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COVID - 19: no saldremos más fuertes

Vivimos tiempos difíciles en los que demasiada gente ya no cree en ideas o principios sino en eslóganes; los medios de comunicación han perdido prestigio y credibilidad a manos llenas y el poder político se permite señalar a los periodistas desafectos; abundan los charlatanes de feria que pescan en el río casi siempre revuelto de la política y escasean la ética, la decencia y la honradez en la administración del bien común. Me pregunto cómo encaja en ese panorama el eslogan del Gobierno, según el cual los españoles saldremos de la pandemia del coronavirus mejores y más fuertes. Se podrá estar más o menos de acuerdo con este diagnóstico; incluso se puede pensar que he cargado las tintas, pero no se podrá negar que son problemas reales y tangibles de la sociedad española de 2021, el año en el que todo iba a ser mejor que en 2020. 

En gran medida estamos ante problemas previos a la pandemia pero exacerbados por ella. Después de un año lidiando con esta situación, las dificultades crónicas de nuestra sociedad y las costuras siempre frágiles de la democracia resultan hoy más visibles que nunca. Una expresión del descosido entre tantas otras es el destrozo económico que amenaza con dejar a mucha gente atrás, a pesar de otro de los eslóganes con los que el Gobierno nos ha querido dorar la píldora de la pandemia. 

Sí se podía saber

Si bien es cierto que la pandemia pilló a medio mundo con el pie cambiado, es falso que no se pudiera saber qué se debía hacer a la vista de los informes en poder del Gobierno y del imparable avance y la letalidad que provocaba el virus a su paso. No hubo un mínimo de prudencia por parte de los responsables públicos que, junto a no pocos científicos, se apuntaron a negacionistas desde el primer momento. Cuando ya tuvimos el virus encima y empezaban los estragos, surgió el "no se podía saber", la excusa con la que las autoridades sanitarias intentaron ocultar su falta de previsión y la ausencia absoluta de planes de contingencia. 

Esa realidad, no por más negada menos cierta, degeneró pronto en una reyerta política que aún perdura y que ha terminado polarizando la sociedad con la ayuda inestimable de muchos medios de comunicación y las ineludibles redes sociales. En un país como España en el que el poder político se reparte entre un gobierno central y los de las comunidades autónomas, pero cuyo marco de competencias constituye un galimatías generador de tensiones entre el centro y la periferia, era de esperar una cacofonía política cuando más se necesitaba unidad de criterios y de acción. En no pocas ocasiones se ha buscado más el rédito político que se podía obtener de la refriega que la salud pública de la población. 

Así las cosas, mientras se lanzaban mensajes contradictorios, se adoptaban también medidas que se cambiaban en pocos días sin más aval científico que el de un inexistente comité de expertos. Se bordearon e incluso traspasaron límites constitucionales relacionados con derechos fundamentales y se ninguneó cuanto se pudo al Parlamento, sede de la soberanía nacional y del Legislativo, en la que todo responsable público tienen la ineludible obligación de rendir cuentas de sus acciones o inacciones.

Una economía destrozada y un número inasumible de víctimas

El corolario del desbarajuste y el cálculo político que ha dominado la gestión de la pandemia es una economía en coma, millones de pequeñas empresas cerradas para siempre y millones de personas en el paro o en ERTES que van camino también del desempleo. Pero todo eso tiene solución, no así las espeluznantes cifras oficiales de fallecidos y contagiados, por no hablar de la escandalosa falta de rigor en las estadísticas sobre la pandemia tanto del Ministerio de Sanidad como de las comunidades autónomas.

Poniendo la guinda a la espantosa situación después de un año de pandemia, el ministro responsable de la gestión sanitaria abandona el barco en plena tercera ola de contagios y se va de candidato a unas elecciones autonómicas por decisión digital de su jefe de filas y presidente del Gobierno del que formaba parte. Y lo que resulta doblemente sangrante es que se despide sin arrepentirse de nada y sin dar cuenta de su gestión en el Congreso, por miedo a que las críticas de la oposición malogren el inicio de su campaña electoral. De nuevo y dado que, según se ha sabido, su designación como candidato se había decidido en otoño, nos encontramos ante otro descarado ejemplo del uso político y partidista de la pandemia para obtener provecho político. 

El fracaso de la cogobernanza

Su marcha coincidió además con el descontrol de la "cogobernanza" con la que el Gobierno había traspasado la gestión de la pandemia a las autonomías, deseosas de hacer méritos ante sus respectivas parroquias políticas. El resultado es que ahora tenemos 17 modelos de gestión para una misma pandemia, mientras el Ejecutivo central se limita a dar consejos y dejar hacer con arreglo a un decreto de estado de alarma sujeto a interpretaciones encontradas. A nadie le debería extrañar que la tercera ola esté siendo tan o más letal que la primera, cuando había un supuesto mando único en manos del Ministerio que tampoco llegó a serlo del todo. 

Ante el falso dilema de economía o salud, en muchas comunidades autónomas se adoptaron en Navidad medidas que contribuyeron a expandir de nuevo el virus y los fallecimientos. Para la historia de las ridiculeces de esta pandemia queda la ocurrencia de "los allegados" que nos podían visitar en Noche Buena. Un capítulo en el que también encaja como un guante el triunfalismo imprudente con el que el presidente del Gobierno puso fin al primer estado de alarma en junio de 2020: "Hemos vencido el virus y controlado la pandemia, hay que salir sin miedo a la calle", decía irresponsablemente Pedro Sánchez.

En todos lados no cuecen habas

A menudo los responsables de la sanidad pública suelen recurrir a lo mal que va la pandemia en otros países para justificar sus errores de gestión. Es cierto que en países como Estados Unidos o el Reino Unido sus dirigentes hicieron verdaderas barbaridades y en otros como Brasil se siguen haciendo todavía. Sin embargo, quienes se siguen agarrando al "no se podía saber" se olvidan interesadamente de los países en los que la gestión de la pandemia ha sido exitosa. 

Y no hablo solo de China, en donde el Gobierno no tiene obligación alguna de respetar los derechos fundamentales de sus ciudadanos. Hablo de democracias consolidadas como Corea del Sur, Dinamarca, Nueva Zelanda o Finlandia, en donde "sí supieron" actuar con tino y a tiempo. Soy consciente de que las comparaciones siempre son odiosas porque las condiciones de partida no son las mismas. No obstante sirven para visualizar que las cosas se pudieron y se debieron hacer de otra manera en España, en donde tanto se presumía de tener la mejor sanidad pública del mundo hasta que la pandemia puso al descubierto todas sus miserias. 

Una sociedad responsable

Las respuestas de la sociedad española ante la pandemia pueden reducirse a dos: la de quienes cumplen las normas o hacen todo lo posible por cumplirlas y la de quienes las ignoran o las desprecian. Aunque no hay estadísticas que lo demuestren fehacientemente, mi convencimiento es que la primera respuesta ha sido la mayoritaria. Ha primado la responsabilidad de la mayoría de la población, a pesar de la confusión y de las contradicciones que han presidido en muchas ocasiones las decisiones de los responsables públicos sobre cuestiones como el uso de la mascarilla. Por otro lado, la alegría irresponsable con la que las comunidades autónomas levantaron ciertas restricciones de movilidad en aras de "salvar la Navidad", hizo que incluso los prudentes se relajaran y los contagios se dispararan de nuevo. Nada digamos de quienes las normas siempre les parecieron que no iban con ellos y siguieron saltándoselas. 

En el cumplimiento de las medidas de seguridad ha faltado rigor aleccionador, se ha pensado que con anunciarlas y publicarlas en un boletín oficial que nadie lee, era más que suficiente para garantizar su cumplimiento. Cuando hizo falta sancionar con dureza a los incumplidores, tembló el pulso para no perder votos y todo quedó en amonestaciones verbales que por un oído entraban y por el otro salían. También en esto ha faltado contundencia, rigor y claridad: si la pandemia no ha ido más lejos es en parte por la responsabilidad de una inmensa mayoría ciudadana que incluso ha adoptado medidas de protección más allá de las oficiales.   

No saldremos ni mejores ni más fuertes

En estos momentos no sabemos a ciencia cierta si hemos llegado al pico de la tercera ola, si estamos cerca o si lo hemos superado. Lo cierto es que ni los científicos se ponen de acuerdo, por no mencionar a un señor llamado Fernando Simón, sobre el que han recaído con no poca razón buena parte de las críticas al Gobierno. La sociedad está agotada y hastiada de escuchar durante meses a este señor exponiendo más cábalas que certezas y de ver cómo lo que ayer no era necesario hoy se ha vuelto obligatorio.

De doblegar o no la curva dependen muchas cosas de comer en este país. Depende ante todo que no continúe aumentando el número de familias golpeadas por el virus y que no se agraven aún más las secuelas psicológicas que esta pandemia dejará en buena parte de la población. También depende una economía en estado de coma, dopada con millones de ERTES que pueden terminar en el paro si no hay una salida del túnel más pronto que tarde. Está en juego, en definitiva, el estado del bienestar tal y como lo conocíamos antes de esta crisis, mientras aumenta la monstruosa deuda pública y con ella la hipoteca que ya le vamos a dejar a las futuras generaciones. 

Es cierto que, en medio de este panorama desolador, el inicio de la vacuna contra la COIVID-19 a finales de diciembre ha traído una luz de esperanza de que la pesadilla esté empezando a tocar a su fin. Sin embargo, hasta para algo que sí era perfectamente posible haber planificado con rigor y protocolizado con claridad, se ha vuelto a llegar tarde y mal, con políticos y allegados saltándose la lista de vacunación y exasperante lentitud en la inoculación de la vacuna a la población. 

La "nueva normalidad" no será la que muchos pensaron

No deseo alargar este post aún más y me limitaré a una reflexión que enlaza con la que lo abría. Salir mejores y más fuertes va a requerir algo más que eslóganes cocinados en el departamento de propaganda de La Moncloa. Se necesita en primer lugar una ciudadanía menos complaciente, dispuesta a cumplir las normas pero también a exigir transparencia en la gestión de nuestro dinero y rigor en las decisiones: es nuestro derecho y no podemos ni debemos abdicar de él. La clase política española, que ha dado otro lamentable espectáculo de división cuando más se requería unidad y consenso, debe cambiar con urgencia de registro y anteponer el bien común a la lucha partidista. Los medios de comunicación tampoco han estado a la altura de lo que se espera de ellos en una democracia: ha primado el servilismo de unos y el desgaste del poder en otros, pero la mayoría ha arrojado a la papelera los códigos más elementales del periodismo. 

Ya me pueden llamar ingenuo por imaginar tan solo que estos problemas tengan arreglo a corto y medio plazo: tendrán toda la razón, pero no veo otra salida para volver al menos a una cierta normalidad, no a esa ridícula "nueva normalidad" con la que el Gobierno nos pretendió adormecer hasta que la realidad destrozó de nuevo sus mensajes propagandísticos. De lo que no cabe duda es de que, si la vacunación avanza y conseguimos dejar atrás la pandemia, desembocaremos en una realidad que nos retrotraerá muchas décadas en términos de bienestar. Que no estemos preparados para afrontarla es lógico, lo que me preocupa es que no estemos haciendo gran cosa para prepararnos, sino más bien para continuar arrastrando nuestros viejos problemas crónicos tras nosotros. Creo que con lo dicho se comprende mi escepticismo cuando el Gobierno dice que saldremos "mejores y más fuertes". Mi percepción es que saldremos más débiles, peores y mucho más cabreados. Ojalá, pero no creo equivocarme mucho. 

Escribir en tiempos de pandemia

Siempre que me planteo poner por escrito mis reflexiones sobre la realidad que me rodea me asalta la misma pregunta: ¿qué sentido tiene escribir? Así creo que ha ocurrido en más de una ocasión a lo largo de la prolongada vida de este blog. Cuando después de mucho tiempo me acomete de nuevo la necesidad de empuñar la pluma - valga la expresión -, surge de nuevo la duda: ¿qué "gano" escribiendo", ¿qué necesidad tengo de dedicar tiempo y esfuerzo a pensar en escribir un artículo o un comentario, cuando me bastaría con "escribirlo" en mi cabeza y a otra cosa? Y una y otra vez la respuesta se ha repetido: uno siente la necesidad de escribir lo que piensa, siente y padece como tiene necesidad de respirar para no asfixiarse. 

Se preguntarán entonces cómo me las he arreglado para "respirar" durante todo el tiempo en que el blog ha estado inactivo. A esto respondo que ha habido otros sistemas de respiración que, más mal que bien, han suplido la necesidad de la escritura. El trabajo de periodista o las intervenciones en las redes sociales han sido un sucedáneo de la siempre dolorosa pero a la vez gratificante y vital labor de escribir para uno y para aquellos que se toman la molestia de leer lo que uno escribe. 

Siempre he sido consciente de que solo la pluma y un papel en blanco, en un entorno de recogimiento y reflexión pueden proporcionar la oportunidad de echar afuera ideas, sensaciones, reacciones, perplejidades, disgustos y satisfacciones. Y hacerlo, además, de la manera más racional, sistemática y ordenada posible con el fin de ordenar y sistematizar también mis propios pensamientos. 

De hecho, desde que abandoné mi trabajo periodístico y a medida que las intervenciones en las redes sociales, con sus encorsetamientos y sordideces, se han ido haciendo cada vez más insatisfactorias, más fuerte ha ido creciendo en mí la necesidad de retornar a la escritura como quien regresa al hogar materno. 

Escribir, más necesario que nunca

Las circunstancias han querido que ese momento haya llegado cuando solo faltan unos pocos días para que se cumpla el primer año de la pandemia del coronavirus, la crisis sanitaria más grave vivida por la Humanidad en muchísimo tiempo. De algún modo esto hace también que la vuelta a la escritura sea particularmente especial en tanto la pandemia condiciona y condicionará por completo el mundo que conocíamos hace aproximadamente un año, justo el tiempo también que hace desde que firme la última entrada en el blog. 

Lógicamente, de esto se deriva que cualquier análisis o visión de la realidad deba pasar por el tamiz de la lucha contra el virus y por los cambios radicales en todos los órdenes que ha supuesto y puede suponer su aparición y expansión en todo el mundo. Son estas circunstancias verdaderamente históricas las que hacen que escribir sea más indispensable que nunca, al menos para mí: ese apremiante ejercicio mental e intelectual que ahora retomo busca ante todo ser útil a quien lo realiza y a quien lo reciba. Vivimos en medio de incertidumbres desconocidas hasta ahora, miedos al futuro cada día más acentuados y una cierta sensación de orfandad y abandono por parte de aquellos en los que habíamos puesto nuestra confianza para que gestionaran con probidad y un mínimo de eficiencia el bien común. 

Muchos nos sentimos hoy inermes y atónitos ante la falta de sentido común con la que se ha afrontado una situación tan grave. No menos apesadumbrados se puede sentir uno cuando observa con asombro que quienes más tienen que perder son los primeros que ignoran o desprecian las más mínimas normas de de seguridad, implantadas después de no pocas indecisiones, contradicciones y titubeos por quienes se suponía que tendrían alguna idea sobre cómo actuar y demostraron o no tener ninguna o estar completamente equivocadas las que tenían. 

Como corolario de todo lo anterior tenemos más de dos millones de muertes en todo el mundo, un número notablemente mayor de contagios, secuelas psicológicas de todo tipo muchas de ellas desconocidas aún, una economía hecha trizas y un ambiente político, al menos en España, que lejos de ayudar a ver una pequeña luz de esperanza en medio del desastre, hace lo posible y hasta lo imposible para que ni siquiera se llegue a encender.

Escribir para comprender 

No cabe negar por tanto que, por más que nos pese, no puede haber un tiempo menos propicio para la autosatisfacción y el dolce far niente. Los que nos sentimos corresponsables y participes del destino y los problemas de la comunidad en la que vivimos, tenemos casi una obligación moral de decir lo que pensamos y hacerlo siempre con el mejor ánimo constructivo del que seamos capaces. 

Es precisamente al cúmulo de nuevas situaciones que se nos ha venido encima como un alud al que quiero dedicar las reflexiones de este blog a partir de hoy. En ocasiones estaré atento a la actualidad más inmediata y en ocasiones - la mayoría - encenderé la luz larga para intentar iluminar en la medida de mis posibilidades los innumerables rincones oscuros que nos ha traído la pandemia. 

Adelanto que no figura entre mis objetivos dar respuestas ex catedra, algo que sería muy presuntuoso por mi parte, sino más bien formular preguntas sobre las que reflexionemos ustedes y yo. Esto no quiere decir que que no esté dispuesto a aportar mis puntos de vista o a exponer mis propuestas que, en todo caso, siempre serán mías e intransferibles, ajenas a cualquier organización o partidismo. Si algo he aprendido a lo largo de mi vida es a pensar por mi mismo sin condicionantes que no sean los de la moral pública, la ética, el deber, la honradez intelectual y el sentido de la responsabilidad. 

Quedan todos invitados a recorrer conmigo un camino que no estará libre de dificultades, aunque estoy convencido de que si lo andamos con constancia y perserverancia y somos capaces de desbrozar la maleza que encontremos a nuestro paso, tal vez podamos descubrir un horizonte más esperanzador que el presente. 

Sánchez, solo ante el peligro

Con los interesados compañeros de viaje que tiene, no debería Pedro Sánchez preocuparse mucho de la oposición del PP y de C's. Me maravilla que haya gente que se espante aún de que Unidos Podemos o los independentistas catalanes, le hayan dado la espalda y dejado solo ante el dilema de seguir gobernando con las cuentas del PP o adelantar las elecciones. Lo que no se le puede negar a nadie es legitimidad democrática para tumbar los planes presupuestarios de Sánchez, de cuya debilidad parlamentaria solo él es el responsable. Cosa bien distinta es que sea posible encontrar algo de coherencia entre el discurso político de la oposición - la oficial y la encubierta -  y el interés general. Analizando actor por actor del nuevo sainete, lo que se encuentra es un ejercicio más de cortoplacismo electoral que no se compadece en absoluto con las necesidades del país.

De un PP, cuyo nuevo líder quiere imprimir su propio sello opositor y dejar claro quién manda en la derecha, no se puede esperar que contribuya a paliar las secuelas que sus propios políticas de austeridad causaron a la sociedad española. Y eso, ni aunque lo autorice Bruselas, la coartada perfecto de la que echó mano siempre Rajoy para apretarnos el cinturón a conciencia. Ciudadanos, intentando por su parte volver a encontrar su sitio en la derecha después de la invasión casadista de su territorio político, tampoco está por la labor de darle un respiro a los españoles si eso implica también darle aire a Sánchez.

En la supuesta izquierda del PSOE tampoco debería sorprender la posición de Podemos: como en la fábula de la zorra y las uvas, rechazó el aumento del gasto público que propuso el Gobierno porque le pareció insuficiente. Es muy propio del populismo despreciar la parte cuando no puede conseguir el todo, sin importar si de ese modo perjudica objetivamente a quienes con cuya defensa se llena la boca de la mañana a la noche. Tampoco sorprende que los independentistas catalanes le hayan hecho un soberano corte de mangas a Sánchez y ni siquiera le hayan reconocido los esfuerzos para pacificar las relaciones políticas con Cataluña. Tampoco a ellos les preocupa otra cosa que no sea el delirio independentista y los problemas de la sanidad, la educación o los servicios sociales deben sonarle a castellano antiguo.

El Gobierno de Sánchez se encuentra ahora entre la espada y la pared: el previsible rechazo por segunda vez del objetivo de déficit y el techo de gasto, abrirá un abismo político a sus pies que va a tener muy difícil sortear dada su menguante capacidad de salto. Si dentro de un mes la oposición oficial y la encubierta vuelven a rechazar sus planes, tendrá que decidir si sigue en La Moncloa con los presupuestos del inquilino anterior o llama a los españoles a las urnas. Salvo que encuentre una tercera vía, que está por ver, la mejor opción  para el interés general es la segunda y es la que debería prevalecer cuando un gobierno no es capaz de aprobar la ley más importante del año, la de presupuestos.

 Ocurre, sin embargo, que ni siquiera en el Gobierno parece haber acuerdo: del "no aguantaremos más de los razonable" de la ministra Celáa, se ha pasado al "habrá Presupuestos y no se adelantarán las elecciones " de Carmen Calvo. Debería explicar Sánchez a los españoles cómo piensa conseguir lo que promete su vicepresidenta y, de paso,  estrenarse en una rueda de prensa a tumba abierta como presidente, una actividad en la que sigue inédito dos meses después de llegar a La Moncloa. Suya es la competencia para convocar elecciones o estirar una legislatura, que una vez más va camino de la parálisis a medida que se acerquen las fechas electorales.

Con ese panorama y mirado incluso con los ojos del interés partidista, atornillarse al sillón contra viento y marea podría malograr la mejora de sus expectativas en las encuestas electorales. Estos son solo algunos de los peajes por vivir en La Moncloa y usar el Falcon para la agenda cultural; son también las consecuencias de una moción de censura instrumental en la que lo más difícil no fue encontrar socios para echar a un presidente que merecía ser echado, sino gobernar cuando te dejan solo ante el peligro. 

Canarias tiene razón

Después de años apretándose el cinturón, seguramente mucho más de lo que era incluso saludable, debería tocar recoger los frutos del sacrificio. Una comunidad históricamente mal financiada como Canarias - entrar ahora en las causas nos llevaría demasiado tiempo -, tiene derecho a que se le reconozca el esfuerzo en el cumplimiento del objetivo de déficit y la estabilidad presupuestaria. Porque aún padeciendo una deficiente financiación de sus servicios públicos recortó el gasto,  hasta el punto de que aún tendrá que pasar mucho tiempo para volver a la situación previa a la crisis, que ya era manifiestamente mejorable. Fruto de un sacrificio injusto para unas islas con múltiples carencias, la comunidad autónoma presume de tener equilibradas sus cuentas, que incluso presentan superávit, y su deuda bajo control. Otras, en cambio, continuaron gastando a espuertas como si no hubiera un mañana y endeudándose hasta las cejas y más arriba.

El incumplimiento de las normas que se suponía obligatorias para todos, no les acarreará en cambio ninguna de las consecuencias previstas. Antes al contrario, serán premiadas con un nuevo alivio del objetivo de déficit en 2019 que les va a permitir gastar del orden de unos 2.500 millones de euros más de los previstos inicialmente. Ese alivio apenas le sirve en cambio a las comunidades que, como Canarias, hicieron los deberes hace tiempo y que lo que necesitan es poder destinar lo que han ahorrado a mejorar los servicios públicos. Es aquí en donde entra la controvertida regla de gasto, por la que se establece el tope que pueden destinar las comunidades autónomas a fines como financiar las competencias transferidas por la administración central, entre otras la sanidad y la educación. No es necesario ser un experto para comprender que si la regla en cuestión se aplica por igual a todas las autonomías, hayan o no cumplido sus obligaciones con la estabilidad presupuestaria, las perjudicadas serán las cumplidoras y las beneficiadas las incumplidoras.

Es, expresado en otros términos, un evidente agravio comparativo que no hace sino ahondar la brecha y el recelo entre comunidades. Se podría debatir largo y tendido sobre si Canarias debió haber sido menos estricta en el cumplimiento de sus deberes con el déficit ante la evidencia de que, no por eso, el Gobierno central iba a ser más condescendiente con las necesidades de una de las comunidades peor financiadas. Siempre he creído que el Gobierno canario erró cuando decidió convertirse  en el primo de Zumosol del déficit a costa de deteriorar hasta niveles alarmantes los servicios públicos. Una política menos seguidista de la obsesión por el déficit que presidió la gestión del PP, seguramente habría permitido que la sanidad, la educación y los servicios sociales sufrieran mucho menos y que las islas no se vieran hoy implorando de Madrid que le permita gastarse el dinero ahorrado. Una petición que, dicho sea de paso, el Gobierno de Canarias debió haber planteado también al de Rajoy con la misma contundencia con la que ahora se la plantea al de Pedro Sánchez.

Aún así y partiendo de que no sirve de nada llorar sobre la leche derramada, es de justicia que el Gobierno de Sánchez busque la manera legal de diferenciar el cumplimiento de la regla de gasto, para que el dinero que hemos ahorrado todos los canarios en años de esfuerzos que otros no hicieron, revierta en la mejora de la sanidad, la educación y los servicios sociales. Ese trato diferenciado se antoja más justo si cabe, si tenemos en cuenta que el propio Sánchez ha descartado de plano afrontar en lo que queda de legislatura la ya tantas veces aplazada modificación de la financiación autonómica. Es probable que en el PSOE hacer distinciones con comunidades autónomas por muy cumplidoras del déficit que hayan sido, no debe entusiasmar demasiado ante la previsible reacción del resto de autonomías. Aunque bien mirado, aplicando la misma receta a todas sí hace distinciones de facto al beneficiar a las últimas de la clase en detrimento de las primeras.

Creo que Canarias pone en la balanza razones objetivas de mucho peso que no puede exhibir la mayoría del resto para plantear la misma petición. Toda vez que no habrá nueva financiación autonómica a corto plazo y que quienes han eludido los sacrificios que hizo Canarias se verán premiadas con un déficit más llevadero, nada de trato de favor tendría que se autorizara a esta comunidad a emplear sus propios recursos en atender sus maltrechos servicios públicos.  

A financiación ida, palos a Sánchez

Comprendo que a un buen puñado de líderes autonómicos no les haya hecho gracia que Pedro Sánchez renuncie a meterse en el avispero de reformar la financiación autonómica antes de que acabe esta legislatura. Hace años que se viene esperando por la modificación de un modelo que la mayoría considera injusto y desequilibrado y, escuchar que la situación no cambiará al menos antes de dos años, no puede ser una buena noticia. Incluso entre las autonomías del PSOE como Andalucía, la posición de Sánchez se ha recibido con una mueca a medio camino entre el enfado y la decepción. Téngase en cuenta que no son precisamente virutas ni calderilla lo que está en juego, sino el dinero para pagar la sanidad, la educación o la dependencia. Canarias, con unos servicios públicos históricamente muy mal financiados por parte del Estado, ha sido de las primeras en afearle a Sánchez que ni siquiera lo intente.

El Gobierno autonómico le recuerda al presidente lo avanzadas que estaban las negociaciones con el Gobierno anterior y los informes técnicos ya elaborados sobre este asunto. Aún así, y a pesar de que el retraso es perjudicial para las islas, también es cierto que las negociaciones con el Ejecutivo saliente han concluido en un logro histórico: separar esa financiación del REF, el régimen que compensa la lejanía y la insularidad canarias. No es la panacea pero supone un importante alivio para hacer frente a los gastos de los servicios esenciales. El presidente se compromete, además, a negociar comunidad por comunidad la mejora de su situación y es aquí en donde ha vuelto a saltar la alarma: la posibilidad de dar trato de favor a las comunidades que en época de cinturones apretados para todas siguieron gastando como si no hubiera un mañana. Ahí sí tiene razón el Gobierno canario, el más cumplidor de la clase, en advertir a Sánchez de que no premie a los incumplidores y castigue a los que cumplieron.

Foto: El Confidencial
Dicho eso, la distribución de los recursos públicos entre las autonomías para hacer frente a los servicios básicos transferidos por el Estado es una de las viejas asignaturas que este país no termina de aprobar por más que lo intente una y otra vez. Ninguno de los modelos ensayados hasta ahora ha funcionado y, por lo general, ha provocado más rechazos que apoyos. Allá por principios de 2012, siendo entonces Soraya Sáenz de Santamaría vicepresidenta del Gobierno, se anunció la reforma del modelo de financiación antes de que acabara aquel año. Cuenten los años que han pasado y verán que estamos casi en el mismo punto de partida: salvo una reunión de presidentes autonómicos en donde Rajoy reiteró el compromiso de cambiar la financiación y se encargó un informe a un grupo de expertos elegidos por las autonomías, poco más se ha hecho. Luego se desató Cataluña, el PP perdió la mayoría absoluta y todo quedó pendiente para tiempos más favorables. Sin embargo, ha sido llegar Sánchez a La Moncloa y ya le exigen las autonomías que cumpla en menos de dos años lo que Rajoy, con mayoría absoluta, no cumplió en seis años y medio porque no quiso, no supo o no pudo.

Es más, dudo mucho de que Rajoy hubiera abierto este melón de haber seguido de presidente y dudo aún más de que algunas comunidades como Canarias se lo hubieran reprochado como se lo reprochan a Sánchez. Con la situación política en Cataluña lejos de estar normalizada, con los precarios apoyos del presidente y con apenas dos años antes de las nuevas elecciones si en efecto es capaz de llegar a 2020, no parece razonable exigirle a Sánchez que abra un asunto de esa complejidad. Puede que haya quienes deseen que el presidente se haga el harakiri metiéndose en un debate con muchas probabilidades de acabar como el rosario de la aurora o, en el mejor de los casos, con un mal acuerdo que volvería a dejar a todo el mundo descontento. Poco se avanzará en resolver este asunto si no se piensa en un modelo de financiación capaz de durar dos o tres décadas sin generar tantas quejas y agravios como el actual. Lo llamativo es que algunos barones socialistas se unan a las críticas al presidente en un ejercicio de aparente ignorancia de las actuales circunstancias políticas. Razón tenía aquel que dijo que hay rivales políticos y después están los compañeros de partido.

El reto de Patricia

¿A qué espera la diputada regional socialista Patricia Hernández para acudir al juzgado de guardia y denunciar al consejero autonómico de Sanidad, José Manuel Baltar? ¿A qué espera Baltar para hacer lo propio si Hernández insiste en sus acusaciones contra él? La diputada ha asegurado en varias ocasiones en el Parlamento y fuera de él, tener en su poder documentación que acredita que Baltar está beneficiando deliberadamente a la empresa sanitaria privada para la que trabajaba antes de ser nombrado máximo responsable de la sanidad pública del Archipiélago. Sus graves acusaciones contra el consejero las ha difundido además a través de un vídeo que ha hecho circular en las redes sociales. En ellas señala que datos procedentes de "fuentes de la Consejería", revelan que la citada empresa ha recibido un porcentaje de pacientes derivados de la sanidad pública notablemente superior que el resto de los hospitales privados.

Más allá de que el consejero los rebata, lo cierto es que esos datos a los que alude Hernández no demuestran necesariamente que la mano de Baltar esté detrás de ellos. Lo más que podría decirse es que son sospechosos o  llamativos, pero sobre las sospechas solamente  no se puede sostener una acusación tan grave como la que hace la diputada socialista. Sin encomendarse más que a la fe del carbonero, otras fuerzas políticas y determinadas organizaciones le han comprado la especie a Hernández y han dado por hecho probado que el consejero favorece con dinero público a la empresa para la que trabajaba. ¿Tiene de verdad Hernández los documentos que prueban sus acusaciones o todo es solo una estrategia orientada a conseguir titulares escandalosos en los medios de comunicación? ¿Tiene algo que ver en ese caso la necesidad de no perder proyección política ante la batalla en el PSOE por la designación en primarias del próximo candidato o candidata a la presidencia de la comunidad autónoma en 2019? 


A medida que pasa el tiempo y la documentación que Hernández dice tener en su poder no se deposita en manos de un juez, es inevitable sospechar que lo suyo es puro teatro. Ahora bien, ante ese supuesto se impone otra reflexión: ¿vale todo, incluso lanzar graves acusaciones contra los rivales, en el juego de la política o en el control de la gestión del Gobierno? Estoy convencido de que no todo vale ni todo está permitido en el ya suficientemente enfangado terreno de la riña entre políticos. Existen lo que ellos mismos denominan líneas rojas que debería estar vedado traspasar salvo que se puedan defender ante un juez afirmaciones como las de Hernández. 

A contrario sensu, el aludido, el consejero de Sanidad, debería acudir de inmediato a un juzgado y querellarse contra quien le acusa de malversación de dinero público en beneficio de una empresa privada. Es intolerable que los ciudadanos que pagamos y merecemos la mejor sanidad pública posible asistamos a este espectáculo lamentable sin saber de qué parte está la verdad en estas acusaciones. Convertir un servicio público fundamental como la sanidad en una riña mediática trufada de graves acusaciones que no se concretan en acciones judiciales, hacen un muy flaco favor al servicio, a los ciudadanos y a la política. Quien tenga pruebas que las presenten en donde corresponde y, si no lo hace, quien se sienta concernido que exija la justa reparación en el mismo lugar. Es lo que se hace en un estado derecho como el propio Baltar ha admitido en el Parlamento, aunque eso parecen ignorarlo tanto él como Hernández. Todo lo demás es sólo politiqueo de la peor especie. 

Otro debate de la nacionalidad para olvidar

A la vista de la escasa expectación que genera, ignoro las causas por las que todos los años por estas fechas, cuando el común de los mortales solo piensa en la Semana Santa, se empeñan los partidos políticos y el Gobierno de Canarias en celebrar el cansino debate sobre el estado de la nacionalidad canaria. Será por el continente o por el contenido o por los actores o por todo eso a la vez, pero lo cierto es que a cada año que pasa despierta menos interés entre la ciudadanía. Si no fuera por el esfuerzo y el despliegue de los medios de comunicación, en gran medida injustificado a la vista de la trascendencia de la cita, el debate pasaría absolutamente inadvertido en la calle. Apostaría algo a que ni un solo ciudadano de estas islas se inquietaría lo más mínimo si se borrara definitivamente de la agenda parlamentaria. 

Y no digo yo que no se aborden en él los problemas de las islas y hasta se propongan medidas y soluciones. Sin embargo, ocurre que los discursos están tan trillados, los argumentos están tan masticados y las respuestas son tan previsibles, que aquello que se quiere pasar por una cita parlamentaria trascendental apenas llega a la categoría de pequeño divertimento político y periodístico. A lo anterior solo hay que sumarle una oratoria paupérrima y deslavazada para hacer de este debate algo indigerible para la inmensa mayoría de los ciudadanos. 
Lo que escribí sobre el debate del año pasado podría valer perfectamente, frase arriba o frase abajo, para el de este año y seguramente para el que viene por mucho que estemos ya entonces a las puertas de las elecciones. De hecho, hace un año Clavijo estaba en minoría y un año después sigue en la misma situación y dentro de otro nada habrá cambiado a ese respecto. Que eso ocurra no es culpa ni de Clavijo ni de CC sino de la incapacidad del PP y del PSOE para producir un cambio político en Canarias. A nadie pueden engañar ya las jeremiadas y las críticas de socialistas y populares a las filas nacionalistas, toda vez que su único objetivo político parece ser competir por ser la pareja de baile de CC. Tanto da que el PSOE haga ahora de oposición dura cuando hace una semana era oposición blanda o que Antona se ponga bravo en la tribuna pero tierno en los despachos. 

En  este juego permanente de sillas alrededor de las cuales gira la política canaria, el debate apenas si permite a los canarios hacerse una imagen medianamente cabal de la realidad social y económica de las islas. Los discursos políticos son tan sesgados que, frente al "Canarias va bien" de un Gobierno tan poco proclive a la autocrítica como casi todos los gobiernos, tenemos una oposición para la que "nada va bien" y "todo está mal". Como siempre, es muy probable que la virtud esté en el punto medio entre esas dos posiciones extremas. El problema es que nadie en política está dispuesto a reconocer los errores propios ni los aciertos ajenos. Cuando acaben hoy los discursos se presentarán decenas de propuestas de resolución y aquellas que tengan la suerte de ser aprobadas irán directamente a la papelera de reciclaje: nadie más se acordará de ellas. Si al menos, en el debate del año que viene se hiciera balance de las cumplidas e incumplidas empezaríamos a creer de verdad que este es un debate útil para los ciudadanos. Mientras, seguirá siendo cada vez más una cita política irrelevante y bastante superflua. 

La urgencia de las urgencias

Es como el año de la marmota o como el relato del dinosaurio, que seguía allí cuando uno se despertaba. Es exactamente lo mismo: el problema de la saturación de las urgencia en los hospitales públicos regresa cada año por Navidad y Reyes como el turrón, los villancicos, el frío y la gripe. Por más que se analicen año tras año las causas y se conozcan las consecuencias, llegado el momento se hace muy poco para que no pase lo que casi siempre termina pasando. Entonces se convocan reuniones urgentes, se aprueban planes de choque, se abren plantas de hospitalización inexplicablemente cerradas y se da una respuesta a la carrera a un problema que no se resuelve con prisas, sino con previsión y planificación. ¿No se sabe acaso que en invierno, incluso en Canarias, bajan las temperaturas y aumentan las alergias? ¿No es conocido, incluso estadísticamente, que son los de diciembre, enero y febrero los meses con más casos graves de gripe? ¿No hemos dicho que hay que mejorar las urgencias en atención primaria para que sea en ellas en donde se atienda a quienes lo necesitan y evitar que colapsen los pasillos de las urgencias hospitalarias y que el personal sanitario se ponga literalmente de los nervios? En efecto, lo hemos analizado, repasado y vuelto a decir por activa y por pasiva: los médicos, los enfermeros, los expertos, los ciudadanos y hasta los políticos. Desde hace años, de hecho. 

Pero da lo mismo si quien gestiona el servicio público de sanidad es del partido amarillo, verde o colorado; es indiferente si es médico, economista o mediopensionista: al final siempre se nos saturan las urgencias y hacemos como si fuera la primera vez que pasa. La solución mágica consiste entonces en aplicar un plan de choque, contratar unos cuantos enfermeros y médicos más y poner en servicio algunas camas que se encontraban durmiendo el sueño de los justos, sin que nadie sea capaz de explicar por qué no se habían abierto antes. Esto debería acabar de una vez. No es tan difícil prever que en invierno bajan las temperaturas y suben los problemas respiratorios. Pequemos por una vez por exceso y no siempre por defecto. Cada vez estoy más convencido de que quienes deberían implementar los medios y las medidas para ahorrar a los pacientes y a la sociedad el espectáculo lamentable de enfermos aparcados en los pasillos de urgencias, cruzan los dedos cada año para que no haga frío o la gripe pase desapercibida. Ese sistema puede que consiga funcionar un año pero no puede colar todos los inviernos. ¿O es que no hay recursos para prestar una asistencia sanitaria en urgencias en condiciones dignas? Por supuesto que los hay, sólo que, o no se quieren emplear o no se saben gastar con eficiencia. Si, por ejemplo, a los gerentes de los centros hospitalarios se les apercibe de que no se pueden salir del presupuesto marcado porque incluso se pueden jugar el puesto, lo lógico es que tiendan al recorte drástico por más que hiele y tengamos epidemia de gripe. Así no se puede seguir todos los años y es urgente arreglar de una vez lo de las urgencias: sabemos cuáles son los fallos y cómo resolverlos, así que es cuestión de voluntad, de previsión y de planificación. Eso para empezar y por no hablar ahora de las listas de espera, que esa es otra.  

Conferencia de presidentes: un año en blanco

Dentro de poco – el 17 de este mes  - hará exactamente un año desde que se reunieron en el Senado los presidentes de las comunidades autónomas con el del Gobierno central para tratar de cuestiones como la financiación de los servicios públicos, las pensiones, la educación o la violencia de género. Y cito solo algunos de los asuntos del abultado orden del día de un encuentro rodeado de una parafernalia mediática que sirvió a Rajoy y a su Gobierno para presentarse como hombre de diálogo y consenso por encima diferencias políticas. Pareció por momentos que el presidente concedía a sus colegas autonómicos la gracia de su presencia y el don de sus ideas, como si no fuera de suyo obligatorio que el jefe del Ejecutivo estatal se reúna al menos una vez al año con los máximos responsables públicos de cada región, nación o nacionalidad. En aquella ocasión hacía ya cinco años que Rajoy no tenía el detalle de escuchar a quienes dirigen la política de las comunidades autónomas reuniéndolos a todos en un foro común. Pero más allá del postureo propio y casi inevitable de ese tipo de encuentros, con desayuno oficial y presencial real incluidos, lo que importaba aquel día era el resultado. Éste, sin ser espléndido tampoco fue malo del todo, al menos sobre el papel. Pero había que pasar de las buenas intenciones a los hechos para poner en práctica los acuerdos alcanzados en una cámara alta que por fin – se decía entonces – cumplía la función de representación territorial que le encomienda la Constitución. Sin embargo, fue esa misma cámara, en la que no estuvieron aquel día ni el hoy huido Carles Puigdemont ni el vasco Urkullu, la que pasando no mucho tiempo suspendió la autonomía catalana en virtud del controvertido artículo 155. Paradojas de la política o justicia poética con un órgano representativo que, o se reforma para que cumpla los fines que le son propios, o debería desaparecer, aunque ese es otro debate. 


Lo cierto es que, casi un año después, la cosecha es muy pobre. Aún teniendo en cuenta la enquistada crisis catalana y sus efectos paralizadores sobre la vida política nacional y atendiendo, además, a la minoría parlamentaria del PP, el balance tiende al cero. Sirva como ejemplo que la comisión creada para estudiar la financiación autonómica elevó un informe al Gobierno que este ha reenviado a las autonomías pero sin hacer ninguna propuesta concreta a día de hoy de cómo piensa afrontar los desequilibrios de un sistema que perjudica a comunidades como Canarias. De la caótica situación de la financiación autonómica da buena cuenta la última ocurrencia de Montoro: meter la tijera en las entregas a cuenta de la financiación de este año con el argumento de que no se han podido aprobar unos presupuestos estatales nuevos. Dicho en plata: o el PSOE le apoya las cuentas a Rajoy o las autonomías sudarán tinta este año para sostener los servicios públicos. En cuanto a los pactos de estado que se acordaron en la reunión sólo ha visto la luz el de lucha contra la violencia de género  - pacto de mínimos y a expensas de financiación – y están pendientes el de educación o la reforma del sistema de pensiones. Demasiado poco para tantas buenas intenciones como se expresaron en un encuentro que, supuestamente, iba a marcar un hito en las relaciones entre el Gobierno del estado y de las comunidades autónomas. Nada ha cambiado tampoco en ese sentido ya que  los pleitos constitucionales entre Madrid y las autonomías siguen presidiendo buena parte de unas relaciones a las que les falta fluidez y le sobra cálculo y tácticismo político de muy corto plazo. Y no son los partidos o los gobiernos los que sufren las consecuencias de que asuntos trascendentales sigan empantanados por falta de voluntad y altura de miras. Los perjudicados son los españoles que asisten hastiados al espectáculo de los tiras y aflojas entre el poder central y el periférico previo paso por las sedes generales de las respectivas fuerzas políticas. 

Clavijo cruza el ecuador

Siguiendo la costumbre política de convocar a los medios para hacer balance de la gestión, el presidente del Gobierno de Canarias, Fernando Clavijo, ha querido echar esta semana su particular cuarto a espadas. De su balance han destacado las crónicas el descenso del desempleo desde que llegó al Gobierno en julio de 2015. En estos dos años el número de parados se ha reducido en casi 30.000 personas y el de afiliados a la Seguridad Social se ha incrementado en unas 70.000. Hasta ahí bien, aunque la cuestión de fondo es cuál ha sido la influencia real del Gobierno sobre esa reducción del paro y qué parte corresponde a la recuperación de la economía. No parece que haya dudas sobre la ínfima capacidad gubernativa para influir en los contratos y en su calidad, en los despidos o en los salarios, todos ellos asuntos fuera de su alcance.

En materia de empleo sus competencias son básicamente la formación y reinserción de parados, la seguridad laboral y la persecución de la economía sumergida y todo ello de la mano y con los recursos de la administración central. Prueba de todo lo anterior es el pálido reflejo que han tenido en las cifras de paro los casi 30 millones de turistas que han visitado Canarias en estos dos años. Ni siquiera puede el presidente echar mano de una nueva Ley del Suelo que aún no ha entrado en vigor ni tiene reglamento de desarrollo para atribuirle parte al menos del descenso del desempleo. Lo mismo cabe decir del tormentoso Fondo de Desarrollo de Canarias derivado de los recursos del IGTE, que apenas si está empezando a echar a andar ahora. Para valorar el efecto de ambas medidas sobre el empleo habrá que esperar al menos hasta el final de la legislatura. Para entonces Clavijo confía en que, si las previsiones macroeconómicas se mantienen, las islas puedan situarse con un 20% de paro, lo cual seguirá siendo una barbaridad. 
“La creación de empleo obedece sobre todo a la mejora  de la economía más que a las medidas del Gobierno” 

En el ámbito de los servicios públicos el balance hay que situarlo en la casilla del PSOE, que los gestionó salvo el de educación hasta la ruptura del acuerdo con CC en diciembre. Si bien han sido los nacionalistas los que han controlado el presupuesto, las listas de espera sanitarias y de dependencia y las estadísticas oficiales de pobreza y exclusión social siguen siendo de las más largas y altas de España. Hasta dónde se debe a un problema de insuficiencia de recursos o de gestión ineficaz es precisamente lo que enfrenta a las fuerzas políticas sobre un asunto que debería quedar lo más al margen posible de la guerra partidista. Los seis meses que llevan en sus cargos los nuevos consejeros responsables de la sanidad y los servicios sociales no son tiempo suficiente para hacer balance pero de momento ninguna de esas cifras presenta indicios significativos de mejoría. Cabe exigir que con el incremento de los recursos vía crecimiento económico y la mejora de las partidas procedentes de la administración central esa situación dé un vuelco radical. 


El cambio de las relaciones con el Gobierno central después de una legislatura a cara de perro es otra de las notas características de estos dos años. El “buen rollito” ha terminado dando algunos frutos relevantes como la cesión del IGTE (que pudo haberse gestionado de forma mucho menos retorcida), la modificación de los aspectos económicos del REF o la separación de ese régimen de la financiación autonómica. CC ha jugado con inteligencia la carta de su única diputada en Madrid quien, después de firmar con Pedro Sánchez la llamada “agenda canaria”, no dudo en ponérsela sobre la mesa a un Rajoy en minoría y necesitado de cuántos más apoyos mejor. Con el PSOE enrocado en el “no es no”, CC ha aprovechado la coyuntura para arrancar de Madrid concesiones impensables en un escenario en el que su voto hubiera sido sólo uno más y no uno de los decisivos.

“Los  servicios públicos básicos siguen muy lejos de haber mejorado de forma sustancial”

En el balance de estos dos años no se puede obviar la inestabilidad política latente que presidió el pacto entre CC y el PSOE hasta la ruptura de diciembre: incumplimientos, desplantes y desaires ante los que los socialistas no supieron reaccionar como correspondía a las circunstancias, abandonando el Ejecutivo antes de ser expulsados. La segunda parte de la legislatura la inicia ahora CC en minoría y con evidentes pocas ganas de atender a los requiebros del PP para entrar en el Gobierno. Su deseo público y confeso es que los populares sigan apoyando desde fuera, algo que estos aseguran no estar dispuestos a hacer. La cuestión es qué alternativa tiene el PP si no quiere salir de la situación en la qué lo metió su presidente Antona sin dar la imagen de haber fracasado. 

Tanto si acepta lo poco que CC parece ofrecerle como si se mantiene fuera del Gobierno, su capacidad de maniobra seguirá siendo limitada mientras Rajoy necesite del voto de Ana Oramas. Eso, que Antona no parece que calculara del todo cuando tocó en la puerta del Gobierno, lo sabe y lo explota a conciencia CC, que puede que no se vea en otra situación tan favorable para sus intereses políticos. Así pues, Clavijo cruza el ecuador de la legislatura en minoría y no habría que descartar por completo la posibilidad de que concluya el camino en la misma situación para hacer un nuevo balance dentro de dos años que serán entonces los canarios quienes tendrán que valorar. 

Marchando una de financiación

En contra de su costumbre, Mariano Rajoy ha invitado a comer. No digo que sea de la Cofradía del Puño pero, más allá del polvorón navideño con el PP y algún percebiño de vacaciones a Galicia, el presidente parece ser un hombre de rosario y comida en familia. Para variar, esta semana se ha soltado la coleta – perdón por el modo de señalar – y ha invitado a almorzar en el Senado a los presidentes autonómicos. Faltaron el catalán y el vasco, a los que no consiguieron seducir los encantos políticos de Sáenz de Santamaría para que cambiaran la butifarra y el marmitako por el menú de la cámara alta. A los que acudieron se les sirvieron zarandajas como merluza y rosbif, aunque el gran plato de entullo y el que más espinas tenía fue el de la financiación autonómica.

Aclaro para los de letras que hablamos del dinero que necesitan las comunidades autónomas pero que pocas tienen en cantidad suficiente para atender como es debido la sanidad, la educación y las políticas sociales de las que son responsables. Los cronicones de la Villa y Corte y los propios protagonistas pregonan que la reunión “se desarrollo en un clima de cordialidad”, lo que debe signficiar que nadie le clavó a nadie un tenedor por la espalda, se hurgó los dientes con un palillo o se sonó en las servilletas del Senado.

Que Rajoy se haya mostrado ahora tan espléndido obedece al menos a tres razones. La primera tiene que ver con la minoría parlamentaria de un Gobierno que en circunstancias diferentes tal vez habría dejado la invitación para las calendas griegas. La segunda está relacionada con el hecho de que esta comida tenía que haberse celebrado hace más de tres años y el propio Rajoy la había venido aplazando con todo tipo de excusas y justificaciones. La tercera – por último – es hacerle caso de una vez al presidente canario Fernando Clavijo, que no paró el hombre de mover Sevilla con Toldeo para que Rajoy se aviniera a reunirse con los representantes de unas autonomías que también y, aunque a veces no lo parezca, forman parte del Estado español.


A partir de ahí y una vez levantada la mesa, las cosas han quedado más o menos como sigue: autonomías y gobierno central se dan de plazo hasta finales de año para cambiar el modelo de financiación. Cómo será el nuevo no lo saben ni los expertos que se van a reunir para perfilarlo, pero para autonomías como Canarias convendría que fuera muy distinto del actual. Estas islas reciben anualmente unos 700 millones de euros menos de los que les corresponden para pagar la sanidad, la educación y los servicios sociales. En consecuencia, todo lo que sea mejorar esa cifra será positivo pero cuanto más se aleje la mejora de la misma será un fracaso.

Para conseguirlo, hay que hacer valer que pagar los servicios públicos en un territorio alejado y fragmentado tiene unos costes distintos a los de una comunidad continental. De otro lado, es imprescindible separar de una vez el régimen económico y fiscal de los criterios con los que se distribuyen los limitados recursos de la financiación autonómica. No será sencillo porque esa mejora dependerá en buena medida de la solidaridad de las comunidades ricas para con las pobres y ahí entramos en un terreno menos cuantificable.

Eso sin contar con que Rajoy ya le ha echado un buen chorro de agua al vino al anunciar que España aún recaudará este año 20.000 millones de euros menos que antes de la crisis. Claro mensaje a navegantes autonómicos para que olviden cualquier pretensión de obtener todo lo que piden y aquieten sus ánimos ante una negociación que será larga, tensa y farragosa y en la que las autonomías tendrán que vérselas con Montoro, hombre poco dado a las delicatessen políticas. Sin embargo, del éxito de la misma depende que, por ejemplo, la financiación de los servicios públicos que recibe anualmente un canario no sea cerca de 1.000 euros inferior a la que recibe un cántabro. Así que brindo por el éxito de la negociación y espero que si se corona con un acuerdo que deje razonablemente satisfecho a todo el mundo, Rajoy vuelva a soltarse la coleta e invite esta vez a algo menos espinoso como marisco y albariño, por ejemplo.       

Dolors en globo

Estimada ministra de Sanidad: permita que la llame Dolores dado que mi don de lenguas no me da ni para el catalán en la intimidad. De manera inopinada apareció usted en el gobierno de Rajoy allá por noviembre y el impacto de su designación duró lo que un par de tertulias en radio y en televisión. Agotado por los tertulianos el filón de la cuota catalana y el guiño a quienes resisten ente el empuje soberanista, su estrella mediática se apagó hasta el pasado diciembre.

Poco antes de la Navidad se descolgó con un anuncio que ya hizo sonar los primeros timbres de alarma: se revisarán y ampliarán los tramos de renta de los pensionistas para que copaguen más por los medicamentos. Sólo dijo entonces que se establecerían dos nuevos tramos de renta que se sumarían a los tres ya existentes pero no precisó en cuánto se incrementaría el copago en cada uno. El espíritu Navideño que por esas fechas nos embarga a todos aparcó el asunto un par de semanas hasta que volvió usted a las andadas el pasado lunes en una emisora, catalana por más señas.


Dijo allí algo que no es exactamente lo mismo que había dicho antes: que se revisará lo que copagan los pensionistas con rentas anuales entre 18.000 y 100.000 euros. Es verdad que no dijo usted que la revisión tuviera por objetivo subir la cuantía del copago de los pensionistas, pero permita de nuevo que me ponga en lo peor y deduzca que ese y no otro es el fin que se persigue. Lo cierto es que ese anuncio ha encendido todas las luces rojas y se le han echado a usted al cuello desde casi todos los ámbitos políticos, sociales y sanitarios. Hasta el punto de que se ha visto usted obligada a desdecirse en las redes sociales para, a las pocas horas, volver a decir en televisión que habrá revisión del copago.


Ignoro si se ha encomendado usted al presidente Rajoy antes de lanzar este globo sonda de manera – y perdón por el modo de señalar – bastante confusa. A estas alturas, cuando según el Gobierno del que forma usted parte ya no falta nada para que volvamos a amarrar los perros con longanizas, hablar de copago es como mencionar las tijeras en casa del recortado. Aquella de 2012 fue una medida injusta se mire como se mire y lo que usted debería hacer es derogarla sin tardanza ahora que ya se supone que las vacas están engordando. Recuerde que esos pensionistas a los que usted les quiere “revisar” el copago han contribuido durante toda su vida laboral al sostenimiento del sistema en función de sus retribuciones y por tanto deberían quedar exentos de copago alguno por las gotas, el jarabe y las pastillas para la tensión.

Por eso, pretender justificar ahora el aumento del copago con el argumento de la progresividad como si habláramos del IPRF es falaz y está fuera de lugar. Por no hablar del hecho de que habrá comunidades autónomas que rechazarán el incremento y tendremos a pensionistas que lo pagan y a otros que no, con lo que la igualdad de condiciones entre los españoles para acceder a la sanidad pública seguirá siendo solo un bonito lema.

Pero lo que más me ha llamado la atención han sido unas palabras suyas de hoy mismo en las que pide que no se alarme a los pensionistas. Llevó todo el día dándole vueltas y mirando a mi alrededor y sólo encuentro a una persona que haya alarmado a los pensionistas: usted, señora ministra, con sus confusos globos sonda. Anímese y aclárenos de una vez qué piensa hacer y por qué con el copago farmacéutico de los pensionistas. Y, sobre todo, haga que su nombre de pila no sea una premonición de las consecuencias de su gestión al frente de la sanidad pública. Suyo afectísimo.

¡Adiós, año cruel!

Te miro de principio a fin y no encuentro nada por lo que deba llorar tu muerte inminente. Para quienes vivimos en Canarias has sido un año cargado de malas vibraciones políticas y has terminado dinamitando un pacto de gobierno que, es verdad, se había cimentado sobre arenas movedizas. Nos abandonas a una etapa de incertidumbre que nos obligará a perder más tiempo y energías en la mala política en lugar de dedicarlo a las cuestiones que tú has sido incapaz de resolver. Por tu culpa no hemos parado de hablar de pactos en cascada y de dar vueltas a la noria del ITE y su reparto. Y todo eso, para terminar prácticamente en el mismo sitio por el que deberíamos haber empezado. Y no contento aún, también te has permitido abochornarnos con esperpénticos episodios de jueces contra jueces y de políticos contra jueces con el concurso entusiasta de algún empresario más ubicuo que la caja del turrón.

No has parado un solo día de traernos turistas y no digo yo que eso no lo hayas hecho bien e incluso muy bien. Lo que digo es que puedes habernos colocado muy cerca del punto en el que ya no haya cama para tanta gente y a ver qué hacemos entonces. Pero si con el número de turistas has sido espléndidamente generoso, con la cantidad de empleos que has creado y con la calidad de los mismos has sido mezquino y cicatero.También diste tus primeros pasos asegurando que lo peor de la crisis había pasado pero no has hecho gran cosa para que haya mucha menos gente dependiendo de Caritas, Cruz Roja o los bancos de alimentos para poder comer. 


Hay gente enferma a la que le dan cita con el especialista para 2019 y hay más de 9.000 ciudadanos a los que llevas haciendo esperar por una operación más de seis meses. También has vuelto a fracasar con los dependientes, que confiaban en que sabrías compensarles por la espera para percibir la ayuda que tienen reconocida. Nuestros chicos y chicas  se han vuelto a situar a la cola de España en rendimiento escolar y no será porque no se te advirtiera severamente hace tiempo que así no podíamos seguir y que había que actuar para salir del vagón de cola educativo.

Me dirás que – como el famoso entrenador de fútbol – lo veo todo negativo y que hay también cosas que han mejorado contigo. Me hablarás de que hay buena “sintonía” con Madrid para que las cosas mejoren y no se nos trate como a ciudadanos de tercera división. Sin embargo, yo no tendré más remedio que recordarte a Quevedo y decirte que nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir aunque, sinceramente, espero equivocarme.

Hablando de Madrid, nos has dado la gran murga del siglo: prometiste que con la nueva política todos seríamos más guapos, listos y mejores personas y nos has martirizado con diez meses de política basura para que, un año después, siga gobernando el mismo, aunque menos desahogado, y los que cobramos algo sigamos cobrando lo mismo. Los que siguen sin cobrar nada y que siguen siendo muchos no tienen otra opción que sumergirse para vivir mientras tu has silbado mirando al tendido. También nos has vuelto a echar un montón de porquería corrupta a la cara y nos has puesto en prime time a los otrora próceres de la patria negando ante el juez las evidencias de su asalto a la lata del gofio. Y no sigo porque me indigno y no son fechas para eso.

Si miro a esos mundo de Dios tampoco puedes sentirse satisfecho de la cosecha. Has provocado bárbaras matanzas de gente pacífica en medio mundo y, mientras te preguntabas si eran galgos o podencos, 5.000 personas se han ahogado en el Mediterráneo intentando llegar a una Europa a la que de propina le hiciste un corte de mangas en el Reino Unido. Has sido tan ruin que nos has puesto a un peligroso descerebrado al frente del país más poderoso del mundo mientras te llevabas a gente como Leonard Cohen, Prince, George Michael, David Bowie, Boulez, Harnoncourt, Umberto Eco, Malefakis, la inmortal princesa Leia y, encima, al entrañable Pepe Macías.

Debes reconocer que has sido un mal año por estéril, por violento y por turbio. Habrá que desear que tu heredero 2017 sea más diligente y eficaz en la solución de la pesada herencia que estás a punto de dejarle. En cuanto a nosotros, has frustrado muchas de las esperanzas que pusimos en tu nacimiento. Lo mejor de todo es que sólo te quedan dos telediarios.  

La sanidad en el ring político

No es habitual que el presidente de un Gobierno le lea en público la cartilla a uno de sus consejeros. Yo al menos pensaba que las discrepancias se solventaban en privado, sin cámaras ni micrófonos, y en último extremo y si no había más remedio con la destitución del consejero. De momento no es eso lo que acaba de ocurrir en Canarias, en donde el presidente del Gobierno autonómico ha cuestionado abiertamente la gestión de su consejero de Sanidad, que continúa en el puesto. La causa es la desviación del gasto sanitario presupuestado para este año que, según el presidente, pone en riesgo que la comunidad autónoma cumpla el objetivo de déficit público al que está obligada. Dicho sea entre paréntesis, el haber cumplido con creces el año pasado ese objetivo no se ha reflejado en ningún tipo de compensación económica del gobierno central a Canarias a pesar de las promesas que parece haberse llevado el viento de la incertidumbre política nacional. 

En consecuencia - y volviendo al gasto sanitario - ha ordenado el presidente medidas de control y contención que probablemente tendrá consecuencias negativas sobre las abultadas listas de espera y los puestos de trabajo de la sanidad pública insular. El consejero se ha defendido hoy asegurando que, aún confesándose cuestionado por el presidente, no tiene intención de renunciar al puesto y subrayando que no dará un paso atrás en la defensa de la sanidad pública. Si no suena a desafío al propio presidente del Gobierno del que forma parte y en cuyo Consejo se sienta se la parece mucho. La cuestión es cuánto tiempo y hasta dónde podrá el consejero sostener esa posición. 

Ocurre que más allá del problema de la financiación de la sanidad pública canaria y de la siempre mejorable gestión de la misma, late en el fondo de este inesperado conflicto la poca simpatía que la primera parte contratante del pacto de gobierno de Canarias, constituida por CC, tiene para con la segunda parte contratante, representada por el PSOE. Sabe la primera parte que la segunda ha demostrado más capacidad de aguante que un saco de boxeo y se aplica con entusiasmo a darle en donde más le puede doler, la gestión de sus áreas de responsabilidad en el Ejecutivo autonómico, hasta el punto de que a veces cuesta distinguir sus críticas de las de la oposición.


Nunca jamás hasta el momento se ha escuchado de boca del presidente una crítica a la gestión de los consejeros de su partido pero la mayoría de los del PSOE han sido vapuleados sin piedad en la plaza pública hasta extremos en los que la dignidad política habría aconsejado pasar a la oposición. Y eso por no mencionar ahora los flagrantes incumplimientos que ha cometido CC del pacto en cascada que ambas fuerzas firmaron al comienzo de la legislatura y que jamás han revertido ni revertirán. Que no lo hayan hecho ya, que continúen compartiendo gobierno con CC después de las veces y las formas en las que se ha cuestionado su gestión, sólo cabe entenderlo a partir de la debilidad política fruto de la falta de liderazgo claro y definido que padecen los socialistas canarios desde hace tiempo. 

Ahora bien, las peleas partidistas deberían pasar a un muy segundo plano cuando hablamos de las cosas de comer y la sanidad pública es una de las más importantes. Que su financiación es deficitaria porque el Gobierno del Estado sigue sin cumplir la promesa de revisar el sistema de financiación autonómica es algo que nadie puede negar. En cuanto a la gestión de los siempre escasos recursos disponibles habrá opiniones para casi todos los gustos pero nadie podrá negar tampoco que siempre se puede mejorar. En su crítica al consejero de sanidad recordaba el presidente que con 25 millones de euros más en el presupuesto de este año han aumentado las listas de espera y es cierto. 

También lo es, no obstante, que las largas listas de pacientes que aguardan por una operación o una prueba diagnóstica en Canarias son  un problema crónico que no data precisamente de hace un año sino de muchos años atrás. De hecho, los planes puestos en marcha hasta ahora por los distintos consejeros - la mayoría de CC - nunca han conseguido reducirlas significativamente. Añádase el creciente coste de los medicamentos, las contrataciones para cubrir vacantes temporales y, por supuesto, las expectativas insaciables de una población que cada vez exige más servicios y más calidad asistencial a la sanidad pública y tendremos el cóctel perfecto para que el gasto se vaya a la estratosfera. 

Es evidente que eso significaría sencillamente que el sistema sanitario público se volvería insostenible económicamente si es que no empieza a serlo ya en alguna medida: hay que ponerle coto al gasto descontrolado y huir de la tentación de presupuestar cada año por encima de lo que se gastó en el interior si no queremos que el sistema se convierta en un saco sin fondo y quiebre literalmente. Estos son los grandes retos de la sanidad pública y a buscarles solución deberían aplicarse sin demagogias todas las fuerzas políticas, tanto en el Gobierno como en la oposición, así como los agentes que intervienen en la prestación del servicio. Todo lo demás no son más que escaramuzas políticas que nos desvían del objetivo central: una sanidad pública sostenible, de calidad y universal. 

Brexit: donde dije digo...

Nunca digan nunca jamás ni de esta agua no beberé, ni se les ocurra. Sobre todo si hablan de las vueltas que puede dar la política y lo asombrosas por inesperadas e ilógicas que pueden llegar a ser las decisiones de los ciudadanos cuando votan. De esto hay en la historia numerosos ejemplos. Sin embargo, con la propina de 14 diputados que acaba de recibir el PP en las urnas a pesar de los casos de corrupción que le afectan de lleno deberíamos tener más que suficiente para estar curados de espanto. 

Pero si con eso no les basta, observen la situación en el Reino Unido a raíz de que el 52% de los votantes en el referéndum del 23 de junio se inclinaran alegremente por el brexit sin preguntarse demasiado por las consecuencias o sin hacer caso maldito a quienes les advertían de los riesgos que suponía abandonar la Unión Europea. A partir de ese momento la caravana del disparate y el ridículo no han hecho sino crecer. Comenzó a la mañana siguiente con un mediocre David Cameron a las puertas del 10 de Downing Street poniendo pies en polvorosa después de haber sido incapaz de convencer a sus compatriotas de que era mejor quedarse que marcharse. 

Le siguió poco después su presencia en la que ha sido su última cumbre europea en la que no se le ocurrió otra cosa que echar la culpa a los demás de su fracaso, muy propio de los políticos de medio pelo como él. Según la teoría de Cameron, serían también los demás los culpables de que Escocia se remueva incómoda y esté planteándose un nuevo referéndum de independencia o que en Irlanda del Norte los católicos hablen de unirse a la República de Irlanda. En paralelo, el partido conservador del todavía primer ministro anda manga por hombro, con el ex alcalde de Londres, Boris Johnson, poniéndose a cubierto del fuego cruzado entre sus propios compañeros y otros batiéndose el cobre sin ningún pudor por ocupar la coqueta residencia que dejará libre Cameron en unos pocos meses. 


En el partido laborista no andan mejor las cosas, con la mitad de la formación pidiéndole cuentas al líder Corbyn por no haber hecho más en contra del brexit. Y ya para rematar el escenario de debacle política, hasta el eurófobo y xenófobo Nigel Farage, el líder del UKIP (Partido por la Independencia del Reino Unido) ha presentado hoy su dimisión en un acto de cobardía política ahora que los británicos empiezan a caer en la cuenta de que fueron engañados como chinos por los partidarios del brexit. 

Y estos, los ciudadanos británicos, protagonizando ya uno de los episodios más lamentables y patéticos que uno podría esperar de un pueblo maduro y supuestamente informado de las decisiones que adopta, además de capaz de asumir las consecuencias aparejadas. Pues no, los británicos parecen estos días críos caprichosos a los que ahora les empieza a disgustar haber decidido lo que decidieron. Culpan a los políticos partidarios del brexit de haberles engañado con las cifras sobre el dinero que el Reino Unido aporta a la Unión Europea o sobre la realidad de la inmigración y lo que esta supone, por ejemplo, para el Sistema Nacional de Salud Pública. Ignoraron en su momento todas las advertencias y admoniciones de los peligros de darle la espalda a Europa, comenzando por las de su propio primer ministro y continuando por las del FMI o Barack Obama, y ahora se lamentan y lloran desconsolados sobre la leche derramada. 

Se manifiestan por las calles de Londres con ridículas pancartas en las que se lee "I love EU" y otras simplezas similares, firman a millones peticiones al varias veces centenario parlamento británico para que promueva un nuevo referéndum y hacen juramentos de amor eterno a la vieja Europa. Veo muy improbable que se convoque un nuevo referéndum en el Reino Unido sobre este asunto porque, además de que nadie puede garantizar a priori que no vuelva a salir el mismo resultado, los británicos harían el más sonrojante de los ridículos históricos que uno pueda imaginarse. 

Las decisiones democráticas -y esta lo es por mucho que no le guste ahora incluso a una parte de los que la adoptaron - deben respetarse y cumplirse. No vale a estas alturas culpar a los políticos de mentir y tergiversar, eso debieron haberlo sospechado quienes prefirieron hacer oídos sordos de las advertencias sobre el brexit y votaron libremente a su favor. Más de la mitad de los británicos que fueron a votar el 23 de junio expresó claramente cuál era su opción y a eso deben atenerse estrictamente el Reino Unido - que ahora no puede seguir retrasando la comunicación formal de su marcha a Bruselas con el fin de demorar el inicio de las negociaciones sobre su desconexión - y la Unión Europea. Para todo lo demás es tarde ya.     

Mato y la mala suerte de Rajoy

Apelando a la superstición popular cabe pensar que si a Rajoy lo hubiera mirado un tuerto tendría más suerte. Lo debe de haber mirado un ciego, o tal vez es un ciego el que lo guía por el proceloso mar de la corrupción en su partido. Ha ocurrido que, cada vez que pretendía convencernos de que la economía española es una locomotora desbocada y que ya hemos dejado atrás hace tiempo el final del túnel, le estallaba en los bajos una bomba lapa que hacía saltar por los aires su discurso y ponía de nuevo en el primer plano de la opinión pública otro escándalo de corrupción relacionado con su partido. 

Sólo así se entiende que un día antes de comparecer en el Congreso de los Diputados para volver a colocarnos el discurso huero de la lucha contra la corrupción, el juez Ruz haya escrito en un auto que su ministra de Sanidad, Ana Mato, se lucró de las relaciones de su ex marido con la trama Gürtel. A esta hora de la tarde Mato sigue en su puesto y mañana por la mañana, cuando Rajoy suba a la tribuna de oradores del Congreso para hablar de corrupción, es muy probable que ella también esté allí, sentada en el banco azul, aplaudiendo a rabiar las cosas que diga aquel al que le seguirá debiendo el puesto. A esta mujer incombustible, a la que Rajoy no ha dejado caer aunque ha tenido razones más que sobradas para hacerlo, no se le ha movido nunca un pelo a pesar de las evidencias de que las fiestas de cumpleaños de sus hijos, los regalos caros y los viajes que hizo por esos mundos de Dios los pagó la trama Gürtel. Ni siquiera cuando declaró que nunca había visto un Jaguar en su garaje le entró la risa floja ni se puso colorada. También tuvo una oportunidad de oro para dimitir cuando alarmó a medio país con su nefasta gestión política de la crisis del ébola pero, por desgracia, la dejó pasar igualmente. 

Como, salvo sorpresa, dejará pasar la que le señala sin ambages la puerta de la calle después de que Ruz la haya señalado hoy como beneficiaria de los tejemanejes de la Gürtel con su ex marido. También es probable que Rajoy deje pasar una nueva oportunidad de predicar con el ejemplo y destituir a su ministra, algo que debió haber hecho hace tiempo y con lo que tal vez hoy tendría algo más de credibilidad cuando pontifica contra la corrupción. En su lugar acudirá mañana al Congreso a prometer medidas que ya ha prometido en al menos dos o tres ocasiones desde que llegó a La Moncloa y que nunca ha puesto en práctica. La razón no me la pregunten pero tampoco es difícil adivinarla. Sea cual sea, que después de tres años en La Moncloa y a menos de uno para las próximas elecciones generales sigo haciendo las mismas promesas de lucha contra la corrupción no dice nada bueno ni positivo a favor de su supuesta voluntad de regeneración política, más bien todo lo contrario. 

Es cierto que Mato no ha sido acusada de formar parte directa de la trama Gürtel, aunque eso no le evitará seguramente tener que sentarse en el banquillo de los acusados como responsable civil junto a personajes tan respetables y honorables como Francisco Correa. En su condición de “partícipe a título lucrativo” de la trama corrupta – que así se llama la figura jurídica a la que recurre el juez Ruz - la todavía ministra tendrá que devolver una cantidad de dinero que se determinará en el juicio pero que puede rondar los 55.000 euros. 

Ahora bien, que el juez no la señale como acusada sino “sólo” como beneficiaria directa de la Gürtel sería razón más que suficiente en cualquier país serio – esa expresión con la que Rajoy se llena la boca allá donde va y cada vez que puede – para dimitir inmediatamente o para que quien la puso en el cargo la destituya sin excesivos miramientos y sin perder un segundo. Puede que me equivoque, pero soy de la opinión de que ninguna de las dos cosas ocurrirá y Mato seguirá siendo ministra de Sanidad mientras Rajoy sea presidente del Gobierno. Lo cual no será impedimento alguno para que el jefe del Ejecutivo presuma mañana ante los diputados de todo lo que ha hecho y de todo lo que hará para acabar con la corrupción. Me temo que a lo más que llegará mañana será a apuntar con el dedo acusador y mirar a la bancada de la oposición mientras evita poner los ojos en el banco azul, no vaya a ser que la presencia en él de Ana Mato le siga dando mala suerte.