Que la reforma laboral se convertiría en una trituradora de puestos de trabajo era algo que solo el Gobierno y la patronal negaron cuando se aprobó. El aumento del paro – y subiendo – les está quitando la razón mes a mes y trimestre a trimestre a quienes pretendieron vender la reforma como una de las panaceas imprescindibles – “no hay otro remedio” - para salir de la crisis. El ajuste salarial a la baja que ha supuesto la reforma y la pérdida de derechos laborales de unos trabajadores atenazados por el miedo a perder el empleo, le ha permitido a España ganar competitividad cara al exterior – algo de lo que no para de presumir el Gobierno a falta de un argumento mejor - a costa de deprimir la demanda interna.
En paralelo, la interminable reestructuración del sistema financiero mantiene también congelado el crédito sin que nadie mueva un dedo para que, al menos los bancos que han recibido dinero público, destinen parte de esas ayudas a paliar la sequía de empresas y familias. En ese objetivo – que debería de ser una de sus principales preocupaciones - no está ni se le espera el Banco de España. Su gobernador, Luis Linde, prefiere meterse en jardines que no son de su competencia y dar consejos sobre el mercado laboral, siguiendo así la senda igual de torcida de su antecesor en el cargo, Miguel Ángel Fernández Ordóñez.
La última de las lindezas de Linde ha sido sugerir que se elimine el salario mínimo y se puedan hacer contratos al margen de los correspondientes convenios. A Linde – que debe tener alguna querencia hasta ahora desconocida por los dorados años de la esclavitud - le debe parecer un dispendio que haya trabajadores que cobren la exorbitante cifra de 645 euros mensuales o que sus condiciones laborales estén amparadas por un convenio colectivo. Acabar con eso es su receta mágica para resolver la ineficacia de la reforma laboral de la que asegura – y en esto acierta – que ni ha detenido la destrucción de empleo ni ha servido para crearlo.
Que semejantes consejos contra el paro los hubiese lanzado el presidente de la patronal – al que seguramente le han encantado las ideas de Linde – nos habría parecido hasta normal y lógico. Que lo haya hecho el gobernador del Banco de España merece la más absoluta repulsa. En primer lugar porque nada se le ha perdido a esa institución en asuntos tocantes a la regulación – o más bien desregulación – del mercado laboral. No es esa su función sino la de supervisar el sistema financiero, sobre el que, sin embargo, nada sensato y que ataña al interés general de los ciudadanos se le ha oído decir o hacer ni antes ni durante esta maldita crisis.
Cuando la burbuja inmobiliaria se hinchaba peligrosamente, no movió un dedo para desinflarla; cuando estalló, no se cansó de repetir que la salud del sistema financiero era envidiable; cuando los bancos vendían hipotecas con cláusulas abusivas, ni se inmutó; cuando esos mismos bancos empezaron a desahuciar a miles de familias, miró para otro lado; cuando miles de jubilados y pensionistas fueron engañados vilmente con el corralito de las preferentes y la deuda subordinada, hizo como que la cosa no iba con él; cuando un monstruo llamado Bankia salió a bolsa, aplaudió con las orejas; cuando los bancos cerraron el grifo del crédito, dio largas a la solución del problema que sigue igual de empantanado que el primer día.
De nada de lo que debería de haber estado pendiente porque era y es su cometido y su función lo ha estado el Banco de España que, sin embargo, sí se permite la licencia de pontificar sobre los males del mercado laboral de este país y ofrecer propuestas descabelladas e insultantes. Por sí aún había alguna duda sobre los intereses que defiende y ampara el Banco de España en esta crisis, las últimas lindezas de Linde las han despejado por completo.
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