No seré yo quien se sume con una loa al obituario nacional por la muerte de Emilio Botín. Nada tengo en su contra como persona y nada a favor como banquero. Ni me detendré en sus aciertos ni comentaré sus errores, que supongo que de todo hubo. Tampoco volveré sobre la responsabilidad de la banca y de los banqueros, incluido el desaparecido hoy, en la crisis financiera que con el tiempo ha devenido en la crisis política y social que sufrimos los ciudadanos de a pie. En esa crisis, Botín y el Santander también tienen su parte correspondiente de responsabilidad. Creo simplemente que cumplió con su cometido y mantuvo alto el pabellón de la familia de banqueros más famosa de España.
El banco seguirá en buenas manos ya que, como establecen los preceptos de todo clan familiar que se precie, ahora es muy probable que lo herede su hija Ana Patricia. La continuidad de la saga está garantizada por tanto. Así que, quienes quieran escribir una tesis doctoral sobre la obra, vida y milagros de Emilio Botín, sólo tienen que echar un vistazo a las ediciones digitales de los principales medios y encontrarán material en abundancia. Particularmente les recomiendo EL PAÍS, en donde no había un despliegue igual por el fallecimiento de un prócer nacional desde que murió Adolfo Suárez.
Me inspira más desde el punto de vista político el choque de trenes que se avecina en Cataluña. En la Diada de mañana sonará el que puede ser el último silbato de advertencia antes de la colisión y, mientras tanto, los personajes de este drama político permanecen inmutables en medio de la vía. Personaje principal es Mariano Rajoy, quien asegura que ya están previstas todas las medidas necesarias para que la consulta soberanista de noviembre no se celebre. Pero no las dice, con lo cual caben todo tipo de especulaciones. ¿Se incluye entre esas medidas la suspensión de la autonomía catalana si a pesar de todo la Generalitat continúa adelante? No lo sabemos pero no es descartable.
Enfrente, Artur Mas se enfrenta al callejón en el que él mismo se metió y que ahora tiene cada vez más estrecha la salida. ¿Qué hará si el Constitucional, como es previsible, suspende la consulta? ¿Seguirá adelante con los faroles? ¿Frenará en seco? ¿Convocará elecciones anticipadas de carácter plebiscitario? ¿Pactará con el PSC – PSOE y romperá con una ERC cada vez más montaraz que llama ya abiertamente a la desobediencia civil si no hay consulta? Difícil es saberlo aunque uno supone que tendrá un plan B si el A no sale.
En realidad, si separamos el polvo de la paja y el cruce diario de declaraciones redundantes entre Madrid y Barcelona, prácticamente nada ha cambiado desde que el presidente catalán decidió tomar el camino de en medio. Nada, salvo la confesión de fraude fiscal de Jordi Pujol con la que seguramente Artur Mas no contaba. El mea culpa del símbolo del nacionalismo catalán de las últimas tres décadas ha caído como un baldón sobre las aspiraciones soberanistas del que Mas y los suyos han intentado escabullirse aunque sin éxito alguno dadas las dimensiones de la desvergüenza del clan Pujol.
Por lo demás y en el terreno estrictamente político, las posturas siguen tan enfrentadas como desde el primer momento y nada hace prever que variarán un ápice en los escasos dos meses que quedan para la consulta. Rajoy dice que todas las medidas legales están listas y con eso se da por satisfecho, como si sólo estuviéramos ante un asunto de leguleyos y no ante un desafío político de verdadero órdago. Mas, por su parte, reitera a diario el mantra del derecho a decidir que ningún ordenamiento jurídico internacional reconoce, pero que él ha convertido en el lema central de su proyecto soberanista más allá de todo miramiento a la Constitución y a las leyes.
Uno no puede menos que comparar la situación catalana con la escocesa en donde, en 8 días y con las fuerzas muy igualadas, se votará entre continuar formando parte del Reino Unido o independizarse. Al margen de las diferencias entre los ordenamientos jurídicos británico y español, en donde se aprecia más la divergencia entre ambos casos es en el plano político. Para empezar el referéndum escocés está autorizado por el parlamento británico y el Gobierno de Su Majestad se ha volcado estos días con ofertas de mayor autogobierno a los independentistas escoceses. Hasta ha llegado a colocar la bandera escocesa en el tejado del 10 de Downing Street, la sede del primer ministro, como señal de aprecio y deseo de continuar juntos y ha instado a los municipios del resto del reino a hacer lo mismo. ¿Se imaginan la bandera catalana ondeando en lo alto de La Moncloa? Yo tampoco.
Hace sólo unos meses, el fallecido Emilio Botín aseguró ante los accionistas del Santander que la “independencia de Cataluña es ilegal” y “no se va a producir puesto que no interesa ni a los catalanes ni al resto de los españoles”. Rajoy no lo hubiera dicho mejor.
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