Sería un error que, influenciados por la larga y dura crisis económica y el cuestionamiento del modelo autonómico, concluyéramos que las tres décadas de autonomía que hoy cumple Canarias han sido en vano. En el parlamento que se constituyó el 30 de mayo de 1983 había una sola diputada, María Dolores Palliser, mientras que en el actual son veinte y cuatro, cerca de la mitad. Este simple dato sirve para poner de manifiesto el salto de gigante que ha dado Canarias en estos treinta años en este aspecto – la incorporación de la mujer a la vida política, social y económica de las Islas – y en otros muchos.
Canarias accedió a la autonomía por la vía general de las comunidades consideradas no históricas y ni tan siquiera contaba con la corta experiencia que habían atesorado Cataluña y el País Vasco durante la II República. Por ello, los sesenta parlamentarios que constituyeron la primera cámara legislativa canaria
se enfrentaban a un papel en blanco en el que estaba todo por escribir. Haciendo frente además a no pocas resistencias que veían en la autonomía un modelo político impostado frente a la experiencia y el prestigio de los cabildos insulares, aquellos parlamentarios y el gobierno regional de entonces
asumieron la tarea de sacar a Canarias de los niveles de atraso y abandono seculares que padecía el Archipiélago en ámbitos como la educación, la sanidad o las infraestructuras más elementales.
Las luces
Treinta años después nadie puede negar que el avance ha sido espectacular en todas y cada una de las islas, independientemente de si son menores o mayores: drástico descenso del analfabetismo, amplia red de centros educativos, dos universidades, centros de salud y hospitales homologables con los de cualquier otro país de nuestro entorno, modernas vías de comunicación y nuevos puertos o aeropuertos son algunos de los testigos de estos avances en términos de bienestar social para el conjunto de los dos millones de habitantes de las Islas.
Conseguirlo no ha sido fácil porque nada importante lo es. En demasiadas ocasiones ha habido que perseverar hasta la extenuación ante el gobierno central de turno para hacerle comprender la realidad singular de este archipiélago y la imprescindible necesidad de atender adecuadamente sus problemas peculiares. Fue esa insistencia la que permitió, por ejemplo, que el cambio de modelo de adhesión de Canarias a la hoy llamada Unión Europea – conseguido no sin una tenaz oposición por parte de los sectores más perjudicados – se hiciera a cambio de que las Islas recibieran de Bruselas un trato diferenciado por su lejanía e insularidad. Por eso, no deja de ser paradójico que en ocasiones se tenga la triste sensación de que los problemas particulares de este archipiélago se comprenden mejor en la lejana Bruselas que en la más cercana Madrid.
Las sombras
Pero no todo ha sido luz cegadora en estas tres décadas de la autonomía canaria. Ha habido y hay aún sombras, hoy mucho más agrandadas por la crisis. La economía canaria de estos treinta años ha cabalgado prácticamente a lomos de un único caballo llamado turismo que en gran medida guían manos externas a Canarias, que son también las que recogen la mayor parte de los beneficios. Los reiterados intentos de diversificar el modelo productivo y abrirlo a otras actividades capaces de generar un mayor valor añadido en las Islas como la investigación y la innovación nunca han terminado de cuajar.
El Régimen Económico y Fiscal, que debería de haber contribuido a ese objetivo, tampoco lo ha conseguido a pesar de contar con una herramienta tan potente en manos de los empresarios como la Reserva de Inversiones. Un mercado laboral sin la cualificación adecuada y una cierta cultura de la subvención y los beneficios fiscales han desincentivado en muchos casos el riesgo de la inversión y han limitado las enormes posibilidades de generación de riqueza y empleo de la economía canaria. Esas sombras, unidas a las políticas de austeridad suicida impuestas en la UE tras el estallido de la crisis, son las principales responsables de los altos índices de desempleo que sufre Canarias, cebados especialmente en las nuevas generaciones, con su reflejo directo en las tasas de pobreza y exclusión social.
En el plano político, con la modificación el Estatuto de Autonomía aparcada sine die, la reforma del sistema electoral canario sigue empantanada una legislatura tras otra perpetuando así un modelo de dudosa homologación democrática. La sana discrepancia política ya es casi imposible que desemboque en ningún tipo de consenso al imponerse los intereses partidistas coyunturales sobre el interés general de los ciudadanos. El diálogo de sordos y sin voluntad alguna de acercamiento en el que con excesiva frecuencia se emplean a fondo los actuales parlamentarios y dirigentes políticos, aleja a los ciudadanos de la vida pública y aísla a aquellos en su torre de marfil.
Treinta años después del primer parlamento autonómico canario aún resurge con cierta virulencia aunque esporádicamente el pleito insular que tanto daño hace a este archipiélago, por mucho que aún haya quienes vean en él una suerte de incentivo para la competencia entre islas. Tres décadas que nos dejan también una selva administrativa de cuatro niveles superpuestos y una aberrante confusión de competencias que desorienta y causa gastos y molestias innecesarios a ciudadanos y empresas en plena era de internet y las redes sociales.
El futuro
El futuro no está escrito, como no lo estaba tampoco para los sesenta diputados que constituyeron la primera cámara legislativa canaria hace treinta años. Sin embargo, conviene hacer algunas consideraciones al respecto. En pleno vendaval económico, con los servicios públicos esenciales de sanidad y educación amenazados tras el esfuerzo y el coste social y económico que ha supuesto ponerlos en pie, lo urgente es salvaguardarlos contra viento y marea. En paralelo hay que bregar a brazo partido en pro de la cohesión social cada día más deteriorada: no hay sociedad que resista durante mucho tiempo más los índices de paro y pobreza que sufre hoy Canarias por mucho que florezca la economía sumergida o las redes familiares amortigüen en parte el problema. Esas son tareas inaplazables por la gravedad de la situación.
En cuanto a las relaciones con el Gobierno del Estado, pocas veces antes tan tensas, se hace imprescindible, más allá de las declaraciones más o menos gruesas, tender vías de entendimiento sobre aspectos que son cruciales para el futuro próximo de este Archipiélago: los sondeos petrolíferos, un nuevo Régimen Económico y Fiscal y la corrección de la insuficiente financiación autonómica de los servicios básicos. Sin embargo, la conveniencia de asumir nuevas competencias en un escenario de crisis económica prolongando como el actual, puede esperar a tiempos mejores.
La identidad
Después de tres décadas de autonomía, la sociedad canaria parece aún perpleja ante su propia identidad como pueblo. Treinta años fomentando un tipismo decimonónico derivado de una sociedad rural idealizada – que, evidentemente, también forma parte de nuestra cultura - no parecen haber sido la mejor manera de que los ciudadanos naturales o residentes en estas Islas se hayan encontrado por fin a sí mismos. En días como hoy, en el que se celebra el nacimiento de la autonomía canaria, hay que instar a poner en valor otros aspectos no menos constituyentes de nuestra forma de ser, actuar y estar pero adaptados a la contemporaneidad de nuestra sociedad: los nuevos creadores artísticos, los investigadores, los profesionales destacados en todos los ámbitos o nuestras renovadas relaciones con un mundo abierto, globalizado y cambiante son sólo algunos de los elementos que no pueden pasarse más tiempo por alto en la fiesta de la autonomía.
Todo lo anterior conduce a la conclusión de que los treinta años de autonomía que hoy celebra Canarias representan la etapa más próspera de nuestra historia reciente. Las sombras no pueden ocultar las luces de este periodo pero tampoco podemos ignorarlas. De lo que se trata, y a eso deberemos dedicarnos todos los que amamos esta tierra y los que han asumido la responsabilidad de defenderla y mejorarla, es de borrarlas.