Esto no es España y yo no soy Rajoy. Si el presidente del Gobierno hubiera comenzado así su intervención parlamentaria de hoy sobre la corrupción habría resultado mucho más creíble. En cambio optó una vez más por negar la mayor al afirmar que la corrupción en España no es un problema generalizado para decir a renglón seguido que el gusto por el trinque de lo público forma parte de la condición humana universal. Ya saben cuál es su teoría: cuánta mayor sea la corrupción del mundo mundial menos le toca a su partido. Al presidente le molesta que los medios de comunicación dediquen tanto espacio, tiempo y esfuerzo a contar los casos de corrupción y cree que eso fomenta a los “salvapatrias de la escoba”, alusión implícita al líder de Podemos que hoy debe de haberse embolsado unos miles de votos más. De todos modos hay que reconocer que en esto es muy coherente el presidente con su propia forma de actuar a lo largo de todos estos años: Rajoy está convencido de que la mejor forma de luchar contra la corrupción es no hablar de ella en absoluto y, a ser posible, ni mencionar siquiera los nombre de los corruptos.
Forzado por las circunstancias, como casi todo lo que hace, Rajoy acudió hoy al Congreso a presentar una vez más las medidas contra la corrupción que ya anunció en febrero del año pasado y aún no ha puesto en marcha a pesar de la mayoría absoluta de la que dispone y, cuando la oposición lo acorraló, echó mano del socorrido y popular “y tú más”. Debate estéril el de hoy en el Congreso porque ni el presidente del Gobierno muestra signos de voluntad real de luchar contra la corrosión del sistema democrático ni el todavía principal partido de la oposición, atrapado también en las redes de sus propios escándalos, aprovechó la debilidad de Rajoy para cantarle con mucha mayor contundencia las verdades del barquero.
Todo esto apenas unas horas después de que Rajoy dejara caer por fin a su ministra de Sanidad para que no le estropeara la comparecencia de esta mañana. Sólo lo consiguió en parte porque la oposición se la mentó en reiteradas ocasiones, aunque le costó lo suyo que el presidente la llamara por su nombre ya bien avanzado el debate. Cuando lo hizo fue para echarle un capote al decir que Mato ignoraba que estuviera cometiendo un delito, con lo que olvida Rajoy algo tan elemental como que el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento. En este punto debo confesar que mi absoluto escepticismo ante la capacidad de Rajoy y los suyos de predicar con el ejemplo cuando hablan de corrupción me llevó ayer a escribir que no creía que Ana Mato terminara dimitiendo.
Al final lo hizo, aunque siempre me quedará la duda de lo que habría ocurrido si Rajoy no hubiera tenido que comparecer precisamente hoy en el Congreso para hablar de corrupción. Me inclino a pensar que si el juez Ruz se hubiera demorado unos días en hacer público el auto en el que señala a Mato como beneficiaria de los regalos de una trama corrupta, la ministra habría terminado la legislatura con el mismo apoyo que Rajoy le ha venido mostrando en todo momento. Por otro lado, del hecho de que el juez Ruz también considere al PP responsable a título lucrativo de la red Gürtel nada dijo hoy Rajoy. Es más, cuando el presidente habla de la corrupción en su partido lo hace en pasado y no en presente, como si Gürtel, Bárcenas, Matas, Mato, Fabra, tarjetas opacas de Caja Madrid o Púnica fueran asuntos ya cerrados y el PP hubiera adoptado medidas para que no se repitan.
Después del debate de hoy ha quedado patente que este Gobierno y su presidente están completamente incapacitados para liderar la lucha contra la corrupción. Si unimos ese hecho a la falta de iniciativa para resolver la cuestión catalana que Rajoy con su inmovilismo ha contribuido a enquistar y a una supuesta recuperación económica que ningún español de a pie aprecia por ningún lado, sólo cabe concluir que el presidente ha entrado en tiempo de descuento. Él y su gobierno han perdido toda credibilidad política y carecen de impulso suficiente para llevar esta legislatura hasta noviembre del año que viene sin agravar más los problemas del país. Un país que se llama España y cuyo presidente de gobierno se llama Mariano Rajoy, aunque él pretenda hacernos creer otra cosa.
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