Hay cierta
clase de políticos tan pagados de sí mismos que sólo ven en los ciudadanos
gente que se chupa el dedo y babean cuando ellos hablan. Son los mismos que
demuestran una insana y desmedida afición por el cultivo de la batata política
y que están dispuestos a sostenella y a no enmendalla salvo que sea un juez quien les enmiende la plana. Su estrategia suele consistir en mirarte fijamente a
los ojos, apuntar con el dedo índice bien tieso hacia el techo y jurar por el
santo patrón de las verduras todo lo contrario de lo que quiera que sea que
hayan dicho o hecho y que pueda ponerlos en un brete. No se pueden permitir un
pestañeo, un quiebro en la voz o una duda sobre las palabras a emplear, que
siempre deben ser pocas y precisas. La contundencia, la firmeza y la brevedad
son elementos clave para que una batata política eche raíces y engorde, dando
así los frutos deseados por su cultivador.
Aún así,
siempre habrá gente incrédula y metomentodo que sospechará al ver las ramas y
escarbará hasta dar con el tubérculo por bien enterrado que parezca estar. A
José Manuel Soria, ya conocido en su tierra por el gusto que le fue tomando en
su carrera política a la batata de tamaño familiar, le acaban de descubrir otra
bien gorda y bien enterrada en un hotel de la República Dominicana. Siendo aún
ministro del Gobierno del Reino de España decidió que se merecía un reposo, de
manera que se enfundó la guayabera y recaló en un lujoso hotel dominicano de un
empresario lanzaroteño llamado Enrique Martinón, conocido en su isla natal por
los hoteles a los que la Justicia tiene enfilados por sus irregularidades
urbanísticas.
Ocurrió que el
ex ministro debió olvidarse la cartera en España porque la estancia en una lujosa
suite le salió gratis total y él sólo tuvo que pagar las chuches extras con las
monedas de a céntimo que llevó para el cambio. Dos periodistas de
eldiario.es/canarias ahora – Ignacio Escolar y Carlos Sosa – demostraron con documentos que el relajado retiro de Soria había sido una
graciosa invitación de Martinón al entonces ministro y presidente del PP
canario. Éste adoptó entonces la estrategia que les dije antes y, con
contundencia, firmeza y brevedad, negó ante los micrófonos y en sede
parlamentaria que estuviera cultivando un robusto y hermoso boniato en la
República Dominicana.
Con el
argumento de que sus vacaciones se las paga de su bolsillo y de que él, como si
acabara de salir de Media Markt, no es “tonto” y no deja que lo invite un
empresario turístico, Soria se fue a un juzgado de Madrid y cual caballero
andante presentó una demanda en defensa de su honor mancillado. La ha perdido
de principio a fin y, en consecuencia, no sólo su batata ha quedado con las
vergüenzas al aire sino que él ha quedado como un tonto que se ha pasado de
listo. A los políticos que como Soria les atraiga el cultivo de la batata les
recomiendo que lean, enmarquen y aprendan de memoria este breve fragmento de la
sentencia en la que Soria ha salido trasquilado tras ir a por lana:
“El Sr. Soria
era Ministro (...) en la fecha de la publicación y es evidente que a los
ciudadanos no les puede resultar indiferente la noticia de que un miembro del
Gobierno disfíute de unos días de vacaciones invitado por el propietario de un
grupo hotelero. (...) Consta probado que el Sr. Soria no pagó la estancia en el
hotel, y ello resulta evidente pues el único justificante que aportó se refiere
al abono de costes extra, pues con la cantidad abonada es impensable que pueda
pretenderse justificar el pago de la estancia en una suite de un hotel de lujo,
por lo que hay una total evidencia de que el Sr. Soria efectivamente fue
invitado por la propiedad del hotel, o lo que es lo mismo, no se le cobró el
coste del alojamiento”.
Fin de la cita
y moraleja: batatas en política, ninguna o las menos posibles para no echar a
perder el potaje.
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