En cuestión de días, la política canaria se ha dislocado por completo. Los pactos saltan por los aires, llueven las mociones de censura y arrecian los ofrecimientos de acuerdos de gobierno. De locos. Cuándo empezó realmente el disloque no es fácil saberlo, pero augurar que este momento llegaría justo cuando acabamos de atravesar el ecuador de la legislatura tampoco era muy complicado. Resultaría prolijo y cansino enumerar los movimientos de ficha política de las últimas horas con partidos que se alían para desbancar del poder a fuerzas con las que gobiernan en otros ayuntamientos, cabildos o comunidad autónoma.
En el tótum revolútum en el que se ha convertido la vida política canaria, encontramos al PSOE aliado con el PP contra CC en el Cabildo de La Palma a pesar de gobernar el primero con el tercero en la comunidad autónoma. Todo ello, menos de veinticuatro horas después de que Rubalcaba proclamara que “el PSOE ha vuelto” y trazara las líneas rojas que deben separar a los suyos de los populares como el agua del aceite.
Por su parte, los populares no desaprovechan comba para poner una pica en aquellas instituciones en las que huelan debilidad del gobierno de turno y en los que ellos estén en la oposición. Ocurre así en el cabildo palmero, en donde CC se había quedado en minoría después de que la presidenta nacionalista desalojara a los socialistas del poder en una decisión de la que se lamentará durante mucho tiempo. Los desalojados se la han cobrado en forma de moción de censura con el apoyo entusiasta del PP y poco o nada parece importarles haber sido expulsados del PSOE y que el partido – ahora gobernado por una gestora – se haya dado un tiro, más que en el pie, en el corazón.
A renglón seguido y casi el mismo día, el PP ofrece un pacto de gobierno a CC en el Cabildo de Lanzarote, en donde los nacionalistas no saben qué hacer con dos consejeros díscolos que se niegan a acatar la disciplina de partido y tienen al pacto con el PSOE al borde del infarto. Huele a moción de censura también en la tierra de los volcanes y a un vuelco político en ayuntamientos como Arrecife o Teguise. Y así, casi hasta el infinito.
El revuelto panorama dispara todo tipo de especulaciones sobre el futuro del pacto CC-PSOE en la comunidad autónoma, aunque no parece que la marea llegue tan alto. Nacionalistas y socialistas, cada uno con sus serios problemas internos, se necesitan desesperadamente para acabar juntos la legislatura, por más que en las filas de los primeros haya quienes no verían con malos ojos un acuerdo con el PP a ver si así detienen el martillo pilón en el que se ha convertido el Gobierno de Rajoy para las Islas. Es precisamente ese trato y la espiral de desafectos entre el presidente Rivero y el ministro Soria el que, a fecha de hoy, hace muy improbable esa opción.
Lo cierto es que la política muestra estos días su peor cara en las Islas, aquella que menos tiene que ver con los problemas y demandas de los ciudadanos. Rencillas personales, venganzas políticas, maniobras electorales, estrategias de desestabilización, indisciplina y deslealtad conforman un coctel político de difícil digestión y escasa ejemplaridad ante unos ciudadanos atónitos por no decir asqueados. Como en el tango, da lo mismo ser derecho que traidor, todo vale y nada importa si el objetivo es el sillón, la alcaldía o la presidencia de alguna institución, grande, pequeña o mediopensionista. Tratándose de alcanzar las mieles del poder el socio de ayer es el enemigo a batir de hoy y el enemigo de ayer es el amigo de hoy.
Luego, todo se adorna y justifica con palabrería hueca sobre el interés general de los ciudadanos, la difícil situación socioeconómica de este o aquel municipio o isla y la responsabilidad suprema del partido providencial llamado a salvarnos de la miseria y el abandono en el que nos tenían sumidos los anteriores gobernantes. Esto ocurre en un archipiélago con una tasa de paro del 35%, con un tercio de la población en riesgo de exclusión social y con unos elevados índices de fracaso escolar.
Un ingenuo exigiría que todas las fuerzas políticas estuvieran aunando esfuerzos para resolver esos y otros muchos problemas de esta sociedad en lugar de andar poniéndose zancadillas o cobrándose agravios. Sin embargo, los que ya hemos superado la edad de “todo el mundo es bueno” nos conformaríamos al menos con que no nos tomaran por tontos.
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