Rivera sabe lo que quiere y sabe donde va

Como en aquella vieja canción sobre la juventud, Albert Rivera también sabe lo que quiere y sabe donde va. Es joven y ambicioso y estos días cabalga sobre la cresta de las encuestas. Aún con toda la cocina que suele ponerle el CIS a sus sondeos, el partido de Rivera, un parvenu de la política, ya le echa el aliento en el cogote a Rajoy sin el más mínimo complejo. De paso deja en la cuneta a la gente de Sánchez e Iglesias, el primero sin capacidad apenas de reacción y el segundo literalmente desaparecido. No sé si las encuestas de Metroscopia para EL PAÍS tienen más o menos sal y pimienta que las del CIS, pero juraría que tampoco les falta el correspondiente adobo. Lo cierto es que en ellas el joven líder ciudadano literalmente se sale por la zona alta de la tabla y deja apiñados en un pañuelo del 20% a sus fatigados perseguidores. Un politólogo famoso llamado Giovanni Sartori dejó escrito que "los sondeos son un eco de retorno, un rebote de los medios de comunicación que ya no expresan la opinión del público sino las opiniones inyectadas en el público". Podría decirse - parafraseando a otro famoso expertos en los mass media llamado McLuhan - que "la encuesta es el mensaje transmitido por el medio". 

Vayan pensando en esa dos ideas mientras les cuento que, con este panorama y a la espera de que próximas encuestas confirmen si son tendencia o solo foto fija, no se le puede reprochar a Rivera que hoy diga una cosa, mañana la contraria y pasado la contraria de las dos anteriores; tampoco se le puede echar en cara que predique en la plaza pública que el suyo es el partido de la regeneración y continúe apoyando al PP en el gobierno de la comunidad de Madrid. Desde luego, no van a ser los suyos quienes le afeen tantas contradicciones entre la teoría y la praxis como muestra su líder. Para eso ya están Rajoy y ahora también Sánchez: ni uno ni otro entienden que un partido que se dice constitucionalista plantee una medida abiertamente contraria a la Carta Magna como la de mantener la aplicación del 155 en Cataluña aún con un nuevo gobierno de la Generalitat legalmente constituido. Bien está que tanto a Rivera como a la gran mayoría de los españoles el señor Torra nos parezca un supremacista con alarmamentes ramalazos fascistas, además de una mera marioneta en manos de Puigdemont. Pero de ahí a aplicar una especie de 155 preventivo sobre el convencimiento de que Torra y sus seguidores volverán a hacer de las suyas más pronto que tarde, va un abismo constitucional y legal imposible de sortear que Rivera ignora interesadamente. 

Albert Rivera en la cocina de Bertín Osborne (Foto: Exclusiva Digital)

Nadie debería suponer que el líder de Ciudadanos no es consciente de estar jugando con fuego cuando propone una medida que contribuye a alimentar el discurso independentista de sostenella y no enmendalla. Por no hablar una vez más de la imagen de desunión entre las fuerzas constitucionalistas que los independentistas aprovechan para sus propósitos. La posición de Rivera sobre el 155 puede parecer extemporánea o extraña pero no lo es tanto si consideramos que lo único que hace es lo mismo que hacían las veletas que antiguamente se colocaban en lo alto de algunos edificios: girar en la dirección del viento, en este caso, del viento que marcan los sondeos electorales. El líder de Ciudadanos percibe que lo que un buen número de españoles reclama es mano dura con Cataluña y él, siempre solícito y atento a las demandas de la ciudadanía, hace todo lo posible por satisfacerla. 

Arrastra a su molino al ala dura del PP y se lleva de paso a quienes tampoco ven en el PSOE la firmeza y la determinación necesarias para pararle los pies al independentismo rampante. Si mañana percibiera que las relaciones entre Madrid y Barcelona entrar en un clima de relativa normalidad, nadie debería extrañarse de que pidiera poner en libertad a los políticos secesionistas presos. Así es Rivera, un hombre que parece haber hecho suya aquella máxima de Groucho Marx: "estos son mis principios y si no le gustan tengo otros". Ahora bien, no debemos perder de vista que el líder de ciudadanos es un joven que sabe lo que quiere y sabe donde va y ese sitio no es otro que La Moncloa. ¿Es que acaso el objetivo no merece unas cuantas incoherencias como en su día valió París para Enrique IV una buena misa católica? Pues eso.  

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