Casi 5,5 millones de ciudadanos votaron el pasado 26 de junio por el PSOE en las segundas elecciones generales en seis meses. No me cabe la más mínima duda de que la gran mayoría tuvo en cuenta, además de otras consideraciones sobre la coyuntura política concreta, que el PSOE representa un referente político ineludible para este país. Su trayectoria histórica y su experiencia hicieron de este partido un protagonista de primera línea de esa transición política que algunos imberbes de hogaño pretenden arrojar ahora al cubo de los desperdicios históricos.
Lo que resulta más significativo es que esos 5,5 millones de electores socialistas del 26J fueron 100.000 menos que en la anterior cita del 20 de diciembre de 2015, que a su vez fueron 1,5 millones menos que el 20 de noviembre de 2011 y que a su vez fueron 4 millones menos que en las del 9 de marzo 2008. La progresión a la baja de los socialistas en las cuatro últimas citas generales con las urnas se ha agudizado más si cabe este domingo con la debacle inapelable en las autonómicas gallegas y vascas.
En Galicia el PSOE ha pasado de ser segunda a tercera fuerza política y en el País Vasco de tercera a cuarta posición. Aunque es seguro que los ciudadanos gallegos y vascos votaron pensando más en la estabilidad política de sus respectivas comunidades autónomas que en clave nacional, no por ello es menos aplastante la derrota socialista en estos dos territorios. Así y todo, a la hora de escribir este post no hemos escuchado aún a su líder, Pedro Sánchez, emitir una autocrítica en voz alta ni al menos amagar con la posibilidad de asumir la responsabilidad de quien lidera un partido que cosecha derrotas electorales de manera consecutiva.
Lejos de eso, ha anunciado Sánchez su intención de convocar un congreso extraordinario del PSOE para los primeros días de diciembre, previas primarias el 23 de octubre a las que, por supuesto, tiene intención de presentarse. La huída de Sánchez hacía no se sabe dónde se ha encontrado ya con las previsibles críticas de la federación andaluza que lidera Susana Díaz, aunque no es la única a la que la decisión de convocar un congreso extraordinario antes de saber si habrá que volver a las urnas por tercera vez le parece un dislate.
Y lo es, porque cuando apenas falta un mes para que expire un nuevo plazo para formar gobierno o convocar las terceras elecciones, sacarse de la chistera un congreso extraordinario es de una frivolidad irresponsable que no cabía esperar del líder de un partido como el PSOE. Si Sánchez creyera de verdad en la posibilidad de encabezar un gobierno alternativo al que pueda presidir Rajoy debería estar buscando mañana, tarde y noche los apoyos que sigue sin tener y que salvo milagro nunca tendrá.
Como en realidad no cree en absoluto en esa opción y tampoco está dispuesto a dar marcha atrás en su "no es no" a Mariano Rajoy y al PP, opta ahora por lanzar la pelota hacia adelante con un congreso extraordinario cuyo único objetivo parece ser amarrarse a la secretaría general para los restos y garantizarse una nueva candidatura a La Moncloa en las cada vez más cercanas terceras elecciones generales.
El liderazgo personalista y egocéntrico de Sánchez no sólo pone en riesgo el futuro inmediato de su partido sino la estabilidad democrática de este país. Frente a la derecha más carpetovetónica y la izquierda de tabla rasa se hace imprescindible un PSOE que sea capaz de recuperar el discurso y el espacio político que ha ido perdiendo en los últimos años más por sus reiterados errores que por los aciertos de sus rivales. Lo que empieza a resultar cada vez más evidente es que Pedro Sánchez no es el dirigente llamado a liderar esa recuperación.
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