De la histórica reunión que hoy va a celebrar el Comité Federal del PSOE sólo puede surgir una decisión razonable y útil para el propio partido y para este país: recuperar la unidad perdida asumiendo cada una de las partes ahora enfrentadas su correspondiente cuota de responsabilidad. Todo lo que no sea volver a tender puentes entre las dos fracciones sólo servirá para que un partido clave para la estabilidad política inicie una larguísima travesía del desierto de la que nadie puede saber cuándo ni cómo saldrá, si es que sale. Insistir una vez más en los análisis simplistas que reducen el problema interno del PSOE a una cuestión de buenos y de malos o de "golpistas" y "demócratas", sólo conduciría a ahondar más aún en la brecha. Por eso, es cuando menos sorprendente que destacados dirigentes actuales y pasados así como cargos públicos del PSOE e incluso intelectuales próximos al partido y de los que uno esperaba cierto rigor intelectual, hayan hecho suyos los análisis de barra de bar o de Facebook que tanto abundan estos días.
Sin embargo, el enconamiento entre las partes es de tal intensidad y parece contener tanta inquina incluso personal, que no lo van a tener precisamente fácil los miembros del Comité para buscar la manera de acabar con la división. Lo dramático es que, más allá de apelar a la unidad, la situación política y partidista se ha enquistado tanto que el Comité de hoy sólo tiene dos opciones a elegir: la mala o la pésima. Si se impusiera la estrategia de Pedro Sánchez de volver a hacerse fuerte en la secretaría general a través de un congreso antes de que haya nuevo gobierno, los críticos lo deslegitimarían como ya hacen con lo que queda de la ejecutiva federal y con el propio Sánchez como secretario general "en funciones". En esas condiciones, ir a una tercera cita electoral sólo te garantizaría cosechar otro nuevo peor resultado de tu historia.
Si por el contrario se impusieran las posiciones de los críticos, partidarios de que el PSOE se abstenga para que gobierne Rajoy, el menor de los males sería que Sánchez dimitiera por la desautorización que eso supondría de su "no es no" al líder popular - por cierto, dimisión que hasta hace un par de días ni siquiera se le pasaba por la cabeza. Lo peor para el partido sería la desbandada que ese apoyo a Rajoy podría provocar entre la militancia y muchos votantes socialistas, partidarios de unas terceras elecciones antes que de otro gobierno presidido por Rajoy.
Una vez más, sólo parece quedar una alternativa por más que pueda resultar muy difícil de asimilar por una parte del partido, por los militantes y por muchos votantes, pero a la que obliga la necesidad de acabar de una vez con la larga interinidad política en la que vive España. Esa salida es la que muchos consideramos que debió figurar necesariamente y desde el primer momento entre las opciones de Sánchez a la hora de negociar un acuerdo de gobierno. En lugar del cansino "no es no" que a día de hoy mantiene y que aboca a este país a unas terceras elecciones, no sólo debió sino que era su obligación como líder de un partido político de la trayectoria y el sentido de estado del PSOE, exigirle a Rajoy y a los suyos cambios y reformas tasados a cambio de abstención en la investidura y apoyo parlamentario.
La propuesta seguramente habría contado con el apoyo de Ciudadanos y habría trasladado la presión del PSOE al PP, que se habría visto obligado a aceptarla o provocar otras elecciones; además, la inmensa mayoría de la sociedad hubiera apreciado el sacrificio que hacerla representaba para los socialistas. Sin embargo, un cierto prurito ideológico con tintes mesiánicos y la atracción fatal que Sánchez parece sentir por quien no ha dudado en humillarle varias veces en público - el líder de Podemos, Pablo Iglesias - son en parte las causas que nos tienen a las puertas de nuevas elecciones con el PSOE sumido en un cisma inédito.
Con este panorama, la reunión que hoy celebrará el Comité marcará un antes y un después en la historia del PSOE. El antes reciente no ha sido brillante con sucesivas derrotas electorales a las que nunca se ha puesto remedio; el después - si es que en el PSOE aspiran a que haya un después para el partido - sólo pasa por anteponer el interés general de los ciudadanos a las estrategias políticas personales y, sobre todo, por la unidad. Ese es el reto al que se enfrentan hoy los socialistas.
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