En cualquier país normal e incluso mediopensionista, si un conseguidor de mordidas empresariales a cambio de contratos públicos pasa más tiempo en la sede del partido en el poder que en su despacho, dimitiría en bloque la cúpula del partido, se produciría una crisis de gobierno y habría que convocar elecciones. No es el caso de España que, como sabemos de sobra, ni es un país normal ni siquiera mediopensionista. Una de las primeras cosas que se aprenden de España es que se trata sencillamente de un país diferente y eso no va a cambiar ni a corto ni a medio plazo. Si así fuera, las encuestas sobre intención de voto no seguirían dando los resultados que dan y quien ha ganado las últimas citas electorales sería hoy un cadáver político afortunadamente amortizado y olvidado por el bien de la decencia y de la democracia.
Pero como eso no es lo que pasa en España, medio país asiste estos días asombrado y la otra mitad curada de espanto a la declaración en sede judicial del presunto cerebro de la trama Gurtel. Francisco Correa ha cantado con un estilo tan depurado que si fuera tenor o barítono se lo rifarían los principales teatros de ópera del mundo. Ha explicado con mucho detalle cómo se conchabó con Luis Bárcenas, el ex tesorero del PP despedido en diferido por Cospedal, para repartirse las jugosas comisiones que cobraba a las empresas que se hacían con los contratos públicos soñados. Ha dicho que se pasaba más tiempo en la sede nacional del PP que en su propio despacho, pasando por alto el hecho de que en los dos sitios se dedicaba exactamente a lo mismo, a organizar con Bárcenas la trama de corrupción que le permitió esconder 23 millones de euros en Suiza y a su compinche casi 50.
O puede que tantas horas en el despacho de Bárcenas las dedicaran ambos a contar los fajos de billetes que traía en su maletín y con los que accedía al garaje de Génova como un miembro más de la dirección del PP, todo es posible. Pero con todo, la brillante línea melódica que Correa ha exhibido estos días en el juicio tiene algunos pasajes muy oscuros en los que parecen faltar notas esenciales para comprender a fondo toda la trama. Sabemos que cobraba de un 2 a un 3% de las empresas por conseguirles contratos públicos y que el dinero se lo repartía con Bárcenas, quien a su vez hacía un reparto posterior en el PP y del que se quedaba con una parte para alimentar la cuenta en Suiza.
Si Bárcenas era también el que intercedía ante la instancias adecuadas para que el contrato en cuestión recayera en las manos correctas la pregunta que falta por responder cae por su propio peso: ¿cuáles eran esas instancias y quienes sus responsables con capacidad para que el negocio fuera a parar a unas empresas y no a otras? Correa sólo ha apuntado hasta ahora el nombre de algunas empresas de mucho ringo rango - ACS, OHL - como pagadoras de mordidas a cambio de contratos. Sin embargo, no ha mencionado cargo alguno de la cúpula popular o del gobierno y ha dirigido el grueso de su aria de bravura contra su otrora compinche de negocios Luis Bárcenas.
El asunto adquiere así todo el aroma de las viejas películas de mafiosos en las que, fieles al sagrado juramento de la omertá, los jefes de segundo o tercer nivel se despedazaban entre ellos pero se cuidaban mucho de delatar al capo principal. Y esa, que es en realidad la clave de este caso, es la que no vamos a conocer en este macrojuicio. Correa pondrá fin a su aparición estelar ante el tribunal y le seguirá Bárcenas, del que tampoco cabe esperar, salvo sorpresas, que desvele quiénes en el gobierno se avenían a sus peticiones de amañar contratos públicos y si recibían sobres a cambio.
Aún así es comprensible que en el PP haya cierto nerviosismo controlado, apreciable sobre todo en Cospedal y en sus prisas para que el juicio aclare "cuanto antes" que - según su divertida teoría - los trapicheos entre Correa y Bárcenas eran cosa exclusiva de esos dos personajes y nada tenía que ver con ellos el partido. A Correa le preguntaron hoy en el juicio por su grado de amistad con José María Aznar y respondió que, aunque trabajó para él muchos años, el ex presidente del Gobierno y del PP "me miraba, me sonreía y punto". Tal vez por eso la trama Gurtel sólo pagó una parte de la boda de la hija de Aznar y Correa se limitó a ser testigo del enlace. No obstante, con Correa entrando y saliendo de la sede del PP como si fuera su propia casa, tampoco eran necesarias mayores muestras de efusividad.
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