Zaplana, enésimo caso aislado de corrupción

Con lo engrasada que debe estar ante este tipo de casos, me apuesto algo a que la maquinaria del PP ya tiene listo el argumentario que sus líderes y cargos públicos deben utilizar cuando le pregunten por la detención hoy de Eduardo Zaplana. Basta repasar cuáles han sido las explicaciones ante otros casos similares para imaginar que en este no será muy diferente. La recomendación podría empezar con una apelación a la tranquilidad para no decir incoveniencias políticas de las que después cueste arrepentirse. A partir de ahí lo único que hay que hacer es repetir sin descanso que el de Zaplana es solo un caso aislado de corrupción en las filas del PP. Hay que negar la mayor y bajo ninguna circunstancia admitir que el partido está podrido hasta las raíces, por lo que sería más saludable políticamente hablando disolverlo y refundarlo con  otros dirigentes que se tomen en serio la lucha contra el trinque organizado. Hay que subrayar siempre que el PP es un partido serio y honrado, con una trayectoria ejemplar de servicios a la democracia que no puede empañar algún desafortunado episodio esporádico de corrupción. 

No hay que hacer distingos sino tratar a todos los casos aislados por el mismo rasero: da igual que los protagonistas se apelliden Zaplana, Camps, Costa, Bárcenas, Cifuentes, González, Granados, Cotino, Mato, Rato, Gallardón o Aguirre. Como algunos de ellos han caído en desgracia y otros han sido suspendidos de militancia o expulsados, a todos ellos hay que referirse siempre como "el señor" o "la señora de la que usted me habla" ya no es cargo público o ya no forma parte del PP, lo que corresponda. Conviene también insistir hasta el aburrimiento en que el PP es el partido que más medidas ha impulsado para luchar contra la corrupción y que los demás partidos no pueden decir lo mismo. Si se tercia es muy importante desviar la atención hacia los casos de corrupción en otros partidos - el de los ERE de Andalucía es todo un clásico - para conseguir aliviar la presión. Disolver y esparcir la porquería en todas las direcciones como hace el calamar con su tinta es una vieja táctica que siempre ha dado buenos resultados: impide ver el detalle y abona la idea de que si todos en conjunto son igualmente responsables nadie lo es de manera individual. 

Foto: El Confidencial
La idea principal de la autodefensa es desvincular la corrupción de la militancia política: si Zaplana y los otros cometieron delito lo hicieron a título particular y no porque militaran en el PP o representarán a este partido en las instituciones. En consecuencia, el partido lo único que puede hacer es respetar la presunción de inocencia y confiar en la justicia. Esto es aplicable a cualquier cargo público incluso en pleno ejercicio de sus funciones como el secretario de Estado de Hacienda, José Enrique Fernández de Moya, al que también acaban de imputar por prevaricación y malversación: que sea nada menos que el número dos de Montoro no cambia las cosas ni tiene porque suponer la petición de que dimita. "Sé fuerte, José Enrique", sería en todo caso el mensaje que correspondería en este caso. 

Así pues, que nadie ose subir el tono y salir en los medios diciendo que ya no soporta el hedor y que abandona. No hay que perder de vista que lo de Zaplana, por muy expresidente autonómico, exministro y exportavoz popular que fuera, dejará de ser noticia en unos días y todo volverá a la normalidad como ha ocurrido con todos los casos anteriores. Y por el coste electoral tampoco hay que preocuparse demasiado: si Ciudadanos le da al PP un repaso por la derecha no será tanto por la corrupción como porque a Rajoy se le está atragantando Cataluña mucho más de lo previsto. Por peores casos aislados de corrupción ha pasado y ahí lo tienen, gobernando más por incomparecencia de la oposición que por méritos propios, pero gobernando que es lo que importa.  

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