Justicia y cintas de audio

Los solemnes actos de apertura del Año Judicial - así, con mayúsculas - suelen tener un aspecto apolillado y con fuerte aroma a cerrado, muy propio de lugares en los que se hace urgente abrir las ventanas para que entre aire fresco. En ese sentido, el de este año en el Tribunal Superior de Justicia de Canarias no se ha diferenciado en nada con respecto a los de las últimas décadas. Lo único nuevo, y no para bien, ha sido escuchar al presidente del máximo órgano judicial de la comunidad autónoma, Antonio Doreste, haciendo una encendida defensa de lo bien que lo hace y lo mucho que se esfuerza la Fiscalía Anticorrupción en perseguir a los malandrines, aunque no hay constancia de que tuviera petición alguna de nadie para romper esa lanza en favor del ministerio público. Extraña porque, un jurista de su prestigio, debería tener siempre muy presente aquel latinajo tan sabio según el cual excusatio non petita, accusatio manifiesta. 

No fue, sin embargo, esta proclama de un juez a mayor gloria de la fiscalía  lo que animó por una vez los oscuros pasillos de la vetusta sede institucional del poder judicial en las islas. De eso se encargaron dos jueces - un juez y una jueza - pertenecientes a ese mismo Tribunal y que vienen protagonizando desde hace tiempo una batalla por entregas y cintas de audio que está dejando la imagen de la Justicia, con mayúsculas también, para el arrastre. El reparto se completa con un conocido empresario y dirigente futbolístico que no se para en barras a la hora de grabar de extranjis una conversación con uno de los jueces de la disputa y en la que no parece haber muchas dudas de que conspiran para arruinarle la carrera profesional a la jueza y cortocircuitar para los restos sus aspiraciones políticas. Todo ello y por si fuera poco alarmante lo anterior, con el añadido muy agravante de que ese mismo juez grabado es el que investiga al empresario grabador por un presunto fraude millonario a Hacienda y a la Seguridad Social. 

Si bien un reciente informe pericial de la Guardia Civil ha concluido que la grabación que el empresario entregó en el juzgado tiene más cortes que una película de rollos, lo cierto es que lo que se ha filtrado y puede escucharse en cualquier medio digital estos días es material suficiente como para hacerse unas cuantas preguntas a cuál más inquietante. Hay que empezar preguntándose por qué un juez recibe en su despacho profesional a alguien a quien está investigando por presuntos delitos contra la Hacienda Pública y la Seguridad Social. De seguido y por su propio peso cae la siguiente cuestión: con qué objetivo graba la conversación el empresario y con qué fin la entrega en un momento determinado y no en otro en un juzgado. 

En relación con la cuestión anterior y a la vista de lo que dice el peritaje de la Guardia Civil, también hay que preguntarse quién y por qué mutiló la grabación original entregando el empresario en el juzgado una edición resumida de la conversación con el juez. En ese contexto qué cabe interpretar de que en la parte de la grabación que no se entregó y que la Guardia Civil ha podido rescatar de la grabadora aparezcan nombres de conocidos políticos, empresarios y magistrados, habituales muchos de ellos del palco de honor del estadio de fútbol en el que juega el equipo que preside el empresario grabador. 

Se podrían formular algunas preguntas más pero las planteadas son más que suficientes para sentir la necesidad de taparse la nariz ante el hedor que se desprende de todo este asunto. ¿Estamos atisbando sólo la punta de un iceberg de conchabo, compadreo y promiscuidad entre determinados jueces, políticos y empresarios en perjuicio o en beneficio de terceros? ¿Es de recibo que un magistrado se siente presuntamente  a compadrear con un investigado sobre cómo responder en un interrogatorio de manera que sus declaraciones perjudiquen a un tercero, la jueza en este caso? ¿Se puede grabar de tapadillo una conversación en sede judicial, trocearla para que diga lo que se quiere que diga y luego utilizarla con fines bastardos? 

A la vista de lo que vamos sabiendo, se puede y de hecho se hace. No es menor el encargo que tiene entre sus manos el Tribunal Superior de Justicia de Canarias que preside Antonio Doreste: aclarar, huyendo de cualquier tentación corporativista y a la mayor rapidez posible, si las cosas son como parecen o no lo son. De Doreste nos hubiera gustado escuchar esta semana, además de su arenga en favor de los fiscales que no parece que le corresponda hacer a un juez, alguna declaración sobre cómo y cuándo piensa el órgano judicial del que es el máximo responsable poner luz sobre un caso que deteriora gravemente la imagen y la confianza de los ciudadanos en la Justicia. Puede que el año que viene haya más suerte. 

El pacto de Estocolmo

No dejarán de sorprenderme los políticos y su capacidad para reinventarse cada día. Lo acabamos de descubrir en el PSOE y en CC y en su pacto tan imposible como irrompible, por lo que vamos viendo. En el haber de los socialistas canarios hay que añadir una nueva virtud a las muchas que atesoran: decir en voz muy alta y muy enérgica todo lo contrario de lo que en realidad quieren hacer. Por su parte, los nacionalistas, puede que un tanto asustados ante el inesperado enfado de sus socios de pacto, se nos han mostrado estos días como mansos corderitos dispuestos a hacer examen de conciencia, propósito de la enmienda y alguna que otra pequeña penitencia si no queda más remedio en aras de la estabilidad política y tal y tal.  

Hemos llegado a esta portentosa situación después de que la perdida de la alcaldía socialista de Granadilla a manos de los desalmados y descontrolados nacionalistas provocara un calentón global en el PSOE que a punto estuvo de derretir los polos y provocar un incendio en el desierto del Sahara. Al frente de la protesta socialista, Julio Cruz certificó la defunción del pacto aunque para entonces ni siquiera se había pronunciado la ejecutiva del partido. Aunque eso era lo de menos, porque lo que esta hizo fue lanzar el balón hacía la demarcación del Comité Regional para que este resolviera. 

Mientras la pelota llegaba a su destino los ánimos empezaron a apaciguarse, Julio Cruz desapareció misteriosamente de la escena y el incendio pudo ser perimetrado y controlado, a la espera en estos momentos de su extinción y posterior refrescamiento de las áreas más chamuscadas. Otro tanto ha ocurrido con el secretario de los nacionalistas, José Miguel Barragán. Éste último, por cierto, dimisionario en diferido a la espera de que la ejecutiva de CC le permita dejar el cargo y le evite de este modo tener que levantarse a diario con el gallo para atender a las emisoras de radio. 

Volvemos al balón en forma de papa caliente que la ejecutiva del PSOE había lanzado hacia el Comité Regional para que este tomara la decisión definitivamente definitiva sobre si valía la pena seguir soportando los abusos del primo de zumosol o era preferible coger el hatillo e irse a hacer piña con Román y con Noemi. Pero justo cuando estaba a punto de llegar el histórico momento en el que el pulgar del cónclave socialista indultaría o condenaría el pacto con CC, los mismos que le habían dando el patadón mandaron el balón a las tuneras sin siquiera dejarlo caer al suelo. Así, un comité regional que se anunciaba poco menos que trascendental para el futuro de la Macaronesia y para el que ahora no hay fecha de celebración, ha sido sustituido por una reunión informal entre la ejecutiva y los secretarios insulares para "intercambiar puntos de vista" y si hay tiempo, supongo, tomarse unos botellines antes de coger el avión que hace mucho tiempo que no nos vemos. 

De manera que, en resumen, hemos pasado de las siete plagas de Egipto al Cantar de los Cantares y de la ruptura de los papeles del matrimonio de conveniencia a la discreta negociación de un pacto que "está funcionando bien" y que es "el mejor para Canarias". Lo que están negociando sólo se adivina porque la transparencia brilla por su ausencia y los ciudadanos sólo podemos hacer cábalas como si no fuera con nosotros lo que se discute entre los partidos en los que se apoya el Gobierno de todos los canarios. Dicen unos que más dinero para las consejerías del PSOE en los próximos presupuestos autonómicos, particularmente para la sanidad pública cuestionada por quienes afirman ahora que el pacto es poco menos que la octava maravilla del mundo. 

No faltan tampoco los que aseguran que el PSOE se quiere cobrar también alguna pieza nacionalista del Gobierno pero eso me parece el colmo del optimismo y seguramente me quedo muy corto. Tengo pocas dudas de que CC y el PSOE serán capaces de echarle unos remiendos al acuerdo y seguir tirando con él mal que bien hasta que otro grupo de concejales nacionalistas le vuelva a pegar fuego con autorización de la superioridad o sin ella, que tampoco eso importa demasiado como ha quedado de manifiesto en los anales de Granadilla. Eso sí, lo único que parece claro después de más de un año desde que se firmó este acuerdo de nuestros dolores de cabeza es que el PSOE ya ha desarrollado todos los síntomas del síndrome de Estocolmo, aunque hay que reconocerle que lo disimula con muchísima convicción.  

Lo que quiere el PP

Después de meses atosigando al PSOE para que se abstuviera y permitiera a Rajoy mantener el mando en plaza, de pronto al PP se le han pasado las prisas para que haya gobierno en España "cuanto antes". De la noche a la mañana prácticamente han desaparecido de su discurso las campanudas frases sobre la "responsabilidad", la "altura de miras" y el "sentido de estado" con las que nos flagelaba de la mañana a la noche. Ese cansino machaqueo ha cambiado ahora por otro en el que ya no hay prisas para formar gobierno, sino necesidad de "garantías" para que el que se forme dure algo más que un caramelo a la puerta de un colegio. En realidad, que dure los casi cuatro años que en una situación normal faltarían para unas nuevas elecciones. 

Con su rival atravesado por una división interna como no recuerdan ni los más viejos del PSOE, el PP no quiere dejar pasar la oportunidad de hacer leña del árbol caído e intenta imponer condiciones a cambio de aceptar la abstención socialista. Para empezar, el apoyo del PSOE a los presupuestos estatales de los próximos tres años, es decir, de lo que resta de legislatura. Esto, hablando en plata, es como pedirle al PSOE que tire las armas y se entregue con las manos en alto y los pantalones por los suelos. Es cierto que la política española nunca ha estado sobrada de generosidad y que los partidos no dudan en aprovechar los problemas de sus contrincantes para obtener rédito político. Hasta cierto punto es natural y forma parte del juego político; sin embargo, la situación del país no es normal después de nueve meses de interinidad gubernamental y, por eso, no es de recibo que el PP pretenda aprovecharse ahora de  la extrema debilidad del PSOE para forzar unas terceras elecciones con la esperanza de recuperar la mayoría absoluta sólo o en compañía de Ciudadanos.


Porque parece haber cada vez menos dudas de que la estrategia popular pasa en estos momentos por obligar al PSOE a rechazar la humillación política y tener de este modo excusa para provocar las nuevas elecciones. Este órdago del PP pone a los socialistas y a la gestora que los dirige ante un dilema aún más difícil del que ya tenían planteado. Si abstenerse a cambio de nada para que gobierne Rajoy ya es una pésima opción,  aunque tal vez la menos mala comparada con unas nuevas elecciones, hacerlo atado de pies y manos ante las políticas que el PP seguiría aplicando como si tuviera mayoría absoluta sería como hacerse el hara kiri definitivo y firmar su propio certificado de defunción. 

Al término del soporífero discurso de Rajoy en su fracasada sesión de investidura, escribí que el líder del PP no quería ser presidente. A los hechos me remito: después de dejar pasar todo septiembre mientras Pedro Sánchez se quemaba a lo bonzo con sus contactos telefónicos y sus patéticos intentos de atraerse a Podemos, Rajoy esperó sentado en La Moncloa hasta que su rival socialista tuvo que salir del PSOE por la puerta de atrás. Es cierto que el PSOE se encuentra en esta ratonera de imposible salida sin dejarse aún más jirones de piel, debido a sus propios errores y a la obsesión de su ex secretario general por alcanzar la cuadratura política del círculo. Eso, no obstante, no debería ser excusa para que el PP, que se lleva desgañitándose desde el año pasado para que gobierne la lista más votada, pretenda ahora forzar unas nuevas elecciones sólo porque le viene bien a su estrategia política. 

Si ese es el objetivo  - y todo empieza a apuntar en esa dirección - habrá que concluir una vez más que el PP ha vuelto a mentir a los españoles con su reiterativo discurso sobre la "responsabilidad", la "altura de miras" y el "sentido de estado". Está a punto de demostrar que su principal objetivo ha sido recuperar el poder absoluto que perdió el 20 de diciembre del año pasado; para ello  ha contado con el inestimable apoyo del propio PSOE y sus torpezas, por no mencionar ahora a los conquistadores del cielo de Pablo Iglesias, que cuando pudieron hacer posible un gobierno de progreso lo torpedearon a conciencia buscando el sorpasso electoral para alzarse con el santo y seña de primera fuerza de la oposición. Pero llorar sobre la leche derramada no sirve de nada y el PSOE tendrá que decidir ahora si prefiere morir matando en unas terceras elecciones o postrarse de hinojos ante Rajoy para recibir el golpe de gracia. 

Gürtel o el precio de la corrupción

Me cuento entre los escépticos para los que la coincidencia de unas eventuales nuevas elecciones con los juicios por la trama Gürtel y las tarjetas opacas de Caja Madrid no tendrá efecto alguno en las urnas para el PP. Si lo que se juzgara estos días ante decenas de periodistas, cámaras y fotógrafos fuera el escándalo de los ERE de Andalucía, la reflexión sería la misma por lo que al PSOE se refiere. A medida que se ha ido acercado la fecha del comienzo del juicio de la trama Gürtel, los periodistas no hemos parado de salivar: el "juicio del año", el "juicio a toda una época del PP", el "juicio por la mayor trama de corrupción del país" y así por el estilo. Deberíamos ser más modestos y no concluir, como hacen algunos analistas de guardia, que lo que contemos sobre lo que ocurra en los próximos meses en la Audiencia Nacional va a causarle un daño electoral irreparable al PP; si acaso algunos rasguños de pronóstico leve que pasarán completamente desapercibidos para el grueso de los ciudadanos.

Porque por mucho que las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas digan una y otra vez que la corrupción es algo que preocupa mucho a los españoles, lo cierto y verdad es que, a la hora de votar, una gran mayoría se hace la olvidadiza de tanta preocupación y vota por sus corruptos de toda la vida hasta el punto de concederles de propina la  mayoría absoluta si se tercia. La única explicación que se me ocurre es que quienes dicen a los encuestadores que están preocupados por la corrupción mienten a conciencia para no parecer políticamente incorrectos. Estoy cada vez más convencido de que en este país hay un gran número de ciudadanos que vinculan la actividad política a la corrupción como la noche se vincula al día, como las dos caras de una misma moneda. De ahí que a la hora de votar lo hagan sin detenerse demasiado en disquisiciones sobre la corrupción de unos o de otros: serán unos corruptos, pero son mis corruptos.


Este comportamiento político es el fruto de una muy deficiente cultura democrática en unos ciudadanos que se escandalizan en público por la corrupción pero no castigan electoralmente - es decir, democráticamente - a los corruptos. El panorama no mejora si echamos un vistazo al funcionamiento de un poder judicial lento, falto de medios y penetrado hasta la médula por los partidos políticos. El juicio de la trama Gürtel que hoy ha comenzado en Madrid se empezó a investigar hace casi 10 años y ha pasado por las manos de tres jueces distintos, a uno de los cuales - Baltasar Garzón - le costó incluso su carrera como magistrado. 

Algunos dirán que al final la Justicia siempre triunfa y que en este juicio están acusados, entre otros, Luis Bárcenas o el mismísimo PP a título de participe lucrativo, además de la ex ministra de Sanidad, Ana Mato; podrán añadir que por el estrado de los testigos tendrá que desfilar la plana mayor de la época dorada de José María Aznar, empezando por Rato y continuando por Acebes, Arenas o Mayor Oreja, o que las penas de prisión para los 37 acusados suman más de 700 años. En contra también podría argumentarse la tardanza en sentar en el banquillo a los presuntos responsables y la percepción de que no están presentes todos los que deberían estar, que faltan algunos nombres muy relevantes de la política española de los últimos años, empezando por el del presidente Rajoy, cuya implicación real en esta causa es probable que tarde mucho en aclararse si es que se aclara algún día. 

Todo eso está muy bien y es materia de mucha enjundia para una tertulia periodística, jurídica o política. Sospecho, sin embargo, que a una gran parte de los ciudadanos de este país les suena a agua muy pasada, a historia muy vieja, a relato cansino mil veces escuchado y, por tanto, de escasa o nula influencia sobre la decisión de su voto en esas eventuales terceras elecciones en un año. Podría decirse, sin exagerar, que es un caso política y electoralmente amortizado por el principal implicado político en el mismo, el PP.

Esta apatía y falta de respuesta cívica ante la rapiña de la bolsa pública - el terrible y demoledor "todos los políticos son iguales" -  es la coartada perfecta que encuentran los partidos para posponer sine die medidas contundentes contra la corrupción  y sustituirlas por otras que no pasan de la mera cosmética que se presentan, no obstante, como la panacea contra todos los males. Ortega y Gasset tenía mucha razón cuando dijo que "los pecados de España no son sino los pecados de los españoles. Y los españoles no son los de la provincia de al lado ni los de la casa vecina, sino que el español más a mano es siempre uno mismo". 

El Comité de la división

He tenido que dejar pasar al menos 24 horas para recuperarme del pasmo y atreverme a escribir unas líneas sobre el explosivo Comité Federal que celebró el PSOE el sábado; aunque muy poco o nada era lo que tenían que celebrar entonces y, si eso es posible, menos tienen aún que celebrar hoy. Se podría decir, por decir algo positivo, que la situación es tan mala que es prácticamente imposible que empeore, aunque tampoco habría que descartarlo. Por tanto, y siendo muy optimistas, a partir de ahora sólo se puede y se debe mejorar para recuperar el diálogo roto y pisoteado y con él la posibilidad de volver a ser un partido que verdaderamente represente una alternativa a la derecha española. 

Cómo se consigue eso nadie lo sabe, ni siquiera quienes tienen en sus manos el marrón de sacar al PSOE de esta situación y conducirlo a un congreso en el que se elija nuevo secretario o secretaria general y se restañen las heridas abiertas. Parece evidente que si no se recompone la unidad masacrada a conciencia el sábado, el objetivo de que los ciudadanos vuelvan a ver en los socialistas una fuerza política en la que merezca la pena confiar se tornará completamente utópico.

Me reafirmo en lo que escribí el sábado antes del Comité Federal, el problema radica en que el PSOE vive una situación tan endiablada que, decida lo que decida en los próximos días, tendrá que pagar un alto precio político. A primera vista todo apunta a que la gestora que desde hoy dirige los inciertos destinos del socialismo español se decanta por una abstención para que Rajoy sea presidente del Gobierno, aunque cosa bien distinta es cómo gestionaría esa decisión sin romper más el partido de lo que está en estos momentos. No obstante, no es necesario leer demasiado entre líneas las declaraciones que ha hecho hoy el presidente de la gestora, el asturiano Javier Fernández, para llegar a esa conclusión. Alguien que dice que no es partidario de unas terceras elecciones y añade a renglón seguido que "abstenerse no es apoyar" es lo mismo que si dijera que blanco y en botella sólo puede ser leche. 


Lo dramático para el PSOE es que la otra alternativa, la de no facilitar la formación de gobierno, nos llevaría de cabeza a unas nuevas elecciones a las que los socialistas llegarían realmente fanés y descangallados para sufrir el que probablemente volvería a ser el peor resultado de su historia. El panorama se complica aún más si Mariano Rajoy echa cuentas de que a estas alturas de la situcación casi le viene mejor forzar las terceras elecciones que buscar la abstención de un partido roto por la mitad y descabezado. 

En ese contexto hay que enmarcar la rapidez con la que algún medio poco sospechoso de antigubernamental se ha lanzado a encargar la oportuna encuesta que le otorga al PP un notable incremento en el número de diputados que, unidos a los que obtendría Ciudadanos, bastarían para conformar una mayoría absoluta y aquí paz y después gloria. Es por tanto Rajoy el que vuelve a tener la sartén por el mango y el mango también, mientras los socialistas se lamen las heridas que insensatamente se han propinado en las últimas semanas y meses y, a su izquierda, Podemos toca ya con la punta de los dedos el ansiado sorpasso. 

Tengo la sensación de que muy poco o nada puede hacer ya el PSOE para escapar de una endiablada situación política que en gran medida ha contribuido a generar y que ahora se vuelve por completo en su contra. Tras el Comité Federal del sábado los socialistas ya no están en disposición de exigir nada a cambio de la abstención y el apoyo parlamentario a un Rajoy que ha vuelto a hacer buena su inveterada estrategia de que lo mejor para que los problemas se resuelvan es exactamente no hacer nada. 

Puede que, dadas las circunstancias y el panorama político, al PSOE sólo le quede en estos momentos la salida de poner el corto plazo electoral en un segundo plano y pensar en el medio y largo plazo: hacer balance de daños y ponerse cuanto antes manos a la obra de una refundación ideológica que debió haber emprendido hace mucho tiempo pero que ha ido aplazando urgido por las sucesivas citas electorales y la escasa capacidad de sus líderes - incluido el último -  para hincarle el diente a esa tarea. No es descabellado aventurar que si la hubiera hecho cuando tocaba hoy serían muy otras su situación y sus aspiraciones.  

PSOE: el reto de la unidad

De la histórica reunión que hoy va a celebrar el Comité Federal del PSOE sólo puede surgir una decisión razonable y útil para el propio partido y para este país: recuperar la unidad perdida asumiendo cada una de las partes ahora enfrentadas su correspondiente cuota de responsabilidad. Todo lo que no sea volver a tender puentes entre las dos fracciones sólo servirá para que un partido clave para la estabilidad política inicie una larguísima travesía del desierto de la que nadie puede saber cuándo ni cómo saldrá, si es que sale. Insistir una vez más en  los análisis simplistas que reducen el problema interno del PSOE a una cuestión de buenos y de malos o de "golpistas" y "demócratas", sólo conduciría a ahondar más aún en la brecha. Por eso, es cuando menos sorprendente que destacados dirigentes actuales y pasados así como cargos públicos del PSOE e incluso intelectuales próximos al partido y de los que uno esperaba cierto rigor intelectual, hayan hecho suyos los análisis de barra de bar o de Facebook que tanto abundan estos días. 

Sin embargo, el enconamiento entre las partes es de tal intensidad y parece contener tanta inquina incluso personal, que no lo van a tener precisamente fácil los miembros del Comité para buscar la manera de acabar con la división. Lo dramático es que, más allá de apelar a la unidad, la situación política y partidista se ha enquistado tanto que el Comité de hoy sólo tiene dos opciones a elegir: la mala o la pésima.  Si se impusiera la estrategia de Pedro Sánchez de volver a hacerse fuerte en la secretaría general a través de un congreso antes de que haya nuevo gobierno, los críticos lo deslegitimarían como ya hacen con lo que queda de la ejecutiva federal y con el propio Sánchez como secretario general "en funciones". En esas condiciones, ir a una tercera cita electoral sólo te garantizaría cosechar otro nuevo peor resultado de tu historia. 


Si  por el contrario se impusieran las posiciones de los críticos, partidarios de que el PSOE se abstenga para que gobierne Rajoy, el menor de los males sería que Sánchez dimitiera por la desautorización que eso supondría de su "no es no" al líder popular - por cierto, dimisión que hasta hace un par de días ni siquiera se le pasaba por la cabeza. Lo peor para el partido sería la desbandada que ese apoyo a Rajoy podría provocar entre la militancia y muchos votantes socialistas, partidarios de unas terceras elecciones antes que de otro gobierno presidido por Rajoy. 

Una vez más, sólo parece quedar una alternativa por más que pueda resultar muy difícil de asimilar por una parte del partido, por los militantes y por muchos votantes, pero a la que obliga la necesidad de acabar de una vez con la larga interinidad política en la que vive España. Esa salida es la que muchos consideramos que debió figurar necesariamente y desde el primer momento entre las opciones de Sánchez a la hora de negociar un acuerdo de gobierno. En lugar del cansino "no es no" que a día de hoy mantiene y que aboca a este país a unas terceras elecciones, no sólo debió sino que era su obligación como líder de un partido político de la trayectoria y el sentido de estado del PSOE, exigirle a Rajoy y a los suyos cambios y reformas tasados a cambio de abstención en la investidura y apoyo parlamentario. 

La propuesta seguramente habría contado con el apoyo de Ciudadanos y habría trasladado la presión del PSOE al PP, que se habría visto obligado a aceptarla o provocar otras elecciones; además, la inmensa mayoría de la sociedad hubiera apreciado el sacrificio que hacerla representaba para los socialistas. Sin embargo, un cierto prurito ideológico con tintes mesiánicos y la atracción fatal que Sánchez parece sentir por quien no ha dudado en humillarle varias veces en público - el líder de Podemos, Pablo Iglesias - son en parte las causas que nos tienen a las puertas de nuevas elecciones con el  PSOE sumido en un cisma inédito. 

Con este panorama, la reunión que hoy celebrará el Comité marcará un antes y un después en la historia del PSOE. El antes reciente no ha sido brillante con sucesivas derrotas electorales a las que nunca se ha puesto remedio; el después - si es que en el PSOE aspiran a que haya un después para el partido - sólo pasa por anteponer el interés general de los ciudadanos a las estrategias políticas personales y, sobre todo, por la unidad. Ese es el reto al que se enfrentan hoy los socialistas.   

Ruptura en diferido

En los pactos políticos no debería haber rupturas a medias, a plazos o en diferido. Si uno de los socios del acuerdo se queja del trato que recibe del otro y anuncia que quiere irse, debe hacerlo sin tardanza. Cada minuto que pase sin tomar la decisión irá en detrimento de la credibilidad de sus quejas y de la salud de los ciudadanos, más que servidos de generosas dosis de incertidumbre, inestabilidad y regateos políticos. En este sentido las relaciones políticas no son muy diferentes de las personales: cuando en una pareja una parte se siente agraviada, vejada o humillada lo mejor que puede hacer es poner fin a esa relación tormentosa. Lo puede hacer dando un portazo o prometiendo saludar a la otra parte cuando la encuentre por la calle, pero irse al fin y al cabo, no irse pero quedarse. 

La no decisión que adoptó ayer la dirección regional del PSOE canario sobre su pacto con CC es de esas que de entrada desconciertan. Después de prometer que se tomaría una decisión definitiva e irrevocable, dando incluso por roto el acuerdo antes de que el asunto se discutiera colegiadamente, la cúpula socialista ha optado por una de esas jugadas propias de las malas defensas futbolísticas: el patadón hacia adelante para ganar tiempo y tomar resuello. 

Aquí el balón es una papa caliente que la cúpula socialista parece querer ir enfriando para que cuando se reúna el comité regional del PSOE canario sea mucho más fácil tocarla sin quemarse los dedos. Si esto no es una reconsideración de las amenazas de mandar al socio del pacto a hacer gárgaras se le parece muchísimo. Es, al mismo tiempo, una manifestación bastante evidente de que no hay unanimidad en la dirección de los socialistas canarios sobre lo que conviene hacer; por eso, antes de ofrecer una imagen de división interna, mejor pasar la responsabilidad última a un órgano más amplio y difuso como el comité para que sea éste el que mantenga la respiración asistida de la que vive el pacto pacto desde hace tiempo o lo desenchufe definitivamente. 


Que en el PSOE hay enfado con CC por sus deslealtades y trapisondas y que se trata de un enfado sincero es evidente; que hay dirigentes y cargos públicos partidarios de no dejar pasar una más a los nacionalistas también lo es, máxime después de todas las que han consentido desde el minuto uno del acuerdo. Pero, del mismo modo, a nadie se le oculta que una ruptura supondría dejar a la intemperie a un buen número de cargos públicos cuyos empleos dependen de este acuerdo, además de arriesgar los gobiernos insulares y municipales en los que los socialistas gobiernan con el apoyo de CC; además, obviamente, de las consejerías autonómicas, por más que sus titulares hayan sido en varias ocasiones la verdadera oposición para CC mientras se escenificaba el "buen rollito" con el PP. De ahí que la táctica sea ahora la de echar balones al suelo - por seguir con el símil futbolístico -  y ver cómo evolucionan los acontecimientos hasta la celebración del comité regional. 

Por lo pronto, el tono de enfado con el que el PSOE se viene empleando a raíz de la moción de censura en Granadilla ha tenido la virtud de convertir a CC en un compungido y arrepentido socio político que parece a punto de pedir perdón por haber sido tan ruinito. De hecho, ha vuelto a sugerir la revisión del pacto en los municipios y preservar de la ruptura el gobierno regional, algo que a priori podría generar incluso más inestabilidad política. Mientras y según se ha deslizado ya subrepticiamente, los socialistas parecen estar empezando a plantearse cómo elevar considerablemente el precio que tendría que pagar CC si quiere mantener el acuerdo político actual. Más áreas de poder y más dinero en los próximos presupuestos autonómicos para las consejerías socialistas, empezando por la vapuleada sanidad pública, serían parte del peaje a abonar por los nacionalistas para mantener el pacto. 

Todo parece que dependerá finalmente de si el PSOE quiera hacer valer su dignidad como fuerza política que no se deja "torear" - Julio Cruz dixit -  o si prefiere poner por encima de ese principio determinados intereses personales, tanto económicos como políticos. Lo cierto es que para que las quejas de los últimos días fueran creíbles, el PSOE debió haberse ido ayer a la oposición en lugar de alargar la incertidumbre sobre la estabilidad política de las islas en un extraño ejercicio de decir una cosa y hacer la contraria. No es creíble decir que el pacto está roto y no obrar en consecuencia, porque eso es lo mismo que irte sin irte o quedarte pero marcharte. O una cosa o la contraria, o sorber o soplar. 

El PSOE entra en barrena

A la hora de escribir este post ignoro si Pedro Sánchez presentará la renuncia como secretario general del PSOE, aunque no parece que tenga otra salida. La dimisión esta tarde de la mitad de la ejecutiva federal es un obús en la línea de flotación de la estrategia del debilitado dirigente socialista que abre un boquete imposible ya de taponar. Aunque uno empieza a estar curado de espanto ante la capacidad de Sánchez para aferrarse a la secretaría general, atrincherarte al frente del partido cuando no te apoya ni la mitad de la dirección sería una actitud infinitamente más irresponsable que el congreso extraordinario que el lunes se sacó de la manga para no asumir las consecuencias derivadas de los penosos resultados de las últimas citas electorales. 

Sánchez, en sus horas más bajas como político y seguramente en las últimas como máximo dirigente del PSOE, ha perdido claramente el pulso con los barones y ha terminado provocando una profunda división en el seno del primer partido de la oposición de este país, cuando es muy probable que los españoles seamos llamados a votar por tercera vez en un año. No me cabe la menor duda de que en el PP y en Podemos deben estar haciendo cálculos a esta hora de cuántos escaños más van a obtener en las próximas elecciones ante la desastrosa situación interna que se vive en un PSOE camino de pasar a estar dirigido por una comisión gestora. 

Son múltiples las causas que han llevado al partido y a su todavía secretario general a esta situación de fractura interna, pero una de ellas y no la menos importante es el propio Sánchez. Es cierto que se ha topado con los viejos rockeros del partido, poco dados a experimentos políticos salvo que sean con gaseosa. Sin embargo, Sánchez no ha tenido la mano izquierda que era imprescindible para atraerse a sus posiciones a la vieja estirpe de la que forman parte Felipe González o Alfonso Guerra, que lo fueron todo en el PSOE, y a la que se une el estamento nobiliario de los barones territoriales de los que dependen los principales graneros electorales socialistas. 


Ha preferido actuar como elefante en cacharrería, pisando callos en las federaciones más importantes del PSOE como la andaluza y proponiendo triples saltos mortales sin red para desatascar la gobernabilidad del país. Cuando el comité federal del partido, máximo órgano decisorio entre congresos, puso reparos a sus planteamientos los ignoró y recurrió al apoyo de los militantes para no dar su brazo a torcer. Esa finta, que ahora parece dispuesto a repetir si el comité federal no autoriza el congreso extraordinario, puso de evidencia que su máximo objetivo no era volver a hacer del PSOE un partido renovado pero fiel a sus esencias y capaz de disputarle el gobierno a la derecha. 

Era, sobre todo, escudarse en la militancia para mantener la secretaría general a toda costa con la indisimulada esperanza de acceder algún día a La Moncloa. Las grandes cuestiones que tenía y tiene que resolver el socialismo español - cómo hacer sostenible el estado del bienestar, cómo responder al populismo emergente, cómo resolver las tensiones territoriales o cómo diferenciar tu discurso económico del que sostiene el neoliberalismo - han quedado en el limbo a la espera de tiempos mejores. Ha preferido empezar la casa por el tejado y consolidar su poder personal antes que el poder de atracción del PSOE para unos electores en desbandada hacia la abstención o hacia otras formaciones políticas. 

Ese poder está hoy bajo mínimos porque la persona en cuyas manos recayó la responsabilidad de volver a hacerlo valer lo ha dilapidado, mientras el tejado por el que ha querido iniciar su obra está a punto de caerle sobre la cabeza. Como ya comenté en otro post hace unos días, el PSOE es un partido fundamental para la estabilidad política del sistema democrático español; por eso, la situación por la que atraviesa no debería alegrar a nadie, ni siquiera a sus rivales políticos por mucho que se puedan beneficiar de la misma. Ahora bien, es el PSOE, sus militantes y sus dirigentes, los que tendrán que decidir cómo quieren salir de esta debacle para volver a presentarse ante los españoles como un partido en el que sea posible confiar. 

Arde Granadilla

De nada sirvieron anatemas y expedientes de fulminante expulsión en diferido: los concejales de CC en Granadilla no sólo no retiraron la moción contra el socialista González Cejas y no sólo no fueron expulsados del partido por no hacerlo, sino que la llevaron al pleno y la sacaron adelante con el inestimable apoyo del PP y Ciudadanos. Para el PSOE estamos ante la mayor traición política desde que Bruto hundió su puñal en el viente de Julio César por acabar con la república. El PSOE con lo que quiere acabar de inmediato es con el cascado pacto en cascada que firmó hace algo más de un año con CC augurándole entonces larga vida y muchos éxitos. Lo dice otro Julio, de apellido Cruz y secretario de organización de los socialistas canarios por más señas. Él es quien más portavocea en el PSOE canario dado que al secretario general no se le escucha decir nada desde la última glaciación ni es probable que volvamos a escuchar su voz antes de que se fundan definitivamente los polos.

A la tambaleante situación en la que se encuentra en estos momentos el mentado pacto político se ha llegado después de una rocambolesca sucesión de hechos que requerirían varios post para contarlos y no es cuestión. Más allá de si hubo o no un un acuerdo verbal o por escrito entre Julio Cruz y el secretario de CC, José Miguel Barragán, para abortar la moción a través de unas extrañas renuncias de concejales en Granadilla, lo que se pone de manifiesto por enésima vez es el fracaso de acuerdos políticos impuestos con calzador y que a la postre se terminan empleando para desestabilizar al rival. Eso para empezar porque, para continuar, de lo que los ciudadanos ya estamos ahítos es de que estos churriguerescos episodios de campanario pongan patas arriba la estabilidad política y afecten a la gestión y a la solución de nuestros problemas. 


No sé si el PSOE terminará rompiendo el pacto en todos los ámbitos o se limitará a declararle la guerra a CC allí en donde pueda hacerle daño, como el ayuntamiento de La Laguna, manteniendo al mismo tiempo el acuerdo regional. Aunque parece poco menos que imposible que eso pueda funcionar, eso es precisamente lo que propone ahora una compungida CC, tal vez preocupada de que la indisciplina más o menos tolerada de sus concejales en Granadilla desemboque en una crisis política mucho más profunda de lo previsto en un primer momento por quienes la idearon y planificaron, convencidos seguramente de que no habría problema en meterle otro gol por toda la escuadra al PSOE. Ocurre, sin embargo, que los nacionalistas no cuentan en estos momentos con la mínima autoridad política exigible para hacer propuestas como esa, después de remolonear durante días con una expulsión que iba a ser fulminante y que ha quedado en un mero expediente disciplinario. José Miguel Barragán, que prometió abandonar la secretaría de CC si triunfaba la moción, aún no ha dicho si cumplirá la promesa.

En otras palabras, no parece que haya habido en las filas nacionalistas una voluntad decidida de parar una moción de censura que ahora pone en cuestión la estabilidad del mismísimo gobierno regional, como si los problemas de este archipiélago debieran pasar a un segundo plano durante semanas y puede que meses mientras los partidos se enfrascan en sus juegos de tronos. El presidente autonómico Fernando Clavijo no es hombre dado a meterse en jardines partidistas y prefiere mantener su perfil institucional. Sin embargo, eso no le impide ser el secretario de CC en Tenerife, la organización que supuestamente nunca supo ni autorizó la moción de Granadilla. Debería hacer una excepción y, en su condición de dirigente cualificado de CC, explicar por qué los concejales de su partido en ese municipio han incumplido un acuerdo con el PSOE que lleva su puño y letra y qué piensa hacer al respecto. 

Por su parte, el PSOE debería explicar también por qué está dispuesto a romper el pacto a raíz del triunfo de la moción en Granadilla y no lo ha hecho a pesar de las duras críticas de sus socios de CC a la gestión de los consejeros socialistas del Gobierno, la última al titular de Sanidad. ¿Cabe deducir que para el PSOE es más importante y trascendental mantener una alcaldía que defender su propia gestión en un servicio público como el de la sanidad? La salida de esta situación me temo que no está escrita pero debería producirse lo antes posible: si el PSOE entiende que se ha colmado el vaso de su paciencia que recoja sus cosas y pase a la oposición y que CC busque nuevos socios en el arco parlamentario, en donde tiene un amplio abanico en el que elegir. Ni puede Canarias ni nos merecemos los canarios continuar asistiendo a broncas políticas como la presente que poco o nada tienen que ver con los auténticos problemas de estas islas. 

La huída de Sánchez

Casi 5,5 millones de ciudadanos votaron el pasado 26 de junio por el PSOE en las segundas elecciones generales en seis meses. No me cabe la más mínima duda de que la gran mayoría tuvo en cuenta, además de otras consideraciones sobre la coyuntura política concreta, que el PSOE representa un referente político ineludible para este país. Su trayectoria histórica y su experiencia hicieron de este partido un protagonista de primera línea de esa transición política que algunos imberbes de hogaño pretenden arrojar ahora al cubo de los desperdicios históricos. 

Lo que resulta más significativo es que esos 5,5 millones de electores socialistas del 26J fueron 100.000 menos que en la anterior cita del 20 de diciembre de 2015, que a su vez fueron 1,5 millones menos que el 20 de noviembre de 2011 y que a su vez fueron 4 millones menos que en las del 9 de marzo 2008. La progresión a la baja de los socialistas en las cuatro últimas citas generales con las urnas se ha agudizado más si cabe este domingo con la debacle inapelable en las autonómicas gallegas y vascas. 


En Galicia el PSOE ha pasado de ser segunda a tercera fuerza política y en el País Vasco de tercera a cuarta posición. Aunque es seguro que los ciudadanos gallegos y vascos votaron pensando más en la estabilidad política de sus respectivas comunidades autónomas que en clave nacional, no por ello es menos aplastante la derrota socialista en estos dos territorios. Así y todo, a la hora de escribir este post no hemos escuchado aún a su líder, Pedro Sánchez, emitir una autocrítica en voz alta ni al menos amagar con la posibilidad de asumir la responsabilidad de quien lidera un partido que cosecha derrotas electorales de manera consecutiva. 

Lejos de eso, ha anunciado Sánchez su intención de convocar un congreso extraordinario del PSOE para los primeros días de diciembre, previas primarias el 23 de octubre a las que, por supuesto, tiene intención de presentarse. La huída de Sánchez hacía no se sabe dónde se ha encontrado ya con las previsibles críticas de la federación andaluza que lidera Susana Díaz, aunque no es la única a la que la decisión de convocar un congreso extraordinario antes de saber si habrá que volver a las urnas por tercera vez le parece un dislate. 

Y lo es, porque cuando apenas falta un mes para que expire un nuevo plazo para formar gobierno o convocar las terceras elecciones, sacarse de la chistera un congreso extraordinario es de una frivolidad irresponsable que no cabía esperar del líder de un partido como el PSOE. Si Sánchez creyera de verdad en la posibilidad de encabezar un gobierno alternativo al que pueda presidir Rajoy debería estar buscando mañana, tarde y noche los apoyos que sigue sin tener y que salvo milagro nunca tendrá. 

Como en realidad no cree en absoluto en esa opción y tampoco está dispuesto a dar marcha atrás en su "no es no" a Mariano Rajoy y al PP, opta ahora por lanzar la pelota hacia adelante con un congreso extraordinario cuyo único objetivo parece ser amarrarse a la secretaría general para los restos y garantizarse una nueva candidatura a La Moncloa en las cada vez más cercanas terceras elecciones generales. 

El liderazgo personalista y egocéntrico de Sánchez no sólo pone en riesgo el futuro inmediato de su partido sino la estabilidad democrática de este país. Frente a la derecha más carpetovetónica y la izquierda de tabla rasa se hace imprescindible un PSOE  que sea capaz de recuperar el discurso y el espacio político que ha ido perdiendo en los últimos años más por sus reiterados errores que por los aciertos de sus rivales. Lo que empieza a resultar cada vez más evidente es que Pedro Sánchez no es el dirigente llamado a liderar esa recuperación. 

"Las hojas muertas"

Hoy quiero recuperar una sección del blog hace mucho tiempo aparcada, las "Músicas para una vida", esas canciones que cuando las escuchas por primera vez con un poco de atención te atrapan para siempre. Me pasa con todas las que he ido subiendo al blog y también con la que subo hoy.

"Les feuilles mortes" (Las hojas muertas), es una canción francesa escrita en 1945 por Jacques Prévert con música Joseph Kosma. La hizo popular el actor y cantante Ives Montand y no tardó en convertirse en un "standard" del jazz del que existen innumerables versiones bajo el título de "Autum Leaves" (Hojas de Otoño). Requiere un poco de concentración y mente abierta para disfrutar de su poesía y de su música triste y melancólica.



Granadilla: una expulsión en diferido

Para tener carácter extraordinario y efectos casi fulminantes, la expulsión de los concejales de CC en el ayuntamiento tinerfeño de Granadilla se está pareciendo cada vez más a una expulsión en diferido o a cámara lenta. Los que estén puestos en la siempre entretenida política canaria ya sabrán que me refiero a la gamberrada de los chicos de CC en ese ayuntamiento en el que gobierna años ha un socialista llamado Jaime González Cejas. Los de CC, con el apoyo siempre desinteresado del PP y la leal colaboración de Ciudadanos, le endilgaron hace ya más de una semana una moción de censura con el argumento de que está imputado judicialmente; a eso añadieron, para hacer bulto y llenar un par de folios más, la habitual retahíla de que el pueblo anda manga por hombro, que nadie mueve un papel en el ayuntamiento y que ni agua para las palomas hay en la plaza. 

Fue presentarla y arder Troya en el PSOE: deslealtad e incumplimiento fueron los palabros de inmediato disparados ante los medios, junto a la exigencia de "revertir" ipso facto tamaña trastada y falta de respeto al pacto regional, y dos piedras, que nos tiene a todos con dolor de cabeza desde hace ya más de un año. Se puso a la tarea de arreglar el estropicio el siempre conciliador Barragán, secretario de los nacionalistas, que de inmediato advirtió a sus levantiscos compañeros de Granadilla que debían retirar  la moción en 24 horas so pena de ser expulsados a las tinieblas exteriores del transfuguismo.

Nos sentamos todos a esperar que llegara la hora terrible del juicio final para los concejales de CC cuando de manera más bien poco inesperada les salió un valedor: la dirección de su partido en Tenerife, que exigió que se escucharan los argumentos de los censurantes antes de darles el pasaporte. De paso pidieron al PSOE - por pedir que no quede - que exigiera la renuncia de González Cejas con el argumento de que, total, en cualquier momento se le abrirá juicio oral por sus imputaciones y siempre es mejor irte en lugar de que te echen en aplicación del código ético y otras dos piedras. 


El PSOE no transigió y el tiempo siguió pasando hasta que llegó la hora del Apocalipsis para los revoltosos concejales granadilleros. Y - como dicen los redichos - cuál no sería nuestra sorpresa cuando nos enteramos de que, después de haber sido escuchado y rechazado su pliego de descargo, habían sido expulsados " provisionalmente ", hallazgo político que merece pasar inmediatamente a la historia universal de los eufemismos más desopilantes. 

No se vayan, que aún hay más: a pesar de que ya se habían escuchado sus argumentos, la dirección les ha dado otras 24 horas - tic-tac, tic-tac - para que aleguen de nuevo contra la "expulsión provisional". Será en la reunión que la dirección suprema de CC celebrará mañana cuando - supuestamente - se tomará la definitiva, postrera, inapelable e impepinable decisión de enseñarles la puerta de salida del partido; eso o abrir un nuevo periodo para que lo mediten bien en un convento cartujo con todos los gastos pagados. 

Mañana veremos pues si se impone la intención de Barragán de echar a los concejales piromanos del pacto, aunque sea por entregas y en cómodos fascículos, o la de CC en Tenerife, partidaria seguramente de erigirles un monumento conmemorativo en la plaza mayor si consiguen hacerse con un ayuntamiento históricamente socialista y del que, junto a otros del sur de Tenerife, se alimenta la fuerza política de la mismísima número dos del Gobierno regional, Patricia Hernández, del PSOE por más señas. 

El asunto no es menor porque quien dirige la formación nacionalista en Tenerife es también quien preside el Gobierno de Canarias gracias al pacto con el PSOE. Hay quien piensa en CC que se ha ido demasiado lejos en la presión sobre los habitualmente dóciles socialistas y temen que si el acuerdo se rompe se acabe la vida regalada y haya que buscar aliados probablemente mucho menos receptivos. A eso hay que sumar que Barragán ha advertido de que entregará los bártulos de secretario general si la moción prospera, con lo que CC podría acabar haciendo un pan como unas tortas. Veremos en las próximas horas cómo lo arreglan y cómo salen de esta. En última instancia, seguramente todo dependerá de si la amplia capacidad de aguante del PSOE está realmente agotándose o de si lo suyo es sólo otra llantina porque el amigo abusón le ha birlado otro ayuntamiento. Continuará...

¿Qué quiere Sánchez?

Advertencia previa: no busquen en este post respuesta a la pegunta que le da título. Soy el primero que ignoro cuáles son las intenciones de líder del PSOE y tengo para mi que él tampoco las conoce con certeza. Lo he dicho en varias ocasiones pero tengo la imperiosa necesidad de decirlo una vez más: los españoles no nos merecemos el bochorno político por el que estamos pasando desde hace nueve meses - esto parece un tortuoso embarazo - y con riesgo de que se extienda hasta más allá de este año. No diré que Sánchez sea el único responsable del estancamiento político pero sí es uno de los principales. Su enrocamiento numantino en el "no" a Rajoy y al PP desde el día siguiente a las elecciones del 20 de diciembre de 2015, casi desde la noche de los tiempos, es una de las causas de que este país haya ido dos veces a las urnas en seis meses y esté a las puertas de ir por tercera vez en menos de un año. 

Rajoy es un político tan carente de cualquier tipo de credibilidad que no se merece el apoyo que ni siquiera se molesta en buscar; vive en su nube de fuerza más votada y da por supuesto que el resto debe rendirse a sus plantas de forma incondicional. Sin embargo, nadie le ha pedido a Sánchez que haga tal cosa,  en cuyo caso habría estado de sobra justificado el "no" más rotundo. Lo que se le ha pedido es que facilite la conformación de un gobierno que atienda de una vez las cuestiones que este país tiene pendientes desde hace casi un año. 

Podía haber exigido al PP que sacara a Rajoy de la escena política y propusiera otro candidato a la Moncloa  a cambio de pestar apoyo parlamentario a un gobierno que estaría obligado a realizar las reformas que se le exigieran para no quedarse en minoría. Tenía - y aún tiene en su mano - gobernar este país desde el Parlamento con el muy probable apoyo de otras fuerzas del arco político. Ni siquiera se ha molestado en explorar esa vía encastillado en un "no" poco responsable, que abre las puertas a nuevas elecciones y que no deja precisamente bien parado su sentido de Estado y la conveniencia de anteponer el interés general al partidista. 


Ahora, casi un mes después de que fracasara la investidura de Rajoy, ha tenido a bien convocar una reunión ordinaria del Comité Federal del PSOE para una semana después de las elecciones vascas y gallegas de este domingo, como si el país anduviera sobrado de tiempo para más juegos florales. Reunión que, por otro lado, debió haber tenido lugar inmediatamente después del pleno de investidura para determinar la estrategia política a seguir a partir de aquel momento. En lugar de eso inició una ridícula ronda de contactos telefónicos con otros dirigentes políticos sin ni siquiera postularse para la investidura y cuyos resultados tangibles aún estamos esperando que nos explique a los ciudadanos. 

A partir de ahí ha dedicado todo el mes de septiembre a pedirle a Podemos y a Ciudadanos el imposible de que retiren sus vetos recíprocos con la indisimulada esperanza de conseguir la cuadratura del círculo de ser investido presidente de un gobierno modelo jaula de grillos. Ya ha filtrado su guarda de corps que irá al Comité Federal a proponerse como candidato a la investidura, no se sabe muy bien con qué apoyos. Susana Díaz le ha recordado que no se puede gobernar con 85 diputados y unos cuantos barones le están aguardando en la bajadita como se le ocurra presentarse con el apoyo de los partidos independentistas catalanes. En cuyo caso puede que no dude Sánchez en fintar de nuevo al Comité y usar el comodín del público convocando a las bases del PSOE para que respalden su apuesta por un imposible político. 

Todo lo cuál me lleva de nuevo al título de este post: ¿qué quiere en realidad Sánchez? Por ensayar sólo un par de hipótesis, uno diría que quiere ser presidente del gobierno "le cueste lo que le cueste" a él, a su partido y a este país, y eso incluye si es necesario unas terceras elecciones y, ya puestos, unas cuartas, etc. Y me aventuraría también a decir que quiere seguir mandando en el PSOE, aunque hasta la fecha su liderazgo se salde con resultados electorales cada vez peores, con permiso de lo que ocurra el domingo en Galicia y en el País Vasco. Puede que él y sus allegados en la dirección socialista piensen  todo lo contrario pero, si lo que Sánchez quiere es hacer del PSOE una fuerza políticamente irresponsable y residual, va por el mejor de los caminos.  

Podemos: ser o no ser

Errejón e Iglesias se han lanzado en las últimas horas unos cuanto mandobles dialécticos a través de las redes sociales que los modernos no dudarían en calificar de "virales". La cuestión de fondo parece ser qué quiere ser Podemos de mayor, si un partido que inspire miedo entre los malos malísimos o amor y cariño entre quienes piensan en el diablo con cuernos cuando ven o escuchan a Iglesias. De la primera opinión es el líder supremo y de la segunda el confundador y secretario político Errejón. Aquel defiende que para alcanzar el cielo hay que meter miedo a los corruptos y este que el camino es ganarse a quienes no se fían de Podemos ni de sus aviesas intenciones.

A nadie se le oculta a estas alturas que lo que en realidad se ventila con esta discusión en la plaza pública no es otra cosa que la manera más segura de conseguir el sorpasso que daban por hecho en junio y que aún se preguntan cómo se les escapó de entre las manos. Aunque tengo para mi que se impondrá la línea dura de Iglesias, ni entro ni salgo, allá se las compongan los dirigentes de Podemos, sus círculos o lo que quede de ellos y sus votantes con lo que quieren ser y cómo quieren actuar en el futuro más o menos inmediato. 

Ahora bien, como ciudadano que cree en la democracia con todas sus imperfecciones, sólo confío en que, sea cual sea la estrategia que al final se imponga, el desprecio por la casta no se traduzca en la misma actitud ante el menos malo de los sistemas políticos conocidos y ensayados a lo largo de la Historia. Esto implica la obligación de no considerarse en poder de la verdad absoluta, de respetar las ideas de los demás y de aceptar que la función de un partido democrático es, nada más pero nada menos, que servir de cauce a las aspiraciones de aquella parte de la sociedad a la que representa. Lo que da sentido a la palabra democracia, para algunos inventores de la "nueva política" mero sinónimo de casta, es precisamente la confluencia de las diferentes aspiraciones y voluntades sociales expresadas en la participación democrática a través de los partidos. Con eso, que no es poco pero es lo mínimo que cabe exigir de un partido político en un sistema democrático, me daría por satisfecho. 

Con todo y al margen del debate estratégico sobre cómo puede Podemos relegar al PSOE a tercera fuerza política nacional, lo que más me ha llamado la atención es el empleo de las redes sociales para airear las diferencias estratégicas entre Iglesias y Errejón, que es como decir entre las dos corrientes principales de Podemos, algo de lo que se vanagloria el primero. Aunque en los últimos años se ha avanzado algo en participación democrática en la vida interna de los partidos políticos, lo habitual es que este tipo de asuntos se diriman en cenáculos más o menos oscuros y en función a veces de no menos oscuros intereses en los que no suele entrar mucha luz de la calle. 

Podría pensarse que Podemos ha hecho una valiosa aportación a la transparencia de la actividad interna de los partidos políticos al tener la valentía de lanzar a los cuatro vientos las discrepancias entre sus dirigentes, haciendo partícipes de ellas al conjunto de la sociedad. Pero podría ser también - y esto no excluye por completo la razón anterior - que Podemos esté necesitado de recuperar la atención mediática que tuvo en la pasada legislatura cuando pudo ser parte de la solución y se convirtió en parte del problema. 

Ahora, en una situación política en la que Pablo Iglesias y los suyos aparecen más desplazados del centro del escenario político, puede que hayan visto la necesidad de recurrir al viejo truco de que hablen de uno aunque sea mal, sobre todo si se olfatean elecciones en el horizonte. Y, además, tampoco vamos a descubrir ahora el amor por los platós de televisión y las dotes para el show mediático y el postureo desplegadas por Pablo Iglesias y otros dirigentes de Podemos antes y después del bebé de Carolina Bescansa.

Los fallos de un fallo

En medio de la modorra política en la que sestean los partidos como si no llevaran cerca de un año mareando a las perdices y a los ciudadanos, el Tribunal Europeo de Justicia se acaba de descolgar con una sentencia que, ante tanta falta de novedad, ha puesto sobre la mesa el debate de las indemnizaciones por despido en España. Lo malo del fallo es que falla demasiado por lo poco claro e impreciso, defectos estos de los que deberían huir los jueces como los gatos del agua caliente. 

En síntesis dice que, no por ser trabajador interino y español tu empresario te puede dar el pasaporte sin pagarte un euro. Dicho de otro modo, que la duración del contrato laboral no es excusa para discriminar a los trabajadores en el pago de la indemnización. La sentencia es un obús en la línea de flotación de la legislación laboral española y ya tiene a los empresarios haciéndose cruces y criticando a los jueces. Sin embargo, la decisión judicial abre más interrogantes que los que cierra y de ahí que los empresarios, los sindicatos, los partidos y los expertos hayan hecho su propia lectura acercando el ascua a su respectiva sardina. 

Si partimos de la base de que el fallo trae causa de la denuncia de una trabajadora interina española despedida sin indemnización, podría pensarse que sólo afectaría a los interinos, que no cobran nada cuando son despedidos. Rápidamente y aunque no se precisa este extremo, se ha concluido que también afecta para bien a los trabajadores temporales, que son legión en España y que cobran 12 días de indemnización por año trabajado frente a los 20 días de los de contrato indefinido. En consecuencia, sindicatos y partidos de izquierda han coincidido en que las indemnizaciones deben igualarse todas por arriba, es decir, que se paguen 20 días tanto si el contrato es interino, temporal o indefinido. 



La cuestión es que la sentencia no hila tan fino y ni siquiera plantea que España deba adaptar su legislación a lo que se establece en ella, algo que Fátima Báñez sabrá agradecer como se merece a la Virgen del Rocío. Ello no evitará que los jueces españoles tengan en cuenta el parecer de sus colegas comunitarios cuando se encuentren en casos similares al de la trabajadora interina que denunció su despido a coste cero.

Para algunos expertos, el principal fallo del fallo judicial es su aparente ignorancia de una economía como la española que, por sus propias características de estacionalidad, requiere mano de obra temporal en lugar de indefinida en sectores de la actividad como la agricultura o los servicios. Siendo sin duda loable la intención del Tribunal de eliminar discriminaciones laborales sin fundamento alguno, dicen estos expertos que el fallo puede llevar a los empresarios a pensárselo dos veces antes de firmar un contrato temporal con un trabajador si a la hora de la extinción debe indemnizar como si fuera indefinido.

Los cambios a los que debería dar lugar esta imprecisa sentencia tendrían que eliminar cuanto antes cualquier agravio comparativo injustificado entre trabajadores de primera y de segunda según su contrato, igualando las indemnización por despido en 20 días a que tienen derecho en la actualidad los empleados fijos. Esto no tiene porque afectar negativamente a la contratación en los sectores que por su estacionalidad seguirán precisando mano de obra temporal para desarrollar su actividad. Si lo que se esconde detrás las críticas empresariales a la sentencia es el deseo de que se implante el despido gratis total deberían decirlo sin tapujos, aunque tampoco creo que fuera una novedad para casi nadie. 

Refugiados en las palabras

Nueva York acoge hoy y mañana la mayor concentración por metro cuadrado vista en mucho tiempo de jefes de estado y de gobierno de todo el mundo. Se dan cita en la primera asamblea mundial sobre los refugiados convocada por la ONU y, me apuesto lo que quieran, a que todos han llegado con discursos llenos de promesas y buenas intenciones de las que la inmensa mayoría se olvidara en cuanto acabe mañana la reunión y tomen el avión de vuelta a casa. La inutilidad de este tipo de reuniones de "muy alto nivel" ha quedado contrastada en numerosas ocasiones, pero aún así se siguen celebrando y generando gastos millonarios con los que se podrían pagar la educación, la sanidad y el cobijo de un buen número de los refugiados que tanto preocupan hoy y mañana a los llamados líderes mundiales. 

No es por echarle agua al vino pero, si países relativamente ricos y prósperos como los de la Unión Europea han actuado de manera tan torpe con la mayor crisis humanitaria vivida en este continente después de la Segunda Guerra Mundial, no me imagino qué puede esperarse de países pobres y envueltos en conflictos bélicos o sociales o de ambos tipos como el Líbano, que acoge a más refugiados que toda la Europa comunitaria. A la ONU se le presume la buena voluntad convocando esta cumbre pero poco más: su capacidad ejecutiva es nula como ponen de manifiesto los innumerables incumplimientos de sus resoluciones. 


En una cuestión como la de los 65 millones de seres humanos desplazados de sus hogares por la guerra o el hambre, sólo los gobiernos, trabajando de forma coordinada, tienen posibilidades reales de afrontar el drama con alguna garantía de éxito. Primero y ante todo, erradicando las causas que obligan a decenas de miles de personas a dejarlo todo tras de sí cada día, ya no solo para buscar una vida mejor sino para poner a salvo la única que tienen. La guerra o el hambre no son castigos caídos del cielo cual plagas bíblicas, tienen causas históricas, económicas y políticas perfectamente identificables que, mientras no se extirpen, harán inútil cualquier esfuerzo para resolver el problemas por bien intencionado que sea. 

En realidad, el drama global de los refugiados es la respuesta lógica y casi previsible de una parte del mundo explotada y esquilmada por la otra parte. Y esa otra parte, la que debería desvelarse buscando cómo resolver la situación generada por su codicia, es la que opta en cambio por parapetarse tras muros y vallas, fomentar la xenofobia y el racismo y enviar policías a las fronteras como si fuera posible ponerle puertas al campo. Gestionar los flujos migratorios y de refugiados que huyen de la guerra o que buscan una vida mejor y hacerlo respetando sus inalienables derechos humanos requiere mucho más que una cumbre de veinte y cuatro horas en la ONU llena de buenas intenciones y promesas vacías de contenido. 

Requiere, por ejemplo, un gran acuerdo global de carácter vinculante similar a los que se han firmado en las cumbres mundiales sobre el clima, mejorables sin duda pero que, el menos, obligan a quienes lo suscriben. Sus objetivos deberían ser actuar contra las causas que provocan el éxodo humano masivo que se vive en determinadas regiones del mundo y ordenar y encauzar de manera legal y generosa un problema humanitario que en mayor o menor medida afecta a casi todo el planeta. Por desgracia, no es difícil adelantar que esta cumbre de la ONU no pasará de ser poco más que un gran lavadero de conciencias y una gran oportunidad perdida para que quienes tienen la posibilidad de mejorar las condiciones de vida de millones de personas, dejen de refugiarse en las palabras y pasen por fin a los hechos. 

Hipocresía y corrupción

Mientras los dirigentes políticos sigan viendo la corrupción como un problema que afecta sólo a los demás partidos pero no al propio será imposible avanzar en su erradicación. En España estamos tan acostumbrados - también los ciudadanos de a pie -  a ver la viga en el ojo ajeno y la paja en el propio que somos incapaces de observar la realidad con un mínimo de ecuanimidad. El eterno "y tu más" que tanto gusta emplear a los partidos para tirarse a la cara la corrupción política, se ha convertido así en una rémora que retrasa la aplicación de medidas eficaces y de amplio consenso para acabar con unas prácticas que generan alarma social y un peligroso desafecto político entre los ciudadanos. 

En un país en el que la corrupción se previniera de forma eficaz y se castigara con ejemplaridad a quienes se lucran a costa de los recursos públicos, es muy probable que nos estuviéramos ahorrando el bochornoso debate sobre si Rita Barberá debe renunciar a su acta como senadora. Del mismo modo, sería poco probable que medio PSOE en peso hubiera salido a defender la "honestidad"  de Manuel Chaves y José Antonio Griñán después de la petición formal de penas por parte de la Fiscalía Anticorrupción por el escándalo de los ERE. Bien es cierto que hay diferencias entre ambos casos: en el de Barberá estamos ante un posible delito de blanqueo de capitales y en el de los ex presidentes andaluces ante todo un andamiaje administrativo pensado para desviar fondos públicos ante el que ambos pueden ser al menos responsables in vigilando y puede que de haber mirado para otro lado y dejar hacer. 


Pero más allá de esas diferencias, en ambos casos concurre la condición de cargos públicos de los implicados cuando cometieron presuntamente los delitos de los que se les acusa. Es cierto que Chaves y Griñán asumieron su responsabilidad política y abandonaron la vida pública, aunque para ello se hizo casi necesario emplear aceite hirviendo y las amenazas de Ciudadanos de no hacer a Susana Díaz presidenta de la Junta de Andalucía. La ex alcaldesa de Valencia, en cambio, se dispone a parapetarse tras "su" escaño en la cámara alta de la que no será posible desalojarla mientras no sea inhabilitad judicialmente o se celebren nuevas elecciones autonómicas en su comunidad. 

A pesar de lo que dice la Fiscalía en su escrito de acusación, el PSOE defiende que sus presuntos corruptos son en realidad unos "honestos" servidores públicos y Rita Barberá una corrupta irredimible que mancilla el honor del Senado con su presencia. El PP, en cambio, ve en Chaves y Griñán la manifestación del maligno con rabo y cuernos y en Barberá una entrañable señora con bolso que le haría un favor si se fuera a su casa pero a la que tampoco quieren expulsar a empellones de "su" escaño. De ambas posturas se deduce que los hasta hace poco grandes partidos de este país siguen sin querer comprender que la corrupción pública puede tener muchas caras pero un sólo objetivo: llevárselo crudo o facilitar que otros se lo puedan llevar. 

En los dos casos es igual de condenable moralmente y punible legalmente, tome la forma que tome, sean quienes sean los responsables y militen en el partido en el que militen. Sólo cuando sean capaz de asumir esa realidad, por dura e incómoda que sea desde el punto de vista político, se podrá empezar a luchar de verdad contra la corrupción acabando, por ejemplo, con los injustos aforamientos. Mientras esa lucha sea tan sólo un arma  arrojadiza entre los partidos, especialmente cuando se acercan elecciones, y no una verdadera prioridad de todos ellos y de la sociedad en su conjunto, seguiremos asistiendo a lamentables y bochornosos episodios de hipocresía política como los que hemos vivido esta semana.   

Un pacto muy cascado

El pacto de gobierno que mantienen Coalición Canaria y el PSOE en Canarias se parece cada día más a una pareja en la que la parte débil transige y aguanta para no quedarse en la calle y sin llavín y la fuerte abusa a placer de su posición de dominio. Sería muy aburrido, pero los incumplimientos, ninguneos y desplantes con los que la parte fuerte ha premiado la docilidad de la débil daría para varios posts. Casi desde el momento mismo de la firma del acuerdo en cascada, rodeado de la solemnidad y de las promesas de lealtad y durabilidad habituales en estos casos, los nacionalistas empezaron a saltárselo alegremente a la torera sin que sus socios hicieran algo más que elevar tímidas protestas siempre desatendidas. 

Se quedaron con gobiernos municipales e insulares que debieron compartir con sus socios de pacto y, aunque se comprometieron de puertas afuera a revertir esas deslealtades, de puertas adentro nada ha cambiado. Las rabietas en el PSOE se aparcaban hasta el siguiente incumplimiento y así sucesivamente. Cuando a los socialistas se les ocurrió birlarle a sus socios  alguna alcaldía de tercer orden como la herreña de La Frontera, los nacionalistas hicieron del hecho casus belli y les amenazaron con las siete plagas de Egipto si no reconducían la situación, cosa que hicieron de forma obediente y sin tardanza. En paralelo han aguantado hasta la fecha con un estoicismo digno de mejor causa las frecuentes críticas del propio presidente a la gestión de los consejeros socialistas del Gobierno, empezando por los públicos tirones de oreja que se ha llevado la mismísima vicepresidenta y de ahí para abajo la práctica totalidad de los miembros del PSOE en el Ejecutivo.


Mientras, los afortunados consejeros de CC son los únicos que no han merecido hasta el momento ningún reproche del presidente a su gestión, al menos en público. En muchas ocasiones, el presidente parece el crítico más mordaz y duro de una parte de sus propios consejeros a los que uno no entiende por qué no les envía el motorista si son tan zotes o porque estos siguen en el puesto como si las críticas fueran con otros. Por añadidura, cuando no es el propio presidente el que le afea la gestión a alguno de los miembros del PSOE en el Gobierno - véase el muy reciente caso sanitario - es otro presidente, el del Cabildo de Tenerife, el que toma el relevo en la estopa al socialista a ver cuánta es capaz de aguantar. 

Sobre las razones que explican estas desequilibradas relaciones políticas no hay mucho misterio: en estos momentos no hay en el PSOE canario liderazgo digno de ese nombre y con capacidad para hacerse respetar frente a las humillaciones políticas de las que es objeto. Puede ser porque en la oposición hace mucho frío o por no darle a su socio la satisfacción de que pueda abrirle la puerta a un señor palmero con barba y gafas que espera con impaciencia que llegue su oportunidad; lo cierto es que es casi un abuso del lenguaje decir que en el PSOE canario hay en estos momentos línea política definida y a lo que está ocurriendo con la futura ley del Suelo me remito.  

Ahora y para seguir acumulando incumplimientos, a la bronca por el gasto sanitario de los últimos días se acaba de sumar una moción de censura contra el PSOE en Granadilla (Tenerife) suscrita una vez más por CC. Los nacionalistas juran no estar detrás de la operación pero los socialistas quieren cabezas y amenazan con romper el pacto si no se las entregan en bandeja. Escuchando algunas declaraciones de hoy mismo pareciera como si por fin se hubieran cansado de ser el saco de boxeo en el que se entrenan los nacionalistas a diario, aunque de momento sólo lo parece. 

Lo que no es una apariencia sino una realidad contrastada es que el cascado pacto en cascada ha fracasado; entre otros motivos, porque en la política local importa más el nombre que las siglas y porque, a la postre, el acuerdo se ha convertido en una coartada para exigir a la otra parte que lo cumpla mientras tu lo incumples siempre que te conviene.

En un campo tan pantanoso y volátil como el de la política no es posible prever con precisión cuál puede ser la evolución de los acontecimientos. Sin embargo, en este caso, uno se atrevería a pronosticar que podríamos estar asistiendo a  una deliberada voladura a plazos de un acuerdo ya muy deteriorado e inestable. Sospecho que todo dependerá en buena medida de cuántos desplantes más sea capaz aún de aguantar la segunda parte contratante y del grado de impaciencia de la primera parte para cambiar de pareja de baile.