Puede que el petróleo sea el futuro durante algunas décadas más, eso nadie lo sabe con certeza porque, para empezar, los países poseedores de bolsas de crudo suelen mentir u ocultar sus reservas. En todo caso, lo que sí es seguro es que se trata de un combustible no sólo contaminante sino finito, es decir, no renovable. Los expertos vaticinan que la calidad del crudo decrecerá y los costes de su extracción aumentarán hasta el punto de que a los grandes oligopolios mundiales que lo controlan ya no les será rentable continuar explotándolo. De hecho, las principales compañías petroleras transnacionales empiezan a reorientar sus líneas de negocios hacia el gas – otro combustible fósil, finito y peligroso – y hacia las renovables.
La autorización hace una semana a Repsol para hacer sondeos petrolíferos en Canarias ha generado un clima social cada vez más opuesto a que el negocio de una empresa privada, que ni siquiera es mayoritariamente de capital español, ponga en riesgo el abastecimiento de agua potable, su rico medio ambiente y el turismo, su principal industria y fuente de ingresos. El estilo de ordeno y mando con la que se ha conducido el Ministerio de Industria y su titular José Manuel Soria en este asunto no ha contribuido precisamente a calmar los ánimos y buscar algún punto de encuentro con las autoridades canarias.
Las irregularidades, lagunas y deficiencias del Estudio de Impacto Ambiental elaborado por Repsol y denunciadas sin éxito alguno por esas mismas autoridades y, sobre todo, por reconocidos científicos y al que se presentaron más de 11.000 alegaciones, ha extendido la sospecha de que la autorización administrativa a la petrolera estaba decidida mucho antes de iniciarse el expediente. Que la resolución se diera a conocer además en la víspera del Día de Canarias, pasadas las elecciones europeas y antes de que se pronuncie el Tribunal Supremo sobre los recursos presentados por las instituciones canarias, no ha hecho sino exacerbar el malestar social y llegar a la conclusión de que la fecha fue cuidadosamente elegida tal vez con ese propósito.
Al mismo tiempo, los dirigentes del PP mantienen un doble discurso para oponerse al petróleo en Baleares y apoyarlo en Canarias. Se basan en peregrinos argumentos sobre mares abiertos y cerrados que ningún científico puede avalar: un eventual derrame de crudo tendría las mismas catastróficas consecuencias en ambos lugares. Por lo demás, las vagas promesas de empleo y riqueza por un eventual hallazgo de petróleo es algo que casi nadie cree a estas alturas por el carácter privado de la explotación y por la composición del accionariado de la compañía beneficiada por los desvelos de Industria. A las inconcretas promesas de bienestar y empleo gracias al petróleo debe anteponerse el abastecimiento de agua de la población, la conservación medioambiental y el turismo, todos ellos valores en sí más rentables social, económica y ambientalmente.
Con el apoyo expreso del Gobierno de Canarias y de la práctica totalidad de las fuerzas políticas – salvo el PP – y sociales del Archipiélago, mañana por la tarde tendrán lugar concentraciones de protesta en todas las islas. Todos tienen el convencimiento, y seguramente no les falta razón, de que, a expensas de lo que decida la próxima semana el Tribunal Supremo, sólo la movilización social será capaz de detener los planes de Repsol. Más allá de que las concentraciones de mañana deben servir para canalizar la legítima oposición de la sociedad canaria al petróleo, no debería el Gobierno de Canarias dejar pasar la oportunidad de hacer autocrítica y preguntarse por las razones de que los dos concursos eólicos convocados en las islas hayan terminado en fiasco. Es cierto que, para colmo de males, el ministerio que dirige José Manuel Soria acaba de consumar el fin de las primas a las renovables, lo que implica cambiar las reglas del juego en medio del partido para las inversiones en este sector.
Pero ello no es obstáculo ni excusa para que no se analicen las causas de que las renovables en uno de los territorios con sol y viento para dar y regalar – por no hablar de otras fuentes de energías limpias y renovables – tengan una de las penetraciones más bajas de todo el país de este tipo de energías. Después de analizadas se requieren medidas que permitan a las islas depender cada vez menos del contaminante, caro y finito petróleo. Y esas medidas no pasan, por ejemplo, por fomentar el uso del gas como se desprende de los planes actuales del Gobierno. Pasan por acometer con imaginación y ambición el desarrollo de las renovables en Canarias. O dicho de otra manera, el debate social, político y económico tiene que dejar atrás la disyuntiva petróleo sí frente a petróleo no y centrarse en petróleo no, renovables sí. Ellas sí son el verdadero futuro.
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