Es como el año
de la marmota o como el relato del dinosaurio, que seguía allí cuando uno se
despertaba. Es exactamente lo mismo: el problema de la saturación de las urgencia en los hospitales públicos regresa cada año por Navidad y Reyes como el turrón, los villancicos, el frío y
la gripe. Por más que se analicen año tras año las causas y se conozcan las
consecuencias, llegado el momento se hace muy poco para que no pase lo que casi
siempre termina pasando. Entonces se convocan reuniones urgentes, se aprueban
planes de choque, se abren plantas de hospitalización inexplicablemente cerradas y se da una respuesta a la carrera a un problema que
no se resuelve con prisas, sino con previsión y planificación. ¿No se sabe
acaso que en invierno, incluso en Canarias, bajan las temperaturas y aumentan
las alergias? ¿No es conocido, incluso estadísticamente, que son los de
diciembre, enero y febrero los meses con más casos graves de gripe? ¿No hemos
dicho que hay que mejorar las urgencias en atención primaria para que sea en ellas en donde se atienda a quienes lo
necesitan y evitar que colapsen los pasillos de las urgencias hospitalarias y
que el personal sanitario se ponga literalmente de los nervios? En efecto, lo
hemos analizado, repasado y vuelto a decir por activa y por pasiva: los médicos, los enfermeros, los expertos, los ciudadanos y hasta los políticos. Desde hace
años, de hecho.
Pero da lo mismo si quien gestiona el servicio público de
sanidad es del partido amarillo, verde o colorado; es indiferente si es médico,
economista o mediopensionista: al final siempre se nos saturan las urgencias y hacemos como si fuera la primera vez que pasa. La
solución mágica consiste entonces en aplicar un plan de choque, contratar unos
cuantos enfermeros y médicos más y poner en servicio algunas camas que se
encontraban durmiendo el sueño de los justos, sin que nadie sea capaz de
explicar por qué no se habían abierto antes. Esto debería acabar de una vez. No
es tan difícil prever que en invierno bajan las temperaturas y suben los
problemas respiratorios. Pequemos por una vez por exceso y no siempre por
defecto. Cada vez estoy más convencido de que quienes deberían implementar los
medios y las medidas para ahorrar a los pacientes y a la sociedad el
espectáculo lamentable de enfermos aparcados en los pasillos de urgencias,
cruzan los dedos cada año para que no haga frío o la gripe pase desapercibida.
Ese sistema puede que consiga funcionar un año pero no puede colar todos los
inviernos. ¿O es que no hay recursos para prestar una asistencia sanitaria en
urgencias en condiciones dignas? Por supuesto que los hay, sólo que, o no se
quieren emplear o no se saben gastar con eficiencia. Si, por ejemplo, a los gerentes de los centros
hospitalarios se les apercibe de que no se pueden salir del presupuesto marcado
porque incluso se pueden jugar el puesto, lo lógico es que tiendan al recorte
drástico por más que hiele y tengamos epidemia de gripe. Así no se puede seguir
todos los años y es urgente arreglar de una vez lo de las urgencias: sabemos cuáles son los fallos y cómo resolverlos, así que es cuestión de voluntad, de previsión y de planificación. Eso para empezar y por no
hablar ahora de las listas de espera, que esa es otra.
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