoyo parlamentario. 

La propuesta seguramente habría contado con el apoyo de Ciudadanos y habría trasladado la presión del PSOE al PP, que se habría visto obligado a aceptarla o provocar otras elecciones; además, la inmensa mayoría de la sociedad hubiera apreciado el sacrificio que hacerla representaba para los socialistas. Sin embargo, un cierto prurito ideológico con tintes mesiánicos y la atracción fatal que Sánchez parece sentir por quien no ha dudado en humillarle varias veces en público - el líder de Podemos, Pablo Iglesias - son en parte las causas que nos tienen a las puertas de nuevas elecciones con el  PSOE sumido en un cisma inédito. 

Con este panorama, la reunión que hoy celebrará el Comité marcará un antes y un después en la historia del PSOE. El antes reciente no ha sido brillante con sucesivas derrotas electorales a las que nunca se ha puesto remedio; el después - si es que en el PSOE aspiran a que haya un después para el partido - sólo pasa por anteponer el interés general de los ciudadanos a las estrategias políticas personales y, sobre todo, por la unidad. Ese es el reto al que se enfrentan hoy los socialistas.   

Ruptura en diferido

En los pactos políticos no debería haber rupturas a medias, a plazos o en diferido. Si uno de los socios del acuerdo se queja del trato que recibe del otro y anuncia que quiere irse, debe hacerlo sin tardanza. Cada minuto que pase sin tomar la decisión irá en detrimento de la credibilidad de sus quejas y de la salud de los ciudadanos, más que servidos de generosas dosis de incertidumbre, inestabilidad y regateos políticos. En este sentido las relaciones políticas no son muy diferentes de las personales: cuando en una pareja una parte se siente agraviada, vejada o humillada lo mejor que puede hacer es poner fin a esa relación tormentosa. Lo puede hacer dando un portazo o prometiendo saludar a la otra parte cuando la encuentre por la calle, pero irse al fin y al cabo, no irse pero quedarse. 

La no decisión que adoptó ayer la dirección regional del PSOE canario sobre su pacto con CC es de esas que de entrada desconciertan. Después de prometer que se tomaría una decisión definitiva e irrevocable, dando incluso por roto el acuerdo antes de que el asunto se discutiera colegiadamente, la cúpula socialista ha optado por una de esas jugadas propias de las malas defensas futbolísticas: el patadón hacia adelante para ganar tiempo y tomar resuello. 

Aquí el balón es una papa caliente que la cúpula socialista parece querer ir enfriando para que cuando se reúna el comité regional del PSOE canario sea mucho más fácil tocarla sin quemarse los dedos. Si esto no es una reconsideración de las amenazas de mandar al socio del pacto a hacer gárgaras se le parece muchísimo. Es, al mismo tiempo, una manifestación bastante evidente de que no hay unanimidad en la dirección de los socialistas canarios sobre lo que conviene hacer; por eso, antes de ofrecer una imagen de división interna, mejor pasar la responsabilidad última a un órgano más amplio y difuso como el comité para que sea éste el que mantenga la respiración asistida de la que vive el pacto pacto desde hace tiempo o lo desenchufe definitivamente. 


Que en el PSOE hay enfado con CC por sus deslealtades y trapisondas y que se trata de un enfado sincero es evidente; que hay dirigentes y cargos públicos partidarios de no dejar pasar una más a los nacionalistas también lo es, máxime después de todas las que han consentido desde el minuto uno del acuerdo. Pero, del mismo modo, a nadie se le oculta que una ruptura supondría dejar a la intemperie a un buen número de cargos públicos cuyos empleos dependen de este acuerdo, además de arriesgar los gobiernos insulares y municipales en los que los socialistas gobiernan con el apoyo de CC; además, obviamente, de las consejerías autonómicas, por más que sus titulares hayan sido en varias ocasiones la verdadera oposición para CC mientras se escenificaba el "buen rollito" con el PP. De ahí que la táctica sea ahora la de echar balones al suelo - por seguir con el símil futbolístico -  y ver cómo evolucionan los acontecimientos hasta la celebración del comité regional. 

Por lo pronto, el tono de enfado con el que el PSOE se viene empleando a raíz de la moción de censura en Granadilla ha tenido la virtud de convertir a CC en un compungido y arrepentido socio político que parece a punto de pedir perdón por haber sido tan ruinito. De hecho, ha vuelto a sugerir la revisión del pacto en los municipios y preservar de la ruptura el gobierno regional, algo que a priori podría generar incluso más inestabilidad política. Mientras y según se ha deslizado ya subrepticiamente, los socialistas parecen estar empezando a plantearse cómo elevar considerablemente el precio que tendría que pagar CC si quiere mantener el acuerdo político actual. Más áreas de poder y más dinero en los próximos presupuestos autonómicos para las consejerías socialistas, empezando por la vapuleada sanidad pública, serían parte del peaje a abonar por los nacionalistas para mantener el pacto. 

Todo parece que dependerá finalmente de si el PSOE quiera hacer valer su dignidad como fuerza política que no se deja "torear" - Julio Cruz dixit -  o si prefiere poner por encima de ese principio determinados intereses personales, tanto económicos como políticos. Lo cierto es que para que las quejas de los últimos días fueran creíbles, el PSOE debió haberse ido ayer a la oposición en lugar de alargar la incertidumbre sobre la estabilidad política de las islas en un extraño ejercicio de decir una cosa y hacer la contraria. No es creíble decir que el pacto está roto y no obrar en consecuencia, porque eso es lo mismo que irte sin irte o quedarte pero marcharte. O una cosa o la contraria, o sorber o soplar. 

El PSOE entra en barrena

A la hora de escribir este post ignoro si Pedro Sánchez presentará la renuncia como secretario general del PSOE, aunque no parece que tenga otra salida. La dimisión esta tarde de la mitad de la ejecutiva federal es un obús en la línea de flotación de la estrategia del debilitado dirigente socialista que abre un boquete imposible ya de taponar. Aunque uno empieza a estar curado de espanto ante la capacidad de Sánchez para aferrarse a la secretaría general, atrincherarte al frente del partido cuando no te apoya ni la mitad de la dirección sería una actitud infinitamente más irresponsable que el congreso extraordinario que el lunes se sacó de la manga para no asumir las consecuencias derivadas de los penosos resultados de las últimas citas electorales. 

Sánchez, en sus horas más bajas como político y seguramente en las últimas como máximo dirigente del PSOE, ha perdido claramente el pulso con los barones y ha terminado provocando una profunda división en el seno del primer partido de la oposición de este país, cuando es muy probable que los españoles seamos llamados a votar por tercera vez en un año. No me cabe la menor duda de que en el PP y en Podemos deben estar haciendo cálculos a esta hora de cuántos escaños más van a obtener en las próximas elecciones ante la desastrosa situación interna que se vive en un PSOE camino de pasar a estar dirigido por una comisión gestora. 

Son múltiples las causas que han llevado al partido y a su todavía secretario general a esta situación de fractura interna, pero una de ellas y no la menos importante es el propio Sánchez. Es cierto que se ha topado con los viejos rockeros del partido, poco dados a experimentos políticos salvo que sean con gaseosa. Sin embargo, Sánchez no ha tenido la mano izquierda que era imprescindible para atraerse a sus posiciones a la vieja estirpe de la que forman parte Felipe González o Alfonso Guerra, que lo fueron todo en el PSOE, y a la que se une el estamento nobiliario de los barones territoriales de los que dependen los principales graneros electorales socialistas. 


Ha preferido actuar como elefante en cacharrería, pisando callos en las federaciones más importantes del PSOE como la andaluza y proponiendo triples saltos mortales sin red para desatascar la gobernabilidad del país. Cuando el comité federal del partido, máximo órgano decisorio entre congresos, puso reparos a sus planteamientos los ignoró y recurrió al apoyo de los militantes para no dar su brazo a torcer. Esa finta, que ahora parece dispuesto a repetir si el comité federal no autoriza el congreso extraordinario, puso de evidencia que su máximo objetivo no era volver a hacer del PSOE un partido renovado pero fiel a sus esencias y capaz de disputarle el gobierno a la derecha. 

Era, sobre todo, escudarse en la militancia para mantener la secretaría general a toda costa con la indisimulada esperanza de acceder algún día a La Moncloa. Las grandes cuestiones que tenía y tiene que resolver el socialismo español - cómo hacer sostenible el estado del bienestar, cómo responder al populismo emergente, cómo resolver las tensiones territoriales o cómo diferenciar tu discurso económico del que sostiene el neoliberalismo - han quedado en el limbo a la espera de tiempos mejores. Ha preferido empezar la casa por el tejado y consolidar su poder personal antes que el poder de atracción del PSOE para unos electores en desbandada hacia la abstención o hacia otras formaciones políticas. 

Ese poder está hoy bajo mínimos porque la persona en cuyas manos recayó la responsabilidad de volver a hacerlo valer lo ha dilapidado, mientras el tejado por el que ha querido iniciar su obra está a punto de caerle sobre la cabeza. Como ya comenté en otro post hace unos días, el PSOE es un partido fundamental para la estabilidad política del sistema democrático español; por eso, la situación por la que atraviesa no debería alegrar a nadie, ni siquiera a sus rivales políticos por mucho que se puedan beneficiar de la misma. Ahora bien, es el PSOE, sus militantes y sus dirigentes, los que tendrán que decidir cómo quieren salir de esta debacle para volver a presentarse ante los españoles como un partido en el que sea posible confiar. 

Arde Granadilla

De nada sirvieron anatemas y expedientes de fulminante expulsión en diferido: los concejales de CC en Granadilla no sólo no retiraron la moción contra el socialista González Cejas y no sólo no fueron expulsados del partido por no hacerlo, sino que la llevaron al pleno y la sacaron adelante con el inestimable apoyo del PP y Ciudadanos. Para el PSOE estamos ante la mayor traición política desde que Bruto hundió su puñal en el viente de Julio César por acabar con la república. El PSOE con lo que quiere acabar de inmediato es con el cascado pacto en cascada que firmó hace algo más de un año con CC augurándole entonces larga vida y muchos éxitos. Lo dice otro Julio, de apellido Cruz y secretario de organización de los socialistas canarios por más señas. Él es quien más portavocea en el PSOE canario dado que al secretario general no se le escucha decir nada desde la última glaciación ni es probable que volvamos a escuchar su voz antes de que se fundan definitivamente los polos.

A la tambaleante situación en la que se encuentra en estos momentos el mentado pacto político se ha llegado después de una rocambolesca sucesión de hechos que requerirían varios post para contarlos y no es cuestión. Más allá de si hubo o no un un acuerdo verbal o por escrito entre Julio Cruz y el secretario de CC, José Miguel Barragán, para abortar la moción a través de unas extrañas renuncias de concejales en Granadilla, lo que se pone de manifiesto por enésima vez es el fracaso de acuerdos políticos impuestos con calzador y que a la postre se terminan empleando para desestabilizar al rival. Eso para empezar porque, para continuar, de lo que los ciudadanos ya estamos ahítos es de que estos churriguerescos episodios de campanario pongan patas arriba la estabilidad política y afecten a la gestión y a la solución de nuestros problemas. 


No sé si el PSOE terminará rompiendo el pacto en todos los ámbitos o se limitará a declararle la guerra a CC allí en donde pueda hacerle daño, como el ayuntamiento de La Laguna, manteniendo al mismo tiempo el acuerdo regional. Aunque parece poco menos que imposible que eso pueda funcionar, eso es precisamente lo que propone ahora una compungida CC, tal vez preocupada de que la indisciplina más o menos tolerada de sus concejales en Granadilla desemboque en una crisis política mucho más profunda de lo previsto en un primer momento por quienes la idearon y planificaron, convencidos seguramente de que no habría problema en meterle otro gol por toda la escuadra al PSOE. Ocurre, sin embargo, que los nacionalistas no cuentan en estos momentos con la mínima autoridad política exigible para hacer propuestas como esa, después de remolonear durante días con una expulsión que iba a ser fulminante y que ha quedado en un mero expediente disciplinario. José Miguel Barragán, que prometió abandonar la secretaría de CC si triunfaba la moción, aún no ha dicho si cumplirá la promesa.

En otras palabras, no parece que haya habido en las filas nacionalistas una voluntad decidida de parar una moción de censura que ahora pone en cuestión la estabilidad del mismísimo gobierno regional, como si los problemas de este archipiélago debieran pasar a un segundo plano durante semanas y puede que meses mientras los partidos se enfrascan en sus juegos de tronos. El presidente autonómico Fernando Clavijo no es hombre dado a meterse en jardines partidistas y prefiere mantener su perfil institucional. Sin embargo, eso no le impide ser el secretario de CC en Tenerife, la organización que supuestamente nunca supo ni autorizó la moción de Granadilla. Debería hacer una excepción y, en su condición de dirigente cualificado de CC, explicar por qué los concejales de su partido en ese municipio han incumplido un acuerdo con el PSOE que lleva su puño y letra y qué piensa hacer al respecto. 

Por su parte, el PSOE debería explicar también por qué está dispuesto a romper el pacto a raíz del triunfo de la moción en Granadilla y no lo ha hecho a pesar de las duras críticas de sus socios de CC a la gestión de los consejeros socialistas del Gobierno, la última al titular de Sanidad. ¿Cabe deducir que para el PSOE es más importante y trascendental mantener una alcaldía que defender su propia gestión en un servicio público como el de la sanidad? La salida de esta situación me temo que no está escrita pero debería producirse lo antes posible: si el PSOE entiende que se ha colmado el vaso de su paciencia que recoja sus cosas y pase a la oposición y que CC busque nuevos socios en el arco parlamentario, en donde tiene un amplio abanico en el que elegir. Ni puede Canarias ni nos merecemos los canarios continuar asistiendo a broncas políticas como la presente que poco o nada tienen que ver con los auténticos problemas de estas islas. 

La huída de Sánchez

Casi 5,5 millones de ciudadanos votaron el pasado 26 de junio por el PSOE en las segundas elecciones generales en seis meses. No me cabe la más mínima duda de que la gran mayoría tuvo en cuenta, además de otras consideraciones sobre la coyuntura política concreta, que el PSOE representa un referente político ineludible para este país. Su trayectoria histórica y su experiencia hicieron de este partido un protagonista de primera línea de esa transición política que algunos imberbes de hogaño pretenden arrojar ahora al cubo de los desperdicios históricos. 

Lo que resulta más significativo es que esos 5,5 millones de electores socialistas del 26J fueron 100.000 menos que en la anterior cita del 20 de diciembre de 2015, que a su vez fueron 1,5 millones menos que el 20 de noviembre de 2011 y que a su vez fueron 4 millones menos que en las del 9 de marzo 2008. La progresión a la baja de los socialistas en las cuatro últimas citas generales con las urnas se ha agudizado más si cabe este domingo con la debacle inapelable en las autonómicas gallegas y vascas. 


En Galicia el PSOE ha pasado de ser segunda a tercera fuerza política y en el País Vasco de tercera a cuarta posición. Aunque es seguro que los ciudadanos gallegos y vascos votaron pensando más en la estabilidad política de sus respectivas comunidades autónomas que en clave nacional, no por ello es menos aplastante la derrota socialista en estos dos territorios. Así y todo, a la hora de escribir este post no hemos escuchado aún a su líder, Pedro Sánchez, emitir una autocrítica en voz alta ni al menos amagar con la posibilidad de asumir la responsabilidad de quien lidera un partido que cosecha derrotas electorales de manera consecutiva. 

Lejos de eso, ha anunciado Sánchez su intención de convocar un congreso extraordinario del PSOE para los primeros días de diciembre, previas primarias el 23 de octubre a las que, por supuesto, tiene intención de presentarse. La huída de Sánchez hacía no se sabe dónde se ha encontrado ya con las previsibles críticas de la federación andaluza que lidera Susana Díaz, aunque no es la única a la que la decisión de convocar un congreso extraordinario antes de saber si habrá que volver a las urnas por tercera vez le parece un dislate. 

Y lo es, porque cuando apenas falta un mes para que expire un nuevo plazo para formar gobierno o convocar las terceras elecciones, sacarse de la chistera un congreso extraordinario es de una frivolidad irresponsable que no cabía esperar del líder de un partido como el PSOE. Si Sánchez creyera de verdad en la posibilidad de encabezar un gobierno alternativo al que pueda presidir Rajoy debería estar buscando mañana, tarde y noche los apoyos que sigue sin tener y que salvo milagro nunca tendrá. 

Como en realidad no cree en absoluto en esa opción y tampoco está dispuesto a dar marcha atrás en su "no es no" a Mariano Rajoy y al PP, opta ahora por lanzar la pelota hacia adelante con un congreso extraordinario cuyo único objetivo parece ser amarrarse a la secretaría general para los restos y garantizarse una nueva candidatura a La Moncloa en las cada vez más cercanas terceras elecciones generales. 

El liderazgo personalista y egocéntrico de Sánchez no sólo pone en riesgo el futuro inmediato de su partido sino la estabilidad democrática de este país. Frente a la derecha más carpetovetónica y la izquierda de tabla rasa se hace imprescindible un PSOE  que sea capaz de recuperar el discurso y el espacio político que ha ido perdiendo en los últimos años más por sus reiterados errores que por los aciertos de sus rivales. Lo que empieza a resultar cada vez más evidente es que Pedro Sánchez no es el dirigente llamado a liderar esa recuperación. 

"Las hojas muertas"

Hoy quiero recuperar una sección del blog hace mucho tiempo aparcada, las "Músicas para una vida", esas canciones que cuando las escuchas por primera vez con un poco de atención te atrapan para siempre. Me pasa con todas las que he ido subiendo al blog y también con la que subo hoy.

"Les feuilles mortes" (Las hojas muertas), es una canción francesa escrita en 1945 por Jacques Prévert con música Joseph Kosma. La hizo popular el actor y cantante Ives Montand y no tardó en convertirse en un "standard" del jazz del que existen innumerables versiones bajo el título de "Autum Leaves" (Hojas de Otoño). Requiere un poco de concentración y mente abierta para disfrutar de su poesía y de su música triste y melancólica.



Granadilla: una expulsión en diferido

Para tener carácter extraordinario y efectos casi fulminantes, la expulsión de los concejales de CC en el ayuntamiento tinerfeño de Granadilla se está pareciendo cada vez más a una expulsión en diferido o a cámara lenta. Los que estén puestos en la siempre entretenida política canaria ya sabrán que me refiero a la gamberrada de los chicos de CC en ese ayuntamiento en el que gobierna años ha un socialista llamado Jaime González Cejas. Los de CC, con el apoyo siempre desinteresado del PP y la leal colaboración de Ciudadanos, le endilgaron hace ya más de una semana una moción de censura con el argumento de que está imputado judicialmente; a eso añadieron, para hacer bulto y llenar un par de folios más, la habitual retahíla de que el pueblo anda manga por hombro, que nadie mueve un papel en el ayuntamiento y que ni agua para las palomas hay en la plaza. 

Fue presentarla y arder Troya en el PSOE: deslealtad e incumplimiento fueron los palabros de inmediato disparados ante los medios, junto a la exigencia de "revertir" ipso facto tamaña trastada y falta de respeto al pacto regional, y dos piedras, que nos tiene a todos con dolor de cabeza desde hace ya más de un año. Se puso a la tarea de arreglar el estropicio el siempre conciliador Barragán, secretario de los nacionalistas, que de inmediato advirtió a sus levantiscos compañeros de Granadilla que debían retirar  la moción en 24 horas so pena de ser expulsados a las tinieblas exteriores del transfuguismo.

Nos sentamos todos a esperar que llegara la hora terrible del juicio final para los concejales de CC cuando de manera más bien poco inesperada les salió un valedor: la dirección de su partido en Tenerife, que exigió que se escucharan los argumentos de los censurantes antes de darles el pasaporte. De paso pidieron al PSOE - por pedir que no quede - que exigiera la renuncia de González Cejas con el argumento de que, total, en cualquier momento se le abrirá juicio oral por sus imputaciones y siempre es mejor irte en lugar de que te echen en aplicación del código ético y otras dos piedras. 


El PSOE no transigió y el tiempo siguió pasando hasta que llegó la hora del Apocalipsis para los revoltosos concejales granadilleros. Y - como dicen los redichos - cuál no sería nuestra sorpresa cuando nos enteramos de que, después de haber sido escuchado y rechazado su pliego de descargo, habían sido expulsados " provisionalmente ", hallazgo político que merece pasar inmediatamente a la historia universal de los eufemismos más desopilantes. 

No se vayan, que aún hay más: a pesar de que ya se habían escuchado sus argumentos, la dirección les ha dado otras 24 horas - tic-tac, tic-tac - para que aleguen de nuevo contra la "expulsión provisional". Será en la reunión que la dirección suprema de CC celebrará mañana cuando - supuestamente - se tomará la definitiva, postrera, inapelable e impepinable decisión de enseñarles la puerta de salida del partido; eso o abrir un nuevo periodo para que lo mediten bien en un convento cartujo con todos los gastos pagados. 

Mañana veremos pues si se impone la intención de Barragán de echar a los concejales piromanos del pacto, aunque sea por entregas y en cómodos fascículos, o la de CC en Tenerife, partidaria seguramente de erigirles un monumento conmemorativo en la plaza mayor si consiguen hacerse con un ayuntamiento históricamente socialista y del que, junto a otros del sur de Tenerife, se alimenta la fuerza política de la mismísima número dos del Gobierno regional, Patricia Hernández, del PSOE por más señas. 

El asunto no es menor porque quien dirige la formación nacionalista en Tenerife es también quien preside el Gobierno de Canarias gracias al pacto con el PSOE. Hay quien piensa en CC que se ha ido demasiado lejos en la presión sobre los habitualmente dóciles socialistas y temen que si el acuerdo se rompe se acabe la vida regalada y haya que buscar aliados probablemente mucho menos receptivos. A eso hay que sumar que Barragán ha advertido de que entregará los bártulos de secretario general si la moción prospera, con lo que CC podría acabar haciendo un pan como unas tortas. Veremos en las próximas horas cómo lo arreglan y cómo salen de esta. En última instancia, seguramente todo dependerá de si la amplia capacidad de aguante del PSOE está realmente agotándose o de si lo suyo es sólo otra llantina porque el amigo abusón le ha birlado otro ayuntamiento. Continuará...