A Luis Bárcenas no le gusta la cárcel. No se lo reprochemos porque, yo al menos, no conozco a nadie que le guste. Desde que está entre rejas vive el hombre sin vivir en él, aislado del mundo y sin poder hacer la vida a la que estaba acostumbrado. Ya no viaja a Suiza a hacer ingresos bancarios y su amor por el esquí lo tiene aparcado quién sabe por cuánto tiempo. Tampoco tiene ya mando en plaza en Génova, 13, no recibe a empresarios con abultados sobres en el maletín ni los reparte personalmente a sus jefes y compañeros políticos.
Su situación empieza a ser tan desesperada que hasta la economía doméstica se ha resentido y hace poco tuvo que pedirle al juez que le dejase mover algún dinerillo de sus cuentas para que su familia pudiera hacer la compra en el súper. Se ve que el finiquito en diferido de Cospedal se ha agotado más pronto de lo previsto y no hay más remedio que tirar de los ahorros, que no deben de ser muchos a pesar de una vida de trabajo honrado. Ante este dramático escenario Bárcenas se ha armado de valor y ha escrito una carta de su puño y letra – para que no haya duda sobre la autoría – al juez Ruz. Le pide por cuarta vez que le permita irse a casa y le promete que será bueno, que no se fugará y que no destruirá pruebas sobre el trapicheo de los sobres. A cambio le ofrece más documentación, toda la que el juez quiera y necesite sobre la financiación irregular del PP. Está dispuesto incluso a presentarse mañana y tarde en el juzgado y si el juez así lo dispusiera no tendría inconveniente en acudir de madrugada también.
Verdaderamente da lástima la situación personal de este hombre, tratado como un apestado por los suyos que ni siquiera se atreven desde hace tiempo a pronunciar su nombre en público, que no saben quién es cuando se les pregunta por él, que juran que nunca lo han visto y muchos menos que haya militado en su partido. Por eso es incomprensible la dureza del alma del juez que una tras otra ha denegado todas las peticiones de libertad de alguien de su probidad moral y ética. ¿Cómo puede el magistrado sospechar siquiera que, en cuanto pusiera los pies fuera de la prisión, Luis Bárcenas iba a tomar las de Villadiego y largarse de España dejando abandonada a su suerte a su desconsolada y desvalida familia?
¿A dónde iba a ir? ¿En qué lugar del mundo se iba a ocultar este pobre de solemnidad, sin medios para escapar de la Justicia durante mucho tiempo? Pero sobre todo ¿cómo iba a hacerles un feo como ese a sus amigos del PP, con los que tantos buenos y provechosos ratos y experiencias he compartido durante todos los años en los que tuvo el honor de que se le encomendara la llave de la caja fuerte del partido?
Y sobre la posibilidad de destrucción de pruebas, el jamás haría tal cosa. El juez sabe que Bárcenas siempre he mostrado la máxima disposición a colaborar con la Justicia y que, si hubiera querido, muchas de esas pruebas habrían sido destruidas hace mucho tiempo. Por tanto no debe demorar ni un minuto más la libertad de este honrado y ejemplar ciudadano que sufre injusta prisión mientras su familia pasa miserias y en el que nos miramos todos los españoles como en un espejo. ¡Resiste, Luis! y mientras el juez decide, reflexiona sobre aquello que dijo Gandhi: “los grilletes de oro son mucho peores que los de hierro”.
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