Pokemanía: se nos va la pinza

Me tomo un respiro en el cotidiano seguimiento de las andanzas políticas en la 13 Rúe del Percebe para ocuparme de la tontuna generalizada que afecta gravemente estos días en todo el mundo a millones de personas, muchas de ella hechas y derechas y con una cabeza - o algo que se le parece mucho - sobre los hombros. A Dios pongo por testigo de que soy de los que piensan que cada cual es libre de utilizar / invertir /malgastar / desperdiciar su tiempo como su caletre le de a entender. Pero eso es una cosa y otra muy distinta es la pandemia global de los machangos de Pokémon Go. Aún no me explico a qué espera la Organización Mundial de la Salud para dar la alerta y encargar una vacuna contra esta enfermiza chifladura.

La empresa que  ha esparcido estos bichos por el mundo se está haciendo de oro gracias a la falta de un par de hervores en las humanas legiones de niños grandes y menos grandes que los persiguen por donde sea menester y a toda costa: parques, carreteras, calles, viviendas privadas y hasta aparcamientos de la Guardia Civil. Nada queda por allanar y pisotear cuando se trata de pescar uno de estos engendros de colorines: se para el tráfico, la gente se da trompazos contra las farolas, cruza las calles sin mirar, conduce más atenta al móvil que a la circulación y un largo listado de bobadas que ya hacen dudar seriamente a los antropólogos y a los filósofos de que la nuestra sea la especie más inteligente que habita este planeta. Cuando en un futuro tal vez no muy lejano se den una vuelta por aquí seres de otras galaxias y descubran a que dedicaban su tiempo los terrícolas, es probable que se den media y vuelta y se vayan por donde vinieron convencidos de que somos completamente irrecuperables para la civilización de la que presumimos ser los reyes. Mientras tanto -y no lo digo con ánimo de aguarles la diversión -  bien harían los pokemaniacos en tener presente que algunas de las cosas que están ocurriendo tienen consecuencias económicas y hasta penales. 


Y no me refiero solo a llenarles los bolsillos a los accionistas de la compañía que ha puesto a medio mundo a hacer el ganso. Hablo de las consecuencias por darse una castaña con el coche contra algo o contra alguien por ir más pendientes de cazar un machango que del tráfico. Por no hablar de cortar la circulación, un comportamiento que en España te pueden suponer de 3 a 5 años de cárcel si te cae encima todo el peso de la Ley Mordaza del señor Fernández Díaz, mucho más aficionado a otros juegos que al de los Pokémon Go, me temo. Pero eso, claro, cómo lo pueden saber quienes dedican su tiempo a perseguir bichos con un móvil en la mano sin atender a nada más. 

Estoy firmemente convencido de que el juego es un factor determinante en el desarrollo de la personalidad de los individuos, pero me preocupa no poco que señoras y señores que ya no volverán a cumplir los 30 o los 40 - por poner una edad indicativa - necesiten aún de este tipo de estímulos para sentirse a gusto y pasarlo bien. No obstante, todo lo daría por bien empleado si estas masas embobadas con la diversión de marras mostraran el mismo entusiasmo ante las grandes causas sociales de este mundo que el que exhiben estos días en calles y plazas de todo el planeta para pasmo del resto. Aunque, a decir verdad, me conformaría con mucho menos, con que no fuera cierto lo que afirman algunos expertos de que la especie humana está evolucionando a la inversa y que en esa retroceso hacia la infancia hemos perdido irremediablemente la pinza que nos mantenía sujeta la cabeza sobre los hombros.   

Acuerdo o puerta

En política, dar cosas por sentado es correr un alto riesgo de quedar desautorizado a las primeras de cambio. Quienes ayer daban por hecho que el cómplice apoyo de los nacionalistas para que el PP y Ciudadanos coparan la mayoría de los puestos de la mesa del Congreso desembocaría en un apoyo pasivo a la investidura de Rajoy, deben andar muy desengañados a esta hora. El PNV ha dicho que no habrá apoyo a Rajoy y CDC ha reconocido que sólo quería contar con grupo propio. El PP, que hasta ayer por la mañana huía de independentistas y soberanistas catalanes como el vampiro de los ajos y culpaba a quienes tuvieran contactos con ellos de ser enemigos declarados de la unidad nacional, ahora saca a relucir la cortesía parlamentaria y anuncia que le hará el gusto a los catalanes. Eso sí, advierte de que sobre soberanismo no hay nada que hablar. Ni por esas ha evitado que Ciudadanos, cuyos votos han hecho presidenta a Ana Pastor, haya advertido seriamente que votará en contra de Rajoy como al candidato del PP le dé ahora por empezar a chamullar en catalán. 

Olvidan Rivera y los suyos que esos mismos votos que ahora parece despreciar han servido para que su partido ocupe dos puestos en la mesa del Congreso a los que por número de escaños no tenían derecho. Sea lo que fuere, después de lo de ayer parece como si hubiéramos entrado de nuevo en estado catatónico y la misma película de enero y febrero estuviera pasando otra vez ante nuestros fatigados ojos: los presidentes de los dos cámaras hablando con el rey, el rey diciendo que ya dirá cuando empezará a hablar con los partidos para proponer un candidato a la investidura, los partidos dando vueltas en círculo y los deberes sin hacer. Ahí tenemos a Bruselas riñendo y amenazando con las siete plagas del déficit un día sí y otro también, los presupuestos del año que viene esperando a que alguien se ocupe de ellos, la hucha de las pensiones menguando a ojos vista - hoy acaba el Gobierno de sacar otros 1.000 millones para pagar a Hacienda - y suma y sigue. Nadie tiene prisa, para qué, si solo llevamos en esta situación un año y medio: empezaron a principios del año pasado haciendo campaña para las andaluzas, luego para las autonómicas, después para las catalanas, más tarde para las generales del 20 de diciembre, a renglón seguido para las del 26 de junio y ahora ¿para las del 27 de noviembre? Quién sabe, a estas alturas no me aventuraría yo a descartar ninguna posibilidad. 

La impresión que produce el panorama es que ninguna de esas urgencias mencionadas parece ser lo suficientemente apremiante como para acelerar la marcha y dejar de arrastrar los pies en la búsqueda de un gobierno. Está a punto de cumplirse un mes desde las elecciones y lo único que ha pasado  durante este tiempo es que se han constituido el Congreso y el Senado y eso porque el plazo lo establece la Constitución; de no ser así tengo mis dudas de que se hubiera iniciado ayer la XII Legislatura. Al golpito, con la mayor pachorra del mundo, el rey se toma ahora unos cuantos días antes de repetir la próxima semana - quién sabe cuándo - el cada vez menos edificante espectáculo de los portavoces políticos pasando por La Zarzuela para decir las habituales naderías de las que ya empezamos a estar más que servidos. Después del remedo de negociaciones de la semana pasada, nada se sabe de nuevas fechas para seguir negociando ni de propuestas de diálogo claras, concretas y precisas por parte de nadie con posibilidad de sacarnos de este marasmo.

Todo sigue consistiendo en procurar desviar la atención mediática, jugar al despiste, hacer política en el peor sentido del término y responsabilizar a los otros de la falta de acuerdo mientras pasa el tiempo. ¿No es como para estar realmente indignados y exigir que acabe de una vez esta nueva ración de postureo y politiqueo que nos están endosando? La casta política de este país - sí, casta, con todas las letras - está dándonos a los ciudadanos una lección de irresponsabilidad que no nos merecemos. Su cortedad de miras, su mirar por lo suyo y no por lo de todos, sus antipatías personales y su falta de generosidad están arrastrando al país a uno de los episodios políticos más decepcionantes de la democracia. Ya vale, ya está bien, hemos tenido más que suficiente y ya sabemos de qué pie cojea cada uno: es hora de una vez de ponerse de acuerdo o de irse a casa. Tal vez si lo hubieran hecho en su momento los que se han dedicado a sestear "porque yo lo valgo" o a trazar líneas rojas otro sería el panorama actual.  

Erdogan y cierra Turquía

El presidente turco parece estos días una furia desatada e incontrolada. En lugar de pedir serenidad y unidad al país y de impulsar una investigación que aclare quién está detrás del golpe de estado del viernes por la noche, ha puesto en marcha una cacería sin precedentes en la administración, la judicatura, los medios de comunicación, las fuerzas armadas y la policía que empieza a resultar harto sospechosa.

A la hora de escribir estas reflexiones son ya más de 20.000 los militares, jueces, policías y otros funcionarios detenidos o expulsados de sus empleos. Sólo en las últimas horas 15.000 funcionarios del ministerio de Educación se han quedado sin empleo. En paralelo, Erdogan y su Gobierno ya hablan sin empacho de reimplantar la pena de muerte, importándoles una higa lo que piensen en Bruselas o en la OTAN. Con esa voz de vicetiple que le sale últimamente a las autoridades comunitarias le han advertido de que un país en el que esté en vigor la pena de muerte no tiene cabida en la Unión Europea.

Pero Erdogan y los suyos se sienten fuertes después de que sus seguidores respondieran en masa a su llamada y se tumbaran delante de los carros de los golpistas para defender con sus vidas al Gobierno y al propio Erdogan. Y saben que, por lo que a la OTAN se refiere, no van Estados Unidos y sus aliados a ponerse exquisitos si en Ankara preside la república que fundó Atatürk un señor al que se le ven con meridiana claridad los costurones del autoritarismo y una evidente deriva hacia posiciones islamistas cada vez menos moderadas. Más poder y menos contestación política es lo que busca en definitiva el presidente turco y no tanto poner ante la justicia a los instigadores del golpe de estado del viernes. 

El propio presidente no tardó en comprar la especie de que el inspirador de la intentona no ha sido otro que el clérigo Fetullah Gülen, exiliado en Estados Unidos, y en su día mentor del propio Erdogan.  De Gülen se dice que tiene un imperio de medios de comunicación en Turquía y una tupida red de seguidores y simpatizantes que sería la que estaría desactivando ahora Erdogan con su purga. Sin eliminar del todo esa explicación, lo cierto es que muchos analistas les cuesta creer que Gülen tenga tanta influencia en unos militares que históricamente se han considerado a sí mismos como los garantes del carácter laico del Estado turco fundado por Atatürk. 

Con su limpieza política y su insistencia ante Estados Unidos para que acepte la petición de extradición de Gülen a Turquía, el presidente turco parece como si quisiera resolver lo ocurrido por la vía rápida y evitar las preguntas incómodas sobre su propia actitud. Una de ellas podría ser por qué no detuvo el golpe si como se ha sabido hoy tuvo conocimiento del mismo tres horas antes de que se produjera y no hizo nada. Todo esto sin olvidar que detrás de la asonada pueda haber otros intereses deseosos de desestabilizar políticamente la zona y suprimir de la escena a un político como Erdogan, especialmente odiado por Siria, por los terroristas del DAESH, por las milicias de Hezbollah y por Irán que las financia. 

Entre las hipotesis que se han puesto sobre la mesa no deberíamos desdeñar del todo por inverosimil o descabellada la del autogolpe como excusa perfecta para acaparar más poder y arrasar con una oposición que en estos momento no está en condiciones de hacer frente a ese vendaval desatado que es Erdogan y su ira política. Cuando se sobreactúa en política con la furia con la que lo está haciendo el presidente turco, lo que se suele perseguir no es tanto sacar a la luz las causas y los responsables de un hecho como el del viernes, sino hacer que unas y otros coincidan exactamente con la versión más conveniente para el poder. 

El primer pacto

Podrá gustar más o menos pero el que hoy han alcanzado el PP y Ciudadanos para conformar la mesa del Congreso de los Diputados que se constituye mañana es lo único tangible después de tres semanas de una nueva y generosa dosis de tacticismo y líneas rojas por parte de todos los actores políticos. El acuerdo por el que el PP ocupará la presidencia de la cámara y dos puestos en la mesa y Ciudadanos se hará con otros dos, otorga al centro derecha el control del gobierno parlamentario y, por tanto, la organización política del hemiciclo o el orden de los asuntos que se incluyen en los plenos, entre otras cuestiones.

Para el PSOE y Podemos quedan otros cuatro puestos que, en principio, sólo les darán a estas dos fuerzas el derecho al pataleo salvo que la formación de Albert Rivera se convierta en una suerte de partido bisagra que abra hacia la derecha y hacia la izquierda en función de las circunstancias y de sus propios intereses estratégicos. La pregunta que muchos se hacen a esta hora es si el acuerdo para la mesa del Congreso tendrá su traslado a una eventual investidura de Mariano Rajoy. Rivera ha vuelto a decir que no cambiará la abstención de sus diputados por un voto a favor de Rajoy "si no hay regeneración". Si eso significa que Rajoy tendría que irse para que Ciudadanos apoyara un gobierno del PP no está claro. De todos modos, el político catalán ya recula en sus planteamientos con más velocidad que antes de las elecciones. Entonces Mariano Rajoy era en sí mismo una línea roja y ahora es ya sólo un mal menor frente al mal mayor que sería tener que repetir las elecciones.Cabe deducir por tanto que la posibilidad de que Ciudadanos termine votando a favor de Rajoy no es del todo descartable. 


Claro que eso no convierte automáticamente al presidente en funciones en presidente con toda la barba: aún contando con el voto de CC sigue sumando menos votos a favor que en contra. Lo que una vez más obliga a poner la vista en el PSOE, que intenta como puede que la cegadora luz del foco mediático y político se centre sobre Rajoy y no sobre Sánchez. De hecho, el líder socialista llevaba varios días oculto a los medios y ha sido hoy cuando ha vuelto a comparecer para reiterar ante los suyos y ante la opinión pública el "no" a Rajoy por lo penal y por lo civil. 



Sánchez dice de nuevo que quiere ser oposición, aspiración digna de encomio y alabanza si al menos hubiera gobierno al que oponerse y por el camino por el que vamos esa opción no es nada segura. El PSOE sólo podrá ser la primera fuerza de la oposición si facilita el gobierno del PP a cambio de que los populares acepten un exigente programa de cambios, reformas y medidas de regeneración política. No haber planteado ya con claridad y precisión esas exigencias con el argumento de que fue el PP el que ganó las elecciones y es a Rajoy a quien le corresponde dar el primer paso de ofrecer acuerdos a cambio de apoyo para su investidura, lleva la situación a un bucle que sólo puede desembocar en unas terceras elecciones. 

Y si si al final fuera eso lo que terminara ocurriendo, sería el PP el que cargaría con la responsabilidad política ante los electores por haberse encastillado en su inmovilismo y en su incapacidad para el diálogo y la negociación. Que la decisión no es fácil para el PSOE no es necesario jurarlo pero es la única salida parta evitar unas nuevas elecciones. Es muy probable que tenga costes electorales pero que no pierdan de vista Sánchez y quienes se oponen a apoyar a Rajoy, aunque sea con la nariz tapada y mirando hacia otro lado, que unas terceras elecciones podrían poner al PP al borde de una mayoría absoluta y entonces habría hecho el PSOE un pan como unas tortas. 

Lo cierto es que, en estos momentos, con el PP todavía creyendo que tiene mayoría absoluta y que nada tiene que ofrecer a nadie salvo su propio programa electoral y con el PSOE despreciando la oportunidad de poner a prueba la cintura política de Rajoy en la mesa negociadora y durante el tiempo que dure la nueva legislatura, no quedará más salida que volver a apelar a las urnas. Ahora bien, de ese escenario que cada día que pasa sin acuerdo se perfila con mayor claridad tienen que ser expulsados  aquellos que por tacticismo electoral, cortedad  de miras e incluso interés personal van camino de consumar el que puede ser uno de los mayores fracasos de la democracia en este país.  

Niza: no pasarán


¿Y qué puedo decir de lo ocurrido anoche en Niza que no se haya dicho o escrito ya? Podría escribir un emotivo artículo sobre las vidas cegadas de manera irracional y sobre los ciudadanos pacíficos arrollados por un fanático guiando un camión; me podría extender varios párrafos en una sesuda argumentación del cómo, el por qué y el qué pasará ahora; o podría hacer un alegato iracundo contra la barbarie terrorista o contra la desastrosa intervención occidental en Oriente Medio o contra la incapacidad de gobiernos como el francés para integrar a sus ciudadanos de ascendencia árabe y religión musulmana. Podría acusar a Bush, a Blair y a Aznar de haber convertido a Irak en un semillero inagotable de terroristas; podría arremeter contra Rusia por apuntalar en el poder al presidente sirio mientras el país se desangra en una interminable guerra civil que expulsa a sus ciudadanos a la diáspora o a la muerte intentando llegar a Europa. 

Me podría extender en consideraciones sobre los riesgos de una dinámica basada en responder con bombas a las bombas o sobre la falta de voluntad para que los países intercambien información que permita prevenir y evitar barbaries como la de anoche en Niza. Diría que es imprescindible pero tendría que reconocer también que ningún servicio de inteligencia del mundo - ni el KGB en sus mejores tiempo - puede detectar lo que pasa por la cabeza de un lobo solitario que se ha radicalizado en la red y que quiere dar ejemplo al mundo y ganar la palma del martirio matándose después de llevarse por delante la vida de cuantos más infieles mejor. 

Todas esas cosas y muchas más podría escribir hoy; también podría colgar en mi muro de Facebook una bandera francesa con un crespón negro y decir que "todos somos franceses" o que "todos somos Niza". Podría decir que el terrorismo ataca deliberadamente por su significado político los grandes valores occidentales enarbolados por la Revolución Francesa un 14 de julio de 1789 con la toma de La Bastilla: libertad, igualdad y fraternidad. Haría un alegato inapelable sobre la superioridad moral de esos principios universales frente al fanatismo brutal y la irracionalidad de las interpretaciones religiosas llevadas al paroxismo más absoluto y asesino. 

Muchas cosas más podría escribir sobre lo ocurrido anoche en Niza pero dudo de que nada de lo que escribiera me convenciera a mi mismo o me tranquilizara demasiado. Creo que seguiría teniendo la misma sensación, mezcla de desasosiego, ira, dolor, tristeza e impotencia. Por eso no quiero escribir nada de eso, nada de lo que se ha escrito una y cien veces después de cada salvajada como la de anoche en una suerte de bucle interminable e inútil. Otros lo escribirán por mi o lo habrán hecho ya a estas horas. Puede que ese sea el objetivo de este terrorismo brutal, dejarnos en estado catatónico y sin posibilidad de pensar ni razonar. Pero lo siento, no me atrevo a sugerir qué se puede hacer, si política de tierra quemada contra el ISIS, si vigilancia y control mucho más férreo sobre quiénes se sospeche de veleidades terroristas aunque nos cueste más vigilancia y menos libertad, si mano dura con quienes no se han querido integrar en la sociedad occidental o mayores esfuerzos para que lo hagan. No sé, no tengo ninguna seguridad de que esas sean las medidas más convenientes o si habría que pensar en otras. 

Admito que no es muy optimista mi posición pero racionalmente hablando lo ocurrido anoche en Niza sólo merece repudio, asco y condena. Y, por supuesto, solidaridad y apoyo para con las víctimas, para con sus familias y para con los ciudadanos de un país golpeado de nuevo cuando más puede doler y en donde más daño puede hacer, en una de sus principales ciudades turísticas. Y el convencimiento - de eso sí que no tengo duda alguna - de que nunca jamás triunfarán los que quieren acabar con las sociedades democráticas en las que, a pesar del tiempo transcurrido y de lo descoloridos que luzcan en la actualidad, siguen alumbrando con luz propia los viejos principios revolucionarios de la libertad, la igualdad y la fraternidad con los que los fanáticos como el de Niza sueñan con acabar. Lo que sí puedo decir de Niza y de lo ocurrido allí anoche es que no pasarán. 

Apadrina un banco

En las relucientes salas en las que se reúnen los consejos de administración de los grandes bancos aún hay restos de la fiesta de ayer, confetis, botellas de champán vacías y colillas de puros de marca. El jolgorio estaba más que justificado si alguien como el abogado general de la UE, suerte de fiscal general, dice que no tienes que devolverles a los clientes el dinero que les has cobrado de más con el truco de las abusivas cláusulas suelo de sus hipotecas. Del chupinazo se han ahorrado los bancos españoles entre 5.000 y 7.000 millones  de euros, un dineral para pagar no sólo muchas y lujosas fiestas sino jugosas primas y pensiones de jubilación a sus directivos. 

El informe de este amigo de los bancos que se hace pasar en sus ratos libres por abogado general de los intereses de los ciudadanos comunitarios, tiene alguna que otra frase digna de figurar en los libros de leyes en lugar bien destacado. Me quedaré sólo con la que dice  - aproximadamente - que obligar a los bancos a devolver a sus clientes todo el dinero que les han sacado de más desde que firmaron la hipoteca con cláusula suelo, tendría efectos perniciosos en la "macroeconomía". Dicho en cristiano, tendríamos que volver a poner dinero de nuestro bolsillo para que no se hundan, como ya pasó en el rescate bancario que Mariano Rajoy se niega a decir que fue rescate y sí generoso préstamo a bajo interés y sin cláusula suelo.


Este amigo de los bancos que es el abogado general de la Unión Europea sigue a pies juntillas los pasos del Tribunal Supremo español. Esta alta magistratura patria sentenció en 2013 que las cláusulas suelo son abusivas porque impiden trasladar a la cuota mensual de la hipoteca la posible bajada de los tipos de interés. Sin embargo, tan alto tribunal precisó que los bancos sólo tendrían que devolver el dinero cobrado a partir de esta sentencia y no desde el momento en el que se firmó la hipoteca. Sentó así la churrigueresca jurisprudencia de que una cláusula puede ser abusiva durante un tiempo y dejar de serlo durante otro o que lo que es abusivo hoy ya no lo es mañana. El elemental principio jurídico de que si la cláusula de un contrato es abusiva debe declararse nula desde el minuto uno y por tanto dejar de aplicarse, saltó hecho añicos por los aires a mayor gloria bancaria. Vino a decir también el Supremo que imponer la devolución retraoactiva de las cantidades de más mangadas por los bancos a sus hipotecados clientes implicaba riesgos para el sistema económicos. Y se fumó un puro.

Entre el Supremo y el abogado general de la banca, los ciudadanos de este país y de esta Unión Europea de cartón piedra hemos sacado la conclusión de que nuestros derechos como usuarios y consumidores tienen un límite muy claro: el sagrado interés de los bancos. Así que de topar con la Iglesia hemos pasado a hacerlo con los bancos, el gran y auténtico poder fáctico de estos tiempos. Si les va mal vendrá el gobierno de turno a por nuestro dinero para inyectarles pasta en vena y cuando nos roban a manos llenas lo hacen para que el sistema económico no pete. No deberíamos quejarnos tanto y agradecerles que estén ahí velando día y noche por nuestro bienestar, así que sugiero que quienquiera que dijera aquello de que la banca nunca pierde tenga busto a la puerta de cada sucursal bancaria de este país. 

Esta sarta de decisiones jurídicos tomadas a beneficio del poderoso caballero don Dinero sólo la puede corregir ya el Tribunal de Justicia de la Unión Europea cuando dicte sentencia dentro de unos meses. Ocurre que, por regla general, el fallo tiene muy en cuenta lo que dice en su informe nuestra viejo amigo el abogado general de la banca, así que mejor no hacerse muchas ilusiones. Si por ventura le diera un aire a los jueces y por una vez en la historia  la decisión fuera contraria a los intereses bancarios, propongo lanzar una campaña de apadrinamiento para que ningún banco se quede sin protección y la macroeconomía no se vaya a hacer puñetas. No deberíamos ser vengativos sino mostrar generosidad y agradecimiento a los que tanto se desvelan por nosotros.     

Rajoy amaga con otra espantada

Convoco a los marianólogos de guardia para que a la mayor celeridad interpreten este nuevo pasaje antológico del líder: "si yo tuviera la seguridad de que fuera imposible que se me eligiera, yo abriría un periodo de reflexión y plantearía: ¿qué salida le vamos a dar a esto?".  Ahí es nada la dificultad de desentrañar el intríngulis de la frase de marras. Leída así a la carrera sugiere que Rajoy, a la vista de que no consigue hacer muchos amigos para que le dejen seguir siendo presidente, está calibrando la posibilidad de volver a decirle nones al rey si  este le llega a pedir que suba a la tribuna de oradores a defender su investidura. 

Al menos eso es lo que se supone que debe de ocurrir por cuanto es Rajoy el más votado, como él mismo y su gente no se cansan de repetir desde por la mañana a la noche. A la espera de que los expertos en el pensamiento mariano den su parecer, entiendo que Rajoy está buscando también meterle más presión al PSOE para que caiga sobre Pedro Sánchez todo el peso de la responsabilidad por tener que ir a unas terceras elecciones generales en un año. Ocurre, sin embargo, que a Sánchez le ha quitado hoy un gran peso de encima Albert Rivera tras anunciar que Ciudadanos se abstendrá en la segunda votación para que Rajoy sea presidente. Y es que el pacto que se puso sobre la mesa desde la noche electoral pasaba porque los 32 diputados de Ciudadanos se sumaran a los 137 del PP más los 5 del PNV y el de CC. 

Ahora esas cuentas se descuadran y Rajoy sólo puede contar a estas alturas  del cuento con el único y solitario voto de CC, y no es aún completamente seguro. Magro resultado para formar gobierno cuando han pasado ya más de dos semanas desde las elecciones. Y menos mal que Rajoy tiene prisa para que haya gobierno cuanto antes, algo en lo que no le falta razón dado el panorama que tenemos por delante. De no haber urgencia lo podríamos dejar perfectamente para después de verano, que hace mucho calor estos días, o ya puestos para después de Navidad. 

Lo que ocurre es que, desmintiendo la imagen proactiva de los primeros momentos tras las elecciones, el presidente en funciones ha vuelto a desplegar la misma estrategia inmovilista de la pasada legislatura: sentarse en La Moncloa a esperar que el resto de partidos se inclinen a adorarle y apoyarle sin condiciones sólo porque fue el que ganó las elecciones. Se ha vuelto a olvidar Rajoy de que no tiene mayoría absoluta y si quiere seguir siendo el presidente tendrá que ganarse el puesto a pulso ofreciendo a sus potenciales socios algo que estos puedan asumir ante sus electores. 

Lejos de eso, ha seguido Rajoy manoseando ese documento de medio centenar de páginas con cinco grandes pactos vagos que usó sin éxito en la pasada legislatura. Nadie le compra sus papeles porque carecen de concreción y porque no son creíbles sus intenciones ni sus promesas. Incapaz de negociar y ceder después de cuatro años de mayoría absoluta, Rajoy aspira de nuevo a un cheque en blanco, en especial si va firmado por Pedro Sánchez. 

Pero el líder socialista resiste la presión y reitera que no habrá abstención para que Rajoy gobierne, si bien matiza con un "a día de hoy" que en este caso deberán desentrañar cuanto antes los pedrólogos de guardia. No es mi caso pero se me antoja que lo que dice Sánchez es similar a lo de "abstención, de entrada no". De salida ya veremos si se apoya a Rajoy o se busca otra alternativa de gobierno como pide desconsolado Pablo Iglesias mientras llora sobre la leche derramada. Sólo que esta otra opción está cercana a la utopía y no están los tiempos ni los actores de este psicodrama para tales alardes de virtuosismo político.

Y me temo que no hay más alternativas de las que agarrarse para evitar otro fracaso y una situación política esperpéntica.  Signifiquen las crípticas frases de Rajoy y de Sánchez lo que signifiquen, a día de hoy lo único cierto es que no hay visos de que esto lo pueda arreglar el médico chino y no sé yo si, a la vista de la experiencia reciente, servirían de mucho unas terceras elecciones salvo para que el PP recupere la mayoría absoluta. Dicho de otro modo, si hay que votar se vota, aunque a este paso van a ser los propios responsables políticos los que terminen convirtiendo el derecho al voto en algo vacío de contenido y efectos políticos si no son capaces de interpretar el mandato de las urnas y de actuar en consecuencia.  Y en eso, el que gana unas elecciones debe asumir la responsabilidad de intentar gobernar buscando con ese fin los apoyos necesarios y no esperando de forma pasiva a que se los ofrezcan en bandeja de plata y sin pedir nada a cambio.  

De toros y de asnos

Vaya por delante, pero muy por delante, que detesto las corridas de toros. Jamás las he soportado, nunca le he encontrado sentido ni encanto a un espectáculo sangriento en donde la lucha entre la bestia y el hombre se decide (casi) siempre en favor del segundo. Ni que decir tiene que considero el colmo de la caspa y de lo cutre calificar como fiesta nacional este vergonzoso martirio de un animal, si es que lo de nacional tiene algún sentido claro a estas alturas de la historia. 

Ni me vale que me intenten convencer de su relevancia cultural con cuentos seudoantropológicos sobre la tradición y el significado totémico del morlaco. Tradicionales fueron también las hogueras de la Inquisición, el derecho de pernada y el tráfico de esclavos y no por eso teníamos la obligación de conservar tales prácticas. Lo del valor cultural de las corridas de toros me suena a mera excusa para darles una cierta pátina respetable y académica a lo que, desde mi punto de vista, es un manifiesto maltrato de un ser vivo con resultado de muerte y acompañamiento de banda de música. 

Todo lo anterior no es impedimento para que me parezca asquerosa, repugnante y digna de persecución judicial la campaña que un buen número de descerebrados ha puesto en marcha en las redes sociales no contra los toros, sino contra el torero Víctor Barrio, fallecido a raíz de una cogida, y su familia. Bien han hecho algunas formaciones autodenominadas animalistas en desmarcarse de semejantes bestias pardas. No reproduciré ninguna de las frases de juzgado de guardia que han colgado en las redes sociales, primero porque no me da la gana hacerles el juego y segundo porque son fáciles de encontrar si alguien tiene interés en comprobar el nivel intelectual de estos asnos. 

Sólo diré que las más moderadas no esconden su alegría por la muerte de Víctor Barrio y desean a otros toreros que corran la misma suerte.  Si estos primates razonaran sólo un poquito podrían haber llegado sin mucho esfuerzo a la conclusión de que la vida de un ser humano y de un animal no son equiparables desde ningún punto de vista y por tanto es un disparate ponerlas al mismo nivel. Disparate que en buena parte proviene del extraño convencimiento de muchos de que los animales tienen derechos, otro sinsentido que añadir a los que rodean el mundo de los toros en particular y el del maltrato animal en general. 

Los derechos son algo que se ejercen por uno mismo y no veo cómo puede hacer tal cosa un toro o cualquier otro animal. Cosa bien distinta es que los seres humanos tengamos deberes para con los animales, por ejemplo, el de alimentarlos, cuidarlos, no abandonarlos y no causarles dolor ni daño de manera gratuita como ocurre con las corridas de toros, las peleas de gallos o las de perros. 

La policía y la fiscalía investigan ya lo que sin duda es una evidente incitación al odio y confío en que tanto los cobardes anónimos que se ocultan detrás de nombres ficticios para sembrar su mala baba como aquellos que van a pecho descubierto terminen con sus huesos en una cárcel o pagando sanciones ejemplarizantes. No cabe aquí apelar a la libertad de expresión cuando la misma se ha empleado para fomentar el odio, la amenaza y el desprecio por quienes no piensan o actúan como nosotros. Hay una y mil formas de oponerse democráticamente a las corridas de toros y ninguna de ellas es el insulto y la vejación. Quienes así han actuado se retratan a sí mismos como estúpidos monos de feria y hacen un flaquísimo favor al movimiento antitaurino, al que se culpará en su conjunto de las sandeces que estos babuinos han escrito en las redes. Es a ellos a quienes tiene que empitonar bien el toro, pero el de la Justicia. 

Obama: hola y adiós

Me permito parafrasear el titular con el que el diario EL MUNDO resumió esta mañana la visita relámpago que Barack Obama realizó ayer a España. Resume a la perfección el contenido político cero de la misma por mucho que se pavoneara Rajoy de entrevistarse con el líder más poderoso del mundo y el rey sacara pecho. Ya de entrada se trataba de una visita sin apenas contenido posible y que Obama iba a hacer porque le pillaba de camino de vuelta a casa tras participar en Varsovia en la cumbre de la OTAN. Total, se dijo, ya que estoy en Polonia bajo un momento a España, saludo a Felipe y a Mariano y quedo como un caballero; al fin y al cabo allí no hay gobierno ni parlamento constituido y como a mi me quedan dos telediarios para dejar la Casa Blanca a nada me tengo que comprometer.

Dicho y hecho, con la variable imprevista de que en medio se cruzó el atentado de un francotirador de Dallas que acabó con la vida de cinco policías y a Obama le faltó tiempo para dejar la visita a España en unas pocas horas, la mayor parte de las cuales reservó para sus compatriotas de la base militar de Rota. Con el rey y con Rajoy dijo cosas muy emotivas sobre las estrechas relaciones entre ambos países, la importancia aliada de España y lo bien que lo está haciendo el presidente español en funciones para sacarnos a todos de una vez de la crisis. Nos animó para que formemos gobierno cuanto antes y prometió volver a visitarnos, tal vez con una mochila como la que dice que llevaba cuando sólo era un estudiante de derecho y se dio un garbeo por España sin tanta parafernalia de seguridad y protocolo como ayer. 

Dicho lo cual subió a paso ligero la escalerilla del Air Force One, saludó sonriente y se fue a casa en donde le aguardan unos días complicados después de lo ocurrido en Dallas. Aquí, unos se han quedado con ganas de más, sobre todo los sevillanos que vieron con decepción como el líder de líderes no salió del perímetro de la base de Rota. A otros ni nos enfría ni nos caliente gran cosa y lo mismo nos da que nos da lo mismo que Obama haya estado sólo un día mal contado en España y no dos como estaba previsto en un principio. No es que uno tenga ningún tipo de animadversión personal contra el presidente estadounidense, es simplemente que este dar palmas con las orejas que practican algunos políticos patrios ante este tipo de visitas le producen sonrojo y vergüenza ajena. 

Obama es un señor que ha marcado un antes y un después en Estados Unidos, sobre todo porque ha sido el primer presidente negro de la historia de ese país. Pero no por mucho más: aunque es el sorprendente e imprevisible ganador de un premio Nobel de la Paz, ni ha enderezado las cosas en Irak, Afganistán, Pakistán o Libia, ni ha cerrado Guantánamo ni ha puesto coto a la proliferación de armas de fuego en su país. Ha conseguido que la economía estadounidense remonte el vuelo - y no es poco mérito - pero el suyo sigue siendo un país lleno de desigualdades sociales abismales. 

Por lo que a España en particular se refiere, las relaciones económicas y comerciales no han sufrido problemas y en cuanto a la seguridad y la defensa de nada se podrá quejar Obama después de que, olvidado lo de la salida de las tropas españolas de Irak y lo de la bandera norteamericana,  nuestro país permitiera, por ejemplo, que la base militar de Morón haya pasado de temporal a permanente. Por tanto, su visita relámpago de ayer ha sido mera cortesía - que se agradece - pero que no cabe sacar de contexto y presentarla interesadamente como una suerte de hito que marcará un nuevo marco de relaciones entre España y Estados Unidos. 

Si nuestro país no hubiera perdido en los últimos tiempos tanto peso en el concierto internacional, tal vez Obama no se habría ido tan rápido de España o habría visitado a su imprescindible aliado mucho antes y no cuando su mandato en la Casa Blanca ha entrado en tiempo de descuento y ya no es momento de abordar cambios de largo alcance. Y si el Gobierno español fuera mucho menos complaciente con todo lo que diga Washington y tuviera un poco más de sentido de estado, pondría sobre la mesa la necesidad de avanzar hacia una colaboración bilateral en seguridad y defensa menos desequilibrada en favor los intereses geoestratégicos de Estados Unidos, de los que nuestro país parece poco más que un mero soporte territorial. 

¿Qué fue de Venezuela?

Acabo de mirar y he comprobado aliviado que Venezuela sigue en el mapa, al país de Bolívar y Hugo Chávez no ha sido barrido de la faz de la tierra por un huracán tropical ni por un tsunami. Después de semanas desayunando, almorzando y cenando con Venezuela en casi todos los periódicos y telediarios, que de unos días a esta parte haya prácticamente desaparecido de la "agenda informativa" y sobre todo de la política me llenó de zozobra y me dije: aquí ha pasado algo raro, a Venezuela y al malvado Maduro con su oposición y todo se los ha tragado el mar o se los ha llevado el viento y yo sin enterarme. Pero no, está en el mismo sitio de siempre, al fondo a la derecha, y con los mismos problemas de siempre sólo que un poco más agravados por el paso del tiempo, que tiene la mala costumbre de echarlo todo a perder tal vez con la única salvedad del vino y no siempre. 

En ese paréntesis entre caer en la cuenta de que ya nadie en este país habla de Venezuela y comprobar que el imperialismo yanki no lo ha reducido aún a escombros, me llenó de angustia imaginar a los líderes políticos españoles sin una buena defensa de los sacrosantos principios democráticos que tirarse a la cabeza. No acertaba a suponer cómo podrían superar el trauma  de la desaparición de Venezuela en el PP, valedor en primer grado de la oposición venezolana en el interior y en el exilio y primera espada contra el Gobierno de Maduro. 

Sufría por la inutilidad del  asesoramiento jurídico de Felipe González al opositor Leopoldo López y de mediación política de José Luis Rodríguez Zapatero si el chavismo había pasado a mejor vida. Y me preguntaba por Albert Rivera y su primer viaje a Caracas como estadista en potencia para apoyar a la oposición venezolana como si alguien supiera en aquel país quién es este señor o le importara al menos un comino lo que fuera a hacer o a decir en la Asamblea Nacional. 

No podía dejar de pensar en Podemos y en sus politólogos de cabecera que se habían quedado sin trabajo al no tener ya gobierno venezolano al que asesorar ni perro que les ladre. Un desastre, me dije, hasta que comprobé que felizmente Venezuela no se ha movido ni un metro de donde ha estado desde hace más de 200 años, año arriba o abajo. Allí sigue Maduro en el machito, pegado como una lapa al sillón presidencial, intentando evitar que la oposición lo corra a gorrazos del palacio de Miraflores, sede del gobierno. Un Maduro tan "ostentóreo" como siempre- Jesús Gil dixit - clamando contra la burguesía, el capitalismo, el imperialismo, Mariano Rajoy alguna vez y el sursum corda también si se pone a tiro. 

Y en el mismo sitio sigue también la oposición, ahora con el legislativo bien agarrado intentando cobrarse desde él las penalidades que le hizo pasar Maduro cuando era minoría. También siguen en la cárcel Leopoldo López y Antonio Ledezma y así hasta cerca de un centenar de dirigentes opositores que se atrevieron a buscarle las cosquillas al chavismo. Y, sobre todo, continúan las colas en los supermercados, el desabastecimiento de los productos más elementales y cotidianos, el mercado negro de divisas, el impago a los pensionistas, la inflación astronómica, la falta de medicamentos y los cortes de luz eléctrica, la inseguridad y la falta de futuro. 

Todo sigue en Venezuela igual o peor que antes de que se hablara tanto de ese país en España e igual o peor que siempre desde hace muchos años. Pero ya nada de eso es noticia en España, a nadie le interesa en estos momentos la última burrada que haya dicho Maduro en sus infumables soflamas en radio y televisión. Tampoco interesa ya gran cosa el nuevo intento de la oposición por sacar al presidente venezolano del poder al que - hay que subrayarlo -  accedió democráticamente, algo que olvida esa misma oposición  y que en España se ignora deliberadamente. 

Venezuela ya no da votos en España si es que realmente dio muchos en las últimas elecciones. Por eso ha pasado a convertirse en invisible y a prácticamente ningún medio de comunicación le importa ya una higa si los venezolanos pasan miserias y penalidades para llegar a fin de mes, para comer o para acceder a los medicamentos. Me temo que sólo unas nuevas elecciones en España volverían a poner a Venezuela en la agenda informativa y política española, de lo contrario pueden dar por seguro que medios y partidos políticos actuaran como si ese país y sus problemas no existieran y nunca hubieran existido.  ¿Venequé? ¿Dónde queda eso?

Abstención, de entrada no

Sospecho que de tanto hablar de y viajar a Venezuela a la clase política española se le han terminado adhiriendo los modos y maneras de los guionistas de culebrones. Ya vivimos uno bien largo y chévere hace nada y ahora andamos embarcados no sé si en la segunda parte del anterior o en uno nuevo, el tiempo lo dirá. Los protagonistas, eso sí, son los mismos y en estos primeros capítulos vuelven a hacer aproximadamente lo mismo: enredar y oscurecer el panorama. Sólo uno de ellos, el protagonista de la trama, parece ahora algo menos lerdo y ha dado señales de haberse despertado de la larga siesta de Marca, copa y puro a la que estaba entregado desde hacía meses. Eso ha disparado las sensaciones positivas y muchos se han lanzado a anunciar la buena nueva a los cuatro vientos: esta vez sí tendremos gobierno. 

No adelantaría yo aún acontecimientos a la vista de la reciente y decepcionante experiencia que nos obligó a volver a las urnas. Esperaría sin desesperar pero sin confiar tampoco demasiado, o dicho de otra manera, le pondría una vela a un nuevo gobierno y otra a unas nuevas elecciones. Siendo realista hay que coincidir con quienes apuestan más por la segunda opción. Los que en la noche de las elecciones ya hablaban de un pacto PP+C`s+PNV+CC deberían ir descartando esa suma. Aunque los números dan si se añade la buena voluntad de alguna abstención, lo que no dan son las cuentas políticas. De manifiesto lo han dejado los del PNV con respecto a Ciudadanos, estos con respecto a los del PNV y estos a su vez con respecto al PP. Sólo CC le ha ofrecido al hombre de la Moncloa su voto y aunque todo lo que suma no resta, ese apoyo no le da al aspirante popular para llegar muy lejos. 


En estas circunstancias, la única opción para no tener que mudarnos a vivir  a un colegio electoral es que la novia en la que todos tienen puestos los ojos al menos se abstenga. Y en torno a esa salida gira ahora toda la trama: el galán que la quiere desposar por conveniencia y que en la pasada legislatura se sentó en La Moncloa a ver la vida pasar, le mete ahora prisa para que se decida cuanto antes, que no está el país para esperar. Se unen al coro los naranjitos, que desde el minuto uno volvieron a vetar al aspirante pero no han tenido reparo en pedirle a la novia acosada que asuma la situación con responsabilidad y no bloquee la formación de un gobierno. Desde la otra orilla del espectro político, se oye por lo bajo a uno que iba para presidente y que por su prepotencia se ha estrellado con todo el equipo ofreciendo casi una utopía: un pacto por la izquierda. 

Así que todos los focos del estudio en el que se rueda este cansino culebrón están puestos en esa novia que lleva dos semanas sin abrir la boca, aunque lo hacen por ella sus allegados. El problema es que no se escuchan una sino varias voces al mismo tiempo diciendo cosas que se parecen pero que no son lo mismo. Por resumir y para no cansar, tenemos por un lado a quienes creen que la respuesta a los requiebros del galán aspirante debe ser no siempre y en cualquier circunstancia; por otro lado están quienes matizan y vienen a decir  "abstención, de entrada no" y más adelante ya veremos. Esto me recuerda mucho a aquel histórico referéndum sobre la entrada de España en la OTAN convocado - miren qué cosas -  por alguien que acaba de proponer algo similar para la actual coyuntura. 

Quién se impondrá al final lo empezaremos a saber este sábado cuando se reúna la familia de la novia en pleno para decirle lo que debe hacer, aunque no se debería descartar una consulta a las bases para conocer su opinión, como ya ocurriera cuando el pacto con C's. Daría oxígeno a la asfixiada novia y le permitiría volver a presumir de democracia directa y participativa. Por eso, la del sábado seguramente no será la última palabra en este culebrón, ya que la familia de la novia se puede volver a reunir dentro del plazo previsto para decir digo donde dijo Diego.Maneras de justificar ante la opinión pública una abstención donde antes había un "no" seco y terminante para que el galán pueda gobernar se me ocurren un par de ellas. No sé, sin embargo, hasta qué punto serían convincentes ni de recibo para quienes el 26J votaron por esta opción política que su voto sirva para lo que podría llegar a servir por mucho que se envuelva en papel de seda. Ese es precisamente el nudo gordiano de toda la cuestión por lo que, conociendo cómo se las gastan los guionistas de culebrones y cómo les gusta enredar el argumento, lo mejor será ponerse cómodos y armarse de santa paciencia. 

La multa

El Gobierno español anda estos últimos días que no le llega la camisa al cuerpo ante la posibilidad de que la Comisión Europea nos castigue con una multa de unos 2.000 millones de euros por no haber sido lo suficientemente aplicados el año pasado y no haber hecho los deberes del déficit. Ya saben que se nos fue la mano más de lo debido y después de años de recortes y penalidades volvimos a fallar en lo más importante para los austericidas, el cumplimiento del sacrosanto objetivo de déficit. 

Y como eso en Bruselas no tiene premio sino castigo - al contrario de lo que ocurre en España con las comunidades autónomas que lo incumplen y a las que el señor Montoro premia con un año de gracia a ver si a la segunda va la vencida -  cabe la posibilidad de que Bruselas decida mañana que nos merecemos un correctivo en forma de sanción ejemplar. Por la labor no está Italia, por ejemplo, pero sí está Alemania, ya ven ustedes las sorpresas que da la vida. Después de años de arrumacos y carantoñas de Rajoy para con Merkel y sus recortes a todo trapo, es precisamente el gobierno alemán el más rigorista a la hora de exigir que se aplique sin contemplaciones el primer mandamiento de la austeridad: como no cumplas se te cae el pelo. Y fíjense que me importaría más bien poco si quienes tuvieran que pagar las consecuencias no fueramos una vez más los ciudadanos de este país, porque sobre nosotros todos terminará cayendo el peso de la sanción.

El castigo - si se produce, que aún no es del todo seguro y en gran parte dependerá de cuánto le llore Rajoy a Merkel para evitarlo - sería la consecuencia de una política económica hace tiempo desacreditada por sus efectos contrarios a una verdadera recuperación económica que beneficie a toda la sociedad y no sólo a unos pocos. Y desacreditada además porque el diseño de los objetivos de déficit que ha hecho el inefable Cristóbal Montoro ha tenido más truco que el cinturón de Batman. En síntesis, Hacienda ha aplicado la ley del embudo que en este caso consiste en ponerle la parte estrecha del déficit a las comunidades autónomas y quedarse la administración del Estado con la parte ancha. 

La consecuencia es que las autonomía, pésimamente financiadas para atender sus competencias en sanidad, educación o servicios sociales, han incumplido en su mayoría el objetivo que les impuso Montoro y dispararon el déficit total. Pero lo más lamentable y menos comprensible de todo es que ni la propia administración general del estado fue capaz de cumplir con su parte a pesar de ser la más holgada. Aunque corrijo: sí es comprensible si se recuerdan, entre otras cosas, las contundentes cifras del fraude fiscal, la baja recaudación respecto a la media europea y la mal llamada reforma fiscal que Montoro se sacó de la manga para conseguir echar unos cuantos votos más en la urna del PP y restarle unos cuantos millones de euros a las arcas públicas. Con ese dinero tal vez no estaríamos ahora expuestos a que nos castiguen con una sanción por la mala cabeza del Gobierno en política económica.

Eso por no hablar ahora de los 8.000 millones de euros que además exige Bruselas que España suprima de un plumazo a ver si de una santa vez este país cumple los objetivos de déficit a los que se compromete y que luego se salta a la torera. Así las cosas, al gobierno que se forme - si al final se forma alguno y dura para contarlo - le esperan curvas peligrosas y a los ciudadanos una nueva dosis de más de lo mismo. La gran suerte es que si gobierna el PP de nuevo ya tiene experiencia en cómo hacerlo y seguro estoy de que no lo temblará el pulso llegado el caso. Por eso España es una gran nación que gracias al PP dio un paso al frente cuando se encontraba al borde del abismo. 

A martillazos con las pensiones

A la chita callando, sin prisa pero sin pausa, el PP está dejando en los huesos la hucha de las pensiones. Llegó a tener en 2011 más de 67.000 millones de euros y después del más reciente hachazo - una vez pasadas las elecciones - por importe de 8.700 millones para abonar la paga extra de julio se ha quedado en apenas 25.000 millones. En cinco años se han sacado 42.000 millones de euros y no hay ni de lejos un atisbo de que al menos la cantidad no seguirá menguando. De hecho, los expertos vaticinan que con lo que queda habrá como mucho para pagar la extra de Navidad y las dos extras del año que viene. ¿Y después? Esa es la cuestión, nadie lo sabe ni nadie ha propuesto una reforma integral que haga viable el sistema al menos a medio plazo. 

Lo único que hemos tenido hasta la fecha ha sido una pérdida del poder adquisitivo por la vía de la reforma impulsada por el PP que acabó con la vinculación entre IPC y subida anual de la pensión. Ahora, lo máximo que podrá subir año a año es el 0,25% , de manera que cuando la economía empiece a tirar - se supone que algún día tendrá que hacerlo - y el IPC empiece a responder a los estímulos económicos la pensión de nuestros mayores se diluirá como un terrón de azúcar en el café. Cabe recordar además que se amplía el periodo de computo para calcular la pensión y que, junto al retraso de la edad de jubilación aprobado en la etapa de Zapatero, en unos años también entrará en vigor el factor de sostenibilidad del sistema por el que la cuantía de la pensión oscilará en función de la esperanza de vida en el momento de la jubilación. 


En definitiva, medidas todas tendentes a recortar las pensiones presentes y futuras después de décadas de cotización en la mayoría de los casos y que, en la dura y larga crisis, han servido en muchos casos para que miles de familias se hayan mantenido medianamente a flote. En paralelo, la reforma laboral del PP ha producido el efecto buscado: devaluar los salarios y precarizar el empleo para ganar competitividad económica. La consecuencia inmediata ha sido la caída de las cotizaciones a la Seguridad Social, sumada a la alegre política de bonificaciones y tarifas planas de las cuotas empresariales a la que se apuntó el PP en su legislatura de mayoría absoluta. Todo lo cual apenas ha tenido efecto sobre el empleo pero sí ha contribuido a que el sistema ingresara aún menos. Por no hablar de lo absurdo y contradictorio que resulta favorecer el empleo precario y temporal con la reforma laboral para luego bonificar con cargo a la Seguridad Social el empleo indefinido. 

A la hora de buscar propuestas de futuro, lo único que se encuentra es no poca vaguedad y mucha indefinición. Los sindicatos hablan de sacar del sistema las pensiones de viudedad y orfandad, que representan más de 20.000 millones de euros al año y financiarlas con impuestos a través de los presupuestos del Estado. En cuanto a los partidos, es cierto que el PSOE prometió en la pasada campaña implantar un recargo fiscal sobre las rentas más altas para pagar las pensiones, pero apenas si la desarrolló. La idea la hace suya en parte Podemos pero no la comparten ni Ciudadanos ni el PP. La formación naranja no quiere tocar los impuestos y, salvo error u omisión por mi parte, carece de propuesta  concreta sobre cómo garantizar el futuro de las pensiones. En cuanto al PP, su mantra es que el empleo todo lo cura y con él volverá la hucha de las pensiones a rebosar y volveremos a atar los perros con longanizas. Como si no hubiera quedado suficientemente claro que con unos salarios que no permiten a muchos trabajadores esquivar la exclusión social malamente se puede resolver el problema de las pensiones por la vía de ingresar dinero en la hucha. 

Piensan mal algunos y tal vez anden bien encaminados, que detrás de esa  actitud que parece confiar la solución del problema a la buena suerte económica hay un interés inconfesable de dejar quebrar el sistema para justificar la necesidad de cambiarlo por uno mixto en el que tengan un mayor peso los planes privados de pensiones. Bancos, aseguradoras y otros muchos llevan años lanzando la caña a ver qué pescan y publicando estudios apocalípticos sobre el futuro de las pensiones. Su principal y en ocasiones único argumento es el envejecimiento de la población, un mantra tendencioso que se quiere hacer pasar por determinante: el envejecimiento deviene en la imposibilidad de sostener el sistema de pensiones si son más los que las cobran que los que aportan a la caja común. 

Que el envejecimiento es un factor que no se puede pasar por alto es cierto pero no es una maldición bíblica que no pueda paliarse con políticas de natalidad y conciliación laboral y familiar adecuadas. Por desgracia, la interminable campaña electoral en la que lleva embarcada España desde hace año y medio no ha sido tiempo suficiente para que los partidos políticos debatieran en profundidad sobre cómo garantizar el futuro de las pensiones, uno de los pilares básicos de lo que conocemos como el estado del bienestar. Cabe preguntarse si es esas tres palabras - estado del bienestar - aún significan algo para la clase política española, sobre todo para aquella parte de la misma que se reclama socialdemócrata si es que esa palabra tiene hoy algún significado político concreto y reconocible. 

Brexit: donde dije digo...

Nunca digan nunca jamás ni de esta agua no beberé, ni se les ocurra. Sobre todo si hablan de las vueltas que puede dar la política y lo asombrosas por inesperadas e ilógicas que pueden llegar a ser las decisiones de los ciudadanos cuando votan. De esto hay en la historia numerosos ejemplos. Sin embargo, con la propina de 14 diputados que acaba de recibir el PP en las urnas a pesar de los casos de corrupción que le afectan de lleno deberíamos tener más que suficiente para estar curados de espanto. 

Pero si con eso no les basta, observen la situación en el Reino Unido a raíz de que el 52% de los votantes en el referéndum del 23 de junio se inclinaran alegremente por el brexit sin preguntarse demasiado por las consecuencias o sin hacer caso maldito a quienes les advertían de los riesgos que suponía abandonar la Unión Europea. A partir de ese momento la caravana del disparate y el ridículo no han hecho sino crecer. Comenzó a la mañana siguiente con un mediocre David Cameron a las puertas del 10 de Downing Street poniendo pies en polvorosa después de haber sido incapaz de convencer a sus compatriotas de que era mejor quedarse que marcharse. 

Le siguió poco después su presencia en la que ha sido su última cumbre europea en la que no se le ocurrió otra cosa que echar la culpa a los demás de su fracaso, muy propio de los políticos de medio pelo como él. Según la teoría de Cameron, serían también los demás los culpables de que Escocia se remueva incómoda y esté planteándose un nuevo referéndum de independencia o que en Irlanda del Norte los católicos hablen de unirse a la República de Irlanda. En paralelo, el partido conservador del todavía primer ministro anda manga por hombro, con el ex alcalde de Londres, Boris Johnson, poniéndose a cubierto del fuego cruzado entre sus propios compañeros y otros batiéndose el cobre sin ningún pudor por ocupar la coqueta residencia que dejará libre Cameron en unos pocos meses. 


En el partido laborista no andan mejor las cosas, con la mitad de la formación pidiéndole cuentas al líder Corbyn por no haber hecho más en contra del brexit. Y ya para rematar el escenario de debacle política, hasta el eurófobo y xenófobo Nigel Farage, el líder del UKIP (Partido por la Independencia del Reino Unido) ha presentado hoy su dimisión en un acto de cobardía política ahora que los británicos empiezan a caer en la cuenta de que fueron engañados como chinos por los partidarios del brexit. 

Y estos, los ciudadanos británicos, protagonizando ya uno de los episodios más lamentables y patéticos que uno podría esperar de un pueblo maduro y supuestamente informado de las decisiones que adopta, además de capaz de asumir las consecuencias aparejadas. Pues no, los británicos parecen estos días críos caprichosos a los que ahora les empieza a disgustar haber decidido lo que decidieron. Culpan a los políticos partidarios del brexit de haberles engañado con las cifras sobre el dinero que el Reino Unido aporta a la Unión Europea o sobre la realidad de la inmigración y lo que esta supone, por ejemplo, para el Sistema Nacional de Salud Pública. Ignoraron en su momento todas las advertencias y admoniciones de los peligros de darle la espalda a Europa, comenzando por las de su propio primer ministro y continuando por las del FMI o Barack Obama, y ahora se lamentan y lloran desconsolados sobre la leche derramada. 

Se manifiestan por las calles de Londres con ridículas pancartas en las que se lee "I love EU" y otras simplezas similares, firman a millones peticiones al varias veces centenario parlamento británico para que promueva un nuevo referéndum y hacen juramentos de amor eterno a la vieja Europa. Veo muy improbable que se convoque un nuevo referéndum en el Reino Unido sobre este asunto porque, además de que nadie puede garantizar a priori que no vuelva a salir el mismo resultado, los británicos harían el más sonrojante de los ridículos históricos que uno pueda imaginarse. 

Las decisiones democráticas -y esta lo es por mucho que no le guste ahora incluso a una parte de los que la adoptaron - deben respetarse y cumplirse. No vale a estas alturas culpar a los políticos de mentir y tergiversar, eso debieron haberlo sospechado quienes prefirieron hacer oídos sordos de las advertencias sobre el brexit y votaron libremente a su favor. Más de la mitad de los británicos que fueron a votar el 23 de junio expresó claramente cuál era su opción y a eso deben atenerse estrictamente el Reino Unido - que ahora no puede seguir retrasando la comunicación formal de su marcha a Bruselas con el fin de demorar el inicio de las negociaciones sobre su desconexión - y la Unión Europea. Para todo lo demás es tarde ya.     

Las prisas de Rajoy

Después de pasarse toda la legislatura anterior sesteando, a Rajoy le han entrado las prisas para formar gobierno. En seis meses no dio un palo al agua para conseguirlo y rechazó incluso el encargo del rey para someterse a la investidura como candidato del partido más votado. Ahora, sin embargo, se muestra proactivo y para el martes próximo ya tiene fijada una cita con Coalición Canaria para empezar a sumar apoyos. 

No creo que haya que ser muy espabilado para deducir que las prisas de ahora y la pachorra de antes tienen que ver con el hecho de que ya no interesan en el PP unas nuevas elecciones como interesaban hace sólo un mes. De ahí que Rajoy ande incluso diciendo estos días que si no consigue apoyos suficientes para una investidura con mayoría absoluta está dispuesto a gobernar en minoría. ¡Quién te ha visto y quién te ve, Mariano! Y es que, si hace un mes el PP acariciaba la posibilidad de que en unas segundas elecciones terminaría recuperando los votos que le robó Ciudadanos el 20 de diciembre a poco que amenazara con la revolución bolivariana de Iglesias y Garzón, en estos momentos sería realmente suicida filtrear con una tercera cita con las urnas en un año. Sobre la mesa hay demasiado trabajo pendiente como para hacer de todo 2016 un año sabático para la clase política de este país. Aunque, si sólo fuera por cálculo político y a la vista de los resultados del 26J, uno estaría por jurar que a la tercera recuperaría el PP la mayoría absoluta que perdió el 20 de diciembre. Un par de nuevos casos de corrupción, unas grabaciones de conversaciones ministeriales poco presentables y dos o tres semanas atentos noche y día  en todos los telediarios y medios afines a la terrible crisis que afecta a Venezuela y la mayoría absolutísima sería pan comido.  



Aunque nada es descartable y a pesar del insólito dinamismo y las ganas con las que se ve a Rajoy estos días, puede que las cuentas no salgan y se vea nuestro hombre en la tesitura de cumplir la promesa de gobernar en minoría o volver a pasar palabra cuando el rey le diga que se amarre los machos y vaya al Congreso a pedir el apoyo de la cámara. Para empezar, las posiciones de quienes pueden ser decisivos en la investidura de Rajoy por mayoría absoluta o, en su defecto, por mayoría simple, distan mucho de estar claras. En el PSOE algunos apuestan por dejar gobernar a Rajoy - léase abstención - y la dirección insiste en un no rotundo y sin matices al PP y a su aspirante. En Ciudadanos andan también enredados entre el veto de Rivera a Rajoy y quienes consideran que se le debe permitir gobernar. Una tercera pata para que el acuerdo cuaje es el PNV,  pero los vascos tienen elecciones autonómicas en otoño y puede que a sus electores no les agrade mucho ver que su partido se acaramela con el PP en Madrid. Por no hablar de la inquina que se tienen entre sí PNV y Ciudadanos después de que los de Rivera abogaran alto y claro por acabar con lo que consideran privilegio del concierto económico vasco. 

Así que de momento y a la hora de escribir esta crónica - que decían los clásicos - el único apoyo cierto con el que puede contar Rajoy incluso antes de la reunión de la semana que viene con CC, es con el de Ana Oramas. La diputada nacionalista exigirá de Rajoy el cumplimiento de la llamada "agenda canaria" que negoció en la pasada legislatura con Pedro Sánchez y que quedó en papel mojado al fracasar la investidura del líder socialista. Rajoy podrá prometerle eso, el sol y la luna pero mientras no cuente con el apoyo activo o pasivo del PSOE o de Ciudadanos y del PNV de poco servirá. Puede que estemos sólo en el precalentamiento del partido y que las posiciones de estos días posteriores a las elecciones vayan girando poco a poco hacia un mayor entendimiento. Aunque si lo miramos por el lado negativo, puede que estemos ante el inicio de otro largo periodo de fuegos artificiales y postureo que termine por desembocar en otro fracaso político como el que acabamos de dejar atrás. 

No hay que descartar la segunda posibilidad, aunque sería lo peor que le podría pasar a este país en décadas. Con Bruselas echándonos el aliento en el cogote, con unos presupuestos del Estado que esperan autor o autores, con mil y una reformas constitucionales y de todo tipo que empezar a negociar entre las fuerzas políticas, permitirnos la frivolidad de unas terceras elecciones sería un golpe demoledor contra la confianza de los españoles en el sistema democrática. Basta con una vez de tacticismo y regateo político de medio pelo, toca negociar y demostrar cintura política. Esa es en definitiva la esencia de un sistema democrático y lo más lamentable es que tanto los dirigentes más curtidos y veteranos como los más jóvenes que tanto presumen de representar la "nueva política" siguen haciendo muy poco por anteponer el interés general al suyo o al de sus partidos.

Encuesta que algo queda

Todo fue de color de rosa hasta que cerraron las urnas. Hasta ese momento mismo el mundo estaba cambiando para bien y España era ya un país mucho mejor, se tocaba el sorpasso con la punta de los dedos y era sólo cuestión de horas que se convirtiera en realidad y que los que lo estaban haciendo posible conquistaran por fin el cielo. 

La ilusión duró lo que duró la primera hora de recuento de votos y se comprobó que el verdadero sorpasso no vino de la izquierda transversal, transformadora y otros trans, sino de la derecha conservadora de toda la vida y más allá. Ella sí que adelantó como un bólido a los que embobados con las encuestas se creyeron por unos días los reyes del mambo. Luego ha venido el crujir de dientes y el preguntarse qué hemos hecho para merecer esto y nos hayamos dejado entre diciembre y junio más de un millón de votos por el camino. 

La culpa es de la alianza con IU que nos ha hecho aparecer como comunistas ante la gente y ante el PP, dicen unos, convencidos de que la pareja de hecho con Alberto Garzón no ha sumado sino todo lo contrario y de que al final tenían razón los que dijeron que en política dos y dos no siempre suman cuatro. Pues anda que el líder máximo lo arregló bien declarándose socialdemócrata de toda la vida y dando la idea de que tenemos una empanada ideológica digna de estudio, dijo una joven aunque sin mucha convicción.  No, la culpa es de la campaña que diseñó Errejón, dicen los de más allá, molestos porque al líder máximo sólo se le viera en programas de postureo en televisión y poco más mientras sus acólitos tenían que conformarse con los segundos de la fila en los mítines organizados por esos andurriales de Dios. 


Ni hablar, claman los de este lado, nos dormimos en los laureles complacidos con los cantos de sirena de las encuestas y el PSOE y el PP nos han robado la merienda. Tendríamos que haber salido a rematar la faena que dejamos a medias el 20 de diciembre, añaden, no tragarnos el cuento de las encuestas e ir a morder.  Pues vaya papelón hemos hecho, dicen otros, cuando tuvimos la oportunidad de estar en el gobierno y la dejamos pasar convencidos de que si había unas segundas elecciones lo petábamos. 

¿Y qué hacemos entonces, cómo salimos y explicamos esto sin que se nos note demasiado la cara de tontos y de pasados de la raya que se nos ha quedado? Encarguemos una encuesta para averiguar dónde nos equivocamos, dice alguien en voz muy baja desde un rincón de la sala. Todos miran hacia allí con cara de sorpresa: ¿Una encuesta, Pablo? ¿Estás tonto o es que lo de secretario de organización se te ha subido a la cabeza? ¿Cómo vamos a encargar una encuesta sobre por qué fallaron las encuestas y en vez de tener un sorpasso hemos tenido un tortazo? Somos el partido con más politólogos del mundo, tenemos tropecientos libros publicados, damos conferencias y cursos sobre asuntos políticos y no se te ocurre nada mejor que proponernos que nos encarguemos una encuesta a nosotros mismos para saber qué ha pasado con el millón largo de votos que hemos perdido. Se nos van a reír en nuestras narices como hagamos eso. 

Discutieron mucho sobre la idea y, aunque no sin dificultades, al final el tal Pablo consiguió convencer a sus compañeros de que la encuesta la controlaría la propia organización; de este modo podrían cocinarla lo suficiente como para ofrecer una explicación razonable del tortazo sin dar la incómoda imagen de que intentan justificar su propio fracaso político. 

¿No debería dimitir alguien, aunque sea sólo  para predicar con el ejemplo después de tantas dimisiones que hemos pedido nosotros por todo, en todo momento y a todo el mundo?  La pregunta llegó con una voz casi inaudible desde debajo de una mesa cuando todos empezaban a recoger sus cosas para marcharse. Enseguida, no obstante, se extendió por la sala un silencio sepulcral: nadie abrió la boca para contestar y solo algunos se limitaron a carraspear y otros a toser. Sólo un comentario se oyó muy por lo bajo: ¡Te la has cargado, colega! Pasado el eléctrico instante de estupor todos se despidieron a la vez de forma atropellada ¡Bueno, pues ya nos vemos si eso en la reunión del círculo de mañana o en la del consejo ciudadano! ¡Hasta la vista, buenas noches! ¡Recuerdos a Pablo Manuel! ¡Vale, de tu parte! ¡Buenas noches! 

Encuestas cuestionadas

Una ola de estupor recorre España desde el domingo por la noche. Se preguntan todos, empezando por los autores, por las causas de que las encuestas electorales no dieran literalmente ni una sobre lo que los españoles iban a votar el domingo. Terminando por los ansiados sondeos a pie de urna, que sirven a lo medios para contar con munición con la que iniciar la larga noche electoral a la espera de datos oficiales, y terminando por las encuestas de los principales periódicos y cadenas de televisión de este país, ni una sola se acercó ni por aproximación al resultado de las urnas. 

Por no acercarse no lo hizo ni la frutería andorrana, ese divertido pasatiempos sin base muestral suficiente para ser creíble que cubre sin embargo los días de sequía de sondeos que impone la caduca ley  española cinco días antes de las elecciones. El estupor es aún mayor cuando ni siquiera la en general prestigiosa encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas, hecha pública en esta ocasión horas antes de que comenzara la campaña electoral oficial y basada en más de 17.000 entrevistas, supo adelantar ni de lejos lo que ocurrió el domingo

Pero la perplejidad no se debe sólo a que ninguna se aproximara al menos al resultado oficial sino a que todas coincidieran en el error al dar por seguro en mayor o menos grado el sorpasso de Unidos Podemos al PSOE mientras el PP y Ciudadanos prácticamente repetían los resultados de diciembre. Sobre los resultados de esas encuestas se han organizado tertulias en los medios, se han escrito sesudos artículos y editoriales y, con toda seguridad, se han rediseñado objetivos electorales por parte de los respectivos responsables de campaña. Todo ello para luego comprobar que los vaticinios no llegaban casi ni a la categoría de pálido reflejo de la encuesta de las urnas. 

¿Qué ha pasado? ¿Cuál ha sido el fallo? Los expertos en demoscopia han puesto sobre la mesa una buena retahíla de posibles motivos que explicarían tamaño trompazo de los sondeos electorales. En síntesis se resumen en que los ciudadanos mienten mucho cuando se les pregunta a qué partido tienen intención de votar. De esta manera, un importante número de electores habría ocultado que pensaba votar al PP o al PSOE aunque no explican estos expertos cuál sería a su vez el motivo para ocultar la preferencia partidista en un país en el que expresar en público las ideas políticas no es motivo de sanción de ningún tipo desde hace más de 40 años.


En combinación con esa explicación figura la de que la causa radica en los indecisos, ese 30% largo de electores que al inicio de la campaña electoral supuestamente no había decidido a quién votar o si quedarse en casa el día de las elecciones. Otros apuntan a los efectos del brexit sobre el ánimo de los ciudadanos que, presuntamente asustados por las consecuencias de la salida del Reino Unido de la Unión Europea, se habrían refugiado en lo malo conocido y habrían dejado para mejor ocasión lo bueno por conocer. 

Son causas plausibles que no conviene desdeñar pero no son suficientes para explicar el fracaso de los sondeos. En mi opinión, una de las razones de la nula puntería de las encuestas hay que buscarla en la poca o escasa perspicacia que demostraron para detectar que la cuando menos errática trayectoria política de Podemos podía provocar un efecto pendular del voto en favor del PP y del PSOE. Que todas los estudios coincidieran en un ascenso de la formación de Pablo Iglesias en detrimento del PSOE movilizó a los votantes del PSOE y del PP para evitar el sorpasso y una posición de dominio en la formación de gobierno por parte de Podemos.

Algo podemos aprender de lo ocurrido y es que, en el mejor de los casos, las encuestas no pasan de ser fotografías más o menos fieles - en este caso completamente desenfocadas - de un momento político dado o como mucho de una cierta tendencia que puede mantenerse, acentuarse, debilitarse o desaparecer con el tiempo y todo ello sujeto a muchos factores e imponderables. Como tal debemos interpretarlas pero nunca como la palabra revelada e infalible. 

Votar es un ejercicio de responsabilidad política al que estamos obligados como ciudadanos y que deberíamos hacer después de reflexionar sobre las opciones disponibles y su eventual encaje en nuestros puntos de vista e intereses. Hacerlo sólo en función de encuestas y sondeos de cuya sinceridad y limpieza deberíamos al menos dudar, dice tan poco de nuestra madurez política como hacerlo en función de lo guapo o feo que sea un candidato o de lo bien o mal que nos caiga su forma de ser o de hablar.