El calificativo no es mío, sino del responsable de la diplomacia estadounidense, John Kerry, para referirse a la masacre de niños y civiles inocentes que el ejército israelí viene perpetrando desde hace dos semanas en la franja palestina de Gaza. A Kerry le traicionó el subconsciente y poco antes de ser entrevistado por la Fox fue pillado con el micrófono abierto hablando con un asesor ante el que reconocía que había que hacer algo cuanto antes para detener esta locura. Claro que no es eso lo que el secretario de Estado estadounidense dice en público cuando se le pregunta por el nuevo e inmisericorde ataque israelí sobre Gaza. Entonces, tanto él como esa entelequia que por convencionalismo llamamos la “comunidad internacional” y en la que se incluyen, además de Estados Unidos, la ONU y la UE, se ponen de perfil y sólo saben pedir una tregua o un alto el fuego para negociar.
Mientras el político más viajado del mundo baja y sube de los aviones que lo llevan El Cairo o a Tel Aviv y dice negociar una tregua que nunca llega y cuando lo hace apenas sirve para gran cosa, los aviones militares y los tanques israelíes continúan imparables con su patriótica misión de tierra quemada. Los muertos como consecuencia del ataque aéreo y terrestre en la hacinada franja de Gaza, en donde residen dos millones de palestinos, superan ya los 500 y de ellos una quinta parte son niños. Tal vez Israel tema que si crecen acaben convertidos en peligrosos terroristas de Hamas y lancen cohetes de fabricación casera sobre territorio israelí.
Con tregua o sin ella, lo cierto es que Israel ha convertido a Gaza en un gueto y a su población en prisionera de su política expansionista. Cuesta creer que medio millón de personas, en su mayoría civiles inocentes, hayan muerto a raíz del secuestro y muerte de tres jóvenes israelíes. En un país medianamente civilizado estos hechos se habrían dirimido poniendo a los responsables ante la Justicia y no mediante la aplicación indiscriminada del principio bíblico de “ojo por ojo y diente por diente”. Por este castigo ejemplar y terrible es por el que ha optado una vez más Israel con un brutal y desproporcionado ataque aéreo y terrestre en el que, como siempre, han vuelto a pagar justos por pecadores.
Que las fanáticas milicias de Hamas no son ni mucho menos inocentes en todo lo que viene pasando en esa zona del mundo es algo que a nadie se le oculta ya a estas alturas. Con sus continuos actos de hostigamiento al vecino Israel no hacen sino servirle en bandeja a los halcones de Tel Aviv el argumento ideal para desencadenar una ofensiva cuyo objetivo último no es otro que el de anexionarse nuevos territorios y condenar a la población palestina al exilio camino de los campos de refugiados. Aquellos que se resistan saben de antemano que sus vidas no valdrán nada y sus casas y propiedades serán arrasadas hasta los cimientos para escarmiento eterno.
Sin embargo, de ahí a equiparar las fuerzas de los radicales de Hamas con las de uno de los ejércitos mejor equipados del mundo y un gobierno como el israelí, al que siempre le cubre las espaldas el fiel aliado estadounidense, va un trecho insalvable. El espectáculo del presidente Obama o del secretario de Estado norteamericano de turno viajando continuamente a la zona del conflicto para mendigar una tregua que Israel utiliza en función de sus intereses es ya nauseabundo. No menos lamentable es el papel de la ONU y sus melifluos llamamientos a la paz y a la negociación después de que Israel haya incumplido una tras otras todas las resoluciones sobre el conflicto, sabedor de que el gran hermano americano siempre estará ahí para salvarle la cara, librarle de las sanciones y defender su posición.
En Palestina no habrá paz duradera mientras Estados Unidos, la ONU y la comunidad internacional no obliguen a Israel a devolver los territorios palestinos que se ha anexionado y colonizado ilegalmente y por la fuerza en las últimas décadas y acepte la existencia de un estado palestino contiguo a sus fronteras. Eso es precisamente lo que Israel siempre ha evitado por todos los medios, principalmente los militares, y hay que reconocer que hasta hoy el éxito de su estrategia es total. De ello pueden dar buena fe el medio millar de muertos palestinos de la nueva ofensiva militar y los miles que murieron en ofensivas anteriores o tuvieron que irse con lo puesto rumbo a los campos de refugiados, mientras los Kerry y Ban Ki-moon de turno pedían una tregua.