Ni toda la
mano izquierda del mundo será capaz ya de conseguir que Íñigo Errejón y Pablo
Iglesias se vayan de cañas cuando acabe Vistalegre II. Lo más probable es que
los ganadores lo celebren entre ellos y los perdedores se vayan a casa a
esperar las consecuencias que les acarreará su derrota. Errejón e Iglesias se
han atizado con tanto entusiasmo a través de los medios
y de las redes sociales y el cacofónico coro de seguidores y detractores que
los ha rodeado ha montado tal guirigay, que sería un milagro que de Vistalegre
II no salgan dos Podemos. Sus modelos de partido son radicalmente incompatibles
y cuando se llega a esos extremos y ninguno de los dos cede, la consecuencia
lógica es que la organización se parta en dos.
Iglesias
apuesta por un partido en el que la élite dirigente de la que él sería la
máxima expresión impone la estrategia política y designa a candidatos y cargos
orgánicos. De esa élite para abajo y por mucho que el proceso de participación
se revista de círculos y asambles, la cadena de mando apenas podrá hacer otra
cosa que obedecer sin rechistar so pena de ser excomulgado. Quien necesite un
ejemplo muy ilustrativo de ese modelo sólo tiene que acudir a la suerte que ha
corrido el hasta ayer vicepresidente segundo del Cabildo de Gran Canaria, Juan
Manuel Brito, aunque hay muchos más.
Frente a este
modelo vertical y jerárquico de Iglesias, Errejon propone un partido más
respetuoso con los orígenes de Podemos y, por tanto, mucho más horizontal que
vertical, menos de ordeno y mando y más próximo a las decisiones de las bases.
Pero más allá incluso de esos dos modelos tan dispares, el líder máximo y su
número dos tampoco comparten los mismos puntos de vista sobre cuál debe ser la
estrategia política de Podemos: en Iglesias es patente su deseo de conquistar
el cielo por la vía de la radicalidad y el maximalismo mientras Errejón no
rechaza por sistema la posibilidad de acuerdos útiles con el PSOE.
En buena
medida, el origen de su distanciamiento actual está en el gratuito y humillante
ataque de Iglesias al PSOE en la fallida investidura de Pedro Sánchez y en la
obsesión del secretario general por hacer morder el polvo electoral a los
socialistas. Como consecuencia de aquella posición irresponsable y dañina para
los propios intereses políticos de la organización podemita, el PSOE empieza ahora
abandonar la respiración asistida y Mariano Rajoy, que sigue en La Moncloa, se
paseará triunfante este fin de semana por el congreso del PP mientras Podemos
se desangra en Vistalegre.
Es muy notable
que un partido que se presentó ante los ciudadanos como el paladín de la nueva
política y que no hace ni dos años que llegó al poder en comunidades y
ayuntamientos, esté a punto de sufrir una fractura interna como la que a todas
luces se cierne sobre Podemos. Esa deriva autodestructiva tiene que ver con el
mesianismo de un líder que se cree tocado por la mano de la Providencia y con
la papilla ideológica trufada de populismo e izquierdismo infantil de la que ese
mismo líder se ha ido alimentando durante todo este tiempo.
En Podemos no
ha habido ni hay un mínimo de solidez ideológica ni análisis serio de de la
realidad ni democracia interna ni altura de miras. Ha habido y hay dosis estomagantes
de diletantismo y postureo políticos y, así, no es posible mantener un mínimo de unidad y cohesión en una organización de aluvión y
sensibilidades políticas múltiples como Podemos. Como en las viejas
películas del oeste, después de Vistalegre sólo podrá quedar uno aunque tampoco
importa ya demasiado si es Errejón o Iglesias. Lo que importa es la desilusión
de militantes y simpatizantes y, sobre todo, los 5 millones de españoles que
confiaron en una fuerza política que no ha tardado en caer en los mismos vicios
que venía a erradicar. Bienvenidos a la casta.
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