Eso que, más por convencionalismo periodístico que por otra cosa, se ha dado en llamar nuevo curso político ha arrancado hoy en la práctica con traca de altura en el Congreso de los Diputados. Sin necesidad de ayudarse de su ya famoso Power Point, el ministro Montoro se ha despachado a gusto contra el ex molt honorable Pujol por habérselo llevado crudo durante más de treinta años a paraísos fiscales. No digo yo que no le asista la razón a Montoro cuando arremete como un astado contra el ex presidente catalán, sólo que no se le notó la misma bravura ni la misma preocupación ética y moral cuando le tocó hablar de las cuentas en Suiza de Bárcenas, algo al menos tan feo como lo que ha hecho el patriarca de los Pujol.
Sin embargo, más allá de afear la conducta pujoliana, poco más de enjundia dijo el ministro. Que Pujol no se acogió a la graciosa amnistía fiscal que el propio Montoro organizó en 2012 a mayor gloria de los defraudadores patrios es algo que ya sabíamos de puño y letra del propio ex presidente catalán. Mientras, lo de que Hacienda llevaba mucho tiempo investigando de dónde sacaba para tanto como destacaba la honorable familia de Pujol, especialmente su hijo mayor con sus casas de 3,5 millones de euros en Pedralbes y su colección de coches de lujo comprados a precio de saldo, es algo que a estas alturas no parece fácil de creer.
Más bien ha ocurrido que Hacienda – que seguimos sin ser todos – ha mirado durante décadas para otro lado no fuera a ocurrir que una de las estrellas de la añorada Transición se nos pusiera hosco como en el episodio aquel de Banca Catalana y señalara con el dedo de acusar al Madrid de todos los males catalanes, que es lo que precisamente acaba de hacer el Gobierno de la Generaliltat nada más digerir la filípica montoriana de esta mañana. Se ve que determinadas reacciones políticas no cambian con los años y mucho menos con las abrumadoras evidencias por él propio Pujol reconocidas de que durante años defraudó al fisco, a los catalanes y a los españoles en general.
Ya metido en faena, no dejó pasar Montoro la ocasión de tirarle algunos mandobles al heredero político de Pujol, el muy honorable Artur Mas, y a la consulta soberanista catalana que se nos viene encima como un tren de mercancías salvo que a punto de la colisión frene el convoy aún a riesgo de que descarrile el gobierno de la Generalitat y tengan que saltar todos por la ventanilla de socorro.
Un Montoro muy crecido también ha presumido hoy de lo bien que va la lucha contra el fraude fiscal en este país de nuestros pufos: 5.500 millones de euros en los primeros seis meses del año ha ingresado el fisco por ese concepto. La única pega – como se han apresurado a recordar los siempre incómodos técnicos de Hacienda – es que esa cantidad es prácticamente la misma que se recaudó en el primer semestre del año pasado y del anterior. Todo ello en un contexto en el que, debido a la crisis, la economía sumergida no ha hecho sino engordar. ¿De qué presume entonces Montoro si, además, el presupuesto destinado a la Agencia Tributaria se ha recortado, como casi todo lo que sea público, y si las grandes empresas, en donde se acumulan las grandes bolsas de fraude en este país, siguen pagando mucho menos impuestos de los que deberían?
Aunque para presumidos ahí tenemos al mismísimo Rajoy, entregado en este nuevo curso político a las metáforas vegetales y viendo “raíces vigorosas” en la economía española aunque la mayoría de los españolas más bien perciba hojas secas. Entre ellas la del empleo, que hoy le ha dado un mal día al Gobierno después de subir en más de 8.000 personas en agosto y caer las afiliaciones a la Seguridad Social en más de 97.000. Y aún puede que confíe Rajoy en que acabará la legislatura con menos parados de los que había cuando la comenzó, va ya para tres años. Tres años de política económica culminados con la rendición completa y definitiva ante el austericidio merkeliano, escenificada por el propio Rajoy y la canciller alemana a los pies del patrón Santiago y cierra España.
A la vista de que la economía ya tiene “raíces vigorosas” y de que las hojas del calendario caen cada vez rápido, me huelo que el Gobierno va a dejar de torturarnos todos los viernes con nuevas “reformas estructurales” y se va a pasar de inmediato al campo de la “regeneración democrática” de la que aspira a convertirse en campeón universal. Ya le ha dado un plazo de dos meses a la oposición para que acepte que un alcalde pueda gobernar en un ayuntamiento aunque sólo represente a la minoría mayoritaria de los electores. La incógnita es si aparcará la propuesta – cuya letra pequeña se resiste a explicar - o seguirá adelante con los faroles si la oposición le dice nones al apaño electoral y de casi imposible encaje constitucional con el que se quieren cambiar las reglas del juego democrático a menos de un año de las elecciones para salvar de la quema algunas plazas políticas de mucho relumbrón. Continuará…
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