A la hora a la que escribo esto sigo sin tener muy claro si Pedro Sánchez ha presentado una moción de censura contra Rajoy para ganarla, para perderla, para que se retrate Ciudadanos o para que Pablo Iglesias deje de dar la vara pidiéndole que la presente. En realidad, no salgo de mi asombro: cuando el país aún andaba desayunándose con la sentencia de la Gürtel, Pedro Sánchez ha acudido raudo y veloz y ha registrado en el Congreso una moción de censura que ni siquiera ha discutido con los miembros de su Ejecutiva. Al parecer, llamó por teléfono a unos cuantos barones territoriales y estos le animaron a continuar adelante con los faroles. Dicho sea entre paréntesis, si yo formara parte de esa Ejecutiva a esta hora habría renunciado a esa responsabilidad por ninguneo y puenteo del secretario general. Pero más allá de eso, mi estupefacción es absoluta ante un paso que puede terminar convirtiéndose en un boomerang contra Sánchez y contra el PSOE. Se me escapa lo que el líder socialista quiere demostrar con esta precipitada decisión pero tengo pocas dudas de que se trata de un error mayúsculo.
Dudo entre atribuírsela a su inconsistencia política, a su desesperada necesidad de ganar crédito ante los ciudadanos y subir en las encuestas o a ambas cosas al mismo tiempo. Hasta el más lerdo comprendería que una decisión de ese calado debe estar fundamentada en al menos alguna mínima posibilidad de éxito. Eso, a fecha de hoy, no es posible porque hacen falta los votos de dos partidos incompatibles entre sí - Podemos y Ciudadanos - como quedó de manifiesto tras las elecciones de 2015 y 2016. Si lo que Sánchez quería era que Ciudadanos se retratara, ya conoce la foto porque Albert Rivera, en su línea habitual, le acaba de ofrecer una salida más que honrosa a Rajoy: anticipar las elecciones. Si lo que busca es que el PP se divida va dado y, en cuanto al apoyo de Podemos, tengo la sensación de que Sánchez padece síndrome de Estocolmo si sigue confiando en Iglesias como compañero de viaje. Apoyarse en el voto de los independentistas tal y como está la situación en Cataluña es cuando menos una frivolidad de mal gusto, y anunciar elecciones que no precisa cuándo serían, es otro dislate sin parangón.
No quiero decir con todo esto que la sentencia del a Gürtel no sea argumento más que suficiente para desalojar a Rajoy y al corrupto PP del poder por una muy larga temporada. Eso es lo que pide el cuerpo de quienes seguimos pensando que se puede hacer política desde la derecha, el centro o la izquierda con honradez y decencia, algo que el PP acredita no poseer. Pero lo que debe guiar la acción de un líder político no es lo que le piden el cuerpo, las tripas o el corazón sino lo que le dictan la cabeza y la razón. Estas dicen que decisiones como la que de manera tan precipitada ha tomado hoy Pedro Sánchez requieren reposo y reflexión, cabeza fría y, sobre todo, algo que ofrecer a los ciudadanos. ¿Aparte de prometer honradez y limpieza, que se le suponen, qué más ofrece Pedro Sánchez a los españoles? ¿Con quién quiere gobernar y para qué? ¿Cuáles serán sus apoyos y a cambio de qué?
Como el propio Sánchez ha demostrado esta mañana, en presentar una moción de censura se tarda apenas un minuto. La dificultad es ganarla y asumir la responsabilidad de gobernar, salvo que el único objetivo sea provocar la enésima bronca parlamentaria sobre la corrupción que una vez más no llevaría a ninguna parte. Si ese es el objetivo en poco se diferenciaría Sánchez de quienes han hecho de la soberanía popular su caja mediática de resonancia. Del líder del principal partido de la oposición cabría esperar más sentido de estado, más racionalidad política y menos reacciones precipitadas y en caliente. Y que recuerde que las metas en política no se alcanzan corriendo más que nadie sino siendo más inteligente, constante y convincente que tus rivales.
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