“Crimea es tierra santa”, ha dicho hoy en el Kremlin el zar Vladimir Putin. No lo ha dicho a caballo alanceando ucranios sino con traje y corbata, ante un atril y en presencia de un buen número de dirigentes políticos rusos que, por supuesto, aplaudieron entusiasmados. En cualquier caso, el disfraz es lo de menos. Lo que importa es la justificación para quedarse con la península ucrania de Crimea y en este punto hay que reconocer que el argumento es irrebatible. Para eso y no para otra cosa, para que los descarriados rusos que se habían quedado dentro de las fronteras de la infiel Ucrania volvieran al regazo de la Gran Madre Rusia se organizó el referéndum del domingo en el que no es imposible que votaran algunos muertos de la II Guerra Mundial. Y con ese fin se enviaron también a la zona tropas rusas no identificadas, – todo un hallazgo de Putin –, no fuera a ocurrir que alguien se equivocara y no votara lo correcto en el referéndum.
Los que supusieron que después de los reñidos resultados de las votaciones del domingo – 97% de votos a favor de la unión con Rusia – Crimea se convertiría en una especie de nuevo estado satélite bajo la órbita rusa se equivocaron de medio a medio. Ni dos días ha tardado el zar en dar gusto a sus fieles hermanos de Crimea y hoy mismo ha firmado el decreto por el que convierte esa región y la de Sebastopol en nuevas provincias del renaciente imperio ruso. Ahora tendrá que ratificarlo la Duma y el Tribunal Constitucional, más que nada por guardar las apariencias de que Rusia es un país democrático no porque vayan a poner pega alguna.
Mientras el zar Vladimir Putin maniobraba a placer aprovechando el río revuelto de la crisis política en Ucrania y añadía a su corona la gema de la descarriada tierra del príncipe Vladimiro, – ¡qué coincidencias tiene a veces la historia! –, ¿qué ha hecho eso que convencionalmente llamamos la “comunidad internacional”? Pues, básicamente, reunirse y hablar por teléfono. A decir verdad, no está EEUU o la propia UE como para dar demasiadas lecciones de respeto al derecho internacional a nadie, incluida Rusia, después de lo ocurrido con Kosovo, Irak, Afganistán o Libia, por sólo citar unos pocos ejemplos relativamente recientes. Putin se lo ha recordado hoy y ese argumento es casi tan inapelable como el de la “tierra santa”.
Eso sí, a Obama, por ejemplo, no se le puede negar que ha hablado hasta por los codos sobre la crisis en Ucrania y no menos cabe decir de la lideresa europea Merkel. Ésta última hasta se permitió amenazar con duras sanciones a Rusia si continuaba adelante con el referéndum anexionista. Las sanciones en cuestión se concretaron en Bruselas con la congelación de algunas cuentas corrientes de altos dirigentes rusos y algo similar ha hecho Obama. También está previsto aislar a Rusia de los grandes foros económicos internacionales como el G8, que no están los grandes líderes del planeta para salir en la foto con alguien como el sátrapa de Moscú comiendo ucranios a dos carrillos. ¡Tiembla, Vladimir!
De embargo de armas a Rusia, por ejemplo, nada de nada, y no es probable que se llegue a ese extremo con la todopoderosa industria militar en el punto de mira. De echarle una mano militar al débil gobierno provisional de Ucrania tampoco se habla, aunque de estas cosas más bien se suele hablar poco o nada. Lo que sí parece bastante probable es que la necesite: después de perder Crimea - y veremos aún sin derramamiento de sangre - nadie puede garantizar que, tras hacer la digestión de esa península, el zar de Moscú vaya ahora a por nuevos territorios del este de Ucrania. De hecho, en algunos de ellos ya hay manifestaciones “espontáneas” pidiendo un referéndum como el del domingo. Al final, todo dependerá de si San Jorge y el príncipe Vladimiro – tanto el antiguo como el actual - consideran que también son tierra santa. En ese caso, la suerte está echada.
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