Aprendiendo francés a marchas forzadas estoy para no perderme detalle esta noche de la anunciada comparecencia en radio, televisión e internet de Nicolás Sarkozy. Quiere el ex presidente francés defenderse de la imputación que le acaba de caer encima por tráfico de influencias y corrupción, dos cosas feísimas por las que ayer se pasó declarando casi un día entero ante la policía y ante los jueces. Le supongo casi tan “deconcertado” como a la infanta Cristina con su imputación a manos del juez Castro, según reza el recurso presentado hoy por sus leales abogados defensores, y que conste que no me refiero el fiscal Horrach sino al despacho de abogados que la representa.
Pero volvamos a Francia, en donde el terremoto político que ha desatado la imputación por cosas tan poco edificantes y republicanas como las mencionadas amenaza con remover los cimientos de la torre Eiffel y la Bastilla a un tiempo. El hombre que al inicio de la crisis económica prometió que iba a refundar el capitalismo – fue una lástima que los franceses no lo reeligieran para que cumpliera la promesa - está acusado ahora de utilizar su influencia para ayudar a un magistrado a conseguir un puesto que ansiaba a cambio de información sobre la investigación policial sobre la financiación de su campaña electoral de 2007, sobre la que hay más sombras que luces. En cristiano: si me dices que ha descubierto contra mí la policía yo muevo los hilos adecuados para que hagas realidad tus sueños. Sin duda, es una excelente manera de empezar a refundar el capitalismo la elegida por el pequeño Napoleón: volver a la economía del trueque.
Pero la policía, que no suele ser tonta, se malició que la mano del ex inquilino del Elíseo andaba de por medio y fue a por él: lo detuvo y lo sometió a un interrogatorio de 15 horas al que le siguió de propina otro de tres ante los jueces. Satisfechos por fin decidieron que podía irse a casa con una buena imputación bajo el brazo. Con todo, no tiene el gran Sarkozy el mérito ni el honor de haber sido el primer presidente francés en pasar por la afrenta de que te detenga e interrogue la gendarmería. Su antecesor Jacques Chirac ya pasó por el mismo trago amargo y terminó condenado a pena de cárcel con suspensión de ejecución de la sentencia por un delito de malversación y deslealtad.
Ahora será la justicia gala la que determine la culpabilidad o inocencia de Sarkozy, el hombre que quería volver a reinar – perdón, a gobernar – en la republicana Francia pero al que los malvados jueces se lo quieren impedir como si de un Berlusconi cualquiera se tratara. Hasta su propio partido, la UMP, le ha dado la espalda y los socialistas, que aunque gobiernen también andan de capa caída, se frotan las manos ante el grave tropezón judicial del líder de la derecha francesa. Aunque para contentos los de la ultraderecha del Frente Nacional quienes, sin duda, ven en las desgracias judiciales de Sarkozy y en la debilidad de Hollande y los suyos una oportunidad de oro de la que volverán a intentar sacar el máximo rédito en la próxima cita electoral como ya ocurriera en las europeas de mayo.
Hechas estas reflexiones, uno se pregunta si algo similar a lo que ha pasado en Francia con la detención, interrogatorio e imputación de Sarkozy podría ocurrir en un país imaginario llamado España con un jefe del Estado inmune ante la Justicia y un presidente del Gobierno mudo ante la corrupción en su partido. La respuesta es “sí”: la única condición es que el país sea imaginario. Au revoir, mes amis.
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