El lote incluye los aeropuertos para las personas y los pájaros, como del Castellón, y también los muy rentables como la mayoría de los canarios. Son los aeropuertos de AENA, la todavía empresa pública española que gestiona la red aeroportuaria española. Se trata de un sector estratégico para la economía nacional que debería seguir en manos públicas sin que ello sea impedimento para corregir sus desequilibrios económicos que, en gran medida, son el fruto de una disparatada política de construcción aeroportuaria en los tiempos de bonanza.
Sin embargo, después del Consejo de Ministros de hoy ya le queda poco para que casi la mitad de sus acciones pasen a manos privadas. Ana Pastor, la ministra de trenes y aviones, entre otras cosas, llevaba meses deshojando la margarita de la privatización de AENA y al fin se ha animado a dar el paso. Sabido es que cuando a un neoliberal se le mete entre ceja y ceja privatizar algo no hay nada ni nadie que pueda hacerle cambiar de opinión.
Es verdad que había encontrado algunas reticencias en el propio Gobierno. Así, al ministro del petróleo y del turismo, José Manuel Soria, no le hacía mucha gracia una privatización de los aeropuertos ahora que el turismo parece ser el único sector económico boyante de la economía española. También andaba reticente Montoro, preocupado como es su obligación porque la Hacienda Pública haga caja aunque sea legalizando la prostitución y las drogas. Se temen ambos – y en eso no les falta razón – que la privatización del gestor aeroportuario puede generar, entre otros efectos perversos, subidas de tasas que espantarían a las compañías aéreas que traen los turistas a lugares como Canarias.
Salvadas esas pequeñas dificultades, Pastor ha hecho hoy el anuncio que bolsas y mercados venían esperando desde hacía meses y de nuevo hay negocio a la vista a costa de una empresa pública. El Estado se reservará el 51% de AENA y el 49% restante pasará a manos privadas: un 28% al menudeo de inversores en bolsa y el otro 21% para el núcleo duro de las empresas interesadas en el negocio que, eso sí, se elegirán cuidadosamente en concurso público. Una vez hecho el anuncio, el proceso parece casi imparable y en la Bolsa ya están preparándole a AENA la pista de aterrizaje con banda de música incluida para el 1 de enero próximo como tarde.
Respecto a los grandes inversores señalan algunas fuentes que Ferrovial, una empresa española dedicada a la construcción y que ya gestiona los aeropuertos británicos, es una de las más interesadas en meter la cuchara en el pastel, aunque con condiciones. No quieren ir de convidados de piedra, es decir, que el Gobierno les adjudique el papel de poner el dinero y a cambio no tener arte ni parte en la gestión diaria de los aeropuertos. Y es a partir de ahí en donde empiezan a surgir dudas y preguntas: ¿cerrará aeropuertos no rentables económicamente pero vitales para islas como El Hierro, La Gomera o La Palma? ¿Y qué pasa con la cogestión de los aeropuertos que vienen reclamando desde hace años autonomías como Cataluña, Baleares o Canarias? ¿Subirá las tasas aeroportuarias para enjugar el déficit de 11.000 millones de euros que tiene AENA? ¿Y qué pasará entonces con el turismo? ¿Se irán las compañías aéreas, en muchos casos en manos de gigantescos touroperadores, a otros destinos más baratos? ¿Y los trabajadores de AENA? ¿Habrá despidos?
Inquietante abanico de preguntas a las que Pastor debería de responder. Y es que, por más que se quede el Estado con el 51% de AENA, si los socios capitalistas no ven rentabilidad en la inversión ya puede la ministra pensar en vender toda la empresa al mejor postor que, por otro lado, es lo que terminará pasando más pronto que tarde, tiempo al tiempo. Hace unos años AENA estaba valorada en 30.000 millones de euros pero ahora el Gobierno la valora en 16.000 millones de los que hay que restar los 11.000 de deuda. En total 5.000 millones de los que Montoro se quedará con la mitad para intentar tapar el agujero de la deuda pública que crece día a día. Una perita en dulce ante la que las grandes empresas no se mostrarán nada indiferentes siempre y cuando las dejen abrir la boca. Que las dejarán, no les quepa la menor duda.
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