El Gobierno español anda estos últimos días que no le llega la camisa al cuerpo ante la posibilidad de que la Comisión Europea nos castigue con una multa de unos 2.000 millones de euros por no haber sido lo suficientemente aplicados el año pasado y no haber hecho los deberes del déficit. Ya saben que se nos fue la mano más de lo debido y después de años de recortes y penalidades volvimos a fallar en lo más importante para los austericidas, el cumplimiento del sacrosanto objetivo de déficit.
Y como eso en Bruselas no tiene premio sino castigo - al contrario de lo que ocurre en España con las comunidades autónomas que lo incumplen y a las que el señor Montoro premia con un año de gracia a ver si a la segunda va la vencida - cabe la posibilidad de que Bruselas decida mañana que nos merecemos un correctivo en forma de sanción ejemplar. Por la labor no está Italia, por ejemplo, pero sí está Alemania, ya ven ustedes las sorpresas que da la vida. Después de años de arrumacos y carantoñas de Rajoy para con Merkel y sus recortes a todo trapo, es precisamente el gobierno alemán el más rigorista a la hora de exigir que se aplique sin contemplaciones el primer mandamiento de la austeridad: como no cumplas se te cae el pelo. Y fíjense que me importaría más bien poco si quienes tuvieran que pagar las consecuencias no fueramos una vez más los ciudadanos de este país, porque sobre nosotros todos terminará cayendo el peso de la sanción.
El castigo - si se produce, que aún no es del todo seguro y en gran parte dependerá de cuánto le llore Rajoy a Merkel para evitarlo - sería la consecuencia de una política económica hace tiempo desacreditada por sus efectos contrarios a una verdadera recuperación económica que beneficie a toda la sociedad y no sólo a unos pocos. Y desacreditada además porque el diseño de los objetivos de déficit que ha hecho el inefable Cristóbal Montoro ha tenido más truco que el cinturón de Batman. En síntesis, Hacienda ha aplicado la ley del embudo que en este caso consiste en ponerle la parte estrecha del déficit a las comunidades autónomas y quedarse la administración del Estado con la parte ancha.
La consecuencia es que las autonomía, pésimamente financiadas para atender sus competencias en sanidad, educación o servicios sociales, han incumplido en su mayoría el objetivo que les impuso Montoro y dispararon el déficit total. Pero lo más lamentable y menos comprensible de todo es que ni la propia administración general del estado fue capaz de cumplir con su parte a pesar de ser la más holgada. Aunque corrijo: sí es comprensible si se recuerdan, entre otras cosas, las contundentes cifras del fraude fiscal, la baja recaudación respecto a la media europea y la mal llamada reforma fiscal que Montoro se sacó de la manga para conseguir echar unos cuantos votos más en la urna del PP y restarle unos cuantos millones de euros a las arcas públicas. Con ese dinero tal vez no estaríamos ahora expuestos a que nos castiguen con una sanción por la mala cabeza del Gobierno en política económica.
Eso por no hablar ahora de los 8.000 millones de euros que además exige Bruselas que España suprima de un plumazo a ver si de una santa vez este país cumple los objetivos de déficit a los que se compromete y que luego se salta a la torera. Así las cosas, al gobierno que se forme - si al final se forma alguno y dura para contarlo - le esperan curvas peligrosas y a los ciudadanos una nueva dosis de más de lo mismo. La gran suerte es que si gobierna el PP de nuevo ya tiene experiencia en cómo hacerlo y seguro estoy de que no lo temblará el pulso llegado el caso. Por eso España es una gran nación que gracias al PP dio un paso al frente cuando se encontraba al borde del abismo.
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