Siempre que me planteo poner por escrito mis reflexiones sobre la realidad que me rodea me asalta la misma pregunta: ¿qué sentido tiene escribir? Así creo que ha ocurrido en más de una ocasión a lo largo de la prolongada vida de este blog. Cuando después de mucho tiempo me acomete de nuevo la necesidad de empuñar la pluma - valga la expresión -, surge de nuevo la duda: ¿qué "gano" escribiendo", ¿qué necesidad tengo de dedicar tiempo y esfuerzo a pensar en escribir un artículo o un comentario, cuando me bastaría con "escribirlo" en mi cabeza y a otra cosa? Y una y otra vez la respuesta se ha repetido: uno siente la necesidad de escribir lo que piensa, siente y padece como tiene necesidad de respirar para no asfixiarse.
Se preguntarán entonces cómo me las he arreglado para "respirar" durante todo el tiempo en que el blog ha estado inactivo. A esto respondo que ha habido otros sistemas de respiración que, más mal que bien, han suplido la necesidad de la escritura. El trabajo de periodista o las intervenciones en las redes sociales han sido un sucedáneo de la siempre dolorosa pero a la vez gratificante y vital labor de escribir para uno y para aquellos que se toman la molestia de leer lo que uno escribe.
Siempre he sido consciente de que solo la pluma y un papel en blanco, en un entorno de recogimiento y reflexión pueden proporcionar la oportunidad de echar afuera ideas, sensaciones, reacciones, perplejidades, disgustos y satisfacciones. Y hacerlo, además, de la manera más racional, sistemática y ordenada posible con el fin de ordenar y sistematizar también mis propios pensamientos.
De hecho, desde que abandoné mi trabajo periodístico y a medida que las intervenciones en las redes sociales, con sus encorsetamientos y sordideces, se han ido haciendo cada vez más insatisfactorias, más fuerte ha ido creciendo en mí la necesidad de retornar a la escritura como quien regresa al hogar materno.
Escribir, más necesario que nunca
Las circunstancias han querido que ese momento haya llegado cuando solo faltan unos pocos días para que se cumpla el primer año de la pandemia del coronavirus, la crisis sanitaria más grave vivida por la Humanidad en muchísimo tiempo. De algún modo esto hace también que la vuelta a la escritura sea particularmente especial en tanto la pandemia condiciona y condicionará por completo el mundo que conocíamos hace aproximadamente un año, justo el tiempo también que hace desde que firme la última entrada en el blog.
Lógicamente, de esto se deriva que cualquier análisis o visión de la realidad deba pasar por el tamiz de la lucha contra el virus y por los cambios radicales en todos los órdenes que ha supuesto y puede suponer su aparición y expansión en todo el mundo. Son estas circunstancias verdaderamente históricas las que hacen que escribir sea más indispensable que nunca, al menos para mí: ese apremiante ejercicio mental e intelectual que ahora retomo busca ante todo ser útil a quien lo realiza y a quien lo reciba. Vivimos en medio de incertidumbres desconocidas hasta ahora, miedos al futuro cada día más acentuados y una cierta sensación de orfandad y abandono por parte de aquellos en los que habíamos puesto nuestra confianza para que gestionaran con probidad y un mínimo de eficiencia el bien común.
Muchos nos sentimos hoy inermes y atónitos ante la falta de sentido común con la que se ha afrontado una situación tan grave. No menos apesadumbrados se puede sentir uno cuando observa con asombro que quienes más tienen que perder son los primeros que ignoran o desprecian las más mínimas normas de de seguridad, implantadas después de no pocas indecisiones, contradicciones y titubeos por quienes se suponía que tendrían alguna idea sobre cómo actuar y demostraron o no tener ninguna o estar completamente equivocadas las que tenían.
Como corolario de todo lo anterior tenemos más de dos millones de muertes en todo el mundo, un número notablemente mayor de contagios, secuelas psicológicas de todo tipo muchas de ellas desconocidas aún, una economía hecha trizas y un ambiente político, al menos en España, que lejos de ayudar a ver una pequeña luz de esperanza en medio del desastre, hace lo posible y hasta lo imposible para que ni siquiera se llegue a encender.
Escribir para comprender
No cabe negar por tanto que, por más que nos pese, no puede haber un tiempo menos propicio para la autosatisfacción y el dolce far niente. Los que nos sentimos corresponsables y participes del destino y los problemas de la comunidad en la que vivimos, tenemos casi una obligación moral de decir lo que pensamos y hacerlo siempre con el mejor ánimo constructivo del que seamos capaces.
Es precisamente al cúmulo de nuevas situaciones que se nos ha venido encima como un alud al que quiero dedicar las reflexiones de este blog a partir de hoy. En ocasiones estaré atento a la actualidad más inmediata y en ocasiones - la mayoría - encenderé la luz larga para intentar iluminar en la medida de mis posibilidades los innumerables rincones oscuros que nos ha traído la pandemia.
Adelanto que no figura entre mis objetivos dar respuestas ex catedra, algo que sería muy presuntuoso por mi parte, sino más bien formular preguntas sobre las que reflexionemos ustedes y yo. Esto no quiere decir que que no esté dispuesto a aportar mis puntos de vista o a exponer mis propuestas que, en todo caso, siempre serán mías e intransferibles, ajenas a cualquier organización o partidismo. Si algo he aprendido a lo largo de mi vida es a pensar por mi mismo sin condicionantes que no sean los de la moral pública, la ética, el deber, la honradez intelectual y el sentido de la responsabilidad.
Quedan todos invitados a recorrer conmigo un camino que no estará libre de dificultades, aunque estoy convencido de que si lo andamos con constancia y perserverancia y somos capaces de desbrozar la maleza que encontremos a nuestro paso, tal vez podamos descubrir un horizonte más esperanzador que el presente.