No es por apuntarme un tanto pero ya dije hace unos días en este blog que a Rajoy no le temblaría el pulso a la hora de decidir entre perder votos o perder un ministro. Después de haber hecho sus cálculos electorales, el presidente ha confirmado hoy que el Gobierno retira la retrógrada e innecesaria reforma de la Ley del Aborto y, acto seguido, su ministro de Justicia, Alberto Ruiz – Gallardón, se ha ido del Ministerio y de la política, en la que ha permanecido 30 años, dando un sonoro portazo y simulando falsa humildad. Es verdad que no era esta la primera vez que el polémico ministro amagaba con dimitir para luego desdecirse. Sin embargo, en esta ocasión no le quedaba alternativa alguna después de que su jefe de filas y de gobierno desautorizara su reforma del aborto alegando que carece de consenso.
Sin ánimo de hacer leña del árbol caído, que alguien como Ruiz – Gallardón deje la política es una muy buena noticia. Y no sólo por el hecho de que su reforma de la Ley del Aborto, que devolvía la cuestión a tiempos preconstitucionales, consiguiera concitar el rechazo generalizado de la sociedad española. Similar respuesta han tenido otras iniciativas de este ministro demasiado pagado de sí mismo y de cintura tan estrecha que le incapacita para alcanzar acuerdos con quienes no comparten sus tridentinos puntos de vista entremezclados con un neoliberalismo feroz. Véase, por sólo citar un caso, lo ocurrido con las tasas judiciales y el unánime rechazo que generaron en la sociedad y en el mundo de la justicia.
Ahora, sin embargo, era distinto. La reforma de la Ley del Aborto en la que se empecinó a pesar de contar incluso con un claro rechazo dentro de su partido, le ha terminado pasando factura. Aunque no había debate social alguno sobre la necesidad de modificar esa ley, este era su proyecto estrella y con él pretendía pasar a la posteridad como el ministro que fue capaz de dar satisfacción a las aspiraciones de la derecha nacional más rancia y a la cúpula eclesiástica más cavernícola de este país. Que su rechazada reforma fuera derogada en cuanto cambiara el gobierno no se le pasaba ni por la cabeza. De este modo se entregó a la tarea con entusiasmo digno de mejor causa y sin escuchar a nadie, como imbuido de una especie de inspiración divina que le impulsaba a continuar adelante con una reforma que volvía a criminalizar a las mujeres y las convertía en rehenes de las decisiones de otros sobre su cuerpo.
Tras presentar el anteproyecto de ley de reforma del aborto hace ahora justo nueve meses, el ya ex ministro sólo ha tenido oídos para las organizaciones antiabortistas y la Iglesia Católica y sordera absoluta para quienes dentro y fuera de su partido o desde las organizaciones sociales y profesionales le pedían por activa y por pasiva que retirara un cambio legislativo teñido de ideología reaccionaria de la primera a la última letra o que al menos flexibilizara su rígida posición. Ahora, las mismas organizaciones y la jerarquía católica que malamente disimulaban su satisfacción con la reforma haciendo creer que les parecía insuficiente, saldrán a las calles para echarle en cara no haber cumplido su compromiso y anunciar que no volverán a votar al PP.
De las críticas no se va a librar el propio Rajoy, al que seguramente las manifestaciones que no tardarán en convocarse le evocarán aquellas otras de hace unos años en las que el hoy presidente del Gobierno acompañaba a los obispos para poner a Zapatero literalmente a parir. Dudo mucho de que Rajoy o alguien destacado de los suyos acuda ahora a esas protestas, aunque si fueran coherentes con lo que hacían entonces no deberían faltar ni a una. Rajoy ha incumplido otra promesa electoral, aunque en esta ocasión y para variar ha sido para bien. Sin embargo, cabe preguntarse una vez más por los tiempos que emplea el presidente en la toma de decisiones, toda vez que la falta de consenso en torno a esta reforma era evidente desde mucho antes de que el anteproyecto de ley fuera al Consejo de Ministros.
El presidente ha dejado pudrirse una situación que ha terminado costándole su primera crisis de gobierno – a ver cuánto tarda ahora en nombrar nuevo ministro de Justicia – y ha puesto en evidencia que lo que le preocupa no es tanto la falta de consenso social y político – si fuera así habría retirado la reforma hace mucho tiempo - como el riesgo de perder cientos de miles de votos el año que viene. No me cabe la menor duda de que si las elecciones no estuvieran a poco menos de otros nueve meses, la reforma habría salido adelante sin consenso y Alberto Ruiz – Gallardón habría acabado esta legislatura como el ministro peor valorado del Gobierno pero elevado a los altares del carquerío nacional.
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