Decía Platón que el colmo de la injusticia es parecer justo sin serlo. En relación con un reciente libro del profesor Ignacio Sánchez - Cuenca, me atrevería a decir que el colmo de la indecencia intelectual es parecer honeste sin serlo. Su libro "La confusión nacional", en el que aborda el conflicto catalán, reúne más ingredientes propios del panfleto y la proclama de parte, que un análisis reposado y riguroso de las causas, el estado actual del problema y las posibles soluciones. El autor, que en un libro anterior ya había ajustado cuentas con todos los intelectuales que no comulgan con su credo, vuelve sobre sus pasos para presentarnos un cuadro lleno de furibundos nacionalistas españolistas, que con su incomprensión legalista sojuzgan las democráticas aspiraciones de la minoría de ciudadanos catalanes que supuestamente quieren dejar de ser españoles. Pronto se desmiente a sí mismo el autor, después de haber prometido en las primeras páginas del libro que analizaría de forma objetiva los fallos de una y otra parte en este embrollo. Sin embargo, nada más hecha la promesa, se lanza a una amplia relación de recortes periodísticos con los que pretende demostrar que la carga de la prueba corresponde únicamente a una de las partes, la del nacionalismo españolista que él ve hasta en la sopa.
Según la tesis del profesor Sánchez - Cuenca, ese nacionalismo "carpetovetónico" se agarra al legalismo constitucional e impide con su posición cerril que se pueda abrir una vía de diálogo con los santos varones del nacionalismo catalán, expresión ésta última que procura emplear lo menos posible. Las casi doscientas páginas del libro se hacen de empinada lectura ante tanta impostura intelectual: de principio a fin, es una diatriba incansable contra los partidos constitucionalistas, el Poder Judicial y los medios de comunicación que defienden el orden constitucional. De aquellos otros medios que lo atacan, lo vilipendian, se mofan y se lo pasan por el arco del triunfo, como la televisión autonómica catalana, no dice una sola palabra el ecuánime politólogo. Compra de la manera más acrítica la versión independentista de los hechos ocurrido en el referéndum ilegal del 1-O - tampoco lo llama nunca así - e ignora la contumacia de los dirigentes soberanistas y las mentiras económicas e históricas sobre las que han cimentado su reclamación. A su juicio, sólo Madrid tiene la culpa ya que, unos por acción y otros por omisión, han dejado pudrirse un problema que debió haber tenido una respuesta política y no judicial.
Es tal vez en la necesidad de arbitrar vías políticas en donde únicamente se puede coincidir parcialmente con sus planteamientos, solo que su posición de partida, cargando toda la responsabilidad en una parte y exonerando a la otra, que aparece en el libro poco menos que como la doncella mancillada en sus derechos, lo invalida de golpe. Porque del sentido general del libro solo cabe concluir que el Estado español - que no el nacionalismo, como torticera e insidiosamente machaca una y otra vez - debió haberse plegado a las ilegales exigencias de los representantes de una minoría del pueblo catalán y, llegado el caso, poner también la otra mejilla. Y esto lo afirma alguien como yo, en el que nadie podrá encontrar un gramo de ese obtuso nacionalismo españolista que Sánchez - Cuenca achaca a los ciudadanos de este país y al que culpa de los problemas en Cataluña. Solo lo dice un ciudadano de a pie para el que sin respeto a la legalidad y al orden constitucional - por poco que a nuestro profesor parezcan gustarle esos conceptos - no hay democracia que valga.
Como ciudadano de este país tengo derecho a expresar mi posición, como lo tiene el resto de los españoles, sobre un asunto como el que nos ocupa. Su denodados esfuerzos de malabarista para convencer al lector de que la soberanía se puede trocear cuando lo exige la minoría de una minoría, no convencerían ni a un estudiante de primero de Políticas. Sánchez - Cuenca debería saberlo porque enseña esa materia y tendría que ser más honesto con aquello que explica a sus alumnos. Retuerce a conciencia el orden constitucional - ya sabemos que eso le trae sin cuidado - y exprime la ciencia política como un consumado trilero para hacerles decir lo que quiere que digan: que no hay nada inconstitucional en que una minoría imponga su criterio a la mayoría.
Son también de premio sus analogías entre la soberanía que el Estado español ha cedido en el proceso de la construcción europea con la que cedería en el caso catalán. En su imaginativa osadía, considera que esa podría haber sido una solución al asunto catalán, pasando por alto que lo que piden los independentistas no es compartir la soberanía con el Estado español sino crear un Estado soberano con todas las de ley. Llegado el caso y al menos en teoría, España podría recuperar la soberanía cedida a la UE como pretende hacer el Reino Unido con el brexit, pero no podría recuperar la que le cediera a una Cataluña independiente salvo que se revirtiera la independencia de algún modo. También es de nota como un autor tan equidistante y riguroso como prometía ser al inicio del libro, pasa de puntillas por el desprecio que los independentistas han dispensado a las leyes y a las instituciones catalanas. No hay una sola palabra en el libro sobre la fuga de empresas y apenas si se hace mención a la corrupción que salpica a buena parte de los prohombres del independentismo, empezando por las cuentas en Andorra de la familia Pujol. De esto último también culpa al españolismo y a las que considera campañas orquestadas por Madrid y los medios de comunicación para desacreditar políticamente a los independentistas.
En fin, para qué seguir: les ahorro comentar la propuesta del profesor para superar la crisis catalana. Alguien con su falta de honestidad intelectual está deslegitimado para plantear ningún tipo de salida merecedora de un mínimo de credibilidad. Al comienzo de su libro se quejaba también el profesor del bajo nivel político e intelectual del debate que tenemos en España sobre Cataluña y se suponía que su aportación serviría para elevarlo algunos peldaños. Sin embargo, lo único que ha hecho es empobrecerlo y envilecerlo, con lo que flaco servicio le ha hecho a esa causa que dice preocuparle tanto. No obstante, estoy convencido de que quienes, por las razones que sean, están dispuestos a comulgar con las ruedas de molino del independentismo catalán se lo agradecerán como se merece.
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