Hasta los que más se
desgañitaron anoche con los goles y el triunfo de la selección española de
fútbol en la Eurocopa saben que esa victoria no tendrá ningún efecto sobre la
depauperada situación económica y social del país: ni hará que disminuya el
paro y la exclusión social ni servirá para que se reviertan los injustos
recortes laborales, educativos y sanitarios que nos han impuesto los mercados a
través del Gobierno.
No es menos cierto también
que todo colectivo social necesita de vías de escape a través de las cuales
liberar las tensiones que una situación tan difícil como esta genera. El poder
lo sabe y las utiliza a conciencia para desviar la atención de los ciudadanos
de los problemas cotidianos y evitar de ese modo que la tensión acumulada, que
es mucha, se vuelva contra él – panem y circenses lo llamaban los
romanos.
Sin embargo, más allá del
patrioterismo de mercadillo de cánticos tontorrones, banderitas, camisetas, gorritos
y pinturas pueden extraerse algunas enseñanzas interesantes. La primera, el pelotazo
de optimismo que ha supuesto para millones de ciudadanos la brillante victoria
de la selección. En tiempos de zozobra como los actuales, en los que predominan
las noticias malas, muy malas o peores, no es una cuestión menor poder reafirmar
la pertenencia a un país que no es ese solar de vagos y gandules que otros
quieren hacernos creer que es.
Esa explosión de jubilo que
vive desde anoche todo el país – y ésta es para mi la enseñanza más interesante
de este triunfo futbolístico aplicada a la actual situación de crisis económica
– es el reconocimiento tal vez inconsciente a un equipo humano – en el más
estricto sentido de la expresión – en el que los vanidosos ejercicios de
divismo de cartón piedra, tan habituales en otras selecciones y en los equipos
privados de fútbol, han sido sustituidos por el esfuerzo común y solidario de
todos los integrantes del grupo, cada cual según sus capacidades.
Y si a alguien hay que
atribuirle el mérito – además de al propio equipo – es a un seleccionador de
sobriedad más espartana que castellana, que ha sido capaz de amalgamar a un
conjunto de jugadores hijos de su padre y de su madre hasta convertirlo en un
sueño colectivo hecho realidad.
El país puede mirarse en él
con orgullo y, aunque no sirva de forma directa para superar la odiada crisis,
sí vale al menos para aprender que sólo la sabia administración del esfuerzo
colectivo exigiendo a cada cual según sus capacidades y circunstancias puede
sacarnos de ella. Por eso, y aunque solo sea fútbol, me gusta.
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