Paciencia es lo que se le suele recomendar a los familiares de un enfermo desahuciado por los médicos. Mariano Rajoy, en cambio, se la pide directamente el paciente a falta de un argumento mejor que ofrecerle para darle ánimos. El presidente raya en el cinismo político con su petición después de casi un año y medio en La Moncloa en el que todos los datos macro y microeconómicos no han hecho sino empeorar y la situación social se ha degradado hasta niveles desconocidos desde hacía mucho tiempo.
Es el mismo cinismo del que hacen gala con absoluto desparpajo la ministra Báñez y Esperanza Aguirre hablando de “movilidad exterior” y “dato positivo” para referirse a los miles de jóvenes que huyen de España para buscarse la vida en otro lado. Pedirle más paciencia a los ciudadanos cuando acabas de empeorar tus propias previsiones económicas y cuando admites que la tuya será una legislatura completamente perdida para el empleo suena a burla para los 6,2 millones de parados, para las miles de familias desahuciadas de sus viviendas, para los miles de jóvenes sin futuro o para los pensionistas empobrecidos. Es un escarnio para quienes han visto recortados sus derechos sociales y laborales en aras de la sacrosanta austeridad, la inexcusable flexibilidad del mercado de trabajo y el mantra de “no hay más remedio” y “es imprescindible para crecer y crear empleo”.
Pero, sobre todo, pedir más paciencia a los ciudadanos sobre los que Rajoy ha hecho caer todo el peso de la crisis con sus recortes, reformas y subidas de impuestos ahora prorrogados un año más, denota una absoluta indigencia de ideas para mejorar la situación que no pasen por continuar administrándole al enfermo la misma medicina que lo tiene en estado de completa postración.
Pero, sobre todo, pedir más paciencia a los ciudadanos sobre los que Rajoy ha hecho caer todo el peso de la crisis con sus recortes, reformas y subidas de impuestos ahora prorrogados un año más, denota una absoluta indigencia de ideas para mejorar la situación que no pasen por continuar administrándole al enfermo la misma medicina que lo tiene en estado de completa postración.
Con sus previsiones económicas ahora severamente corregidas a la baja, el Gobierno pisotea a conciencia los brotes verdes que nos hizo hacer creer que aparecerían más pronto que tarde en el horizonte de la economía española: larga recesión, paro en cotas insoportables, déficit inalcanzable y endeudamiento al alza. Resulta patético oírle decir ahora a Rajoy que su Gobierno luchará para mejorar sus propios malos augurios sin que anuncie en cambio una sola medida creíble de que tal milagro puede llegar a producirse.
El presidente nos reclama la fe del carbonero en sus fracasadas medidas y la paciencia del santo Job para que obre el milagro de la recuperación económica que cada vez nos sitúa más lejos de nuestro alcance como en una extenuante carrera de galgos tras una liebre siempre inalcanzable. La paciencia que pide Rajoy es justo lo que ya no queda, se agotó hace mucho tiempo ante un presidente de Gobierno que ha cruzado todas las líneas rojas que prometió jamás traspasar, que ha engañado una y otra vez a los ciudadanos y que casi año y medio después de llegar al poder sigue escudándose con todo descaro en la herencia recibida para ocultar su fracaso personal y el de sus políticas.
Hay en cambio mucho cabreo sordo, mucho malestar social, mucho hartazgo de tanta mentira, mucha desesperanza y mucha incertidumbre que no se aplacan apelando a la paciencia sino cambiando la política de forma radical o, mejor aún, presentando la dimisión.
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