Alfredo Landa y Pepe Sacristán protagonizaron allá por los años 70 una película que retrataba con acierto inusual para el cine español de la época las aventuras y desventuras de los emigrantes españoles en el franquismo. Se titulaba ¡Vente a Alemania, Pepe! y su trama transcurre en Peralejo, un tranquilo pueblo aragonés en el que nunca pasa nada. Un día de tantos llega al pueblo para pasar las vacaciones Angelino (Sacristán): conduce un espléndido Mercedes y cuenta maravillas de Alemania y de las alemanas. Pepe (Alfredo Landa) se queda extasiado y decide sacar la vieja maleta de madera de debajo de la cama, meter sus pocas pertenencias en ella y poner rumbo a Múnich. Sus esperanzas de una vida mejor pronto se vieron truncadas: su jornada laboral comenzaba a las cinco de la mañana limpiando cristales y acababa a las 12 de la noche pegando carteles.
Desde que comenzó la crisis económica, muchos “pepes” y “pepas” han seguido el mismo camino que el personaje de Landa. A la vista de que las exportaciones españolas crecían como la espuma gracias a la “competitividad” de nuestros salarios y de que la ministra de Empleo no paraba de alabar las bondades de la “movilidad exterior”, también ellos se colocaron la mochila a la espalda y se fueron a Alemania. Unos tenían trabajo antes de partir y otros lo buscaban al llegar allí y, mientras lo encontraban, los que lo necesitaran podían ir tirando con la ayuda de los servicios sociales alemanes.
Tanta generosidad está a punto de ser cosa del pasado. Merkel, la lideresa europea que más ha hecho por acabar con la siesta y la modorra mediterráneas, va a ponerle puertas a Alemania. La misma que ha impuesto a los países del sur de Europa el aceite de ricino del austericidio consiguiendo que jóvenes españoles, griegos, italianos o portugueses hayan tenido que liar el petate para buscar una oportunidad en sus dominios, les dice ahora que si no encuentran trabajo en un plazo de seis meses tendrán que irse por donde han llegado. Se les retirarán las ayudas del sistema social alemán y, llegado el caso, se les pondrá en la estación o en el aeropuerto para que retornen.
Aunque la medida parece pensada para frenar la llegada de rumanos y búlgaros, afectará por igual a todos aquellos que acudan a Alemania en busca de un trabajo y no lo encuentren en seis meses. Argumenta el gobierno de socialdemócratas – quién lo iba a decir – y socialcristianos, que quiere poner fin al fraude de los servicios sociales alemanes que presuntamente perpetra esta mano de obra llegada de países empobrecidos por la crisis o de otros como Rumanía o Bulgaria, en donde aparte de la pobreza crónica reside una nutrida etnia gitana.
Excusas que encajan mal con el derecho comunitario y con el Tratado de Schengen que consagra la libre circulación de personas dentro de la Unión Europea. No es cierto que el fraude de los servicios sociales alemanes por parte de los inmigrantes sea tan elevado como de forma insidiosa dice el gobierno de Merkel ni es verdad que todos los que van a buscar trabajo hagan uso del sistema. Si lo que le apetecía era cerrarles las puertas de su país a los inmigrantes sin trabajo llegados del Este o del Sur de Europa – ciudadanos de pleno derecho de la Unión Europea, que no inmigrantes - podría haberlo dicho abiertamente o buscarse una coartada más creíble. Por lo demás, resulta irrisorio suponer que un país como Alemania no cuenta con los medios técnicos y humanos suficientes para detectar el fraude y actuar en consecuencia contra el defraudador en lugar de extender las sospechas sobre la totalidad de los parados expulsados de sus países por la crisis y el desempleo. Tal vez crea Merkel que todos los que acuden a Alemania lo hacen por deporte y prefieren trabajar en ese país que en el suyo de origen.
Se anuncia además la medida a menos de dos meses de las elecciones al Parlamento Europeo ante las que los pocos europeístas convencidos que van quedando se desgañitan alabando las ventajas de la Unión Europea y la importancia de ir a votar. No es improbable que el ejemplo de Merkel lo sigan otros países del Norte rico en su afán de construir una Europa de dos velocidades en la que ellos dan lecciones e imponen normas de obligado cumplimiento a los países del sur, condenados así al desempleo y el deterioro de los servicios públicos. Una de las pocas salidas que quedaban era emigrar a países como Alemania. Ahora también se cierra en parte esa vía de escape, salvo que tengas contrato previo o, claro está, salvo que seas un potentado con muchos millones en una cuenta corriente dispuesto a gastártelos en chucrut y cerveza.
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