Observando a simple vista lo que ocurre estos días en Venezuela, un pesimista diría que todo lo que es susceptible de empeorar termina empeorando. A menos de un mes para las elecciones municipales del 8 de diciembre, el presidente Maduro está a un paso de conseguir poderes habilitantes para gobernar por decreto durante un mínimo de un año. Si los plazos previstos se cumplen – lo cual no es seguro que ocurra en un país como Venezuela – la Asamblea Nacional le otorgará mañana a Maduro la facultad, por ejemplo, de “prohibir” la inflación por decreto.
No es broma, aunque suene como tal. De hecho, el presidente venezolano parece que se ha inspirado en Robert Mugabe, el presidente de Zimbabue, que adoptó medidas similares cuando la inflación en su país se duplicaba en menos de una hora; después de las medidas se duplicaba cada 15 minutos. Para ir calentando motores, Maduro ya ha adelantado por dónde irán sus medidas contra la inflación, el acaparamiento y la especulación de los comerciantes, males que él atribuye a los taimados imperialistas norteamericanos y a sus cómplices en la burguesía nacional.
Hace poco ordenó a una conocida cadena de electrodomésticos bajar los precios hasta límites “razonables” y el agolpamiento e incluso el pillaje de ciudadanos ávidos de llevarse una nevera o un televisor de plasma gratis o a precios de ganga dio la vuelta al mundo. Ahora, una vez en disposición de ordenar lo que se le pase por su alucinado pensamiento sin necesidad siquiera de pedir autorización a un parlamento copado por el oficialismo chavista, las cosas pueden ponerse aún mucho peor. Por ejemplo, condenando a penas de 30 años, lo máximo permitido en la Constitución Bolivariana que Maduro esgrime a toda hora, a los comerciantes a los que se considere culpables de acaparamiento o especulación con los precios.
Que Maduro está en campaña electoral y que quiere a toda costa borrar la mancha que dejó en su hoja de servicios al chavismo haberle ganado por sólo dos puntos de diferencia al opositor Capriles con el cuerpo del comandante aún caliente, es más que evidente. Sin embargo, que esté a punto de meter al país más de lo que está en una peligrosa espiral de “ordeno y mando” y caos económico, culpando a un imaginario enemigo exterior de todos los males de Venezuela es ir demasiado lejos. La difícil situación el país requiere calma y sensatez y no más populismo hueco ni más alucinaciones presidenciales.
El aumento de la inflación en más del 50% castiga en especial a las clases sociales más desfavorecidas que el chavismo encarnado por Maduro dice defender y el río de divisas que recibe Venezuela de sus exportaciones petrolíferas alimentan una máquina clientelar gigantesca mientras el país tiene que importar el 95% de los productos básicos.
Todo ello en el marco de una desastrosa intervención política en la economía en la que Maduro – a punto de quedarse con las manos libres para gobernar por decreto - parece dispuesto a profundizar sin importarle si con ello empeora la situación. Sus medidas auguran más inflación, más desabastecimiento, más mercado negro, más especulación y más corrupción. Y eso, ni el recién creado Viceministerio para la Felicidad Suprema del Pueblo será capaz de arreglarlo.