Con cierto
fariseísmo se escandalizan hoy algunos comentaristas del cinismo político que ha
presidido la fracasada moción de censura de Pablo Iglesias contra Mariano
Rajoy. Se necesita vivir mucho tiempo como un ermitaño en lo alto de
una columna o en el desierto para rasgarse las vestiduras tras descubrir que el
único objetivo ha sido cortocircuitar la leve mejoría de los
socialistas tras meses en estado comatoso. Si sorprende que supuestos sagaces
analistas se escandalicen ante las aviesas intenciones políticas de Podemos, no
sorprende menos que el “nuevo PSOE” parezca a punto de caer otra vez en las
redes embaucadoras de quien es, en gran medida, el responsable de sus
calamidades actuales. La oferta del portavoz Ábalos a Iglesias para
buscar una mayoría alternativa a Rajoy y los tuits que al parecer ya se han
intercambiado Sánchez y el líder de Podemos para verse en cuanto pase el
Congreso Federal del fin de semana vuelven a presagiar lo peor.
Y eso por
varias razones. La primera porque, para la supuesta mayoría alternativa a Rajoy,
los números son los mismos que había antes de que el presidente actual fuera
investido gracias a la abstención del PSOE. Una vez que para Podemos el partido
de Albert Rivera no pasa de ser una mera muletilla del PP y por tanto queda
excluido de cualquier pacto, para llegar a los 176 votos imprescindibles para
una investidura habría que juntar votos de mareas, confluencias y nacionalistas de aquí y de allá e incluir en
la suma a los independentistas catalanes. A la vista de cómo ha tratado un
Iglesias peleado con el mundo a esos hipotéticos apoyos, tengo muchas dudas de
que una Oramas o un Quevedo o un PNV le dieran su respaldo. Del mismo modo, me
gustaría ver cómo explicarían Sánchez e Iglesias a los españoles no catalanes que
se apoyan para gobernar en quienes desprecian un día sí y al otro también las normas comunes que obligan a todos.
“Será interesante ver a Sánchez explicando a los españoles no catalanes un eventual apoyo de los independentistas"
Cierto es que
en una segunda votación bastaría con la mayoría simple pero eso sólo resuelve
la parte menos complicada del problema: la gestión de gobierno. Soy
completamente incapaz de imaginar cómo podría ocuparse de los asuntos de este
país un gobierno cuya estabilidad parlamentaria dependiera de una constelación
de votos con los más variados e incluso contradictorios intereses. A un Ejecutivo
de esas características le faltarían manos, mangueras y agua para apagar los
fuegos y conatos de incendio que se le declararían a cada paso que intentara
dar. Eso por no hablar de la completa orfandad de ideas y de proyecto para este
país que el propio Iglesias puso de manifiesto en el debate de su moción de
censura, al final convertida en una cuestión de confianza que claramente
perdió. Tampoco es que ande el PSOE y su nuevo líder Sánchez sobrados de ideas
y proyecto de país, de modo que un eventual pacto de gobierno entre ambos sería
algo así como juntar el hambre con las ganas de comer.
Por lo demás,
y después de lo ocurrido el año pasado, es cuando menos asombroso que Sánchez
no parezca estar calibrando el riesgo político que representa ceder al abrazo
de quien emplea toda clase de trucos políticos, incluso sucios, para arrebatarle
la hegemonía de la izquierda. Esto es público y notorio para casi todo el mundo
menos, al parecer, para Sánchez y para algún analista que ahora acaba de ver la luz y el verdadero percal que se esconde detrás de
los arrumacos y el tono conciliador de lobo con piel de cordero del líder
de Podemos.
“Sánchez
da muestras de estar encantado con la posibilidad de volver a
cometer los mismos errores”.
Escribía el
martes que Sánchez había aprendido la lección al rechazar la trampa saducea que
le tendió Iglesias cuando le ofreció retirar la moción si el líder del PSOE le
relevaba en la tarea de echar a Rajoy. Aunque no las tenía todas conmigo, pensaba
que el reelegido secretario general tendría la paciencia suficiente para armar
una buena dirección y prepararía al PSOE para convertirse en alternativa
creíble al PP y verdadero referente de la izquierda frente al aventurerismo y las
frases huecas. Me desdigo por completo: a la vista de lo dicho en las últimas
horas y ante el escenario que se empieza a configurar, creo que Sánchez no sólo
no ha aprendido absolutamente nada de sus errores sino que está encantado con
la posibilidad de repetirlos más pronto que tarde. Y mientras, algunos descubriendo ahora la
polvora y hasta la rueda de molino.